El éxito de golpe
De correr descalzo por las lagunas de Chaco a brillar en el PGA Tour, donde coronó 2015 con un triunfo notable, la increíble historia de Fabián Gómez, un hombre con los pies sobre la tierra
RESISTENCIA
Se agazapaban al costado de los fairways del 16 y el 18, dos hoyos del Chaco Golf Club con lagunas alrededor, y rogaban para que algún socio desviara su tiro y mandara la pelota directo al agua. Cuando el yerro sobrevenía, esos tres o cuatro caddies de 13 años esperaban a que el grupo de jugadores siguiera de largo y enseguida salían disparados a sumergirse hasta la cintura. Así comenzaba la recolección de esas bolas blancas ya castigadas por los golpes, identificadas con fibrones. Andaban en pantalones cortos e iban tanteando con las manos y los pies descalzos entre la espesura de esas aguas amarronadas. Las reglas estaban claras: el que encontraba una pelotita, se la quedaba. Es el día de hoy que Fabián Gómez conserva huellas de guerra en las plantas de sus pies, porque a veces se le ajaba la piel al rasparse con los caracoles que descansaban en la superficie de la laguna.
Todo era por embolsar unos pesitos en ese rescate de pelotas. Una vez recuperadas, se las ofrecían a esos mismos socios y recibían a cambio una propina de cincuenta centavos o un peso, que en la suma de una tarde alcanzaba para comer algo. Pero esa pesca indiscriminada durante la semana, un día se acabó. El club prohibió la figura del lagunero al argumentar que molestaba a los socios que jugaban. Fue la conclusión menos romántica de una historia en la que El Negro resultó partícipe necesario. Y después, un largo recorrido. Pasó de aquellos rebusques adolescentes a principios de los 90 a ser miembro de un circuito que en la última temporada ofreció 323.150.000 dólares en premios oficiales. De aquel jovencito callado que se las ingeniaba para tener un primer sustento a éste, entreverado en la elite del golf, un circo que recorre los Estados Unidos de costa a costa y donde se lucen Jordan Spieth, Jason Day, Rory McIlroy y hasta hace un par de temporadas, Tiger Woods. Hoy, el PGA Tour es su lugar de trabajo, un ámbito que en realidad no tiene nada que ver con su esencia. Más bien al contrario: de la cancha del torneo debe volverse al hotel o a la casa alquilada, a eso de las 6 de la tarde, pensando en la próxima jornada de juego. Un moderado sentido de la amistad fuera del campo entre los jugadores –en su mayoría, norteamericanos– y un tufillo ultracompetitivo continuo, como es lógico en la gira más prestigiosa de golf en el mundo. Sí hay una contención latina, cuando se juntan a comer los golfistas argentinos del tour, cenas en donde a veces se suman colombianos y mexicanos.
"Yo no me veo viviendo en Estados Unidos. Volvés al hotel y estás solo, no tenés nada. No aguantaría; he llegado a jugar allá seis semanas seguidas, pero después ya me quiero volver al Chaco, este es mi lugar y de acá no me saca nadie", asegura Gómez, un golfista que convirtió su perfil bajo en religión y al que es imposible verlo alzar la voz en algún rapto de verborragia o malos modos. Justamente allí, en su refugio materno detrás del muro del campo del Chaco Golf Club, es donde se explica su naturaleza de tipo sencillo. Cuando concluyó la temporada 2014/2015 del PGA Tour, en septiembre pasado, Fabián volvió a la casa familiar y allí se instaló con su esposa Pamela y sus hijas, Melina y Valentina. Un hogar sin ningún tipo de ostentaciones, incrustado en un barrio de casas bajas que bordea el club y que nació hace unos cincuenta años a partir de tierras usurpadas a la entidad lindera. En realidad, el Chaco Golf seguía mucho más allá en su extensión y era dueño, incluso, de la laguna que ahora se ubica justo detrás de la vivienda de Ani, su mamá, que es la parada obligada de los Gómez en cada regreso al país.
Quizás no haya mayor placer para este golfista que tomar mate en la puerta de esa humilde morada de ladrillos a la vista, a medio construir y con bolsas de cemento descansando todavía en la entrada, señal de que los detalles de construcción pueden esperar. La música de ese micromundo son los ladridos de sus perros, el rodar cansino de algunos autos y ese ¡clack! de los impactos de pelota del Chaco Golf, nada más. A Fabián no le importan las fachadas ni las apariencias, es feliz con los elementos básicos que poseía antes de obtener premios millonarios y el reconocimiento en el tour más rimbombante, en donde nadie triunfa por casualidad. De hecho, mientras recibe a La Nación revista en un viernes nublado y llamativamente frío para el clima chaqueño, la casa de su mamá viene padeciendo un corte de luz desde hace varias horas, sin distinciones con los vecinos. Un abismo de diferencia respecto de muchos de sus colegas del circuito, como el inglés Ian Poulter, que hace unos meses ostentó desde un tweet su lujosa colección de cinco Ferraris rojas, un Roll Royce Ghost y un Ford GT-40 estacionados en el garage de su mansión de 900 metros cuadrados y siete habitaciones en el estado de Florida.
"Yo no quiero andar demostrando, no me interesa. Sí ir comprando de a poco y juntarme con mi familia cuando se puede. No me llama construir una mansión; con algo chiquito ya me conformo y me pone bien estar con mi mamá, que para mí es lo más grande. Yo vengo acá y ella me da su piecita; prefiere dormir en el piso porque no quiere que me vaya a ningún lado", relata Fabián, que suele hablar en diminutivo pero se agiganta en la cancha.
La gloria
El 14 de junio de este año ganó su primer título en el PGA Tour, el sueño de cualquier golfista. Fue en el St. Jude Classic de Memphis, consagración que le reportó un premio de 1.080.000 dólares y que le garantizó dos años más en la gira, además de la posibilidad de jugar en 2016 uno de los torneos más deseados, el Masters de Augusta. Una muestra de que a aquel lagunero le esperaba un futuro grandioso en el golf, y que cualquiera puede trascender si a su talento innato le adosa una gran cuota de esfuerzo. Realmente se puede. Más allá de que a Fabián, en su infancia, le tiraba más el fútbol que pegarle a la pelotita con un hierro.
Su padre, Luciano José, jardinero y profesor de golf fallecido en 2002, le insistía para que se dedicara al golf en lugar de patear una pelota N° 5 con los amigos del barrio, como sucedía todas las noches, después de que Fabián terminaba de cargar la bolsa de palos en el Chaco Golf. "Tratá de no ponerte de novio, hijo. Tenés un gran futuro en el golf, metete en este deporte, haceme caso", le recomendaba, y también le sugería un viaje a Buenos Aires para perfeccionarse en la práctica y empezar a participar en torneos. Pero el chico prometedor no le prestaba demasiada atención: cuando los lunes el club le permitía salirse un poco de su papel de caddie y jugaba en el campo como los socios, él ya andaba ensayando swings con los botines colgados al cuello, casi listo para el partido de fútbol que se vendría horas después en la cancha del pelado Cornelio, contigua al golf. En esos picados demostraría sus aptitudes en el arco y, en ciertas ocasiones, sus gambetas como centrodelantero. Hasta llegó a probarse en el Club Atlético Estudiantes, de Resistencia, con la ilusión de jugar algún día en Boca.
Su vida, luego de interrumpir el colegio en el primer año del secundario, se dividía en los trabajos de jardinería junto con su padre, conocido por todos como Chelita, y su fidelidad a su patrón, Angel Chiossi, a quien le alcanzaba los hierros y le sugería ángulos de tiros en la caminata por la cancha. "A Chiossi le hacía de caddie y luego le cortábamos el pasto de su casa con mi papá. Él y su esposa buscaban gente de confianza y nos contrataron por partida doble. Hoy hay que tener suerte para encontrar a un patrón, están contados con los dedos de la mano los que tienen uno fijo, porque muchos socios prefieren llevar su carro antes de tener que pagarle a un caddie", explica. La experiencia de Gómez es excepcional, porque no solo gozó del cobijo de un socio leal, que hasta le regalaba ropa usada porque coincidían en el talle, sino que encontró a la persona indicada para escapar de esa rutina sin proyección de un llevapalos y esperanzarse en serio con un futuro profesional.
Fue el golfista José Cóceres, amigo de su papá y ya experimentado en el Tour Europeo –años después sería campeón dos veces en el PGA Tour–, el que se convirtió en su mentor y trampolín para su presente de ensueño. Su coterráneo chaqueño lo alojó en las casas de Los Cardales de sus hermanos Ricardo y Roberto, y le regaló una bolsa de palos. La plataforma de lanzamiento ideal para cualquier aspirante. "José era muy amigo de mi padre. Iban juntos al monte a cazar y a juntar miel. Él me había visto jugar muchas veces en el Chaco Golf y se entusiasmó con mis condiciones. Hasta que un día me dijo que fuera a Buenos Aires con él porque ya estaba todo arreglado. Que trabajaría como caddie en el club La Orquídea, y así se dio", cuenta Gómez. A finales de 2001 se transformó en profesional y comenzó a participar en el Tour Argentino y en la Escuela del Tour de las Américas. Por intermedio de su manager, Adrián González, a quien conoció ese año tras salir primero en la Escuela del PGA de Argentina, incursionó por primera vez en el exterior, justo cuando la Argentina se caía a pedazos con su profunda crisis socio-económica.
Los caminos del golf lo condujeron mayormente por los Estados Unidos, primero en minitours, luego en el Nationwide Tour (en los años recientes, denominado Web.Com) y en las últimas temporadas en el PGA Tour, el circuito más codiciado, que puede llevar a un jugador hasta el Salón de la Fama. El Negro había concretado su anhelo, amén de sus añoranzas futboleras. "Cuando armó las valijas y se fue de casa a los 18 años lloramos un montón con mi marido, pero sabíamos que iba a triunfar", recuerda la madre, que todavía no conoce los Estados Unidos por el fuerte apego a su hogar, allí donde prepara la polenta que tanto le gusta a su hijo cuando vuelve de su periplo por el Norte.
Camaradería
Entre premios oficiales y el apoyo de sponsors, Gómez podría descansar en un futuro económico asegurado por varias generaciones, pero jamás olvida sus orígenes y echa una mano para ayudar en cualquier oportunidad que se le presente. No lo dice él, sino la mayoría de los caddies del Chaco Golf, quienes no logran despegar por falta de apoyo y que siguen cargando bolsas con la esperanza de que algún día aparezca su propio mesías. Alguien que les facilite el acceso a la competencia y les brinde el respaldo de algunos auspiciantes, lo esencial para un golfista con pretensiones.
Hugo Leiva ya tiene 39 años, pero todavía se ilusiona con triunfar en el golf. Es un llevapalos contemporáneo de Gómez en el club chaqueño: "Acá los caddies siempre estamos pendientes de que le vaya bien a Fabián, porque es un tipo que nos ayuda. Cuando él viene nos trae chombas, pelotitas, palos... Sabe lo que atravesamos porque él lo pasó. Si a él le va bien, a nosotros también. No es que le andamos pidiendo; es algo que surge de él". Damián González (27), también caddie, describe: "Su caso es de uno en un millón, a él se le dio y lo sigue aprovechando. Espero que siga así por muchos años más. Con Fabián hay un ejemplo muy grande; su humildad no la tiene nadie. El año pasado organizó un torneo con un nuevo formato para caddies y socios. Para nosotros, que te den ese lugar no tiene precio. Ahí te da la pauta de que nunca olvidó de cómo empezó y de dónde".
"Hay algunos chicos que pueden llegar al PGA Tour. Pero es difícil, si no conseguís un sponsor o un manager que te pueda ayudar… Hoy en día, en el golf todo es caro y el costo de los viajes es en dólares, obviamente. Tenés que ser un buen jugador, pero al mismo tiempo conseguir un sponsor que confíe en vos. Soy un ejemplo raro; también es cierto que tuve la suerte de ir a Buenos Aires y se me facilitó todo. Aparte de venir jugando bien, me pude rodear de la gente indicada", cuenta Gómez. Hoy, los caddies del Chaco Golf, unos quince en total, pueden llegar a ganar 150 pesos por cada vuelta de 18 hoyos, y quizás trepar hasta los 300 si se guía a un socio en un torneo durante el fin de semana. La incertidumbre es continua a la espera de ese aficionado pudiente que ponga las manos en el fuego por ellos. Y si repetidamente no aparece, el tema se agrava. "Hay chicos que si no los ayudás se van para otro camino", advierte Gómez, en referencia al escapismo con el alcohol. "Mi viejo se ponía firme conmigo y anduve siempre derecho. Acá en el club, a los chicos siempre se les habla. El que se porta mal o maltrata a los socios tiene fechas de suspensión."
El viernes posterior a su consagración en Memphis, el Negro abrió la puerta de la casa de Ani para quienes quisieran compartir un asado gigantesco, preparado a fuego lento por Roberto Cóceres y sus primos. Fue un desfile de cortes de carne, achuras y ensaladas, en una tertulia nocturna de rostros felices. Por supuesto, en la mesa también estaban los caddies, los de su camada y los más pibes, algunos de 16 años. "Nunca me gusta que alguien se quede sin comer", apuntó Gómez en aquel regreso triunfal, con la copa de cristal y el saco celeste alegórico del torneo. Es que su mente se enfoca en su progreso deportivo, pero al mismo tiempo se resiste a dar vuelta de página a cada viñeta de su pasado. En sus primeros viajes a los Estados Unidos, su manager lo llevaba a hacer compras. Debido a la realidad financiera del equipo en ese momento visitaban Ross, Marshalls o TJ Maxx, todas tiendas de ofertas de buenas marcas aunque de colecciones anteriores. Mientras revolvía los artículos, Fabián encontraba zapatillas que quizá no eran de los talles de su primera hija o de su esposa, pero igual las cargaba en el changuito. Ante la incredulidad de su manager, el golfista respondía: "No importa, Adrián: si no les entran, para alguno van a servir, lo que sobra en el Chaco o en Cardales son patas por cubrir".
Gómez refrendó ese espíritu solidario incluso recurriendo a las grandes estrellas: hace unos meses le pidió a Rickie Fowler, uno de los jugadores top y más mediáticos del circuito, si podía colaborar con algún par de zapatos de golf y alguna gorra autografiada para un certamen que organizaría unas semanas después en el Chaco. En unas horas, el norteamericano parecido a Leonardo Di Caprio ya había dejado varios artículos en su locker, con el deseo de buena suerte. Las iniciativas del Negro, en medio de las presiones del PGA Tour por salvar la tarjeta, son meramente personales, nunca poseen connotaciones políticas. Jorge Capitanich lo recibió en la gobernación de la provincia cuando se alzó con el título, pero así como agradeció el acto, el jugador no volvió a tomar contacto con el funcionario. "No me meto en política ni aunque me paguen", jura. Su felicidad se basa en los logros deportivos, pero en ese suceso, según su filosofía, jamás puede quedar afuera la asistencia a los demás. "El éxito para mí es la consecuencia del esfuerzo. Pero también el éxito consiste en ayudar, que es lo que me gusta, porque yo salí de abajo. No hay nada mejor que ver cómo se refleja el agradecimiento en la cara de los chicos."