El estigma del Covid: por qué algunos contagiados prefieren no contarlo
"Mi primo se agarró coronavirus: solo salió una vez en tres meses a hacer las compras". "Mi hermana tuvo: no sabe cómo se contagió porque jamás rompió la cuarentena". Con el aumento de casos de Covid-19, es raro habitar el AMBA y no tener conocidos infectados. Y el anuncio suele tener un factor común: está acompañado de una justificación que, más allá de denotar lo contagioso del virus, habla de una necesidad de proteger y no culpabilizar a ese enfermo querido. Teniendo esto en cuenta, es posible entender por qué muchas personas eligen preservarse de esa mirada, pasar la recuperación con poco contacto con su círculo cercano, esperar 14 días, y dejar atrás el mal trago.
Es imposible determinar si son mayoría, aunque pareciera que no. Pero lo cierto es que tampoco son pocos los que deciden pasarlo en modo "perfil bajo".
Una de las primeras cuestiones es que nadie sabe bien qué ocurre una vez que una persona llama a los servicios de salud para decir que tiene síntomas. Con miedo de ser aislado y permanecer en contra de la propia voluntad en un hotel, muchas personas interrogan desmedidamente a los contagiados. Esa ansiedad fue precisamente lo que llevó a Yamila, psicóloga de 33 años, a contárselo solamente a sus mejores amigos y a su núcleo familiar más cercano, en quienes se apoyó durante esos días. "Estaba muy afectada con la noticia, no podía asimilar que me había tocado a mí, a pesar de haber sido leve. Si a eso le sumamos que todo el mundo quiere saber todo porque tiene miedo, sentí que ya bastante tenía con lo que me había tocado como para encima estar manejando la ansiedad de los demás", cuenta.
Y es que atravesar subjetivamente el diagnóstico y la enfermedad, en cualquiera de sus modalidades, no es para todos algo liviano: "Cuando alguien es hisopado y le da positivo de alguna manera está pensando ‘listo, crucé esa línea que separa a los que vienen zafando, de los que tienen Covid-19’. Esa línea divide realidades diferentes y no se trata solo de cuestiones biológicas. Se transforma el momento y el futuro cercano que vive esa persona. El coronavirus, que era imaginario, intangible y ajeno se convierte en una realidad que lo ha invadido. Empieza un recorrido en el que pierde el derecho de decidir si quiere internarse o no, pasa de un aislamiento preventivo a una cuarentena estricta en la que solo estará en contacto presencial, y eventualmente, con personal de la salud. Y pueden venir a su mente interrogantes del tipo: ¿Por qué a mí? ¿Voy a estar grave? ¿Y si me muero? ¿Contagié a algún ser querido?", relata Sergio Grosman, vicepresidente del capítulo de Psicoterapias de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA) y miembro internacional de la American Psychiatric Association.
De hecho, lo traumático de la experiencia puede ser una de las causas centrales para elegir el silencio: "Me angustié un montón cuando me llevaron a un hotel. No tenía contacto con ningún ser humano más que por teléfono, la comida te la dejan en la puerta, te hacen tomarte los signos vitales y cambiarte la ropa de cama para que nadie tenga contacto con vos, si tenés que salir por algo todos corren a resguardarse. Entiendo la cuestión de la sanidad, pero a nivel humano es muy dura la experiencia de sentirte tan aislada, yo me deprimí y más que compartirlo quería pasar el momento intentando distraerme", comenta Mariana, que trabaja en el sector comercial de una agencia, y tiene 42 años.
Respecto de lo que ocurre con el virus a nivel colectivo, Luciano Loutereau, psicoanalista y doctor en Filosofía, compara los imaginarios sociales que rodean esta enfermedad con otros momentos históricos en los que un virus generaba estigmas: "Dos escenas me parecen importantes en las personas infectadas que no son personal de salud: las que no quieren que lo sepa una persona con la que se están viendo en una relación amorosa, o quienes no quieren que lo sepa la familia. Me recordó muchísimo a lo que escuché todos estos años respecto del que está infectado de VIH y tiene que hacer algún tipo de elaboración mental para ver cómo lo comunica. Muchas veces el contagiado queda en un lugar culpabilizado", sostiene.
Es el caso de Mónica, socióloga de 67 años, que no quiso contarles a sus amigos ni colegas que su hijo de 38 años se había contagiado. "En mi círculo está muy mal visto romper la cuarentena. No tenía ganas ni necesidad de justificar lo que para mí está justificado de antemano: que mi hijo es separado, tiene a los chicos tres veces por semana y aunque se queda en la casa tiene que trabajar para mantener a mis nietos y pasarle plata a la ex. Mi energía estuvo en apoyarlos a ellos, con toda la angustia que la situación me generó sin poder ayudar mucho porque soy de riesgo. Lo último que quería era que nos señalaran con el dedo", relata.
La sensación de culpa
¿Es una idea propia o existe en determinados círculos una mirada condenatoria? Loutereau reflexiona: "El tema es pensar por qué queda recubierto el acto de contagiarse de esa fuerte culpabilidad. Yo creo que nadie desea tener coronavirus, pero hay un punto el que nadie es tan pasivo a la hora de contagiarse, justificar el hecho de por qué nos hemos contagiado muestra que sin duda nos hemos expuesto a riesgos, pero que son inevitables, estamos todos expuestos al contagio. Lo que pasa es que pensar en términos de riesgo es pensar en términos de indeterminación para un discurso social, consciente, que nos dice que si nos quedamos en casa, si no salimos, si hacemos esto y lo otro, si encaramos el cuidado desde el punto de vista de la prohibición, no nos vamos a contagiar, pero ese discurso es falaz, nunca hay un margen de certidumbre en relación con la imposibilidad de contagiarse", analiza.
Por ultimo, claro, las características propias influyen muchísimo: hay quienes disfrutan estar en el centro de la escena y tanto con un nacimiento como con un velorio o un cumpleaños hacen parte a toda la familia y conocidos, y hay quienes prefieren calma e intimidad. En este sentido, Grosman afirma: "Cada persona reaccionará a la invasión de la enfermedad de distinto modo. Algunos sentirán que compartir con otros la dificultad por la que pasan es el mejor desahogo y apoyo. Hablan con todos sus conocidos, y hasta puede que hagan un streaming desde la habitación del hospital. Por otro lado, quienes están más cómodos en el silencio, pueden sentirse abrumados por los que con la intención de ayudarlos, intentan sacarlos de su desconexión. Justamente porque estar desconectados es su modo de enfrentarlo", detalla.
Yamila entraría dentro del segundo grupo: "Soy bastante celosa de mi intimidad, tardé un montón en poner una foto de mi hijo en redes, por ejemplo. Con el coronavirus me imaginaba en boca de todo el mundo, con todo el morbo que hay alrededor del tema, y me dio rechazo".
Muchas son las suspicacias que puede generar la ausencia de una persona por un lapso de tiempo similar al de la recuperación. Como cuenta Dora, de 65 años, todos en su barrio, Colegiales, sospechan de la dueña del almacén que cerró 15 días "por vacaciones". ¿Un caso de Covid-19 de incógnito? Solo ella sabrá –y, mientras no haya expuesto a nadie, poco importa– cómo fueron sus días durante esas dos semanas.