El escritor más feliz de la Tierra
Eulalio me dio un garrotazo. Lo encontré en el octubre de 2001, en Mendoza, cuando sucedía la Feria del Libro que homenajeaba a Antonio Di Benedetto, maestro del idioma. En la antesala del auditorio Angel Bustelo varios escribas firmamos libros, aleteamos nuestros eguitos. Lo estoy viendo: en un ángulo del salón, un hombrecito menudo, vestido con un traje agrisado por el tiempo, me llama la atención por su inmovilidad. Está solo, y mira en mi dirección. Con el paso de los minutos se aproxima, de a poco; ahora está a un par de metros, abrazándose los brazos. Me brota un “hola”, y entonces me pide que le firme en un cuadernito que ya abrió. ¿Su nombre? “Eulalio González.” Le escribo: “Para Eulalio González, fraternalmente”. Lee bajito, casi deletreando, y me pregunta: “¿Fraternalmente significa hermanamente?” Le digo que sí y me contesta extendiéndome su mano de saludar: “Yo lo distingo amigo mío, desde siempre y por siempre. Y estoy siendo feliz por eso”. Así empecé a conocer a Eulalio, alguien sin porte, sin carisma; de hablar tenue y sosegado, de piel marrón por intemperie y por raza, que no necesita decir que es boliviano; alguien que no merece fama porque no robó a mansalva, no descubrió ninguna pólvora, no encabeza ningún rating, no coimeó en el Senado, no fue torturador, nunca tuvo un desmayo que pasó por paro cardíaco y se puso a contar cómo volvió de la muerte. Alguien, seguro, que reúne todas las características para no ser jamás personaje de un reportaje. Pero Eulalio me dio un garrotazo de candor. Y se mete ahora en este espacio del Caminante Quieto.
Aquella vez me dejó su tarjetita: “Albañil especialista en techos. Escritor”. No pude con mi curiosidad y fui a verlo a su humildísima casa de Rodeo del Medio.
–¿Sigue con su oficio, Eulalio?
–Empieza a haber trabajo. Terminé una ampliación de cocina y voy por unos contrapisos en otro lugar. Hago armado en hierro, coloco cerámica, pero más que todo impermeabilizo techos. Eso de día. De noche anoto los versos que aflora mi ser.
–Albañil y poeta.
–Mejoro casas modestas de gente buena y junto letritas desde mi humildad. A veces hago palabras y con ellas me salen frases en las que florece mi sentir. Con esos escritos he publicado unos libros, ¿puedo mostrárselos?
(Eulalio ya me extiende dos, delgados como él: Ilusión de mi ser e Himno de amor. Juana Petrona Quiroga, su mujer, arrima un mate con cedrón. Los dos libros tienen tapas blancas con tipografía verde, en una dos gorriones sobre una rama, en la otra un corazón de trazo infantil. Sus textos quieren ser poemas, tal vez no llegan ni al borde de lo naïf, casi no hay página que no tenga las palabras Dios, corazón, fulgor, amor, brisa. Por ahí se arriesga a más y escribe Tu ser es efigie de mi poesía, o se atreve con una rima: … es que tengo mi pecho/ cual si fuera un aljibe/ porque ninguna pena me inhibe. No dice que la vida es bella, pero dice que “la vida es linda”. Entendámonos: Eulalio hace poesía no con lo que escribe, sino porque lo escribe. El encanto de su hablar no alcanzó a su escritura; ésta es apenas elemental, pero resulta prodigiosa si pensamos que se eleva desde el subsuelo de varias generaciones atravesadas por el casi analfabetismo. Comprenderemos mejor si escuchamos su historia, que empieza naciendo en Tarija, Bolivia, casi en la frontera con Salta y Jujuy...
–Unos kilómetros más y argentino, como usted –me dice–. Pero la nacionalidad no importa, la lamparita importa.
–¿Lamparita?
–Esa que debemos tener siempre encendida: la lamparita de la esperanza, la que nos ayuda a sostener el ánimo y nos hace luchar por un mundo grato, con tarea y pan para todos.
–¿Hace mucho que nació?
–Salí de mi madre el 12 de febrero de 1955. De mi papá no tengo rostro para recordarlo. Cuando mi mamá se separó de quien dicen que era mi padre, yo unos cuatro años tendría. “¿Venís conmigo a la Argentina?”, me dijo. “Con el abuelo me quedo”, le respondí sin enojo. Y ella partió, hizo vida nueva con otro señor que a la postre es el padre de mis hermanos. A nadie debe juzgar uno. Ida mi madre, me crió hasta los once años mi abuelo, Zacarías González. Ese abuelo me acompaña en todos los instantes de cada minuto, porque fue abuelo y padre y madre y amigo grande. Sembraba papas, maíz, trigo, aparte tenía animales con los que hacía trueque para sobrevivir. ¿Comprende qué fácil es para mí ser feliz? Cuando está en desánimo mi alma, digo en voz alta “abuelo Zacarías” y cae del cielo una monedita de luz que me vuelve feliz de poder ser útil a este mundo.
–Hasta los once con su abuelo, ¿y después?
–Más le cuento de mi abuelito: cuando me alzó en su casa mantenía a la familia y cuidaba a sus hijos. Había perdido a su mujer, pero no buscó otra. Vine a ser su primer nieto: yo todo para él y él todo para mí. Estábamos inseparables, amén de los años que nos separaban. Adonde él iba, yo detrás... Una sola vez no fui con mi abuelo. Me dijo “quédese Eulalio, quédese” y partió para un sitio que quedaba a más de cien kilómetros. Iba por mercadería, y pasó lo que desgraciadamente pasó... falleció el abuelo Zacarías, ya no volvió…
(A Eulalio ahora la voz se le ha trizado; apenas le sale el “qué bonito está el sabor de su mate, Juanita”. Ella lo salva, me cuenta que se conocieron hace catorce años: él fue internado en el Hospital Central y ella, enfermera, lo atendía. Por entonces, ella estaba separada y con dos hijos hoy grandes. “Ya curado –sigue Juanita–, Eulalio siguió viniendo al hospital. Traía tarjetas para el día de la madre, del amigo, del enfermero. Así nos fuimos agarrando mucho aprecio. Hoy él siente a mis hijos como de su sangre, y es compadre de ellos además, porque apadrinó a mis nietos.”)
–Eulalio, ¿usted tiene hijos de su sangre?
–Estuvimos considerándolo con Juanita... pero yo me dije: ¿por qué he de ser tan egoísta? Juanita tiene sus hijos y sus nietos. Ellos serán los míos también. Todo está bien así.
–Retrocedamos un poco. Muere su abuelo, ¿y qué pasa con usted?
–Siento que los días se me acaban. Empieza a cuidarme Filomena, la hermana menor de mi mamá, hasta que con mis catorce años me vengo a Mendoza. Estudios no tengo, llegué al segundo grado, pero no he de quejarme porque aprendí todas las letras con que se hacen las palabras.
–¿Se puede saber el motivo de su sonrisa?
–Lamparita de un recuerdo grato se me ha encendido... Un día mi maestro viene y dice: “Al que me cante una copla le regalo una caja de colores”. Y bueno, ahí es cuando tiene que florecer la naturalidad. Mis compañeros decían que esto y que lo otro, pero nadie se animaba con la copla. Yo me paré y la canté...: Aguacero pasajero/ no me mojes el sombrero. / Si a vos no te cuesta nada/ a mí me cuesta dinero. Cuando terminé la copla, el maestro al segundito me entrega la caja de colores… La caja era de seis, no, qué digo, de doce colores, y hasta tenía mi color preferido.
–¿Cuál es?
–Pues el color del futuro, el azul. El horizonte, el norte de uno y el futuro tienen color azul.
–¿Y por qué las letras de las tapas de sus libros son verdes?
–El verde es hermano del azul. Y lo tenemos que tener encendido, como a la esperanza. Como al mañana. Hace unos años, grave estuvimos en esta patria porque muchos sintieron que aquí no había lugar para esperanzas. Mañana siempre hay, aunque no lo parezca. No podemos vivir sin mañana, ni sin pasado.
(Juanita se aleja para aprontar el puchero; él la mira con devoción. Me cuenta que salvo el trompo de colores “arrojado como látigo” no tuvo otros juguetes, que para un día de Reyes Juanita le regaló su primer juguete, que era en realidad un adornito. Una y otra vez vuelve el abuelo Zacarías: “Lo veo saliendo de la casa, la última mañana. Me da un beso muy largo y me deja sus dedos en la frente... Siempre me estoy preguntando: ¿sabía el abuelo Zacarías que se estaba yendo para siempre? Cuando me enteré de su muerte todo se me terminaba, todo, pero me recompuse porque recordé que el abuelo unos días antes me había dicho que si alguna vez le sucedía algo... yo tenía que seguir el rumbo: “Eulalio, si en la vida quieres ser alguien tienes que aprender a respetar, tienes que ser honrado. Si uno es honrado con los otros, lo es con uno mismo”. Esa conducta me acompaña. No es difícil, trae alegría ser honrado. El camino de la alegría lleva a un sitio que se llama felicidad.
–¿Cómo hizo para publicar sus libros, Eulalio?
–Los dos primeros los publiqué gracias a mi vecindario. Para un librito juntamos 1500 pesos, para el otro 1800. Cifras grandes: aquí no hay nadie que no sea pobre. La mayoría nunca pudo comprar ni leer un libro, pero me ayudaron. ¿Cuánto vale eso? ¿Y cuánto vale que Juanita acepte que nuestra casa esté a medio terminar porque mis ahorros van para los libros? Tanto como los techos y las paredes, nos abrigan las ilusiones. Por eso yo he escrito en mis versos que “todo es un canto”. Por eso le he jurado a Juanita: Mujer, cuántas cosas/ aprendí contigo./ Pero jamás aprenderé a olvidarte. Por eso hay algunas palabras que escribo con mayúscula, aparte de Dios: Amor, Amistad, Humildad y Felicidad.
–Así que sus libros fueron bancados por sus vecinos.
–Sí, en el primero con letra imprenta aparece el nombre de cada uno. Los héroes de las batallas ya no ocupan mi atención; mis héroes están aquí: el vecino de enfrente, el de la esquina. Héroe fue el abuelo Zacarías, porque me enseñó la dignidad con ternura. Héroe Juanita: ¡mírela en la cocina! Después irá al hospital a cuidar a los enfermos. Juanita tiene manos de miel.
–¿Y su próximo libro?
–Se llama Vivencias de mi yo. Será como una biografía en versos y en la tapa tendrá una palomita que lleva una ramita de laurel. Cuento que en mi infancia tuve que cambiar el trompo por un arado, no tuve tiempo para ir a ver las caballadas o para entretenerme con las mariposas. Sabe, la mancera del arado tenía mi altura, por ahí se me daba vuelta, era pesado; yo lloraba y reía, juntando mi poca edad hacia lo que podía.
(Eulalio me muestra la pequeña mesa donde escribe por las noches y me cuenta que cuando coloca las cerámicas encuentra un sosiego que favorece sus ocurrencias. Que de todos sus trabajos prefiere hacer paredes con ventanas, “porque por las ventanas se mira el primer sol y en las noches las estrellas”. Y sigue:)
–Juanita dice que las noches son para dormir, pero yo la invito a mirar las estrellas y le señalo el lucero y le digo “ahí está el abuelo Zacarías”. Cuando estamos así tomamos mate y Juanita me dice “invitalo a tomar mate al abuelo”. A veces yo me quedo con mi cuaderno de anotar hasta las tres, hasta las cuatro, y después me acuesto muy dichoso.
–Su próximo libro, ¿para cuándo?
–Estoy juntando, pero con paciencia llegaremos. Ya hubo una vecina que me arrimó su dinerito. Y vamos a sacar otros pesos con la recolección de botellas vacías y haremos una rifa de una canasta con fideos, aceite, yerba, arroz, harina… El número costará 50 centavos y todo irá sumando, con paciencia y humildad.
–Usted nombra seguido a la humildad.
–La humildad es una señora maestra que no deja que me extravíe. Hay un momento en que uno se siente impotente, tiene adelante un muro que no puede atravesar. Cuando eso pasa, para seguir me tomo de las manos del abuelo Zacarías y de la señora Humildad. Por lo pronto, mi libro ya está escrito… A veces se me alumbran cosas cuando voy en mi bicicleta; entonces nada me cuesta frenar, bajarme y anotar. Papel y lápiz siempre tengo. Y el amor de Juanita.
–Usted está enamoradísimo.
–Cómo no estarlo. Ella inspira mis versos, tiene diáfano el mirar y calidez en las caricias. Feliz estoy por el arrobamiento que vierte su ser... Su ternura es un manantial. Los poemas me afloran por ella. A veces nos tendemos las manos y callados estamos como en el cielo.
–Eulalio, ¿con el racismo cómo le va yendo?
–Personas hay que miran con desprecio, desde lo alto... pero eso no me lleva al encono ni me aparta de lo que aprendí del abuelo: el color de la piel que se tenga, ¿qué importa? La piel nos la da Dios. Importa la dignidad que tengamos en nuestro hacer. Los dolores de algunas miradas puedo soportarlos. Sintiendo el amor de Juanita, lo demás no tiene significancia. Para mí, la bandera no es de trapo alguno. El respeto es el color de mi bandera.
–¿Qué piensa de la amistad?
–Los amigos se cuentan con los dedos de una mano, pero están, y vienen cuando uno está en la adversidad. Un amigo es uno mismo en la piel de otro. Pero no hay amistad posible si antes uno no es amigo de sí mismo. Y esto se consigue respetando, no extraviando nunca la dignidad. También con dignidad se hace la felicidad.
–Cuándo se está tan arrimado a la felicidad, ¿se suele pensar en la muerte?
–La muerte no me preocupa. Con Juanita lo tengo hablado: el día que me llegue, que pronto llame a mis amigos y que traigan sus guitarras para cantar y recitar. Que vengan ellos y no la tristeza es lo que yo quiero, porque soy del parecer que la muerte no existe.
–Para algunos existe.
–La muerte no existe para el que hace cosas de provecho para los demás. Para el que vive sin fingimientos. Para el que es bueno con el mundo.
–Algunos dicen que, así como vamos, el mundo se va al diablo.
–El mundo irá a parar adonde lo llevemos. Hay agente buena.
–¿Hay gente buena?
–Hay mucha gente buena; lo que pasa es que los tiempos han cambiado y esa gente está a la defensiva. La necesidad nos ha puesto así, pero debajo de nuestra piel hay bondad, hay bondad. Si uno no se impacienta se encuentra con eso. Fíjese la señora que me trajo sus pesitos para que yo pueda publicar mi libro… Pero paciencia… Ahorita tengo que terminar un contrapiso; en la primavera publicaré mi libro si Dios lo acepta.
–¿Qué es ser feliz para usted?
–Es estar en amor. Amor es dar a cambio de nada. Por ser escuchado yo ahora me siento elevado a las nubes. Pero me bajo de las nubes para decirle que por Juanita vivo en amor, que es como decirle que vivo en felicidad.
(Eulalio, González por parte de madre y de abuelo, ya camino de la despedida me entrega como en confesión: “Cuando cada día despierto yo digo «Juanita», y ése es mi rezo… Cuánto tengo… Un trabajo grato, mi abuelo Zacarías que me alumbra tanto como el sol, sea el día o sea la noche... Y sé leer y sé escribir... Si no este año el que viene quiero ir con Juanita adonde nací; buscaré a mi maestro Mario Guerrero, le agradeceré la caja de colores y le daré con mis manos mis libros”. Eulalio habla pausadamente, es dueño de todo el tiempo del mundo, pronuncia las palabras saboreando el almíbar de cada sílaba. En la despedida me dice: “¿Me da usted permiso para darle un abrazo?”)
Posdata. Tarde en la noche, Eulalio en determinadas fechas me llama por teléfono. Del relato de su último fin de año, me quedó esto: Le dijo a su Juanita: “Vamos al patio”. Y ella alzó un par de vasos y él, la botella de sidra. El corcho se hundió en la noche del cielo: el año 2008 después de aquel Cristo empezó a latir, se soltaron los cohetes y el barullo de los chicos del vecindario, los perros ladraron por demás, y otra vez la porfiada esperanza en las miradas. El la nombró “usted” a Juanita y le besó las manos, dedo a dedo, como a una reina. Bebieron la sidra mirándose la mirada y las lágrimas. Ninguno de los dos pronunció la palabra felicidad, pero estaban en eso. ¿Alguien les habrá avisado que durante la felicidad mejor no decir la palabra para no espantarla? El buscó en lo más hondo del cielo y señalando una estrella dijo: “Abuelito Zacarías, venga, ¡baje a brindar con nosotros!” Y ella fue corriendo a buscar otro vaso.
Poeta, dramaturgo, ensayista, autor, entre otros, de El último padre , Violeta viene a nacer , De fútbol somos , y del reciente Vincent, te espero desnuda al final del libro .
rbraceli@arnet.com.ar
Para conocer más: www.rodolfobraceli.com
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