Era un secreto bien guardado hasta que los turistas extranjeros empezaron a elegirlo y el diario británico The Guardian lo incluyó entre los mejores hoteles de alta gama del mundo. No merecía menos este alojamiento escondido detrás de una antigua puerta de madera tallada, y anclado en una calle que tuvo su momento a principios del siglo XX, cuando el tren era la única forma de llegar al interior del país y las sierras de Córdoba todavía eran un destino exclusivo.
Azur Real Hotel Boutique es, lo que se dice, una auténtica "serendipia" (o hallazgo inesperado). Además de confort y servicios cinco estrellas, el huésped que llega por algo más que una estadía de lujo queda encantado por la historia de este edificio construido en 1915, y declarado de valor patrimonial por el Gobierno de la provincia. Como todas las propiedades de su estirpe que acaban atrapadas por la dinámica voraz de las grandes metrópolis, la saga de usos y personajes que la habitaron a largo del siglo XX le otorgan un condimento especial a la experiencia del alojamiento, algo que sus anfitriones han sabido aprovechar.
El Che, una disco y huéspedes históricos
Según las reseñas de la época a comienzos del siglo pasado todos los viajeros que llegaban a Córdoba entraban y salían por la calle San Jerónimo, que entonces (y aun hoy) conectaba la estación de tren con la plaza principal de la capital mediterránea. Adivinando el potencial de esa arteria la familia Crespo levantó un solar de dos plantas destinado a vivienda y local comercial, donde efectivamente al poco tiempo inauguró su propia talabartería. En 1930 se lo vendieron a una droguería, que instaló su laboratorio en el subsuelo (ocupa unos sesenta metros de fondo, media manzana) y oficinas con hospedaje para visitadores médicos en la parte alta. Décadas más tarde alojó al restaurante Il pappagallo di Bologna, famoso por sus ranas a la provenzal y por ser un punto de encuentro de Enrique Barros y otros protagonistas de la Reforma Universitaria. Hacia mediados de los cuarenta funcionaron, en distintos turnos, un liceo de señoritas y el anexo del Colegio Deán Funes, donde durante un año cursó sus estudios Ernesto Guevara, uno de los personajes más influyentes del siglo XX.
Luego el azar quiso que en los ochenta convivieran en el mismo espacio el boliche África Dance y una escuela de computación dirigida por religiosas. En los noventa se transformó en restaurante chino y también fue sede de la bailanta Jerónimo Bailable, escenario para dos iconos de la música popular cordobesa: Carlos (la Mona) Jiménez y Rodrigo Bueno. "El uso se había ido desfigurando, hasta que en 2003 la compramos para hacer este emprendimiento familiar. Pero estaba en ruinas" recuerda Ramiro Rodríguez, uno de los propietarios del hotel. "La obra de recuperación tomó cuatro años, y otros tantos nos llevó desarrollar el concepto, ya que no teníamos experiencia en el rubro. Tuvimos mucho que aprender. Queríamos hacer algo distinto y autóctono, que reflejara la riqueza cultural de la provincia", agrega.
Arquitectura contemporánea y detalles originales
Podría decirse que el objetivo se cumplió. El edificio es hoy una joya que combina arquitectura contemporánea con detalles originales entre los que destaca la planta, con su patio central y habitaciones en galería. El criterio de preservación también permitió rescatar escaleras de madera, vitrales, techos abovedados, puertas de vidrio grabado y algunas carpinterías con la clásica chapita indicando el número del aula. Un pasillo angosto de ladrillo a la vista conduce al spa, un rincón único al que pronto se sumará un circuito de piletas inspirado en los antiguos baños jesuitas y ubicado en el viejo subsuelo.
El proyecto del estudio Ubino Laguinge contempló el mismo sistema constructivo de la época y el uso de materiales de demolición para garantizar la identidad del conjunto. La terraza es una tacita de plata que invita a disfrutar de la buena gastronomía y las vistas al paisaje de la ciudad de los campanarios.