Un ritual de cada día los acercó y los cambió para siempre...
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Cada mañana a las 8:30 ella le servía el café. Él se lo pedía doble, bien cargado y amargo. Aunque fuera invierno y las temperaturas calaran un poco los huesos, Jorge elegía una mesa chica ubicada en la terraza que daba a la avenida y que solía estar calefaccionada, le gustaba fumar mientras repasaba su agenda y le daba sorbos a su taza. A ella no le gustaba ese hábito, tan esclavizante, ¿acaso no se daba cuenta de que el cigarrillo no solo le robaba la salud, sino también la libertad? Pero como hombre, Jorge le gustaba, no lo podía evitar, y de reojo lo espiaba mientras atendía a otros clientes.
Estaba casado, supo una mañana mientras les servía café a él y a un acompañante ocasional (tal vez un amigo) y escuchó sin querer la conversación. “Con mi mujer no estamos tan bien”, lo oyó decir y se sorprendió al darse cuenta de que su corazón se entristecía por su estado civil, pero se alegraba por el malestar de la pareja.
Un hombre de hábitos y una chica con grandes sueños
“Guadalupe, Lupita para los amigos”, le dijo ella cierta vez cuando él le preguntó por su nombre. “Lupita, entonces”, replicó Jorge con una sonrisa que la hizo sonrojar.
“A Jorge le gusté desde la primera vez que me vio, pero en ese momento no lo sabía, claro, y él hizo todo lo posible por disimularlo, no era de coquetear con las mujeres, aunque sí era un hombre de hábitos: quería siempre ir al mismo lugar, sentarse en la misma mesa, ordenar su café y que lo atendiera la misma persona de siempre”, cuenta la mujer, mientras repasa su historia.
Los días pasaron, los meses volaron y ahí estaba cada mañana. Ella podía percibir que él consideraba a aquel espacio como la extensión de su hogar. Mejor que eso, porque en su casa las cosas estaban más bien tensas.
“¿Qué hacés de tu vida, aparte de servir café?”, lanzó Jorge a eso de las 8:50 de un miércoles. Lupita sonrió y se explayó con soltura, le contó acerca de su pasión por el canto y el baile, su amor por los animales y la lectura, sus estudios en Comunicación Social; también le contó acerca de un emprendimiento que poco a poco estaba cobrando vida: “Recuerdo que le pedí perdón avergonzada. Sentía que había hablado demasiado, pero a él le encantó mi soltura”, cuenta Guadalupe.
Una frase dura y una invitación reveladora
Jorge ya llevaba más de un año siendo atendido por Lupita y para entonces las conversaciones eran habituales y profundas. Él le contaba acerca de sus problemas en el matrimonio y ella sobre las dificultades con sus padres –divorciados-, sus deseos de progresar y sus ganas de conocer el mundo: “Me daba los mejores consejos para mi emprendimiento, tomaba nota de todo”.
Jorge era diez años mayor, pero la diferencia no se notaba. En esencia, aunque estuvieran en distintos lugares y puntos de su vida, buscaban lo mismo: sentirse cómodos en su piel, concretar sus sueños y encontrar una sensación de paz en la vida.
“Bueno, el cigarrillo no te da paz”, le cuestionó una mañana ella. “Tiene control sobre vos, lo que marca dificultad para tener realmente el timón de tu barco”. Jorge se sintió ofendido y no quiso conversar más aquel día, ni al día siguiente, ni al otro. Aun así, fue al cuarto día que le propuso salir a tomar algo a la salida de su facultad.
“Fue una noche inolvidable”, cuenta Lupita. “Nos conocimos desde otro espacio, fuera del café, fuera de sus preocupaciones laborales de la mañana, bajo otra luz. Compartimos un vino, reímos a carcajadas, nos dimos coraje para cumplir todas nuestras metas y fuimos felices. Al fin y al cabo, ¿no es eso lo que importa en la vida? Alcanzar instantes de felicidad”.
Jorge la llevó en auto hasta su casa y se besaron apasionadamente. “Me enamoré de vos”, le susurró él. “Y yo de vos”, contestó ella.
El ocaso y los caminos de la vida
Jamás regresó al café. Tal vez fue cobardía, tal vez las cosas en casa no estaban realmente tan mal como decía, lo cierto es que Lupita no volvió a ver a Jorge nunca más. Tres meses más tarde renunció para abocarse por completo a su emprendimiento, una tarea compleja, pero que con los años rindió grandes frutos. Hoy Guadalupe viaja por el mundo y trabaja brindando sus servicios de diseño y comunicación a varios clientes a lo largo del globo.
“Cierta vez, en un viaje a la Argentina, me encontré con una excompañera del café. Me contó que lo atendió una tarde, que ya no llevaba el anillo y que ya no fumaba. A veces creo que nos conocimos para alcanzar libertades inesperadas”, concluye.
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