El erotismo de los monstruos en el cine
La forma del agua, la película con 13 nominaciones a los Oscar, abre el debate en torno a la relación entre la protagonista y el hombre-anfibio: ¿cuento de hadas o zoofilia legitimada?
MADRID.– “La belleza está en el interior”, aseguraban en el clásico de Disney, La bella y la bestia. Para Guillermo del Toro, cineasta mexicano responsable de películas como El laberinto del fauno, la belleza está en el interior, sí, pero también en el sexo. La forma del agua, último trabajo del director que se estrenó este 22 de febrero y que acumula hasta 13 nominaciones para los próximos premios Oscar, narra la historia de amor entre una empleada de la limpieza muda y un pez humanoide estudiado por el gobierno estadounidense en los años 60. Con ecos del mencionado cuento de hadas y Liberen a Willy, la diferencia reside en que la relación entre sus protagonistas va un paso más allá del idílico romance de naturaleza prohibida, incidiendo también en su atracción física. Una atracción tal que ahora sus espectadores se debaten sobre los límites de la zoofilia en este filme de apariencia familiar.
Terminemos con el morbo cuanto antes. No, no hay una escena explícita de sexo en la bañera entre Elisa, la conserje (Sally Hawkins) y el pez humanoide procedente del Amazonas (Doug Jones). Sin embargo, las secuencias que acompañan a tal elipsis no dan lugar a equívoco. Por ejemplo, la conversación posterior de Elisa con su compañera Zelda (Octavia Spencer), dejando entrever un miembro mediante el lenguaje de signos. “Oh, Dios mío. Nunca confíes en un hombre, incluso cuando parece que no hay nada ahí abajo”, responde entre carcajadas su interlocutora.
Una charla lo suficientemente evocadora como para que una empresa dedicada a la elaboración de juguetes sexuales, Xenofacts Artifacts, haya tirado de imaginación con un dildo de silicona inspirado en el protagonista de La forma del agua. Una vez que la “joya del Amazonas” ha llegado a los medios de comunicación, todas las existencias se agotaron al instante y aunque sus responsables prometen una nueva remesa para antes de la ceremonia de los Oscar (4 de marzo), dicen estar sobrepasados con “un incremento de más del 100%” de visitas a su Web.
Guillermo del Toro da así un paso más en la humanización de los monstruos de sus filmes, siendo como es el referente indiscutido del cine fantástico mainstream y desprendiéndose del envoltorio Disney que contaminó el significado real de algunos de estos cuentos populares. El mexicano luchó durante todo el proceso de preproducción para que el equipo de efectos especiales tuviera en mente que no debían de esculpir un monstruo, sino un protagonista de Hollywood. “Deben dar ganas de besarle”, aseguraba, ratificando una vez más el atrevimiento zoofílico. En el artículo de Vanity Fair “How The Shape of Water Aquatic Beast Got So Sexy” (Cómo la bestia acuática de La forma del agua llegó a ser tan sexy), su intérprete Doug Jones, fiel colaborador de Del Toro desde Mimic, cuenta su impacto al ver el traje por primera vez: “Hombros anchos, cintura estrecha y un culo para matar. Podrías partir una nuez con esa cosa”.
La erótica de los monstruos, la simbiosis entre el terror y la sensualidad, ha sido bien utilizada por la cultura del entretenimiento desde el origen de los mismos. Vampiros chupasangre, zombis enamorados, hombres lobo, brujas… y ahora también, hombres anfibios. “¿Hay algo más aterrador que la filosofía pacata y moralista en la que gran parte de la humanidad se ha educado?, y por otro lado, ¿hay algo más tentador y excitante que transgredirla?”, se preguntaba Rita Abundancia en un artículo en S Moda. “Es así como terror y erotismo intercambian, a menudo, sus funciones de dar miedo y provocar deseo, lo que los ha mantenido íntimamente unidos”.
La forma del agua es una alegoría sobre la aceptación de la diferencia que resuena con mayor fuerza en los tiempos de la administración Trump. También es, según medios especializados como The Ringer, el filme con prestigio conceptualmente más atrevido en mucho tiempo. “Lo único que la separa de una calificación para mayores de 18 años es la ausencia de la erección de la criatura en pantalla (aunque Elisa la describe con lenguaje de signos)”, escribe Kate Knibbs. “Este extravagante erotismo no ha detenido los aplausos del público y la crítica. Yo les aplaudo por una razón diferente: que una fábula freak sobre el poder del sexo entre especies se haya convertido en algo generalista”.
Sexo y poder. Para algunos, sinónimos. Aunque camuflada en una historia de amor con reminiscencias de Amélie, La forma del agua intenta profundizar en los pilares de la sociedad moderna. Y mientras escritores y espectadores nos enfrascamos en el divertido debate sobre las opciones coitales de una mujer humana y un anfibio humanoide, pasan desapercibidas las terribles consecuencias del sexo y el poder en la cruda existencia del resto de personajes del filme. Como el entrañable pintor gay (Richard Jenkins), que es expulsado con violencia de una cafetería a la mínima insinuación. O el matrimonio de Zelda (Octavia Spencer), un infierno diario de machismo y desafección. Y el antagonista del filme, Strickland (Michael Shannon), un empleado de seguridad solitario que tapa la boca de su mujer para no oírla hablar durante el acto sexual. ¿Quién es el monstruo ahora?