En 1876, un joven Sigmund Freud llegó a Italia con la esperanza de resolver una gran incógnita que se cernía sobre los científicos de Europa.
"Todas las cuestiones importantes han sido resueltas", había dicho el biólogo alemán Max Schultze en su lecho de muerte dos años antes, "excepto la cuestión de la anguila".
Esa cuestión era un misterio milenario: ¿cómo se reproducían esos peces tan abundantes en las aguas dulces y en las mesas europeas?
La pregunta requería una respuesta porque su ausencia no solo hacía tambalear los fundamentos de la biología moderna sino los del método científico mismo.
El problema era que nunca nadie las había visto copulando ni engendrando; no había reportes de huevos ni recién nacidos. ¡Ni siquiera parecían equipadas para reproducirse!
Es por eso que Freud, quien entonces tenía 20 años, había sido enviado por Carl Claus, su profesor de Biología y Darwinismo en la Universidad de Viena, a la estación de investigación de biología marina en Trieste.
Ahí diseccionó 400 anguilas en busca de lo jamás antes encontrado: sus testículos.
La inmaculada concepción
La historia sexual de la anguila había sido causa de perplejidad desde la antigüedad. El acertijo había seducido hasta al gran filósofo, polímata y científico griego Aristóteles. Buscó en vano los órganos reproductores y resolvió que "la anguila no es ni macho ni hembra y no puede engendrar nada".
Dado lo cual, concluyó el filósofo, era una de las pocas criaturas que no debían su existencia a la reproducción sexual sino a la generación espontánea. Así como las moscas emergían del estiércol, las anguilas "se generan espontáneamente en el lodo y en la tierra húmeda". Otros escritores antiguos siguieron la línea de pensamiento de Aristóteles.
En "El banquete de los eruditos", de Ateneo de Náucratis, se nos dice que las anguilas se entrelazan y descargan una especie de fluido viscoso de sus cuerpos que se queda en el barro y genera criaturas vivientes.
El filósofo natural romano Plinio el Viejo (23-79 d.C.), por su parte, explicó que las anguilas se frotaban en las rocas y las partículas raspadas cobraban vida.
Siglos después, Izaak Walton (1593-1683), en su libro "El pescador completo" recogió, además de esas, otra respuesta más poética al acertijo. Contó que algunos aseguraban "que las anguilas nacen de un rocío especial que cae en los meses de mayo y junio en las orillas de algunos estanques o ríos en particular (aptos por la naturaleza para ese final) que en pocos días el calor del sol convierte en anguilas".
Sin pecado original
La creencia de que las anguilas existían sin necesidad de la sexualidad se arraigó en la imaginación europea y las hizo muy populares en la Cuaresma.
En esos 40 días del calendario cristiano dedicados a la purificación e iluminación interna en preparación para la Pascua de Resurrección, los deseos sexuales debían suprimirse.
Se pensaba que comer carne, en sí misma producto de la unión sexual, llevaba a la lujuria pero que el pescado no excitaba la líbido de la misma manera. Entre las criaturas acuáticas, las asexuadas anguilas eran el plato ideal.
Un paso adelante
La teoría de la generación espontánea de las anguilas se mantuvo en la ciencia occidental y árabe como la más plausible, aunque empezó a ser cuestionada en el Renacimiento. Sin embargo, fue solo en el siglo XVII que se le asestó un duro golpe.
Por medio de un experimento en el que puso carne en recipientes sellados y abiertos, el naturalista italiano Franchesco Redi comprobó que en ambos había putrefacción, pero en los primeros no aparecían ni moscas ni gusanos.
Con la ayuda del recientemente inventado microscopio se despejaron las dudas: la carne de los animales muertos no engendraba vida; los animales depositaban huevos en ella; los insectos no nacían por generación espontánea.
Pero las anguilas no eran insectos y, a pesar de que desde hacía tiempo se consideraba absurda, hasta que no se hallara otra, la ciencia no se liberaría de la sombra de la teoría de Aristóteles.
Asombrosa transformación
En 1777, un italiano llamado Carlo Mondini localizó por fin los ovarios en una anguila particularmente grande, pero la búsqueda de sus testículos siguió frustrando a muchos investigadores.
Parte de la razón es el hecho de que las anguilas no los tienen por la mayor parte de sus vidas. Solo desarrollan ovarios y testículos obvios cuando parten en un viaje sin regreso hacia el sexo y la muerte, en el que dejan las aguas dulces de Europa para nadar en las saladas del océano.
En esa asombrosa transformación, sus intestinos se disuelven en grasa para almacenar energía, sus ojos se agrandan para adaptarse a la penumbra del fondo del mar, y su color amarillo se torna en plateado oscuro, para pasar desapercibidas por los depredadores.
Llamado a la sensatez
Nada de esto lo sabríamos de no ser porque en el siglo XIX, los científicos estaban obsesionados con encontrar una explicación más sensata que la de las autoridades clásicas.
Fue por eso que Freud se esforzó tanto en encontrar los testículos de las anguilas. Y parece que los encontró, o al menos eso dijo en el informe que escribió a su regreso a Viena. Lo extraño fue que ni él, ni nadie más en su universidad, hicieron alarde de ello y dado que el hallazgo los habría cubierto de gloria, lo que quedó de su viaje fue un misterio más.
Pero 20 años después de las pesquisas de Freud, hubo un avance clave: el descubrimiento de que una extraña criatura marina llamada Leptocephalus brevirostris era de hecho la forma larvaria de la anguila.
El científico italiano Giovanni Grassi resolvió el asunto, en 1896, cuando logró criar un leptocéfalo en un acuario y lo vio convertirse en anguila.
Hoy sabemos que el ciclo de vida de las anguilas consta de cinco etapas: larvas leptocéfalas, angulas, angulones, anguilas amarillas y anguilas plateadas.
Pero sus diferencias físicas son tan grandes y su hábitat tan distante que hasta ese momento los naturalistas europeos pensaban que las leptocéfalas y las angulas eran animales distintos a los angulones y las anguilas amarillas.
Sorprendente descubrimiento
En 1904, un investigador danés llamado Johannes Schmidt decidió averiguar qué sucedía entre el momento en que las anguilas maduras desaparecían de las aguas europeas y llegaban las crías.
Tras años de investigación marina, en 1922 reveló triunfante su sorprendente descubrimiento ante la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural.
No había podido ver a las anguilas apareándose pero encontró las larvas más pequeñas, y por lo tanto el lugar de desove más probable para todas las anguilas europeas, muy lejos de su hábitat a 6.500 kilómetros de la costa occidental de Europa.
Su lugar de nacimiento, apropiadamente para una criatura tan misteriosa, era el Triángulo de las Bermudas. Todas las anguilas de agua dulce europeas (Anguilla anguilla) -la misma especie se encuentra en el Cercano Oriente y partes de África-, así como todas las de América del Norte (Anguilla rostrata), se reproducen en el Caribe.
Hay muchas otras especies de anguilas en el mundo, algunas viven en agua dulce, otras en el mar y otras pasan parte de su vida en cada una, que no desovan en los Sargazos.
Del cristal a la plata
En el pico de la temporada anual de ciclones, miles de diminutas larvas transparentes, con forma de hojas de sauce, salen del mar de los Sargazos y nadan durante tres años, a gran profundidad, a través del Atlántico.
En las aguas costeras europeas se convierten en "anguilas de cristal" semitransparentes. Luego se tornan en angulas -anguilas en miniatura- que ascienden ríos y arroyos. Sus vientres se vuelven dorados y, viajando de noche, pueden arrastrarse por la hierba húmeda, escalar obstáculos y excavar en la arena para llegar a lagos y estanques aislados.
Van en busca de un lugar seguro en el cual empezar una etapa de su vida que puede durar varias décadas hasta que sus vientres se tornan plateados y, en las tormentosas noches de invierno, emprenden su épico viaje de retorno a su lugar de origen.
Con el tiempo, se han ido poniendo en su lugar más piezas de este rompecabezas pero, en pleno siglo XXI, aún hay pasajes muy borrosos en la misteriosa de vida de las anguilas. Y por más que se ha intentado, todavía nadie las ha visto copular. Los discretos peces siguen guardando sus secretos.
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