Martín Ochoteco es el “domador de caballos” que deslumbró al mundo desde la pantalla de National Geographic
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Es el encantador de caballos. Tuvo dos temporadas de éxito en National Geographic, hace una década, cuando deslumbró al mundo con su arte para domar sin violencia. Pudo haberse mantenido en pantalla algunos años más, pero eligió seguir otro camino. “No nos pusimos de acuerdo en algunas cosas”, dirá más adelante. Giró por el mundo, dando cursos y haciendo exhibiciones, hasta que la pandemia apuró su regreso a la Argentina. Se radicó en un campo familiar, en General Lamadrid, donde dice que está viviendo una pesadilla.
“Nací el 3 de mayo de 1973 en Buenos Aires, pero me fui enseguida a Ameghino”, se presenta. “Toda mi crianza fue en Ameghino, estuve hasta lo que fue el secundario. Después me fui a estudiar a Buenos Aires, y después empecé a circular, a hacer una vida nómade, de un país a otro. En Ameghino estaba rodeado de caballos, hay un club de polo importante y mi viejo es veterinario. Mi vida siempre estuvo un poco relacionada al campo”, comienza Martín Ochoteco .
“Si me pongo a pensar, surgió progresivamente. Yo no quería ser domador. No era mi objetivo, digamos que la primera vez que domé un caballo fue a los 17 años, cuando me entregaron una yegua, La Rebelde, a la cual habían tenido 2 años y, la realidad, era un desastre, no estaba domada. Tenía todas las manías... La terminé domando y eso me quedó en la cabeza, pero no es que tenía claro que me quería dedicar a eso... En esa época, si no eras hijo de un gaucho o descendiente de domadores, era un trabajo imposible”.
-¿Cuánto se tarda en domar un caballo?
-Normalmente tardan un año. Esa yegua ya tenía 2 años cuando me la mandaron. Se suponía que ya estaba bien domada, pero era un desastre: mordía, pateaba, corcoveaba. No te dejaba subir, te manoteaba. Era más difícil que agarrar un potro de cero. El tipo vino, la entregó y la cobró como si estuviera domada. ¡Y no lo estaba!
-¿Usted cómo hizo, cómo la trabajó?
-Empecé a seguirla con una montura, porque no tenía ni recado. Y bueno, la yegua no sabía doblar, frenar, nada. La empecé a galopar, de a poco. Eso fue lo que me cambió la cabeza, me di cuenta de que era posible. Al otro año agarré una de cero, y la domé. Fue más o menos en esa edad que empecé. En esa época prácticamente no existía la doma “sin violencia”.
-Su estilo de doma es muy particular. ¿Quién se lo enseñó?
-He tenido influencias, buenas, malas. Al ser tan nómade, por ahí aprendés una cosa de uno, otra de otro, vas viendo cómo te la tenés que arreglar. No solo en la doma. En la vida también. Te hace trabajar un poco la imaginación para poder resolver en diferentes escenarios y lugares. Vas sacando muchas conclusiones propias. Aprendés mucho de los caballos. Y bueno, a mí también siempre me gustaba charlar, preguntar y ver, era bastante observador. Fue una mezcla progresiva de aprendizajes que se dio cambiando mucho de lugar. Eso me desestructuró. No me enrielé a formar un método, lo cual hubiera sido un gran error. Me hizo flexible.
-Dijo que había estudiado, antes de empezar a viajar por el mundo.
-Fui a estudiar Veterinaria. Y bueno, la verdad que los libros no eran lo mío. Cuando estaba en la universidad, unos primos me invitan a aprender a hacer caballos de polo. Me voy a ese campo. Era todo el día andar a caballo. Ahí me termino de definir muchísimo para el lado de la doma y todo lo que vino después. Me vengo a vivir al campo, y acá empiezo con un poco de doma. Pero no fue definitivo. En un momento volví a vivir a Buenos Aires y conseguí trabajo en el hipódromo como voluntario. Ahí agarré mi primer trabajo de domador, en un haras, donde habían renunciado dos domadores. Los caballos eran muy malos, los habían golpeado mucho. Me dieron 12 caballos complicados, descartados. Debuto con algo muy jorobado. Y bueno, me fue bien, y así empecé. Después me termino yendo a Suiza, y ahí empiezo con un caballo que adiestro. Me voy por otros motivos, no a trabajar, pero termino adiestrando a un caballo. Y ahí realmente el caballo me cambia la cabeza. Vi que entendía cosas que me dejaron sorprendido. La mujer dueña del animal no hablaba castellano y yo no hablaba suizo alemán. Ella creía que yo sabía lo que hacía, pero para mí era totalmente experimental. Lo que pasa es que me terminaba saliendo. Y ahí fue cuando dije “o este caballo es un crack o todos los caballos tienen una capacidad de aprendizaje mucho más grande de lo que creemos”. Fue ese caballo el que me hizo replantear todo. Fue así.
-¿Cómo se terminó dando que usted tuviera su propio programa en National Geographic?
-En realidad, fue una casualidad. Yo venía caminando por una calle en Buenos Aires y me encontré con un vecino de Ameghino, un viejo conocido. Nos pusimos a charlar. Él había estudiado dirección de cine y yo en ese momento hacía algo como lo del programa. Mi vida era un poco eso. Yo vivía 6 meses en Europa, haciendo más o menos lo que se ve en el programa, y 6 meses acá, trabajando de lo mismo. Cuando le conté, se entusiasmó, me dijo que si un día ponía una productora, me llamaba. Y un día la puso y me llamó. Filmamos un tráiler, después filmamos otro. Yo ahí estaba trabajando en Francia, con otros proyectos. En esa época, se da la situación que se va el Encantador de Perros de NatGeo y justo queda un hueco en la programación.
-Ahí aparece usted, el encantador de caballos.
-Sí, justo se contactan con la productora de mi conocido, una señora que manejaba ese tema, y le dice: “Necesito un encantador de lo que sea, de cualquier animal, para llenar el hueco que dejó César Millán”. Propuso mi nombre, ella aceptó, yo acepté. Y filmamos el capítulo piloto, anduvo bien... La primera temporada le ganó a los episodios de César Millán. La segunda también. Se dio así, de casualidad. Ellos tenían 4 países en el proyecto: Argentina, Colombia, México y EE. UU., y había productores que buscaban caballos con diferentes temas a resolver. Encontraban caballos, empezaban a analizar los casos y me daban a mí una selección variadas de opciones a elegir. Siempre buscaban casos llamativos. Éramos un equipo de 7 personas. Viajábamos juntos para filmar cada episodio.
-Dijo que la doma tarda un año. ¿Cómo hacían en el programa?
-En el programa teníamos 9 días para domar los caballos. Y cuando nos pusieron ese plazo para el primer capítulo, teníamos mucha exigencia, lógicamente. Si no salía ese, no salía nada. Pero salió, fue muy difícil, salió de casualidad, a lo último. Después vino todo lo otro.
-¿Le pasó de no poder, en alguna ocasión de su vida, domar un caballo?
-No, no me ha pasado, por suerte. Ni en episodios ni en la vida real. En el programa me podría haber pasado, porque eran muy pocos días, había contrato de camarógrafo, sonidista, etcétera... En la vida real es diferente: yo voy y me quedo hasta que el caballo esté domado. Por suerte, todos los episodios que intentamos salieron bien.
El programa duró 2 temporadas. Los capítulos fueron repetidos muchas veces. “Había una tercera temporada planificada, y había un proyecto mío muy lindo de agarrar un caballo salvaje en Tierra del Fuego. Estaba todo encaminado. Y después, bueno, no nos pusimos de acuerdo en algunas cosas, y yo ahí empecé a viajar. Me empezaron a llamar para dar cursos de doma. Un poco me había estresado el tema de la televisión. No se dio y ya está. Y ahí empecé con la etapa de dar clínicas de doma y me dediqué a eso varios años”, comenta Martín.
“Me encontré con un clima muy hostil”
-¿Dónde daba clínicas?
-En varios lados, en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. Y estuve hasta el 2020 dedicándome a eso. Ese año me agarró la pandemia en México. Iba viendo cómo venía la mano con el tema del COVID. Me afectó muchísimo, porque no se podía viajar ni formar grupos de gente, y eso era lo que hacía yo. Me quedé varado allá por 3 meses y medio. Después volví a Argentina. Ahí dije “listo”, mi trabajo se cortó al 100 por ciento. Imagináte, yo vivía exclusivamente de dar cursos de doma en otros países. Me replanteé todo, me propuse empezar algo nuevo. El proyecto que siempre me gustó fue convertir a una cría que yo tengo desde los 12 años en un jugador de polo. Llevar todo el proceso, que no salga de mis manos. Y vine acá, vine a vivir acá al campo, en General Lamadrid. Yo vine con la mejor onda a hacer mi vida, pero me encontré con varias dificultades... con un clima bastante hostil, bastante. Gente que no quería que yo esté acá.
-¿El campo es suyo?
-El campo era de mi bisabuelo, es de la familia, está alquilado hace 30 años, pero yo puedo tener mi casa y mis caballos. Está estipulado en el contrato.
-¿Qué es lo que está pasando?
-Las hostilidades empezaron de entrada, con cosas inexplicables. Hace 2 años los inquilinos, con los vecinos, me empezaron a robar caballos. Pero pasaron cosas peores... Incluso intentaron dispararme a mí. Yo pienso que su estrategia consistió, y consiste, porque esto sigue, en lastimarme todos los caballos con el fin de arruinarme el negocio y obligarme a irme. Pero yo no vivo de los caballos... Hoy en día, desde hace dos semanas, cuando no estaba, intentaron meterse en la casa de uno de los chicos que trabajan acá en mi campo, estando él adentro. Las cosas siguen estando muy pesadas. Durante mucho tiempo mantuve un bajo perfil, pero no me quedó otra que contárselo a los medios. Es más, es un tema que me daba no sé qué mostrar, es muy triste. Es como que me liberan la zona y me dicen: “Defendete solo”. La policía no hace nada. Fui a juicio y el fiscal que estaba en el caso, que ya no está, tampoco hacía nada. El cambio de vivir esos nueve años prácticamente dando cursos de doma, donde me recibían de maravillas y me trataban espectacular en todos lados, fue una etapa tan linda, tan buena, con gente tan amable, que no puedo creer que, en mi propio país, en mi propio lugar, me tiran a arrancar la cabeza prácticamente. El otro día volvieron a atacar a mis caballos, le pegaron un tiro a una yegua en la panza y degollaron a un potrillo.
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