El emperador de los modistos
Creativo y perfeccionista, Cristóbal Balenciaga revolucionó la silueta femenina. Tres exposiciones homenajean al diseñador español que brilló en París y vistió a varias estrellas de cine. Por qué su legado sigue intacto
Christian Dior lo llamó “el maestro de todos nosotros”. Para muchos, fue el mejor sastre del siglo XX. El español Cristóbal Balenciaga, un hombre tan brillante como perfeccionista y misterioso, creó prendas únicas, que cambiaron la silueta femenina, a fines de los 40: entre otras, los vestidos saco, la túnica y el baby doll, hoy básicos en los placares de cualquier mujer.
Así como gozó de fama mientras vivía –por su creatividad e innovación, y por su conocimiento acabado de las telas, del corte y la costura–, su figura suma reconocimientos año tras año, tanto en las pasarelas, donde las colecciones de diseñadores destacados reflejan su influencia actual, como en los museos que despliegan retrospectivas con sus monumentales creaciones.
“Una mujer no tiene la necesidad de ser perfecta ni hermosa para llevar mis vestidos, el vestido lo hará por ella”, decía este hombre que buscaba brindar belleza y comodidad a sus clientas. El viernes próximo se cumplen 45 años de su muerte. Este año se celebra también el centenario de la primera casa Balenciaga en su país natal y ocho décadas desde su exitoso debut en París, donde brilló desde entonces. En su época, Christian Dior dijo de él: “Con los tejidos, nosotros hacemos lo que podemos. Balenciaga hace lo que quiere”. Igual de elocuente fue Coco Chanel: “Balenciaga es un couturier en el verdadero sentido de la palabra. Sólo él es capaz de cortar los tejidos, montarlos y coserlos a mano. Los demás son simples diseñadores de moda”, declaró.
A modo de conmemoración, tres muestras fueron organizadas como tributo a este emperador de los modistos. Hasta mediados de julio, en el Musée Bourdelle de París, se presenta L'oeuvre au noir, con cientos de piezas de la colección del museo de la moda Palais Galliera –cuyo muestrario de indumentaria y accesorios es uno de los más abultados del mundo–, en que el negro es protagonista en vestidos de gasa y tafetán de seda, conjuntos de encaje, trajes sastre, abrigos y bonetes. Según Véronique Belloir, curadora de la muestra y jefa del departamento de alta costura de Palais Galliera, que esta muestra se exhiba en un museo de esculturas –consagrado al escultor francés de la Belle Époque Antoine Bourdelle– no es casual. “Esta es la segunda exposición que el Palais Galliera presenta dentro del Bourdelle, luego de otra dedicada a Madame Grès, en 2011 –subraya Belloir–. Tanto Madame Grès como Cristóbal Balenciaga son reconocidos por ser costureros-escultores. Con esta exposición nosotros lo celebramos y le proponemos al público un acercamiento inédito: la relectura de su trabajo, a través del prisma de los materiales negros. El negro aquí es una vuelta a las raíces españolas del costurero y a su esencia sublime de las formas. Balenciaga poseía un universo muy personal y tenía la audacia de llevar sus búsquedas siempre más lejos, incluso a una simplificación extrema de las formas; hizo evolucionar la concepción misma de la lencería. Nuestro rol es poner en relieve esa labor.”
En el Victoria and Albert Museum (V&A) de Londres, en tanto, desde el próximo 27 de mayo hasta el 18 de febrero de 2018, se verá Balenciaga: Shaping fashion, la primera muestra británica dedicada al costurero español. Esta se centra en su trabajo de los años 50 y 60, su período más creativo, no sólo porque entonces vistió a estrellas de Hollywood como Ingrid Bergman, Marlene Dietrich, Greta Garbo, Ava Gardner, Grace Kelly, Elizabeth Taylor o María Félix, sino también porque sorprendió con diseños con líneas fluidas y curvadas y volúmenes impensados –como las faldas globo y los vestidos barril–, a contracorriente de la moda vigente. “Balenciaga fue uno de los diseñadores más influyentes del siglo XX. Reverenciado por sus contemporáneos, incluidos Coco Chanel y Givenchy, su increíble destreza, su uso pionero de las telas y sus cortes innovadores establecieron el tono para la modernidad de fines del siglo”, señala Cassie Davies-Strodder, curadora del V&A. “En los años 50, en la cima de su éxito, cuando el New Look de Dior –con sus cinturas ceñidas– era la fuerza dominante de la moda, Balenciaga fue a contrapelo para revolucionar la silueta femenina, creando una estética más moderna y arquitectónica que se alejó del cuerpo en lugar de restringirlo.”
Más de cien prendas –vestidos tulipa y de cóctel, tapados, capas, boleros– y 20 sombreros nunca antes exhibidos, además de esbozos, patrones, fotos y un muestrario de telas, a la par de material de archivo de pasarelas, integran la exhibición. Entre las piezas más destacadas figuran unos conjuntos que diseñó para Ava Gardner, y los vestidos y sombreros que confeccionó para la socialité Gloria Guinness y la millonaria Mona Von Bismarck, que le encomendaba su armario completo.
Balenciaga: Shaping fashion está basada sobre todo en la colección del museo, que partió con el fotógrafo Cecil Beaton, quien llamó a Balenciaga “el Picasso de la moda, porque al igual que al pintor, debajo de sus experimentaciones con lo moderno, tenía un profundo respeto por la tradición y una línea clásica pura”. La exposición se propone dar una mirada forense a los conjuntos de Balenciaga, mediante el uso de una tecnología de rayos X, “para revelar lo que hacía a sus diseños tan excepcionales”. Por otro lado, su influencia será analizada a través del trabajo de quienes se formaron con él y de diseñadores recientes como Molly Goddard, Demna Gvasalia y J.W. Anderson.
DE GETARIA A PARÍS Y AL MUNDO
Nacido el 21 de enero de 1895 en Getaria, una aldea costera ubicada a 25 kilómetros de San Sebastián, Cristóbal fue el hijo menor de un marinero, a cargo de una embarcación que brindaba paseos a las familias de alcurnia, como la del marqués y la marquesa de Casa Torres –abuelos de la futura reina Fabiola de Bélgica–, y de una costurera que lo inició en la moda desde pequeño, ya que cosía para aquellas familias que navegaban con su marido. Así Cristóbal tomó contacto con las costumbres y los gustos de la aristocracia. Cuando su papá murió de una hemorragia cerebral, el niño, que entonces tenía 11 años, comenzó a ayudar a su madre con la costura.
Una de las clientas más distinguidas de su mamá era, precisamente, la marquesa de Casa Torres. Un día, cuando el chico jugaba con otros en su jardín, ella lo retó a copiar el vestido que llevaba puesto y le proporcionó los materiales. Como Cristóbal demostró su talento, la marquesa se convirtió en su mecenas.
En casa de la marquesa, Balenciaga admiró trajes traídos desde Londres y vestidos salidos de las mejores casas parisinas; hojeó revistas ilustradas de moda, y se empapó del interés de la mujer y su círculo por la historia y las artes. Lo cautivaron pintores como Velázquez, Pantoja de la Cruz y Goya, fuentes de futura inspiración para sus creaciones.
A poco andar, su protectora le consiguió un trabajo como aprendiz de sastre en San Sebastián. Allí, su paso por la sucursal de un almacén parisino llamado Au Louvre, sería determinante, ya que aparte de reforzar su aprecio por el corte, la calidad de las telas y la exclusividad del diseño, que había aprendido en el taller de su madre, se convirtió en jefe de taller de confecciones para señoras. Eso le permitió viajar a París y visitar los salones de los modistos más importantes, como el del británico Charles Frederick Worth, cuyos diseños históricos eran considerados el sumun de la elegancia en la capital francesa, y tuvieron gran influencia en él.
En 1918, el diseñador español fundó Balenciaga y Cía. junto con las hermanas Benita y Daniela Lizaso. Seis años después abrió, por su cuenta, el taller Cristóbal Balenciaga y, posteriormente, EISA B. Costura, con filiales en Madrid y Barcelona. Famoso por la calidad de su trabajo, mostraba sus colecciones en Bilbao, Sevilla y Oviedo, y viajaba a menudo a París, donde se embelesaba con las colecciones de Coco Chanel, Madame Vionnet y Louise Boulanger.
La Guerra Civil Española lo llevó a mudarse a París, en 1937, tras una breve y fallida tentativa en Londres. Su primera colección en la capital francesa fue un éxito inmediato. La prensa aplaudió su “elegante sobriedad y exquisita costura”, y sus colecciones inspiradas en la indumentaria tradicional e histórica española causaron impacto. Famosos fueron sus vestidos Infanta de 1939, basados en las pinturas de Velázquez, que requerían tejidos majestuosos: raso, terciopelo, bordados y mantillas.
“Su inspiración viene de la plaza de toros, de los bailaores de flamenco, de las camisas holgadas de los pescadores, del frío de los claustros...”, expresó en su época Diana Vreeland, la legendaria editora de la revista Vogue. Balenciaga era un hombre devoto: la iconografía religiosa nutrió su imaginación, y su alabada paleta de grises, marrones, negros y rojos provino de la vestimenta eclesiástica. Aunque no era aficionado al toreo, gracias al pintor Ignacio Zuloaga, que era su amigo, se acercó al mundo taurino, para fabricar sus típicos boleros. Sin embargo, la pintura española sería su inspiración fundamental. Por último, al igual que Madame Vionnet, una de las diseñadoras francesas más importantes de la historia, admiraba el kimono japonés, que reversionó y moldeó para dar vida a sus diseños más admirables de los 50 y 60.
En el Museo Cristóbal Balenciaga, de Getaria, actualmente hay una muestra titulada Cristóbal Balenciaga: Un legado atemporal, que presenta un recorrido desde los inicios de su carrera en tierras españolas, hasta su reinado en París, a la par de un análisis de su legado técnico, de las características de su obra y de su contribución a la historia de la moda y el diseño. Miren Vives Almandoz, directora del museo, detalla a La Nacioón revista que Balenciaga “revolucionó” la silueta femenina, “desde un acervo creativo que fusiona múltiples influencias y que plasma en perfectos acabados, gracias a su maestría técnica y conocimiento del tejido... La evolución de su trabajo a lo largo del tiempo habla de una constante experimentación con la forma y del absoluto dominio técnico que le permiten una progresión conceptual hacia mayores grados de abstracción. Sus hitos, como la línea barril, el traje semientallado, la túnica, el vestido saco, el baby doll, se perpetúan a través de su influencia en los trabajos de otros diseñadores posteriores, hasta el punto de que al contemplarlos, y en un contexto tan cambiante y efímero como es la moda, no sentimos que hayan perdido vigencia, ni modernidad”.
Antes de esta exposición, el museo reunió un centenar de fotografías del vestuario que el modisto realizó para una veintena de películas, en Un sueño de Balenciaga, el cine. “Su vinculación con el cine y las artes escénicas es una faceta poco conocida de su trabajo y aunque no es muy prolífica, sí es consistente a lo largo de su carrera y relevante, pues lo relaciona con grandes realizadores como Marcel Carné, Alfred Hitchcock, Stanley Kramer y Florián Rey, o autores célebres como Jean Cocteau, Albert Camus y Françoise Sagan –enumera Vives Almandoz–. La investigación realizada por Pedro Usabiaga, organizador de la muestra, puso en relieve la presencia de sus diseños, vestidos por las estrellas del momento, en al menos 30 películas y 20 obras teatrales.”
Serio –aunque provisto de un fino sentido del humor– y discreto, Balenciaga daba más crédito al prestigio que al dinero y era respetado por la gente que trabajaba con él. De sus amores, se sabe que Wladzio D'Attainville, un aristócrata polaco fallecido en 1947, inspiró una colección de vestidos negros, y que el diseñador nunca superó su muerte, aunque tuvo otros compañeros, como el dibujante español Ramón Esparza.
En 1968, por motivos económicos y también por la masificación de la ropa en serie del prêt-à-porter, el costurero decidió retirarse a Getaria. Su último encargo fue el vestido de novia de Carmen Martínez-Bordiú, nieta de Franco, para su boda con el duque de Cádiz, en 1972. Poco después, murió de un ataque cardíaco. Entonces, su discípulo Emanuel Ungaro diría acertadamente: “Balenciaga estableció todas las premisas de la modernidad; todo lo que vino después, todo lo que fue de algún modo la revolución de los 60, se lo debemos a él”.