Cristián Peyon, líder de la banda Amor Indio y uno de los creadores del lugar, recuerda el espíritu de aquel restó y disco que les dio un lugar a los freaks de Buenos Aires y los fotógrafos tenían la entrada prohibida
- 14 minutos de lectura'
Cristián Peyon recibe a LA NACION en su departamento ubicado en pleno San Telmo. Un universo que podría ser la presencia del apocalipsis resignificado por el pop. Segundo piso por escalera. Entrevistado y entrevistador recuperan aire antes de establecer el inicio formal de la charla.
Fotografías y frases sobre paredes desteñidas que desgranan historia; objetos, instrumentos y algún resabio de lo que fue El dorado, aquel ícono de la nocturnidad de los noventa que marcó una tendencia conceptual y que había sido creado por Peyon, junto a su socio de entonces, el artista, ambientador y escenógrafo Sergio De Loof, otro de los recordados próceres de aquella época de descubrimientos y libertades subterráneas.
Sobre una mesita ratona sui generis se ve un disco que, de tantos colores en su arte de tapa, da una sensación fluorescente. Es el vinilo de Amor Indio, la banda que Peyon lidera y que logró la primera edición de su material, grabado hace más de tres décadas. “Un productor de Puerto Rico decidió lanzar el disco”, dice el músico y productor envalentonado por tal cuestión. Un sueño de pibe que se concreta en la madurez. Sin embargo, hay algo en él que remite a aquellas noches de El Dorado, cierta atmósfera adolescente.
En tiempos del “uno a uno” menemista y la “pizza con champán”, El Dorado se plantó para marcar el pulso de la noche porteña en una simbiosis de disrupción, under y mainstream de nicho, entre telones de pana rojo furioso, caireles y esencia de bolero resonando en cada rincón.
El Dorado fue el primer lugar en el que las drag queens se validaron y los freaks que deambulaban a la deriva por las callecitas de Buenos Aires encontraron un espacio de pertenencia. “Nadie miraba a nadie, todo estaba permitido”, reconoce este hombre que ya cumplió 60 años y que, a los 45, decidió que ya era tiempo de dejar de acostarse con el sol bien arriba y vivir a contramano de las mayorías. “Me había saturado de la noche, ya estaba grande, venían los chicos y me preguntaban ´señor, dónde es el baño´, un bajón. Por otra parte, no quería terminar mi vida adentro de un boliche”.
Entre el lanzamiento del disco y los próximos conciertos de Amor Indio, y el recuerdo de aquellas legendarias tertulias trasnochadas de El Dorado se desmigaja la charla con este hombre de ojos grandes e impactantes, que no se ancla en el pasado, pero que no se niega a revivir. Sabe que aquel lugar, ubicado en Hipólito Yrigoyen 947, fue su gran creación y que hizo historia con un nuevo concepto de diversión. En El Dorado podían confluir Marta Minujín y Lía Crucet; Charly García y Julio Bocca; y hasta un empresario como Franco Macri y un político “en el candelero” como José Luis Manzano.
A la hora de contar anécdotas, Peyon entra en su propio brete. Es mucho lo que vivió entre el 27 de octubre de 1991, noche en la que inauguró sus terciopelos El Dorado, y aquel cierre de 2007, empujado por los coletazos de la tragedia de Cromañón, el pedido de coimas de los inspectores municipales y una noche en franca decadencia que, tal como era concebida entonces, jamás se recompuso.
“No te sorprendía nada, venían desde los más chetos hasta los punks, las celebridades y los artistas del under”. Aquellas noches no tenían límites de horario, tal como lo habían definido desde el vamos Cristián Peyon y su socio.
“Siempre iba una maestra jubilada, de unos 70 años, que se vestía como bailaora flamenca y cantaba la canción principal de la película Las cosas del querer. Una noche, como hacía siempre, paré la música para que ella pudiera cantar, pero se trató de una ocasión especial, ya que estaba Charly García sentado en el piano muy decidido a acompañar a la señora. Sin embargo, ella, en su mundo, desconociendo quién era ese hombre que estaba frente al teclado, le dijo ´vos no toques´. A lo que Charly respondió ´ok´ y se levantó del taburete sorprendido por la osadía de la mujer que no tenía idea quien era ese pianista generoso”.
Gracias a una herencia
En el origen de El Dorado influyó el desagrado que le generaban los lugares a los que Cristián Peyon concurría para tocar con su banda Amor Indio. Sitios que no contaban con el mínimo confort ni para los artistas ni para el público. “Eran feos, trash, sin glamour, todos rotos, con baños y camarines inundados y olor a humedad, un maltrato hacia los músicos y hacia la gente”, describe Peyon, quien confiesa que su ilusión era “crear un lugar más lindo, agradable, luminoso”. Una herencia que recibió de parte de sus abuelos paternos le confirmó que debía poner manos a la obra.
“Como no me alcanzaba la plata, comencé a buscar socios”. Así fue como habló con de Sergio De Loof, que acababa de cerrar Bolivia, otro sitio de la época muy insertado en la noche menos convencional. Al tiempo se sumaron un par de socios más que no tenían que ver con la noche y el espectáculo.
El hallazgo del local donde funcionaría El Dorado -un gran nombre que remitió a su ADN de brillos sofisticados- no fue tarea sencilla. Cristián Peyon y Sergio De Loof recorrieron infinidad de lugares que se ofertaban para alquilar en los avisos clasificados de los diarios. Hasta husmearon en cabarets abandonados como aquel llamado Dragón Rojo, donde la cola del reptil llegaba hasta el cuarto piso del edificio. También vieron espacios en la Galería del Este, un reducto muy transitado por artistas de vanguardia. La búsqueda resultó engorrosa, los socios casi nunca lograban ponerse de acuerdo, “nos peleábamos mucho”.
En uno de esos tantos interregnos, Peyon y De Loof pasaron diez días sin hablarse. Hasta que entró en escena otro socio, Enrique Habud, que decía tener un lugar ideal para desarrollar el proyecto. Fueron juntos hasta el predio de la calle Hipólito Yrigoyen, un lugar que les gustó a todos y donde se decidió, finalmente, montar El Dorado gracias a un contrato de alquiler asequible.
El Dorado fue una propuesta innovadora que fusionaba un elegante restó con una disco donde también se ofrecían espectáculos desenfadados con criterio vintage, pop y camp. Una mezcolanza atractiva y única.
Se montó en tres meses con una inversión considerable. Cuando, en medio de las obras, los socios se quedaron sin dinero, sumaron a Alejandro Kuropatwa, el fotógrafo más desafiante y cotizado del momento, “nos aportó dinero y glamour, ya que tanto Sergio (De Loof) como yo veníamos del under, y Enrique (Habud) no era conocido en el mundo de la noche”.
“Ante la apertura inminente, fui a ver al comisario de la zona. Me recibió en su despacho muy amable, creo que estaba vestido de civil y, obviamente, tenía bigotes. Le conté que estábamos por abrir un restaurante para un público muy particular, gente que se vestía raro, hombres vestidos de mujer, pero que también concurrirían muchos artistas y figuras conocidas como Susana Giménez y Teté Coustarot, y políticos. Le expliqué que estábamos haciendo una inversión muy importante y que no queríamos tener problemas con la ley, que ahí no iba a pasar nada raro, más allá de la gente muy excéntrica que sería nuestro público. Hablé un rato largo hasta que el comisario me miró fijo y me contestó con su voz grave de tanto pucho: ¿No sería mejor que pusieran un sauna?”.
Generar el deseo
Si bien había una idea acerca de la propuesta y el público al que querían llegar, lo cierto es que cada socio fue legando su experiencia y su campo de pertenencia. “Sergio De Loof aportó el público que antes iba a Bolivia, mucha gente del colectivo gay. Yo venía del mundo de la moda. Con Amor Indio no ganaba plata, así que curraba como modelo, y era amigo de Javier Lúquez, quien llevaba mannequins argentinas a las agencias de Europa. Ese es el mundo que le aporté a El Dorado”.
Hubo tres intentos de apertura, pero siempre faltaba algo. Sergio De Loof era el más obsesivo con la ambientación de un lugar que tenía huellas de diseño hasta en los baños y en el piso. “Las postergaciones de la inauguración generaron una gran expectativa”. Eran tiempos sin redes sociales, con lo cual la comunicación era más críptica y llegaba a un grupo de pertenencia puntual.
Lo esperable era que El Dorado fuese un espacio del underground porteño, pero se convirtió en un lugar glam y aspiracional, visitado por las máximas figuras del espectáculo, la moda y la política vernácula y por las máximas celebridades que arribaban al país. El nombre del relacionista público Javier Lúquez es una de las claves para entender la cuestión.
Cristián Peyón fue quien invitó a Lúquez a la inauguración, sin imaginar que sería el gran espaldarazo del proyecto. “Llegó disfrazado de árabe, con turbante y anteojos negros, porque era muy top y no sabía con qué se iba a encontrar”, recuerda el anfitrión. Sin embargo, su invitado quedó encantado con esa mezcla de estilos y gente, de los grupos drag que estaban en el lugar. Eran tiempos donde la invitación exclusiva llegaba por correo o se entregaba en mano y debía presentarse en el ingreso a los lugares. “No teníamos agente de prensa, así que asistió el que se enteró”.
Aquella noche del 27 de octubre de 1991 -a la que también asistieron figuras como la actriz Camila Perissé y el poeta Fernando Noy- fue un antes y un después en la noche porteña. “Fue un descontrol, una especie de gueto ampliado, decían que era un cabaret de la posguerra, tenía ese espíritu”.
Para esa misma época de la inauguración, Javier Lúquez estaba encargado de organizar el cumpleaños de Marcela Tinayre y decidió que El Dorado era un buen lugar para el festejo del 30 de octubre, pocos días después de la apertura.
Fue una fiesta con cena a puertas cerradas, con el pedido de no dejar ingresar a la prensa, modalidad habitual del lugar. Se trató de un gran espaldarazo de difusión. “Luego de aquella fiesta, a la que asistieron desde Susana Giménez a Franco Macri, tuvimos una cola de 200 personas que pugnaban por entrar”. La nota a dos páginas que publicó una revista de actualidad terminó de apuntalar a El Dorado”.
Ricos, famosos y freaks
“La prensa no ingresaba al lugar, algo que les gustaba a los famosos, quienes sabían que no les iban a tomar fotografías y podían estar de trampa”, afirma Cristián Peyon manteniendo la discreción sobre tantas anécdotas al respecto.
“Era la época de la fiesta menemista”, dice el músico, quien recuerda que El Dorado “fue el primer lugar nocturno al que fue Mauricio Macri, luego que sus secuestradores lo liberaran”, haciendo referencia a aquel fatídico momento vivido por quien ya soñaba con manejar los destinos del club Boca Juniors.
La modelo Liliana Caldini, el empresario del fútbol Guillermo Cóppola y el tenista Guillermo Vilas -que iba con algunas novias- eran habitués. “No era para todo el mundo, tenías que tener la cabeza abierta, no ser careta, por eso, había gente que no se adaptaba, iba una sola vez y no volvía”. A pesar de su gusto por la farándula, el entonces presidente Carlos Saúl Menem nunca pisó el lugar, igual actitud que Diego Armando Maradona.
“Como estaba terminantemente prohibido el ingreso de prensa y fotógrafos, por eso los famosos se podían sentir libres de ir con quien quisieran. Además, el público de El Dorado no les daba bolilla a las celebridades, cada cual hacía la suya”. Los ricos y famosos que buscaban salir en las revistas elegían El Cielo, un clásico de la Costanera con perfil mainstream.
También visitaron el reducto de Monserrat los músicos Grace Jones, Boy George, Andy Bell -voz de Erasure-, David Byrne -líder de Talking Heads-, e Ian Astbury -frontman de The Cult-, entre muchos otros. También los integrantes de Soda Stereo -Gustavo Cerati, Charly Alberti y Zeta Bosio- eran figuras presentes. “El hermano de Charly tenía una banda que tocaba siempre con nosotros”. La modelo Cecilia Amenábar -pareja de Cerati- también solía darse una vuelta. “No se seleccionaba a nadie en la entraba, la gente se iba sola si no le cabía la onda”.
“Una noche, Pappo decidió pispear qué pasaba en ese lugar del que todos hablaban. Llegó, miró a su alrededor y dijo ´acá son todos putos´, se dio media vuelta y se fue”.
Género libre
“Era lo hetero y lo gay conviviendo con armonía, algo que no se volvió a dar”, afirma Peyon, quien remarca que la amplitud de género era un valor que El Dorado defendía. “Los chicos llegaban y se encerraban dos horas en el baño para montarse y maquillarse, y luego salían como diosas”.
Si bien la década del noventa fue desenfadada, aunque no tan creativa como los sesenta, algunos flagelos que se impusieron notoriamente más adelante aún no se habían masificado. “Todavía la droga se veía sólo en círculos intelectuales, músicos y artistas, no había tanta. En el 2000 comenzó a expandirse más, antes, era consumida por una minoría”, dice el músico.
En El Dorado había noches temáticas y artistas performáticos que podían revolotear desde las alturas o demostrar sus habilidades en un ring de box. Una vez por año se elegía a “Miss Travesti” y Peyon -que también era DJ del lugar- solía parar la música para dar paso a alguna de las atracciones de cada madrugada. Oggi Junco -hoy Oriana Junco- también organizó grandes eventos en el lugar.
“Se ganó mucha guita. Me acuerdo que los lunes pasaba algo que sólo vi en la película sobre la historia del Studio 54. Se cobraba en efectivo y solíamos tener una parva de billetes tan alta que nadie la quería contar, era un trabajo enorme”. El Dorado llegó a tener seis socios, “cuando quería sumarse gente, decíamos que sí, pero que pusieran plata”.
“A ´La James´, la reina de las drag queens, no le gustó que todos miraran más a Julio Bocca, quien estaba en un momento de mucha fama, así que no tuvo mejor idea que revolearle una botella de cerveza. Él se la bancó, sonrío, no dijo nada y siguió disfrutando”.
Todo tiene un final
“El Dorado cerró por culpa de la tragedia de Cromañón y porque yo ya estaba grande”, afirma Cristián Peyon, con cierto rasgo de resignación. El 30 de diciembre de 2004 se incendió la disco Cromañón, ubicada en el barrio de Once, y dejando 194 muertos y al menos 1432 heridos. La tragedia hizo que el gobierno porteño anulara todas las habilitaciones de espacios nocturnos hasta tanto no se volviesen a inspeccionar. El Dorado fue uno de los sitios que se vio afectado por la medida.
“Seguí tres años más con fiestas privadas”, explica Peyon, quien afirma que “cuando hacías el trámite para volver a habilitar te pedían veinte mil dólares de coima, si no los ponías, el trámite no avanzaba. Ahí dije basta. El lugar tenía salida de emergencia y dieciséis años de antigüedad, así que no me banqué lo de la coima”.
A esa altura, el músico ya no tenía socios y su mirada sobre la noche porteña también había cambiado: “Había surgido espacios como Morocco y Ave Porco que me copiaban, hacían lo mismo que yo, por eso creo que hicimos escuela con la música y la estética”.
“Sergio De Loof y Alejandro Kuropatwa eran dos divas que no podían convivir, por lo tanto se pelearon mal. Kuropatwa abandonó el proyecto porque De loof le competía, si uno ponía un jarrón en un lugar, el otro se lo cambiaba. Yo me divertía mucho”.
Amor Indio
Entre el recuerdo de El Dorado -en cuyo edificio hoy funciona una disco de música latina- se filtra el deseo de Cristián Peyon por seguir tocando con su banda, también integrada por Martín Tesitore y Nepo, que también conformaban la formación original.
“No es un proyecto mainstream”, define Peyon, quien es voz y guitarra del grupo, y responsable de varias composiciones que conforman un repertorio atravesado por una “psicodelia beat a go gó”. Antes de su discontinuidad, el grupo transitaba un circuito integrado por espacios como el Parakultural, Prix D´Ami y Cemento, donde contaban con un buen número de seguidores. Hoy, el álbum recién editado se consigue en plataformas de venta online y disquerías de Buenos Aires, Nueva York, París y Berlín.
Amor Indio se presentará el 5 de diciembre en Strummer (Godoy Cruz 1640, Palermo) y el 8 de diciembre en Club Cultural Bula (Lavalle y Bulnes, Abasto).
-Peyon, ¿qué fue El Dorado?
-El Dorado fue una locura total.
Temas
Más notas de Todo es historia
Más leídas de Lifestyle
Increíble. La NASA fotografió un “delfín” en la superficie de Júpiter y sorprendió a los científicos
“Estaba hecha un bollito, mojada y débil”. En una casa abandonada, la encontraron con dificultad para respirar entre los gatos adultos de una colonia
Según la Inteligencia Artificial. Las tres plantas medicinales que más tienen colágeno y evitan las arrugas en la cara
Con "oro blanco". Cómo preparar el batido de la juventud que aporta colágeno