Al ver a su hijo partir a Chile el impacto no fue tan duro, pero todo cambió cuando su hija le anunció que se iría a vivir a los Países Bajos; Argentina había expulsado lo que más quería.
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La mirada de Mirta Svampa se pierde en el horizonte, la tierra que habita, Argentina, se ha vuelto inesperada. Allá a lo lejos, atravesando ciudades, mares y montañas, se encuentran su hija y sus nietas, seres que ama con toda su alma. Sus días transcurren entre suspiros y recuerdos, siente que es una madre y abuela sola en el fin del mundo, envuelta en añoranzas.
Solo hay dos legados duraderos que podemos esperar dar a nuestros hijos. Uno de ellos son raíces, el otro, alas, dijo alguna vez Johann Wolfgang von Goethe, pero, ¡qué difícil es a veces verlos volar! Qué duro se hace el camino cuando la distancia es tanta...
Su hija no es la única que voló, su hijo también lo hizo. Cruzó al país vecino, Chile, que tal vez no parezca tan lejos, pero lo cierto es que los separa una imponente cordillera: “Y con la pandemia, hasta lo más cercano se alejó, y, lo lejano, lo hizo más aún”.
De nueve cuadras a los Países Bajos: “Mi hija iba a formar una familia y eligió el país más seguro”
En días argentinos, cuando su hijo anunció su partida a Chile, la tristeza de Mirta fue grande, pero el panorama no amaneció desolador: podrían visitarse seguido, y a nueve cuadras de su casa vivía su hija, con quien siempre mantuvo una relación hermosa y muy estrecha.
“Nos reuníamos para tomar mate, comer, conversar, festejar cumpleaños y acompañarnos en nuestras alegrías y preocupaciones”, cuenta con una leve sonrisa. “A mi hija siempre le había gustado viajar, pero nunca se planteó el tema de irse”.
El día menos pensado, durante un viaje muy anhelado, todo cambió. La hija de Mirta partió entusiasmada a Europa y fue en los Países Bajos que el destino torció su rumbo: entre paseos, conoció a un joven neerlandés y se enamoraron: “Comenzaron una relación y, entre idas y vueltas, llegó el día en que tuvieron que decidir en qué país iban a vivir, y la conclusión fue Países Bajos”.
Con aquella determinación, el mundo de Mirta se derrumbó; su adorada hija, compañera y confidente, ya no estaría a nueve cuadras, sino del otro lado del océano y, con su partida, también se iba su nieta en camino: “Tenía ya siete meses de embarazo cuando se fue”, cuenta conmovida. “Me convertiría en abuela, pero estaría lejos para acompañarlas en el camino”.
“Cuando le pregunté por qué había decidido emigrar, me contestó que la razón era una y solo una: iba a formar una familia y eligió el país más seguro. Yo no pude decirle nada, era muy justificable lo que me contestó”, continúa Mirta. “Todo lo demás en Argentina lo había logrado: era profesional, tenía un buen trabajo, un buen sueldo y hasta había podido comprarse un departamento”.
Atravesar la despedida, enfrentar las diferencias culturales y una pandemia que aleja
Como toda madre, Mirta no quería empañar las ilusiones de su hija, joven, colmada de sueños y proyectos. Por dentro, sin embargo, su mundo comenzó a derrumbarse. Trató de imaginarse allí, en Argentina, el país por el que había apostado y en el que había decidido formar una familia, y de pronto se sintió defraudada por una tierra que amaba, pero que había expulsado aquello que más quería en el mundo hasta dejarla en una soledad doliente.
“Tuve que prepararme para la despedida. Fui a un psiquiatra para que me acompañara en el proceso”, confiesa. “En la despedida sentí una verdadera montaña de sensaciones junto un desgarro enorme, su partida dejó un vacío inexplicable”.
Decidida a alivianar el peso de los sucesos, Mirta comenzó a proyectar su primera visita con una ilusión que se transformó en una alegría inconmensurable: “Pude estar para el nacimiento de mis dos nietas y también pude viajar todos los años, hasta que la pandemia azotó al mundo”.
“Hace siete años y medio que se fue y durante los cinco primeros estuve muy bien: tenía aquí mucha actividad, pintaba cuadros, daba clases de pintura y estudiaba inglés, y ella también venía una vez al año”, cuenta. “Cuando voy a visitarlos siento mucho la diferencia de culturas, no podría quedarme allí, las costumbres son muy distintas y me cuesta adaptarme, además de no poder comunicarme ya que no hablo la lengua local ni el inglés”.
“Deseo que el país pueda darles a los que emigran las mismas posibilidades que buscan afuera”
Hace dos años y medio, Mirta enfermó de depresión, por lo que rápidamente fue asistida. Atravesó diferentes estados y un día, de a poco, comenzó a recuperarse; la pandemia y su edad, sin embargo, redoblaron el desafío y le mostraron otra realidad: no podemos controlar incluso lo que creíamos controlable.
“Con 74 años, también me di cuenta de que empiezo a transitar la vejez, con sus consecuencias físicas, y me pregunto cuántas veces más podré viajar”, dice pensativa. “Mi hija está feliz allá, y eso es tan importante, Países Bajos es un país que te permite vivir bien y tranquilo. El transporte público es perfecto, está lleno de actividades para los chicos, con estabilidad económica y seguridad. Sin embargo, sentí la necesidad de hacer visible el otro lado de la historia”.
“No nací en la época de la tecnología. No puedo disfrutar cuando me despierto y toco la pantalla táctil del celular para pasar las fotos, textos y videos con mis nietitas hablando en duch. No reemplaza los abrazos, besos y caricias. Comprendo a mi hija, pero no es fácil. Sin dudas, los Países Bajos es un país bellísimo, aunque Argentina también lo es, con maravillosos paisajes y una ciudad hermosa”.
“Argentina, mi querido país representa todo lo que soy y tengo. Es la tierra donde he logrado objetivos por un camino nada fácil, de mucho esfuerzo y trabajo. En mi adolescencia, jugaba al voleibol en Ferro Carril Oeste y estuve en el seleccionado argentino. Estar en el medio de una cancha representando al país , con los colores argentinos en la camiseta y escuchando el himno, es un sentimiento inigualable, sentís que das todo por el país. Esta es mi patria y quiero seguir viviendo aquí, aunque se haya tornado inesperada. Cuando miro nuestra bandera, símbolo patrio, me despierta una gran emoción. Quisiera ver muchas banderas argentinas ondeando en lo más alto de un mástil por la ciudad, como la que está delante de la facultad de Derecho, sobre la Avenida del Libertador”.
“Un día, paseando por ahí, me senté al lado y estuve una hora disfrutando del bello paisaje y de nuestra hermosa bandera. Deseo que algún día el país pueda darles a los que – como mis hijos- emigran, las mismas posibilidades que buscan afuera, para poder, así, mantener a la familia unida”.
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