El dolor de un adiós
En el imaginario colectivo, Cupido con su arco y flecha constituye la representación iconográfica que condensa y expresa el vínculo amoroso. ¿Existe acaso algo que pueda doler más que una flecha atravesando el corazón?
El dolor de un adiós es uno de los pesares que cargan con más densidad las tinieblas de nuestra vida emocional. Las pérdidas y el desgarro que conllevan nos sumergen en un proceso que tiene nombre y apellido, se llama trabajo de duelo. Aceptar una partida, intentar comprenderla y digerirla es un esfuerzo que se toma sus tiempos. Hay que darle un destino al dolor. Cuando se tropieza con el límite, nada queda en su lugar.
Dar vuelta la página y dejar atrás lazos afectivos intensos obliga a despedirse, a dejar ir y a soltarse de aquello que quisimos mucho. Desgarros, llagas, lastimaduras que no cicatrizan son términos tomados en préstamo del lenguaje del dolor físico para expresar la angustia, apenas soportable, que se vive sin anestesia.
Cuando la pérdida de un amor deja trunco un proyecto y obliga a desembarcar, perfora, atraviesa y desfonda como lo muestra la imagen de Cupido. En la vida en pareja se incorpora al otro como una posesión que se pierde con la separación. Aunque, como bien dijo Paul Valéry, "el amor es la única posesión en la que no se posee nada".
No es esta la única paradoja en torno a los caprichos del amor. Que la relación amorosa asienta sobre la reciprocidad, la entrega al otro y el satisfacer el deseo del ser amado es tan sólo una verdad relativa. En una entrevista al músico Vinicius de Moraes, hombre enamoradizo y pasional, le preguntaron por su fidelidad a un nuevo amor. El poeta, pícaro por cierto, respondió sin vacilar: "El amor es eterno, mientras dura." Eterno y efímero no son términos antagónicos ni incompatibles en el terreno amoroso. Eterno mientras palpita en mí. Justamente por eso es despiadadamente egoísta: no escucha las razones del otro. El amor responde a la irracionalidad más descarnada que podamos imaginar.
Amor líquido, enlatado, amor exprés, amor online, fugaz o duradero, todos habitan en un suelo incierto, enigmático y poco previsible. Es cierto que los lazos afectivos se desanudan hoy con más facilidad, pero eso no evita el sufrimiento amoroso. Más aún, la falta de compromiso –tan subrayado como marca de esta época– sólo agrega un factor a la angustia propia de las relaciones amorosas.
Frente al desmoronamiento afectivo –mal de amores–, lo trabajoso del duelo consiste en alojar y legitimar la tristeza y la nostalgia sin hundirse en la desesperanza. Es el miedo al derrumbe emocional el que genera fuertes resistencias a consumar una separación en parejas que dilatan la agonía sin poder estar bien ni juntos ni separados. Cuando la aceptación de la pérdida es genuina hay una renuncia que, si bien no desaloja el pesar, despeja considerablemente la vivencia de tormento arrasador.
Tanteos por nuevos caminos se insinúan en la fantasía, en encuentros impensados, en la apertura a guiones inéditos, sacando de la galera fuerza y recursos que ni imaginábamos tener. Las huellas angustiosas de una ruptura a veces conviven con cierto alivio, consuelo que irrumpe para hacer más tolerable el dolor. Resentimiento, incertidumbre, temores y esperanza son sentimientos que se centrifugan en este proceso de recomposición subjetiva.
Como todo trabajo, el del duelo también concluye, y su atravesamiento es justamente la condición que hace posible transformar viejas tristezas en nuevas historias.