El dilema de la pileta pintada de blanco
En el rubro de la limpieza de piletas, la primavera también puede ser tiempo de reconciliación. El año pasado tuve un problema con una clienta que, muy enojada, me echó. Había querido pintar su pileta de blanco y, como yo venía trabajando en su casa desde hacía dos años, me pidió si podía hacerlo yo. Estaba muy preocupada por saber si las piletas podían pintarse de blanco, si eso traía algún beneficio y si tener la pileta pintada de blanco estaba de moda. "En Brasil sirve -le expliqué. O en los lugares cálidos. Pintar de blanco hace que el agua no se caliente tanto. En piletas chicas viene bien el agua un poco más fría. Porque en pleno verano puede ser un caldo. Además, con el agua más fría podés usar menos cloro".
Luego le comenté una desventaja: en las piletas blancas la mugre se nota mucho más.
Ella sonrió. Su sonrisa evocaba playas brasileñas o del Caribe o vaya uno a saber. Hasta hizo algún movimiento suave, como de baile lento, sumergida en esa repentina sensación de bienestar tropical. Sin embargo, insistió con lo de la moda. Ella quería su pileta blanca, sin dudas, porque su pileta es más bien chica, y el sol le pega todo el santo día: una clara pileta con alta tendencia a convertirse en caldo. Pero también quería estar a la moda, no fuera a ser que pintar piletas de blanco ya fuera historia.
Yo no estoy muy al tanto de esas modas, pero le dije que sí. Me gustaba la idea de mancharme las manos, por una vez, de blanco y no de azul. Iba a dejar de ser un pitufo pintor de piletas y podía pasar a ser un fantasma, el espíritu blanco y bueno de las piletas. Por otra parte, detesto un poco la ficción de pintar las piletas de azul, eso de pensar en el paraíso metido en tu jardín. Puede ser que exista el paraíso, pero no creo que incluya piletas. Mucho menos piletas pintadas de azul. Ella estaba contenta, casi feliz. Me veía pintar y fumaba. El humo de su cigarrillo se mezclaba con el olor intenso, entre ácido y dulzón, de la pintura, y el romance parecía perfecto. Por otra parte, fue un trabajo sin contratiempos, sin lluvias en el medio, sin pájaros ensuciadores y, sobre todo, sobre una superficie a la que apenas hubo que pasarle unas cuantas lijas, nada de grandes esfuerzos. El problema fue que, terminado el trabajo, ella se puso ansiosa y quiso llenar la pileta demasiado rápido. Y que durante todo el tiempo en el que estuve evitando su ansiedad, instándola a que esperara, las plantas que hay al borde de la pileta empezaron a perder unas flores amarillas, verdes y rojas que llenaron de manchas todas las paredes, incluso parte del piso recién pintado. Ella me llamaba, desesperada. "¿Por qué no la puedo llenar? Esto es tu culpa", decía.
Hablaba de inútiles trapos húmedos, detergente y manchas eternas. No pude convencerla de pasarle lavandina: decía que iba a arruinar la pintura. Tampoco pude convencerla de que las manchas, en todo caso, se iban a ir cuando la pileta estuviera llena. Y así fue que me echó. Ahora, un año después, me llama. Es un error su llamado. Se lo aclaro: "Mirá que el año pasado me echaste".
Ella, como enamorada otra vez (aunque no sé de qué), dice: "No importa, vení". ¿Tendrá todavía su pileta las manchas de las flores? ¿Seré yo una mancha para ella? ¿Qué clase de mancha soy? ¿Por qué no quiere más a su nuevo piletero? Dudo entre ir o no. En todo caso, si decido ir, voy a hacerlo vestido de blanco.
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