Tuvieron que aceptar que no todo iba a salir tan fácil como lo habían supuesto, pero no iban a bajar los brazos. Siempre se pueden tomar caminos alternativos.
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Hay muchas formas de decir “Te elijo”, una declaración, sin dudas mucho más poderosa que el tan romantizado “Te amo”. Néstor lo expresó con un dibujo. Una imagen que mostraba todo. Y nada, porque por entonces, lo único que había entre ellos dos era atracción. Eugenia tenía 18 años y él unos pocos más. Ambos estudiantes universitarios, ella de psicología y él de ingeniería, vivían en Rosario, en el mismo edificio. Ella oriunda de Santa Fe, él de Paraná. Ese detalle sirvió de excusa para acercarlos, iniciar sus primeras conversaciones y empezar a salir juntos.
El sueño de la casa y la familia
Solo que un día ella tuvo que volver a Santa Fe, él a Paraná y dejaron de verse. No había mensajería instantánea en esos tiempos. Pero a los dos años se buscaron y entonces sí, formalizaron la relación.
Pusieron fecha de casamiento, se instalaron a vivir juntos en Paraná y una tarde, cuando planeaban algunos detalles de la boda, Néstor sintió un arrebato. Tomó una hoja en blanco, un lápiz y dibujó el futuro. Era una casa, ellos dos y cinco hijos. Ni uno más ni uno menos. Un familión de 7 iban a ser.
Durante esos meses previos al día del casamiento, en 1998, Eugenia quedó embarazada. Se alegraron, ya que la noticia, aunque inesperada, lo ponía un paso más cerca del sueño de ambos. El que conservaban plasmado en ese dibujo. Pero la gestación no llegó a término. “Me llevaron de urgencia a Santa Fe y el médico nos dijo que no podíamos hacer nada, me internaron y me tuvieron que hacer un legrado. Fue muy triste, estábamos muy ilusionados. Todo lo que soñamos se derrumbó de golpe”, recuerda Eugenia.
Después de la boda, siguieron buscando la llegada de su primer hijo. Pero se encontraron con que no iba a resultar tan fácil como pensaban. Se ilusionaban cuando se enteraban que Eugenia había quedado embarazada pero al poco tiempo se producía un aborto espontáneo. No entendían por qué. “
Mi problema nunca fue quedar embarazada, se producía la fecundación pero en el segundo trimestre de gestación empezaban las complicaciones y perdía los embriones”, recuerda Eugenia. Por supuesto, fueron a consultar a diferentes especialistas en fertilidad en busca de un diagnóstico y una posible solución. Se realizaron un sinfín de estudios médicos y tratamientos de fertilización pero la suerte no los acompañaba.
Entonces se preguntaron por qué. ¿Qué les impedía concretar su sueño? ¿Era solo una cuestión médica? ¿O había algo más? ¿Quizá el destino, o Dios, les estaba queriendo enseñar algo? “La verdad es que una vez que uno sufre pérdidas, pasa por duelos, diagnósticos, idas y vueltas, es conveniente pensar si hay un camino que no estás transitando.”, interpreta Eugenia.
No iban a bajar los brazos
Tocaba aceptar que no todo iba a salir tan fácil como lo habían supuesto, pero no iban a bajar los brazos. Siempre se pueden tomar caminos alternativos. Tal vez más largos o más sinuosos pero lo importante es llegar. “A veces el sueño lo pensamos de una manera, como si fuera que hay una sola forma de hacerlo realidad.”, reflexiona Eugenia.
Al cuarto embarazo que no llegó a término Eugenia y Néstor se miraron y comprendieron que había llegado, para ambos, el momento de decir “hasta acá llegamos”. No daban más del agotamiento. La salud de Eugenia comenzó a deteriorarse, el cuerpo ya pedía un descanso de tantos tratamientos, estudios y tantas frustraciones. La vida de Eugenia llegó a peligrar. Entonces, empezaron a pensar en la adopción.
Y llegó su primer hijo, Yair. “La adopción de Yair (que tenía dos años y medio) fue inmediata, recuerdo como si fuera hoy ese momento donde nos conocimos. Poco a poco se fue acercando a donde estaba yo y se sentó a upa. Nunca más nos volvimos a separar.”, evoca Eugenia. La adopción plena la lograron después de cinco años en los que tuvieron que sortear varios obstáculos. El principal, que el juez buscaba restituir a Yair a su hogar de origen, ya que este es una opción prioritaria en juicios de adopción, tal como marca la ley.
Unos años después de Yair, viendo que lo de ser padres les iba como anillo al dedo, fueron por más. Definitivamente la maternidad y la paternidad era algo que los llenaba, completaba el amor que se tenían como pareja. Y quizás el sueño del familión, ese que Néstor había plasmado en un papel como plasmando una huella en el futuro, estaba más cerca de cumplirse de lo que pensaban. Así llegó Mateo y a los tres meses, Benjamín. El pediatra de los chicos les hacía bromas. Los llamaba “los cuasi mellis’ por la poca diferencia de edad.
Así fue que un día se encontraron observando a los chicos jugar y descubrieron que eran felices. “De pasar de ser una mamá y un papá sin hijos, pasamos a tener nuestros tres tesoros. Con cada uno de los chicos transitando distintas etapas evolutivas, nosotros íbamos aprendiendo a ser padres. Teníamos que esforzarnos por salir del automático para poder aprender y resolver qué era lo mejor para cada uno. Fue un desafío”, reconoce.
Llegaron los 40 y un intento más
En 2016, a los 40, Eugenia volvió a quedar embarazada, sin buscarlo y doce años después de haber perdido a su último embarazo. Con la noticia inesperada volvieron las emociones intensas. Una mezcla de ilusión, esperanza, temores. Pero esta vez, quizá, podría resultar diferente. Consultaron a un equipo médico en Buenos Aires, especializado en embarazos de alto riesgo. Los profesionales los acompañaron, les transmitieron confianza y una serie de tratamientos indicados para que el cuerpo de Eugenia pudiera retener el embarazo. Le indicaron reposo absoluto, manteniendo los pies en alto e inyecciones de heparina para contener la trombofilia -que posiblemente fuera la causa de las pérdidas gestacionales que había sufrido-. También le practicaron un cerclaje cervical, que es un procedimiento quirúrgico por el que se aplica una sutura en el cuello del útero para disminuir el riesgo de aborto en mujeres que atravesaron la pérdida de embarazos en el primer trimestre de gestación. Pero nada de eso resultó eficaz. Una noche Eugenia percibió que algo andaba mal en su cuerpo, tuvo sangrados, contracciones y la llevaron al quirófano de emergencia. Tuvo desprendimiento abrupto de placenta y Juan nació en la madrugada del 17 de enero de 2017. Era un bebé prematuro, tenía solo 25 semanas de gestación y el 19 de enero a la tardecita falleció. El duelo por la pérdida del hijo, esta vez, se sintió un poco más profundo.
Después de esa ilusión perdida, llegaron a considerar la subrogación de vientre. Empezaron a investigar, un médico los asesoraba y hasta viajaron a Estados Unidos para iniciar los trámites necesarios. Pero al volver se encontraron con otra sorpresa: Eugenia nuevamente había quedado embarazada.
Entonces volvieron a hacer los deberes. Mudarse a Buenos Aires, hacer reposo, inyectarse heparina y recibir un cerclaje. El seguimiento del equipo médico, en esta ocasión, fue más riguroso. “Cerclaje abdominal con laparoscopia en la semana 9, transfusiones de gammaglobulina, corticoides, hidroxicloroquina, a lo que se sumó diabetes gestacional. Todo un combo sumamente controlado por un equipo médico al que le estamos eternamente agradecidos en lo profesional y en lo personal, que nos marcó la diferencia”, explica Eugenia.
La última prueba vale doble
Definitivamente, la sencillez no es la palabra que los persigue a Néstor Szczech y Eugenia Cabó. Una nueva noticia les volvía a dar vuelta los planes: esperaban mellizos. Otra catarata de emociones, miedos, incertidumbres mezclada con altísimas dosis de entusiasmo, preguntas y felicidad. Más cuidados, diagnósticos y tratamientos que había que seguir para llegar al final del embarazo. Así fueron pasando las semanas.
“Cada martes, el día de hacerme la ecografía de control era una prueba a superar. Hasta que llegó la semana 31 y fue el momento de programar la cesárea.”, describe Eugenia. Y esta vez, sí, el 18 de enero de 2019, tuvieron esa bendición, literalmente dos bendiciones. Ese día nacieron Simón y Franco. “Al igual que con la llegada de cada uno de nuestros hijos, el Universo nos bendijo y para nosotros fue una celebración. Con festejo y todo. Cuando me llevaban del quirófano a la habitación las enfermeras salieron al pasillo a aplaudirme. No era yo sola, éramos todos día a día aferrándonos con fe a que el embarazo siga bien, ellos crecieran y ganáramos semana a semana. Detrás mío estaban todos los que nos conocían y habían vivido de cerca o lejos nuestra historia”, evoca.
En el proceso, Eugenia Cabó tuvo valiosos aprendizajes. Por eso los volcó en un libro de reciente publicación, Mamá me hice ( Editorial Metrópolis By Pam publicaciones) donde narra la aventura de armar su familia y, también, comparte reflexiones sobre los modos posibles de constituir esos lazos de amor, que no necesariamente tienen que ser cosanguíneos.
Se volvió una mujer fuerte, decidida, que no pierde el asombro, el amor por la vida y la capacidad de entusiarmarse. “Soy la mamá que no va a bajar los brazos para encontrar lo que cree que puede ayudar a uno de sus hijos o de la familia. La mamá que siempre va a buscar una nueva solución, una opción diferente. Por eso decidí escribir mi primer libro compartiendo mi historia y mis experiencias.”, declara. “Me parece fundamental visibilizar, concientizar sobre temas importantes que atravesamos las mujeres no solo en procesos de búsqueda para convertirnos en madres, sino sobre adopción, duelos, sobre la diversidad y la inclusión, que son invisibles muchas veces a los ojos de la sociedad.”, agrega.
Ser familia es una elección
A la hora de agradecer, porque la historia no se escribió en soledad, destaca la valiosa ayuda de la familia, los profesionales y los amigos. “Cuento con una tribu familiar y de amigos muy fuerte que, además, siempre han sido muy amorosos y presentes, aún cuando no podían entender mi búsqueda o las dificultades que atravesamos. También busqué siempre apoyo profesional y acompañamiento. No es fácil transcurrir caminos adversos, que por momentos se vuelven solitarios y muy dolorosos.”, señala.
También sumaron compañía otras madres que pasaron desafíos similares. Que atravesaron pérdidas de embarazos, tratamientos de baja y alta complejidad, o que tuvieron bebés prematuros. Conocieron padres que estuvieron en procesos de duelo por la pérdida de hijos, en salas de espera de médicos buscando la manera de llevar a término las gestaciones, transitaron el camino de la subrogación, o de la adopción en juzgados o participaron en grupos de contención para padres.
“Aprendí que ser familia es una elección y no un camino prefijado. Que todo se trata de amor incondicional y de tener la premisa de buscar ser una fábrica de buenos momentos familiares, mas allá de los momentos complejos que atravesamos. Que formar la familia es un camino de todos los días y que no es exclusivo de lo biológico.”, concluye Eugenia.
Es que mamá, así como familia, no se nace, se hace. O se la dibuja.
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