A comienzos de los 90, Guns N’ Roses era la mejor banda de rock del mundo y una usina de noticias polémicas. Sus visitas a Buenos Aires dejaron escenas de fanatismo explícito entre los adolescentes y un tendal de artículos amarillistas. Nuestra cronista estuvo allí y así lo recuerda.
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Fotos archivo La Nación
(Esta nota fue originalmente publicada en octubre de 2016 en vísperas de los recitales en Buenos Aires y Rosario)
Una chica acostada en la vereda levanta su pelvis al cielo y ese cielo es el piso 11 del hotel Hyatt. Son los primeros días de diciembre de 1992. Hay muchísimos jóvenes a los pies del edificio y gritan hacia esa misma ventana que es todo misterio y de la que no esperan mucho: apenas con ver una mano ya justifican la vigilia. Las cámaras filman a los fans y los periodistas les preguntan –capciosos–: “¿Qué significa Guns N’ Roses para vos?”.
¿Qué significaba esa banda para aquellos jóvenes de los 90? Lo respondían ellos, los que hacían guardia, pero podrían responderlo también todos los que irían el 5 y el 6 de diciembre a los recitales en River y lo podrían responder también quienes lo miraban por tevé y deseaban estar ahí, pero no podían y entonces escuchaban sus canciones y empapelaban sus habitaciones con los posters que traían las revistas de la época, como la 13/20. Pero volvamos a aquel día de diciembre: una de las chicas que responde a los movileros es Cynthia Tallarico, una chica más, parecida al resto: “Son mi vida”, dice, inocente. Ahí la historia agrega su ribete trágico porque ella se había rateado del colegio y su padre la ve en el noticiero y le prohíbe ir a esos dos recitales a los que ella había anunciado ante cámaras que iría. La chica, que tenía 16 años, se suicida con un revólver que él guardaba en su casa. El padre, acto seguido, agarra la misma arma y se mata también. Y entonces más polémica porque a los medios no les interesaba ver qué cuerdas tensas habían desencadenado en la historia familiar esa escena. Les interesaba otra cosa y así lo titularon: “Guns N’ Roses causa tragedia familiar”. Un ingrediente más que se sumó a otros que ya venían igual de amarillos. Porque cuando la banda liderada por Axl Rose llegó al país, como parte del Get in The Ring Motherfucker Tour, se encontró con una boca de tormenta que se alimentaba de rumores sobre la quema de la bandera argentina en un recital en París o un supuesto dicho de Rose sobre limpiarse las botas luego de pisar tierra argentina. En el medio de todo eso, cuando saltaban de las páginas de suplementos musicales a la sección Sociedad por sus infinitos escándalos, la verdadera respuesta sobre lo que significaban para esos jóvenes no le interesaba a nadie. Todo era caos.
Forajidos
Desde el presente, todo lo ocurrido entre aquellos primeros días de diciembre se sucede en escenas que se saben casi de memoria, como “Paradise City”, o “Coma”, o cualquier otra canción de esta banda de Los Ángeles.
Y Chiche Gelblung decía: “Axl Rose suele usar calzas con el dibujo de la bandera norteamericana y en un recital quemó una bandera argentina para demostrar que no pensaba venir a este país que le parecía siniestro”.
Y Carlos Menem, entonces presidente, decía: “Son unos forajidos. Lo lógico hubiera sido prohibirlos, pero esto en el mundo hubiera servido para que nos criticaran y nos tildaran de autoritarios”.
Y Antonio Quarracino, entonces arzobispo de Buenos Aires, decía: “Necesitan un tratamiento psicológico muy serio y profundo. Me dejó una sensación muy amarga el espectáculo del día anterior a la presentación del grupo, ocurrido en el hotel donde se alojaban sus integrantes. Esa no es la juventud argentina, sino una parte, pero es lamentable que esa parte haya dado ese espectáculo”.
Una banda americana
Debajo de esa montaña de polémicas, estaba la música: en aquellos años era la banda más importante del planeta, traían en su haber el disco debut más vendido de la historia (Appetite for Destruction, 1987), un disco doble como Use Your Illusion que los consagraba, y amor y odios a granel, como corresponde. Con todo eso llegaban al recital en River. Hicieron dos fechas en 1992. Volvieron por más en 1993. El 17 de julio de ese año, dieron el último concierto (y hace poco compartieron ese recital en versión remasterizada en Spotify). Luego lo que ya sabemos: silencio de radio durante varios años. Banda dividida. Axl diciendo en la revista Billboard en 2009: “Uno de los dos va a morir antes de que haya una reunión”. Se refería a Slash, con quien se decía que tenía el enfrentamiento más importante. Y la banda desmembrada entre Axl, que mantenía el nombre, y los Velvet Revolver, que giraron durante un rato con Slash, McKagan y Sorum. Ninguno generó lo que generaban cuando estaban juntos. El reencuentro fue este último abril en Las Vegas y llegó el anuncio de fechas en Argentina como parte del Not in This Lifetime Tour para noviembre en Buenos Aires y en Rosario. Si se perdona el cliché, podemos decir: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”, como decía el poeta. ¿No somos los mismos? ¿Qué éramos entonces? ¿Quiénes eran ellos?
En las trasnoches de los 90, la Rock & Pop tenía un programa que se había vuelto clásico: Heavy, Rock & Pop. El Ruso Verea era el conductor. Para él, “los Guns eran una banda guarra, una banda que en aquellos momentos reivindicó eso sucio y podrido del rock and roll callejero y que tenía un sonido muy particular y una estética que renovaba la vieja historia”, dice. “Calculá que hace 50 años los diarios en Inglaterra decían: «¿Dejarías que tu hija saliera con un Rolling Stone?». Hoy las madres se mueren de la emoción si pasa eso. Guns N’ Roses reivindicaba todo eso”.
Era, en parte, otro mundo; uno que no quedaba a un clic de distancia. La revista Rolling Stone todavía no tenía una edición argentina y el suplemento Sí! del diario Clarín tenía los derechos de la publicación. Esa idea de otra época se afirma con la reciente noticia de la discontinuidad del histórico suplemento joven. Fernando García, periodista y crítico, trabajó durante esos años en esa sección y recuerda: “Los Guns N’ Roses eran como el objeto noticioso. Las notas que hacíamos sobre ellos eran traducciones y lo poco que podíamos conseguir. Era un grupo que daba mucha prensa. Yo hasta había armado una red, con gente que vivía en Los Ángeles, de productores de allá para que me pasaran chimentos de ellos. Teníamos novedades exóticas de Axl Rose y cuando no había nada, por ahí terminaba haciendo una tapa con dos o tres sucesos. Y uno de los Clubes de Fans era realmente una usina de información. Era todo medio un juego. Yo hablé con Slash dos veces. Hablaba muy enmarañado. Era el grupo del que estábamos pendientes”. A García no le gustaban los Guns: “Dentro de un sistema muy acostumbrado a las visitas del rock le trajo un poco del recuerdo del rock como actividad escandalosa, aunque el escándalo fuera botarate. A mí no me gustaban. Ahí se dio como un quiebre cuando apareció Nirvana y yo estaba más del lado de Nirvana, que era un discurso contrario al glamour del rock star de Los Ángeles”.
Otros tiempos, nuevos tiempos
Eran épocas en las que Google no gravitaba a dos centímetros de cualquier mano. Eran tiempos en los que no existía el celular con 3G, ni con cámara ni con la capacidad de filmar. La prehistoria. Tan lejos se ve todo. Tan otro mundo que en una de sus explosiones de ira, en 1991, Axl se arrojó al público en un recital de Indiana para frenar a alguien que tomaba fotos del show con una camarita. Todo terminó con escándalo, recital suspendido, heridos y Guns N’ Roses prohibido y odiado en la ciudad norteamericana. Pensemos en lo que ocurre ahora: 692.000 videos subidos en los últimos cinco meses, desde ese primer reencuentro en Las Vegas, con Axl empotrado en ese trono de luces desde el que cantó con la pierna lesionada y sus pelos igual de cobrizos y esa misma mirada de magnético desquiciado, con Slash igual que siempre, apenas con unos kilos de más y la mata de rulos intacta. Son cientos de filmaciones de los últimos conciertos dados por ellos. Hay de todo: Axl en Toronto hablando de la detención por portación de armas en Canadá, o tocando “November Rain” con un piano roto en Houston y –oh, sorpresa– riendo por ello. Incluso haciéndole cosquillas a Slash en Filadelfia. Todo está ahí. Cada segundo, desde miles de ángulos, desde miles de pantallas de celular. Todo está en YouTube. Hasta la entrevista que dieron cuando vinieron en 1992 y que se ve tan lejana, tan extraña, casi como un fantasma de revista vieja. Vista a la distancia, esa entrevista es una mezcla entre lo bizarro y lo naíf: Axl con una remera de Argentina negando cualquier desprecio hacia el país. Cuesta pensar en esa olla de presión que representaban. Sin embargo, así lo vivían.
El periodista y escritor Daniel Riera estuvo el día de la conferencia de prensa de Axl ante los medios argentinos. Tenía 22 años y logró hacer una pregunta. No se anduvo con chiquitas, le preguntó sobre el abuso que había sufrido en su infancia y sobre las consecuencias que eso tuvo. Recuerda que Axl respondió franco y amable. Eran meses de algarabía para los periodistas de rock. En un mismo año venían figuras como Keith Richards, Metallica y Nirvana –los eternos rivales de GNR–: “A diferencia del recital de Nirvana, que recuerdo con un sabor amargo y al que el propio bajista definió como un show sin alma, el show de Guns N’ Roses fue una fiesta total. Fue muy fuerte energéticamente. La banda sonó de puta madre y la gente estaba muy feliz”, dice. A Riera le gustaba cierto espíritu setentoso de la banda: “Rescataban en particular esa especie de mística encarnada por el cantante y el guitarrista, una magia que generaban y evocaban, salvando las distancias, a Led Zeppelin”. Y como todo es una red de conexiones, justamente sobre los dos grupos escribió libros, aunque fue el de los Guns en 1992 el que vendió más. Las manzanas podridas, así se llamó. Lo realizó junto con Eduardo Berti. Era de Editora AC y salieron cuatro ediciones de 2.000 ejemplares cada una. Fue el libro más vendido de su carrera hasta ahora, aunque no fuera un libro de autor. Allí se leía: “El interés de los adolescentes por la música que escuchaban sus hermanos mayores es una de las claves del éxito de Guns N’ Roses. Ni las artificiales glam rock (Poison) ni el soft rock (Bon Jovi, Europe) ni mucho menos cualquiera de los exponentes del almibarado pop o el tecno para discotecas convencían a aquellos que sí se sintieron atraídos por Guns N’ Roses”.
Riera recuerda que para buscar información iba a Florida a comprar revistas extranjeras y le había encargado a una editora que consiguiera el libro Appetite for Destruction, que había escrito sobre ellos Danny Sugerman, autor también de la biografía de The Doors, No One Here Gets Out Alive. Entre las fuentes del libro de Riera se encontraba también Guns N’ Roses: Low Life in The Fast Lane, de Eddy McSquare.
Ave Fénix
El Ruso Verea todavía tiene fresco ese día que llegó al estadio para hacer el móvil desde el recital: “Mirá que por ahí no tocan porque está todo muy denso”, cuenta que le dijeron cuando llegó al estadio para hacer la transmisión. “¿Vos me preguntás qué fue eso?”, dice. “Fue parte de una locura y un delirio que nos hizo vivir el show de los Guns con una tensión tremenda e insostenible, en medio del menemismo, cuando creíamos que le íbamos a empatar al dólar y que iba a haber alargue. En ese delirio hicieron todo lo posible para que los Guns fueran el demonio que llegaba a la ciudad. A esto súmale que una nena se suicidó. En un contexto de una banda que venía a tocar rock. ¿Por qué todo eso? Porque se van exacerbando cosas de la idiotez humana”.
No son solo los cuerpos, los suyos, los nuestros, los que cambiaron. Los kilos de más, las arrugas. ¿Qué pasó en el medio? ¿Qué representan en el panteón de la historia del rock? ¿Son como el ave fénix? ¿Son pajarracos? Verea dice: “Hoy, a 20 años de todo eso, yo no puedo poner en duda que el negocio necesita que vengan bandas del estilo de Guns N’ Roses. Pero entran en otro terreno, no son los adolescentes que llegan a tu casa y pueden revolverte todo, son señores con 20 años más que están prácticamente limpios y que vienen a tocar de la mejor manera posible y a seguir mostrando aquello que fue un golpe en el pecho a la historia del rock”.
Fernando García se para en la vereda de enfrente: “Fueron una representación estereotipada del chico malo del rock, aunque dentro de ese estereotipo hay algo genuino. Lo que pasó con ellos podría haber pasado con los Stones si hubieran venido en el 74. Un grupo del que todo el mundo se está tratando de informar: qué consumen, qué rompieron, cuántas minas llevaron a su habitación. De esta vuelta yo no espero nada realmente. Creo que toda la cultura rock funciona con el reloj al revés. Hay un fenómeno grande de generaciones nuevas que están con la música que les corresponde por edad y con otra de la que no formaron parte y es una masa grande que puede llenar estadios. Pasó con muchos y no esperaron 20 años para venir a tocar”.
“Escuchá el primer disco y decime cuántos otros discos de los últimos 20 años provocaron eso”, desafía Verea. “Si seguís con el rock and roll, la sociedad te condena. Si te transformás, la sociedad dice: «Se aburguesó». ¿Qué espero? Que suenen lo mejor posible, que lo disfruten ellos, y si lo disfrutan, lo disfrutaremos nosotros. Vamos a ver una banda de rock and roll que hace 20 años hizo lo que pocas bandas lograron: revolucionar y conmover un ambiente que en el mainstream cada vez provocaba menos cosas nuevas e interesantes”.
Habrá que esperar. Vienen tocando “Estranged” en sus recitales. Bello tema de Use Your Illusion II, que tuvo el video que en su momento fue el más caro de la historia y que incluía una escena de Axl nadando con delfines en el mar. Quizás aquí también pase. Quizá se escuche: “Y ahora que te han roto/Sacaste tu cabeza de las nubes / Estás de vuelta en la tierra / Y no hablas tan alto / Y no caminas tan orgulloso / No más, y para qué”. Guns N’ Roses está de nuevo en la tierra.
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