El día que el chutney les ganó a los perfumes
Traer un regalo de un viaje siempre fue un incordio. Nunca es fácil elegir ni sencillo lograr comunicar lo que uno quisiera a la persona que se intenta agasajar. Y un regalo al fin y al cabo es eso: comunicar algo.
En los ochenta lo infalible era un disco (cuando no existían todavía los CD) editado afuera y que no se podía conseguir en la Argentina o un par de zapatillas Nike o New Balance en el caso de los chicos. En los noventa, en cambio, el regalo del viajero casi se acotó a un rubro: los perfumes. Pero a partir del siglo XXI, con la globalización e Internet a todo vapor, la comida comenzó a ganar un espacio que era impensado años antes.
Incluso los free shops de los aeropuertos empezaron a adaptar sus espacios para incluir cada vez más alimentos locales. No es algo sólo de los argentinos: es una tendencia global. De repente la gente empezó a preferir un chutney de alguna región francesa a una remera que dijera Paris o un paquete de pasta seca a un llavero de la Torre de Pisa. Creo que todo tiene que ver con dos aspectos que definen nuestra época: la importancia de la experiencia y la idea de compartir. Así como uno postea una foto en Facebook sobre su viaje para que vean sus amigos, también desea poder compartir con ellos el aroma y el sabor de esa vivencia tan especial. ¿Y qué mejor forma de lograrlo que traer productos locales para comer?
Además no sólo se trata de regalar, sino también de que ese regalo forme parte de una reunión social para cocinar algo exótico (nunca sale como el original, cabe aclarar) y contar las anécdotas que rodean a ese plato o producto. Esa información transformada en experiencia es un regalo que hoy no compite con casi ningún otro. Sin embargo, todavía hay gente que insiste en regalar un perfume cuando regresa de un viaje. La sensación es bastante vacía porque uno sabe que ese perfume fue manoteado de un estante de un free shop y que en el fondo significa más un acto de compromiso que otra cosa. En cambio, recibir un curry de alguien que estuvo en la India, por mencionar algo, o una botella de alguna bebida espirituosa y exótica que aquí no se consigue representa un acto de cariño. Conozco personas que con menos dinero de lo que invertirían en varias remeras de mal gusto trajeron alimentos, pequeñas joyas locales, que transmiten cultura, conocimiento, de la manera más primitiva: a través del paladar.
Otra cosa interesante es que todos los lugares tienen un alimento o comida con características locales. No es necesario pensar en un viaje al exterior. En las regiones argentinas, por ejemplo, existen pequeños "secretos" gastronómicos que expresan mucho y que me encantaría recibir de regalo. Más que una remera, seguro.