Cinco disparos sonaron el 8 de diciembre de 1980 frente al edificio Dakota. El músico, pacifista y figura de culto era asesinado. La historia de una muerte temprana en manos de un desconocido que alcanzó la fama.
En una entrevista con la revista Playboy publicada el 5 de diciembre de 1980, John Lennon dijo: "No creo en el ayer. La vida empieza a los 40, o al menos eso dicen. ¿En qué creo entonces? En todo lo que está por venir". Tres días después, una serie de certeros balazos lo barrieron de la existencia y acabaron con los ideales de toda una generación.
Lennon, figura de culto, dios del rock, murió demasiado humano, desangrado en la puerta de su casa, en manos de un hombre que, aquel 8 de diciembre, tuvo la faena demasiado fácil. Nació entonces su mito, vigente desde hace cuatro décadas gracias también a su patético victimario.
Mark David Chapman era el único hijo de un sargento de la Fuerza Aérea norteamericana y una enfermera. Fue criado en un hogar violento, mostró rasgos depresivos y paranoides desde chico, y a los 22 años tuvo su primer intento de suicidio. Estuvo internado en un psiquiátrico y al salir se mudó con su madre a Hawái. Con nueva vida y aparentemente recuperado, planificó un viaje de seis semanas alrededor del mundo que le reservó a una agente de turismo de origen japonés llamada Gloria Abe. Visitó Tokio, Seúl, Hong Kong, Singapur, Bangkok, Delhi, Beirut, Ginebra, Londres, París y Dublín, y al regresar se puso de novio con Abe. Se casaron en 1979, pero la felicidad duró poco. Según contó ella, durante el breve período que vivieron juntos antes del magnicidio hubo varias situaciones de violencia: él no podía escapar de sus demonios.
Fanático de los Beatles desde sus días de colegio, cristiano practicante y con un fuerte instinto de culpa, destruyó sus discos el día que Lennon proclamó en una entrevista con el London Evening Standard que los cuatro de Liverpool eran "más populares que Jesucristo".
En Hawái, alternando un trabajo temporal como guardia de seguridad con visitas a una biblioteca local, se habría obsesionado con un texto que cambiaría su destino:
El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger
. El libro resultó controvertido por su lenguaje provocador, sus referencias a sexo, tabaco y alcohol y su factible poder de instigación a las masas. En una de las tantas entrevistas que Chapman dio en estos 40 años, contó que se identificó con su protagonista, Holden Caulfield, y con "su difícil situación, su soledad, y su alienación de la sociedad", y que a partir de esta lectura desarrolló un odio profundo por todas las cosas falsas. Motivado por esa novela –icónica de la rebeldía adolescente– y por John Lennon: un día a la vez, de Anthony Fawcett, direccionó su rabia hacia el artista, "un impostor que abrazó virtudes e ideales que no practicaba". Cociéndose en ese caldo decidió que debía librar al mundo de su presencia.
En octubre de 1980, con 25 años, renunció a su trabajo. Ese último día firmó en la planilla de ingresos y egresos como John Lennon. El 5 de diciembre, con una pistola calibre 38, una munición de balas huecas en el bolsillo y la firme decisión de asesinarlo, viajó a Nueva York.
John, harto y alejado de los Beatles, se había convertido en un activista contra guerras y demás atropellos que avergonzaban a Occidente, y coqueteaba con el comunismo desde las letras de las canciones que componía en solitario. Después del período que él llamó Lost Weekend –el anárquico recreo que se tomó de Yoko entre 1973 y 1975 para instalarse en Los Ángeles con su secretaria y amante de origen chino, May Pang–, llevaba un lustro viviendo nuevamente en el edificio Dakota y viendo crecer a su hijo Sean, como dedicado padre de familia. Los detractores de la "diabólica", "extranjera" Ono dirían que ella lo tenía secuestrado "en aquellas siniestras habitaciones del séptimo piso", cocinando pan casero, cambiando de ropa a un niño pequeño y enviándolo a hacer mandados. Exageraban, o no. Con el material reunido durante las tres semanas que había compartido con él para completar la nota de Playboy, el periodista David Sheff escribió un libro, All We Are Saying. En él recordó la vivencia increíble de poder observar desde tan cerca la intimidad del ídolo. Lo que más lo conmovió fue, precisamente, ver al músico en su cocina, horneando. Lennon comparaba esa experiencia con cualquiera de sus más grandes logros: "Después de todo el tiempo y el cuidado que has puesto en mezclar y amasar, tener este pan fresco y perfecto es algo de lo que estar orgulloso, ¡incluso para un Beatle! (...) Tomé una foto Polaroid de mi primera hogaza. No podía creerlo, era como un álbum saliendo del horno en ese instante". Esta versión light despertaba críticas y elogios entre sus seguidores, que arriesgaban originales teorías: si lo que realmente horneaba no sería cocaína, si se merecía cierto orden después de una vida de excesos, si no estaría pensando en abrir una panadería…
Hay una novela, The Dakota Winters (2018), de Tom Barbash, que cuenta una historia de vecinos en el famoso edificio del Upper West Side, los meses previos al asesinato. El protagonista, Buddy Winter, y Lennon son amigos y se llaman entre ellos los maridos del Dakota. Barbash usó como contexto de su ficción aquella faceta del artista, que incluía otros curiosos detalles: había aprendido a navegar, se fue con su hijo en su propio velero a Bermudas a componer y estuvo cerca de naufragar en un temporal.
El 9 de octubre había cumplido 40 años. Para la ocasión, Ono contrató a un piloto que dibujó nueve veces seguidas en el cielo de Manhattan, frente a su casa: Feliz cumpleaños John & Sean - Love Yoko. El niño, que había nacido el mismo día que él, vio el homenaje desde la terraza del Dakota. Pero él se lo perdió: llevaba días encerrado en su estudio de grabación trabajando en Double Fantasy –el disco con el que volvía a la música después de cinco años– y justo en ese momento dormía la siesta.
Double-Fantasy salió a la venta el 17 de noviembre y se convirtió en disco de oro. Era un proyecto común, con siete temas de él y siete de ella. A través de sus letras se podía espiar la intimidad de la pareja y su vida sosegada. Aparecen allí, como declaración de amor, dos de sus baladas más sensibles: "Woman" y "Beautiful Boy". La primera fue compuesta en Bermudas como una carta de agradecimiento a Yoko: "Surgió porque una tarde soleada de repente me di cuenta de lo que las mujeres hacen por nosotros. (...) Las mujeres realmente son la otra mitad del cielo. Es un ‘nosotros’ o no es nada. (...) ‘Woman’ me golpeó como una ráfaga, y salió así". La segunda es una nana dedicada a su hijo. En ella escribe su célebre frase: "La vida es lo que te ocurre mientras estás ocupado haciendo otros planes". Además, estaba preparando su octavo trabajo de estudio, publicado de forma póstuma en 1984 con el nombre de Milk and Honey.
El día de su muerte había bajado a cortarse el pelo para una sesión de fotos que más tarde tuvo con Annie Leibovitz, para ilustrar la tapa de Rolling Stone. Él se negó a posar sin Yoko, y Yoko se negó a sacarse la ropa. La imagen obtenida documenta su, tal vez, último gesto de amor: acostados, John desnudo abrazándola en posición fetal y dándole un beso. Publicada el 22 de enero de 1981, en 2005 fue elegida por la Sociedad Americana de Editores de Revistas como la mejor portada de los últimos 40 años. Leibovitz debía volver a ver a Lennon tarde esa noche. Pero la detuvo el llamado de Jann Wenner, editor de la revista, para decirle que alguien que coincidía físicamente con su descripción había sido baleado en la puerta del Dakota y estaba siendo trasladado en grave estado a un hospital.
Por la tarde, durante una última entrevista que hizo para la radio RKO de San Francisco había estado particularmente animado. Al recibir al locutor Dave Sholin, le dijo: "Bueno, aquí estoy amigos, ¡el espectáculo está listo para comenzar!". Hablaron de su defensa de la paz mundial y el feminismo y de las causas perdidas de la década del 60. La entrevista terminó irónicamente: "Creo que mi misión no estará terminada hasta que no esté muerto y enterrado, y espero que eso sea dentro de mucho, mucho tiempo".
Ese día, Chapman estuvo merodeando los alrededores del Dakota. Pasó horas en la esquina, se cruzó con Sean cuando el chico bajó con su niñera y conversó brevemente con Paul Goresh, un fanático de Lennon devenido "amigo" que solía esperarlo en la puerta de su casa para saludarlo y tomarle fotos. Chapman le contó a Goresh que deseaba que Lennon le autografiara su copia de Double Fantasy. Cuando el ídolo bajó para ir a Record Plant, efectivamente le firmó el álbum, y Goresh les sacó una foto. "¿Eso es todo, querés algo más?", le preguntó John al desconocido. Años más tarde, Chapman le diría a Larry King que en ese preciso instante el Beatle supo subconscientemente que estaba mirando a su asesino.
La crónica cuenta que alrededor de las 22.50 de ese 8 de diciembre, cuando Lennon llegaba del estudio de grabación, bajó de su limusina, pasó por delante del joven, y éste le gritó:
—¡Mister Lennon!
Entonces apuntó su pistola 38 y disparó. De cinco tiros, cuatro impactaron en su hombro, tórax, pulmón y arteria subclavia izquierda. Chapman se quedó inmóvil, idiota y errático, con los brazos en alto y sin mostrar resistencia, hasta que fue detenido. El músico llegó a caminar hasta el pórtico del Dakota. Tirados a su alrededor quedaron los casetes de Walking on Thin Ice, que había grabado un rato antes. El portero intentó hacerle un torniquete con una corbata antes de que fuera llevado en patrullero al Hospital Roosevelt de la calle 59. Pero, cargado en hombros de dos policías, entró sin signos vitales y fue declarado muerto a las 23.15. Stephen Lynn, el director del servicio de emergencias que certificó el deceso, contó tiempo después que al atenderlo no sabía que se trataba de Lennon. Había sido ingresado bajo el seudónimo de John Doe, un nombre ficticio habitualmente usado en Estados Unidos para preservar intimidades varias, y descubrió su verdadera identidad cuando una enfermera sacó su billetera de un bolsillo: "No se parecía en nada a su imagen en vida. Estaba gris, chupado, pálido (…) Podríamos haber dado fe de su defunción nada más ingresar. Pero en urgencias hay que aprovechar cualquier pequeña oportunidad de salvar una vida (…) Hice una intervención quirúrgica, abrí la parte izquierda del tórax, y tomé su corazón con la mano derecha. Tal vez podría empezar a funcionar… Tener en mis manos el corazón de mi generación me hizo sentir triste por no haber sido capaz de salvar su vida esa noche". Pero parece que Lynn nunca entró a la sala de reanimación y solo quiso volverse funestamente famoso. Hace unos años fue duramente cuestionado por las tres enfermeras y el médico, David Halleran, que sí estuvieron allí esa noche. Ono le pidió públicamente que se calle y deje de dar notas en los medios.
La desaparición de Lennon sacudió el planeta. Para honrarlo, durante varios días fanáticos conmocionados organizaron vigilias en la puerta del Dakota. No hubo funeral. Sus restos fueron cremados en el Cementerio Ferncliff de Westchester y, aunque Yoko nunca habló públicamente del tema, se cree que esparció sus cenizas en el área de Central Park en donde años más tarde se crearía Strawberry Fields. En junio de 1981 lanzó un álbum en solitario, Season of Glass, con una impactante portada: los lentes que llevaba el músico al momento de su muerte, manchados con sangre.
Chapman fue procesado y trasladado a un hospital para establecer su nivel de insania e inimputabilidad. Fue calificado de psicótico límite. Para sorpresa de todos, también de sus abogados, el 22 de junio de 1981 se declaró culpable. Recibió una condena de entre 20 años y prisión perpetua y ya lleva 11 audiencias de excarcelación denegadas, la última en agosto de este año. "El Señor quería que me declarara culpable", dijo en cierta ocasión desde la cárcel de Attica. "Dispararle a Lennon era una respuesta a todos mis problemas, supongo. Fue como cancelar todo mi pasado, poder darme otra identidad". Pero aunque admitió sus frecuentes episodios de esquizofrenia y paranoia, aseguró que al momento de dispararle se encontraba absolutamente bajo control de sus facultades.
En septiembre de 2010, Chapman les dijo a las autoridades de la Junta de Libertad Condicional que en su lista de objetivos habían estado, además, Johnny Carson, Elizabeth Taylor y George C. Scott, pero el Beatle le pareció el más fácil y accesible. Como curiosidad adicional, el cantante James Taylor y Chapman se habían conocido un día antes del magnicidio, en una estación de metro de Nueva York: "Me inmovilizó contra una pared, estaba todo sudado, como en trance, y me soltó un discurso extraño sobre cómo iba a ponerse en contacto con Lennon. Fue surrealista hablar con el tipo que 24 horas después iría a matarlo". Taylor era amigo de John y vivía a pasos del Dakota, y esa noche de diciembre de 1980 escuchó perfectamente los cinco disparos que acabaron con la vida de la deidad de Liverpool.
El 9 de octubre de 1985, día en que el Beatle hubiera cumplido 45 años, se inauguró oficialmente en el extremo Oeste de Central Park de Nueva York una sección de 2 hectáreas en forma de lágrima, que se extiende entre las calles 71 y 74 y que fue llamada Strawberry Fields, en referencia al tema de 1967 de los Beatles. Por esa zona, contó Yoko, la pareja dio su último paseo.
El diseño fue de Central Park Conservancy y la viuda aportó un millón de dólares para los trabajos de jardinería y posterior mantenimiento. La pieza central, el mosaico de mármol gris y blanco con la inscripción Imagine, fue concebida por Ono a partir de un mosaico antiguo que había encontrado en Nápoles. "La gente de Nápoles estaba encantada. Enviaron a un grupo de artesanos a Nueva York para incrustar el medallón, copia fiel de su diseño", contó la investigadora emérita del parque, Sara Miller.
Pero Strawbery Fields no es solo eso, sino un jardín de paz concebido más como naturaleza que como cultura, para cuya concreción contribuyeron más de 100 países, incluida la Argentina. En agosto de 1981, Ono había publicado cartas en varios diarios del mundo pidiendo donaciones para crear un memorial que perpetuara el sentimiento de paz mundial que ella y Lennon habían abrazado. Escribió: "John se habría sentido muy orgulloso de este regalo, una isla que lleve el nombre de su canción, en lugar de una estatua o un monumento (…) Será bueno tener el mundo entero en un solo lugar, creciendo todos juntos en armonía". Se recibieron arbustos, piedras, flores, árboles y plantas nativas, desde un roble de Gran Bretaña y bulbos de tulipanes de los Países Bajos, hasta arces de Canadá y cornejos de Mónaco.
En las cuatro décadas transcurridas desde el asesinato, Ono se encargó de administrar su patrimonio y su memoria, mientras siguió promocionando su propia obra. Aunque hoy tiene 87 años y se mueve en silla de ruedas (acaba de ceder la gestión de sus millonarios negocios a Sean), sigue manifestándose públicamente en varias causas, especialmente contra el uso de armas en Estados Unidos. A lo largo de los años, aun sin haberlos provocado, tuvo que capear decenas de escándalos que sobrevivieron a su marido. Algunos de ellos, bastante domésticos, como el de sus diarios personales. En el revuelo que sobrevino al magnicidio, se los llevó del Dakota su asistente personal, Frederic Seaman, para (según dijo) dárselos a Julian, el hijo relegado. Adujo que había sido un pedido de John. Pero lejos de eso, se los pasó a un periodista, Robert Rosen, que los transcribió en el controvertido libro Nowhere Man: The Final Days of John Lennon. Seaman fue detenido, se declaró culpable de hurto agravado y en 1983 fue condenado a cinco años de libertad condicional. Aunque tiene prohibidísimo mencionar al ídolo y sus circunstancias, siguió eventualmente difundiendo fotos y relatos íntimos de la pareja, con lo que cada tanto Yoko vuelve a demandarlo. Los diarios, a todo esto, volvieron al Dakota. Pero la artista se olvidó de ellos y en 2006 volvieron a robarlos. En esta oportunidad fue su chofer, un turco de nombre Koral Karsan. Detenido en Rikers Island, una de las cárceles más estrictas del Estado, prefirió declararse culpable a cambio de que lo deportaran a su país de origen. El juicio siguió en Turquía, y de un lado y otro del océano Ono y el hombre se acusaron mutuamente de maltrato, actos inmorales, robo, esclavitud y extorsión.
En 2012, Chapman pasó de Attica a la cárcel Wende Correctional Facility, en el oeste de Nueva York, sin perspectivas de libertad condicional en lo que le quede de vida. La realidad es que para el magnicida de una de las mayores leyendas del rock, una prisión es el lugar más seguro en el que puede estar.
Casi no sociabiliza con los demás presos, pero recibe la visita de quien todavía es su mujer, Gloria Abe, devota y fiel durante estas cuatro décadas. Se supo que por esos días de 1980 ella siempre estuvo al tanto de los planes de su marido. En varias ocasiones, él había llegado a su casa agitado, diciendo que para hacerse un nombre debía acabar con el Beatle, pero Abe no reaccionó. Chapman llegó a culparla por no haberlo detenido: "Todavía tengo un resentimiento profundo por el hecho de que no haya ido a contarle a nadie, ni siquiera a la policía". La mujer miraba La familia Ingalls esa noche en que un zócalo informativo en la parte inferior de la pantalla anunció el deceso del músico. Supo instintivamente que el responsable había sido su marido. Ocasionalmente dio entrevistas y contó que tienen intimidad al menos una vez al año. Entonces se les permite compartir hasta dos días seguidos en una casilla rodante dentro de la prisión, con cocina pequeña y baño, y se pasan la mayor parte del tiempo cocinando pizza y mirando en televisión el programa La rueda de la fortuna.
Hace pocas semanas, cuando volvieron a negarle la libertad, Chapman se disculpó con Yoko y dijo merecerse la pena de muerte: "Solamente quiero reiterar que lamento mi crimen. No tengo excusa. Esto fue para glorificarme. No lo maté por su carácter o por la clase de hombre que era, sino porque era muy, muy, muy famoso y yo estaba buscando la gloria personal. Esa es la única razón".
Quedan en el aire varias teorías arriesgadas, forzadas o conspirativas, como que Lennon se suicidó, que fingió su muerte porque quería vivir en paz y lejos de la mirada pública y que Chapman era un agente de la CIA programado mentalmente para acabar con él porque se había convertido en un dolor de cabeza para la derecha estadounidense. "Ya tenés el álbum y Lennon lo firmó, solo andate a casa", pensó Chapman mientras lo esperaba esa noche en la esquina de la 72 con Central Park West. Pero una lucha interna se lo impidió: "Lennon pasó junto a mí y escuché en mi cabeza «hazlo, hazlo, hazlo», una y otra vez… Debo haber apuntado, pero no lo recuerdo. Simplemente apreté el gatillo cinco veces, sin sentir ninguna emoción. No hubo ira, solo un silencio total en mi cerebro". El mundo entonces perdió a su más célebre soñador.
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