"Mateo nos da trozos de belleza pura en sus canciones", escribió Jaime Roos en su reseña de Cuerpo y alma para el semanario Jaque, en 1984. En ese texto, también, reformula la frase de John Lennon sobre Elvis Presley y sentencia: "Antes de Mateo (1966), la nada".
Fue a mediados de los 60 que Eduardo Mateo y Rubén Rada, con El Kinto como plataforma, inventaron el candombe-beat: un sincretismo entre el sonido afro de Montevideo, el impacto global de la música de los Beatles y la bossa nova.
A 80 años de su nacimiento, y a tres décadas de su muerte, Mateo es una figura de culto en el Río de la Plata. En Cuerpo y alma (Sondor, reeditado por Little Butterfly Records) conjuga la influencia de la música mística de la India –que ya había experimentado en su disco junto a Jorge Trasante– con el candombe intimista e inusual del indispensable Mateo solo bien se lame. A pesar de que la portada lo muestra sonriente, posando al lado de las bolas de concreto que rodean el Obelisco montevideano, fueron tiempos difíciles, por abuso de sustancias tóxicas, por su paso por calabozos y hospicios psiquiátricos. La grabación fue ardua, pero el resultado es extraordinario: "Nombre de bienes", "El Tungue Le", "Lo dedo negro", y más.
El aporte de Urbano Moraes, el "Nego" Haedo, los hermanos Fattoruso, Pippo Spera, Susana Bosch y las voces de Travesía (Mariana Ingold, Mayra Hugo y Estela Magnone) trazan un mapa de la más maravillosa música de la Banda Oriental.
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