El 8 de junio de 1982, el Grupo 5 de Caza de la Fuerza Aérea Argentina hundió al buque Sir Galahad y dejó fuera de combate a su gemelo, el Sir Tristam; el ataque, la mayor desgracia británica desde el final de la Segunda Guerra Mundial, detuvo la embestida sobre Puerto Argentino y evitó la entrada triunfal de los Guardias Galeses, custodios del Palacio de Buckingham
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El 8 de junio de 1982, los hogares Gran Bretaña se conmocionaron antes las imágenes que transmitió la BBC por televisión desde Islas Malvinas. Nunca antes, desde el comienzo de la guerra, habían reflejado el horror de tan cerca. Se veían columnas de humo y se escuchaban las explosiones. Pero, por sobre todas las cosas, mostraban el traslado de los soldados muertos y aparecían en primer plano los rostros de los heridos. En el buque Sir Galahad y su gemelo, Sir Tristam, las pérdidas eran totales.
Los televidentes distraídos que hubiesen escuchado el reporte sin prestar demasiada atención, podrían haber pensado que se trataba de una obra de teatro. Una nueva versión del Rey Arturo, junto a dos integrantes de su mesa redonda: Sir Galahad, “el más perfecto de todos los caballeros”, y Sir Tristam, “el segundo caballero más valiente del mundo”. En esta nueva versión, de acuerdo al relato de la BBC, ambos eran masacrados.
La imagen, que en televisión se repetía una y otra vez, reflejaba una bola de fuego que emergía delante del puente de mando del buque logístico y de desembarco RFA Sir Galahad, estocado de muerte por el Grupo 5 de caza perteneciente a la Fuerza Aérea Argentina.
Un lugar seguro
Todo comenzó antes del amanecer, el martes 8 de junio de 1982. El buque auxiliar Sir Galahad, dedicado al reabastecimiento general, que transportaba tropas, equipos, combustible, municiones y carga general, arribó a Bahía Agradable. Se trata de un páramo inhabitado que, a primera vista, parecía seguro. Allí también se encontraba, supuestamente protegido por la geografía de las islas, otro buque auxiliar de similares características, el RFA Sir Tristam.
Iniciaron la descarga del material que debía ser llevado a tierra firme. Estaban demorados debido a que solo contaban con un lanchón de desembarco y una barcaza playa para transportar vehículos de armamento general. Lo más urgente, lo que debían descargar con mayor celeridad, eran las baterías de misiles Rapier de defensa antiaérea, elemento vital para desbaratar posibles incursiones aéreas enemigas. Todo marchaba bien pero la advertencia de una jornada soleada auguró un mal presagio.
Parte del Regimiento de Guardias Galeses, la unidad que tienen a su cargo la custodia del Palacio de Buckingham, famosa por sus chaquetas rojas y sus gorros altos de piel de oso, continuaban a bordo del Sir Galahad . Aún no habían sido llevados a tierra firme.
La mayoría se encontraba en la cafetería principal del barco. Desayunaban, miraban televisión y mataban el tiempo jugando a las cartas mientras esperaban su turno en el único lanchón de desembarco que los transportaría a las playas lindantes.
Ignoraban por completo que, desde un puesto de observación argentino situado en el Monte Enriqueta, monitoreaban sus movimientos. La información era enviada a la Fuerza Aérea Argentina, que desarrollaba un rápido plan de ataque.
Especialistas en armamento del Grupo 5 de Caza prepararon 24 bombas ExPal de 250 kilos manufacturadas en la villa Nanclares de la Oca, provincia de Álava, España (sitio que emergió en la Edad Media y dio lugar a asentamientos templarios). Resolvieron que el ataque a los dos buques británicos fondeados en Bahía Agradable se haría con ocho Skyhawks A-4B del Escuadron I bajo las órdenes del Vicecomodoro Rubén Gustavo “Trueno” Zini perteneciente al Grupo 5 de Caza.
Poco después del despegue, por distintos problemas mecánicos, tres Skyhawk tuvieron que regresar a base. Entre ellos, los dos líderes de la misión: el capitán Alberto Filippini y el primer teniente Autiero, autores de las graves averías ocasionadas a la fragata Argonaut el 21 de mayo. También tuvo que abortar el capitán Pablo Carballo, autor de las averías a la fragata Broadsword el 25 de mayo.
Quedó a cargo de la misión el primer teniente Carlos Cachón. Así, los cinco caza bombarderos continuaron su vuelo hacia el blanco previsto. El joven alférez Hugo Gómez, autor de uno de los dos impactos sobre la fragata Antelope, el 23 de mayo, que ocasionaron su hundimiento al estallar una de las bombas mientras se realizaba su desactivación, fue quien tuvo “a la vista” a los dos buques logísticos.
Su nombre en el aire era “Diablo”. Él desencadenó la sucesión de hechos que marcaron el comienzo de una trágica jornada para la Fuerza de Tareas Británica. “¡Uno, buques enemigos a las cinco!”, gritó en la radio mientras sobrevolaban la línea de costa próxima a Bahía Agradable. Con la palabra “uno” se refería al primer teniente Carlos Cachón.
Los cinco Skyhawk dieron potencia máxima a sus motores y se dirigieron hacia el blanco. La primera oleada fue liderada por Cachón con sus dos numerales, el alférez Leonardo Carmona y el teniente Carlos Rinke. Más atrás avanzaban el teniente Daniel Gálvez y el alférez Gómez.
El lugar se encontraba soleado y con nubes dispersas. El clima de Malvinas no dejaba de sorprenderlos: en su aproximación, segundos antes, los cinco Skyhawks habían salido de un banco de lluvia que tardaron un minuto y medio en atravesar.
El primer teniente Cachón se acercó al blanco sorteando el fuego enemigo. Se dirigió hacia el Sir Galahad. A bordo de los buques se dio la alarma de combate y lanzaron dos misiles Rapier al aire sin lograr impactar a nadie. Los Skyhawk ya estaban sobre ellos. Guy Sayle, mayor de la Guardia Galesa, levantó su vista y tuvo una visión aterradora: los Skyhawks se acercaban rugiendo y abrían fuego con sus cañones.
Cachón soltó sus tres bombas, que tuvieron un vuelo corto antes de dar de lleno contra la estructura del Sir Galahad. El buque se estremeció con las tres explosiones, prácticamente simultáneas, que hicieron detonar toneladas de munición estibadas que aún no habían sido desembarcadas.
Un grupo de Guardias Galeses encargados de los morteros fueron barridos por la fuerza de las bombas. Un profuso hongo de humo negro se elevó en Bahía Agradable marcando el final del buque.
El alférez Carmona observó un misil Rapier que cruzó entre su avión y el de Cachón. Apuntó al blanco, también el Sir Galahad, pero sus bombas se negaron a salir debido a una falla eléctrica en el sistema de lanzamiento. Casi en forma simultánea abrió fuego con sus cañones de 20 mm dando de lleno sobre el buque, acertó en la cafetería del navío que era atendida por personal chino y que pulverizó en décimas de segundos.
El teniente Rinke, que volaba tercero en la formación, lanzó sus tres bombas sobre el navío inglés. No dio en el blanco: las bombas sobrevolaron el buque, rebotaron sobre el mar y se dirigieron hacia una playa cercana donde se encontraba una concentración de vehículos y tropas británicas que pugnaban por desembarcar material bélico. Algunos soldados, en un acto reflejo, hicieron “cuerpo a tierra” antes de que las explosiones sumieran a todos en un desorden total provocando más bajas.
El teniente Gálvez, un salteño de 25 años, criado en el Cerro 20 de febrero, hijo de un visitador médico, volaba a “cero pies”. Es decir, a nivel de la tierra. Le ordenó al alférez Gómez seguirlo en el ataque. Compenetrado con su trabajo, Gálvez sentía como si su Skyhawk y él formaran una simbiosis natural. Al observar las explosiones sobre el Sir Galahad, tomó la decisión de atacar al Sir Tristam y le comunicó a Gómez que bombardeara el mismo buque.
El vuelo era rasante y a Gálvez lo asaltaron varios pensamientos. El primero fue lo grande que era el buque enemigo. Y pensó: ¡No puedo fallar!. Lanzó sus tres bombas y tiró del comando hacia atrás para saltar el navío, ya que venía a muy baja altura.
De inmediato, un golpe tremendo conmovió la estructura de su avión. Gálvez pensó: “Me llevé por delante las antenas del buque, los mecánicos me van a querer matar cuando les entregue el avión en Río Gallegos”. Cruzó sobre la playa con su Skyhawk prácticamente descontrolado y observó a la infantería británica abriendo fuego sobre él.
Las bombas de Gálvez impactaron sobre el Sir Tristam. Una de ellas detonó sobre la plataforma de carga, otra explotó generando un incendio de magnitud al centro del buque, que pronto comenzó a extenderse hacia la popa.
La tercera bomba dio de lleno en el barco, pero no explotó. Esto originó otro grave problema pues quienes tuvieron que combatir el fuego en el interior del buque lo hicieron “a medias”, ya que no tenían medios para desactivar la bomba, que podía explotar de un momento a otro.
Ardían 120 toneladas de municiones cuando apareció en escena el alférez Hugo “Diablo” Gómez, listo para escribir su nombre en los libros de historia. Estaba frente a la posibilidad única de acertar con sus bombas -y quizás herir de muerte- a un buque enemigo. Pero también existía la posibilidad de inscribir su nombre entre los derribados en la misión debido al fuego enemigo que se consolidaba sobre su A-4B, el último del ataque.
Gómez no se apartó de su rumbo. Inició la corrida de tiro, lanzó sus tres bombas y escapó del área perseguido por el fuego antiaéreo.
De inmediato, comenzó la evacuación de los sobrevivientes, entre explosiones e incendios. La embestida final sobre Puerto Argentino se detuvo por, al menos, 48 horas. El regimiento de los Guardias Galeses que se encontraba listo y con su moral alta para ingresar en los combates de la última fase del conflicto, no estuvo presente en ninguno de los combates posteriores debido a las bajas sufridas en Bahía Agradable.
En vuelo rasante, los cinco Skyhawk iniciaron su regreso a Río Gallegos. Varios problemas debían ser atendidos de inmediato. Al alférez Carmona, el tablero de instrumentos se le desprendió y cayó sobre sus rodillas. No quedaba más que manojos de cables de múltiples colores frente a su vista. Voló como pudo, sin ninguna referencia excepto el indicador de combustible. Observaba a su alrededor, atento a la posible aparición de alguna patrulla de Harrier. Al mismo tiempo, a 900 kilómetros por hora, realizaba cálculos para saber si el remanente de combustible lo podría llevar a Río Gallegos. Su conclusión fue que era posible.
El teniente Gálvez, que había recuperado el control de su Skyhawk, puso rumbo al continente. Estaba más tranquilo, tenía mucha confianza en su avión y, además, volaba acompañado por su numeral, el alférez Gómez.
Cuando aterrizó en Río Gallegos, al detener su avión en plataforma, vio que se le acercaba el teniente Autiero junto a otros pilotos. Pensó que era parte del recibimiento que les brindarían a los cinco aviones luego de semejante misión. Pero recién cuando instalaron la escalera en su cabina y logró descender del avión, Gálvez comprendió que el centro de atención no era él: pilotos y mecánicos se arremolinaban alrededor de su Skyhawk para observar los rastros que dejaron tres proyectiles de grueso calibre que lo habían impactado severamente. Uno en el fuselaje, otro sobre el lanzador de bombas que se encontraba deshecho y otro contra el motor, sin que ocasionara la detención de la turbina, que podría haber derivado en su eyección sobre las Islas Malvinas.
En aquella triste jornada para la flota de Su Majestad, murieron 54 soldados ingleses. Otros 48 resultaron mutilados o con heridas graves. Un buque fue hundido y el otro quedó fuera de servicio. Gran parte del material bélico reservado para los últimos de la guerra voló en pedazos o se fue al fondo del mar. Y el regimiento de la Guardia Galesa, custodio de la reina, que se preparaba para una entrada épica en Puerto Argentino, cinematográfica, jamás llegó.
Los halcones argentinos, por su parte, ingresaron en las páginas de la historia aeronáutica moderna. Se convirtieron en leyendas del aire que, pese a enfrentar a un adversario superior, hicieron que ese 8 de junio fuera recordado por los británicos como “el día más negro de la flota”.
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