El debate sobre Notre-Dame que interpela a Occidente
Primero fue el miedo, después el estupor, a esos sentimientos los siguió la tristeza y luego la resignación. Finalmente, como de Francia se trata, vino el debate.
Pocas horas habían pasado desde que los bomberos extinguieran el último foco del pavoroso incendio que estuvo a punto de devastar la catedral de Notre-Dame , en París, cuando algunas de las mayores fortunas del país comenzaron a hacer pública su intención de donar cientos de millones de euros para su reconstrucción. Aunque no todos reparaban en el hecho de que la recuperación de un edificio histórico, que comenzó a construirse en 1163, depende menos del dinero que de una mano de obra artesanal mucho menos frecuente que los euros, el auténtico debate no se debió a quién tenía que hacerse cargo de los costos –¿el Vaticano? ¿el gobierno francés? ¿la Alcaldía de París? ¿los fieles católicos? ¿alguna empresa de seguros?– sino a cómo debe realizarse la reconstrucción. Es decir, si debe procurar devolverle al edificio el aspecto que tenía al momento de desatarse el incendio o seguir un criterio arquitectónico contemporáneo, que deje una marca de nuestro tiempo en una catedral que, de no mediar ninguna tragedia, seguirá siendo venerada por los siglos.
En una discusión intelectual que a muchos recuerda la acalorada polémica que rodeó a la construcción de la cristalina pirámide del Louvre , en los años 80, durante la presidencia de Mitterrand, arquitectos, historiadores y expertos en arte y patrimonio han venido intercambiando opiniones sobre las características que debería tener el nuevo techo de la catedral y si debería incluir una nueva aguja que reemplace a la icónica derrumbada durante el incendio, construida completamente en madera en el siglo XIX. Este es quizás el principal punto de debate, por lo que varios historiadores recordaron que la aguja perdida no era la realmente original, que debió desmontarse en 1786 por temor a una caída. En 1840, el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc se propuso construir una réplica en madera, pero como contaba con información muy parcial sobre el diseño original, la construyó siguiendo el estilo neogótico de la época. Así nos lo recuerda el excelente blog elbarroquista.com, que se ha venido ocupando del debate.
Varios proponen que la nueva aguja sea de cristal, y presentan como ejemplo la nueva cúpula del Reichstag, el Parlamento alemán rediseñado por Sir Norman Foster. Sin embargo, precisan ciertos arquitectos, el cristal es más representativo del siglo XX que de esta época.
Detrás de un aparente debate sobre estilos, se encuentra, en realidad, una polémica mayor sobre el valor de la arquitectura y el significado del arte, la religión y los monumentos, sobre nuestra relación con ellos, sobre el legado, sobre nuestra huella en la Tierra. En un edificio considerado el alma de Francia, el aspecto que asuma en el futuro le hablará a las próximas generaciones sobre cómo era y qué anhelaba aquella de comienzos del siglo XXI, cuando Notre-Dame casi se pierde. Se entiende así porqué el debate es tan central para Europa y para todo Occidente.
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