El crimen de las hermanas Papin
Las criadas, de Jean Genet (obra que se presentó hasta fines del año pasado en el Teatro Alvear), está inspirada en un perturbador caso policial, cuyo impacto aún perdura
Desde su estreno en 1947, la obra Las criadas, de Jean Genet, produjo un fuerte impacto artístico y social. Como se sabe, el autor se inspiró en un caso real, que en su momento la periodista Janet Flanner consignó con estilo inigualable. En la ciudad francesa de Les Mans, las hermanas Christine y Léa Papin, de 28 y 22 años respectivamente, llevaban un tiempo trabajando en la casa de la familia Lancelin. Christine era la cocinera y Léa la mucama. Una noche, en el invierno de 1933, el señor Lancelin, abogado retirado, volvía de pasar la tarde en el club y encontró su casa a oscuras con las puertas trabadas; sólo podía verse un leve resplandor en el ático, el cuarto de las criadas.
Cuando entró con la policía, se vio ante el espectáculo más estremecedor y macabro que registra la historia del crimen en Francia. La señora Lancelin y su joven hija Geneviève yacían asesinadas y mutiladas en la entrada misma de la casa, de un modo cuyos detalles voy a omitir para no perturbar al lector. Las dos hermanas yacían abrazadas en su cuarto, vestidas con idénticas batas azules; se habían quitado la ropa y se lavaron las manos y la cara. También limpiaron y guardaron en su lugar el cuchillo de cocina, el martillo y la jarra de peltre que habían utilizado para la tarea, aunque la jarra quedó bastante abollada.
Sí, habían sido ellas, dijo Christine sin vacilar: todo fue por culpa de la plancha. La plancha andaba mal y la mandaron a arreglar. Al día siguiente volvió a descomponerse y provocó el cortocircuito que dejó la casa a oscuras. La señora con su hija estaban por llegar. Y entonces las mataron para evitar el regaño. En seis años la señora jamás les había dirigido la palabra. A Christine le enviaba notas escritas para comentar sus omelettes. Y para revisar lo que debía limpiar Léa pasaba el dedo con guante blanco.
El juicio a las hermanas Papin convocó a los más prestigiosos cronistas de los medios nacionales. Paris-Soir, por ejemplo, envió a los novelistas Jean y Jérome Tharaud, que firmaban en primera persona como si fueran uno, quienes hicieron una crónica marcadamente ideológica, del lado de las criadas por sentido de clase. El juicio duró en total veintiséis horas. Los expertos psiquiátricos no vieron nada raro en la herencia de las chicas, con un padre dipsómano que violó a la hermana mayor (quien luego se hizo monja), la madre inestable, un primo muerto en un manicomio y un tío que se ahorcó "porque no había alegría en su vida".
El abogado defensor era muy prestigioso y tenía buenos argumentos, pero perdió credibilidad porque jamás había visto a las chicas en persona. Léa no hablaba, y Christine tenía unas visiones poéticas que no conmovieron al jurado, pero inspiraron a Jacques Lacan a escribir un ensayo académico: "Motivos del crimen paranoico, o el crimen de las hermanas Papin". Veía una novia profana colgando de un manzano, con sus piernas y las ramas del árbol quebradas. Se veía levitando en el aire sin esfuerzo alguno. Se preguntaba sobre el destino de las almas. "¿Volverán las almas de la señora Lancelin y su hija Geneviève en otros cuerpos?" "¿Dónde estaba mi alma antes de que yo naciera? "
Entonces trajeron a Léa, a quien no veía desde hacía seis meses. Intempestivamente Christine le gritó "Di que sí, di que sí". Léa, que no pronunciaba palabra desde que las encarcelaran, dijo "Sí, sí". No se sabe bien de qué hablaban, pero Flanner no busca explicaciones: cita el final del Ulyses de Joyce, que también termina con un párrafo celebrante de la afirmación humana.
Léa fue condenada a diez años de cárcel y veinte de exilio. Christine recibió pena de muerte, conmutada por la internación en un manicomio, donde se negó a comer y poco después murió de anemia.