Hace seis años, el Monasterio de Nuestra Señora del Rosario de Fátima fue el escenario insospechado de una maniobra de corrupción que sorprendió al país; hoy las religiosas ya no residen allí y el lugar cambió de dueño dos veces
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El timbre que José López (61 años) tocó tantas veces, con desesperación, aquella madrugada, ya no está. Solo queda su estructura vacía. Tampoco hay rastros del cartel que, junto al portón negro, con letras azules, identificaba al lugar como “Monasterio Nuestra Señora del Rosario de Fátima. Monjas orantes y penitentes”. Lo que aún sigue en pie en el frente de la propiedad, que ninguno de sus dueños posteriores quiso remover, es la casilla del medidor de gas que usó el ex secretario de Obras Públicas del kirchnerismo para ganar altura y revolear bolsos llenos de dólares al interior del convento... Las cuatro monjas (que eran “mujeres consagradas”, a quienes el hoy fallecido arzobispo Rubén Héctor Di Monte autorizó a usar el hábito religioso) ya no viven allí. Los vecinos cuentan que se mudaron a pocas cuadras.
Pasaron seis años desde aquella madrugada del 14 de junio de 2016, cuando José López saltó el portón del convento con la intención de esconder 8.982.000 dólares. Todo quedó registrado por las cámaras de seguridad. Ingresó al lugar como Diputado del Parlasur y se retiró esposado, detenido por la Policía de la Provincia de Buenos Aires, convertido en la imagen definitiva de la corrupción.
Desde entonces, el convento cambió de dueño dos veces. Y si bien las bóvedas donde se dijo que pretendían esconder los dólares fueron cubiertas con cemento, cada tanto aparecen visitantes inesperados que pretenden cavar en el jardín en busca de algún tesoro olvidado.
“Muchos piensan que hay dinero escondido”
La última noticia sobre la propiedad que trascendió a los medios es de agosto de 2021 y daba cuenta de una “increíble fiesta clandestina en el convento de los bolsos de López”. Por aquel incidente dio la cara Sergio Barbeito, quien se presentó ante los cronistas como el nuevo propietario. Sin embargo, hace algunos meses abandonó el lugar. “Me volvieron loco”, dirá más adelante. Los vecinos dicen que hay un nuevo dueño, que visita el predio “prácticamente todos los días”, de quien no conocen el nombre. Hasta hoy.
Luis Basili llega al convento en una camioneta Toyota Hilux blanca junto a su pareja, Bárbara Andino, que sostiene dos perros en su regazo. En el asiento trasero hay otro acompañante, pero no se identifica. Efectivamente, se presenta como el nuevo dueño del lugar, aunque más adelante se definirá como “apoderado”. Explica que visita el convento a diario porque está haciendo él mismo el mantenimiento del parque. “Además, hago arreglos en el interior”, insiste. E invita: “Si quieren, los dejo pasar y tomar algunas fotos... pero no a mí”.
A grandes rasgos, la propiedad, que ocupa toda una manzana, puede dividirse en tres grandes sectores: el antiguo convento con la capilla, la casa donde vivían las monjas y una nueva construcción, sin terminar, con forma rectangular, con un gran salón y 16 dormitorios, cada uno con su baño privado, que confluyen en un patio común.
“Yo soy un apoderado del dueño del lugar. Soy el único que puede decidir si se prende fuego, si arma o desarma algo. Ese soy yo”, dice Basili. Y cuenta que vive en zona norte, que se dedica al rubro editorial: es dueño de Hispanoamericana de España y Lancelot.
¿Cómo llegaron al convento? “Nos encantó el aire místico que irradia el lugar. Muchos piensan que hay dinero escondido en la propiedad y esas pavadas… incluso, algunos vecinos llegaron a decir que hay fantasmas, pero la realidad es que no hay nada de todo eso y acá se respira una paz increíble”, dice Bárbara. Y Luis asiente.
“Acá estaba el dinero”
Un enorme ombú custodia la entrada a la casa principal. Basili abre la puerta y antes de entrar señala la cámara de seguridad que registró la maniobra de López . Parece preocupado por barrer las hojas que se acumularon en el parque. Si bien afuera hace frío, adentro la temperatura es aún menor. Luis culpa a la humedad que tiene el ambiente y a la falta de calefacción. En un rincón hay una salamandra que, según cuenta, jamás logró encender.
“Acá estaba el dinero”, dice mientras golpea una mesa de roble que ocupa el centro de la sala. Hay imágenes de vírgenes y santos desparramadas en el ambiente, además de algunas pinturas cristianas que Bárbara se ocupó de ordenar porque “estaban tiradas por todas partes”.
“¿Quieren ver las bóvedas?”, pregunta Luis. Después de aquella noche fatídica para López, la Justicia ordenó el allanamiento del lugar y se encontraron tres bóvedas debajo de una alfombra, en la capilla, al pie del altar. El “nuevo dueño” ó “apoderado” camina con determinación por el lugar, que parece un laberinto. Atraviesa un gran pasillo en el que confluyen pequeños cuartos, que en otra época servían de dormitorios para los religiosos. Están todos completamente desocupados, sin muebles y mucha humedad. “Si llueve, te mojas menos afuera”, dice irónico.
Al final del corredor, a la derecha, asoma la capilla. También está vacía. Hay un pequeño altar coronado por un crucifijo que Basili hizo con la madera de la cuna de su hijo. Al pie del altar, debajo de una alfombra de color beige pero muy gastada, están las bóvedas que, según relató una de las monjas durante el allanamiento, iban a servir como depósito de los restos mortales del arzobispo Di Monte. “No, ahí no hay nada”, dice Basili. Evidentemente fueron rellenadas con cemento. Su intención es emparejar todo el piso cubriéndolas con cerámicos que sacará de otra habitación. Cuenta, además, que encargó varios bancos que van a ocupar la nave de la iglesia. Ahora mira a su novia y le pide: “¡Cantá el Ave María!”. Bárbara accede, sin soltar a su caniche. Cuando termina su performance cuenta que es cantante y que está trabajando en un tributo a Cristian Castro que piensa grabar en un estudio que montarán acá, en el convento.
El paseo termina en la construcción nueva. La obra está sin terminar. Se trata de una nueva serie de habitaciones privadas, cada una con su baño, que confluyen en un patio interno. “Acá no sabemos bien qué vamos a hacer. Me ofrecieron para geriátrico, pero no me gusta esa idea. Pensé que tal vez puede ser un lugar dedicado a la música. Que vengan artistas que necesiten estar tranquilos para inspirarse y componer…”, dice Luis.
Desde que llegó al convento, recibió propuestas de todo tipo. “Me ofrecieron dinero para filmar una película en el convento, también me quisieron pagar un millón y medio de pesos para hacer una fiesta en el jardín... pero les dije que no. Nosotros no necesitamos la plata y se pierde el sentido del lugar”, dice.
-Luis, para pasar en limpio, ¿compró la propiedad a una asociación?
-No, compré la asociación directamente. Aunque es un tema complejo, no entiendo para qué quieren saberlo.
-Quisiera aclarar cómo llega usted al convento.
-El convento fue donado a la Iglesia Católica, pero cuando pasó lo de los bolsos la Iglesia desestimó la donación y la propiedad volvió al dueño anterior. Yo soy un apoderado del dueño del lugar.
-¿Y quién es el dueño?
-Hay una señora que sigue siendo la dueña de la asociación, pero yo soy el apoderado. Soy el único que puede decidir qué se hace acá: si se prende fuego, qué se arma o qué se desarma. Quiero volver a poner de pie la iglesia, hacer una obra de bien para el barrio y ver si la Iglesia Católica la acepta otra vez. Hasta podríamos poner comedores. Estoy tratando de que vuelva a ser lo que fue, como dice el tango.
-¿Quién cuida hoy a las hermanas? ¿La asociación de la que usted es apoderado?
-Por supuesto. La prensa les hizo mucho daño, dijeron que una monjita de 94 años, que es la hermana Alba, que estaba postrada en la cama, manejaba no sé qué cosa…
-Antes de su llegada, el convento tuvo otros ocupantes. ¿Los conoció?
-No los conocí. Cuando llegué no había nadie, todos se habían ido porque sabían que venía yo.
Una fiesta clandestina en el convento
Entre mayo de 2018 y 2021 Sergio Barbeito (43) fue quien ocupó la propiedad. Su nombre salió a la luz a raíz de la noticia de “una fiesta clandestina en el convento”. Se trata de un empresario dedicado al transporte que en 2019 se presentó como candidato a concejal por el Partido Federal y que actualmente milita con Javier Milei. LA NACION se comunicó con Barbeito para saber cómo llegó a sus manos el convento y el motivo por el cual decidió dejarlo.
“Llegamos al lugar a través de Ana Pronesti -comienza Barbeito-. Ella me hacía la gestoría de los camiones. Yo no sabía -hasta que la vi en la televisión- que ella era vicepresidenta de la Asociación Civil Hermanas Misioneras de Nuestra Señora de Fátima. Les manejaba la administración, pero no tengo muy en claro eso. Un día le pregunté por el convento y me dijo que no sabían qué iban a hacer. Me ofrecí a ayudarla, aunque sea a enviarle gente que les cortara el pasto, porque me dieron lástima las monjas. Así empecé. Al tiempo, me dijo que necesitaban vender el lugar. Me pidieron 350.000 dólares. Les ofrecí una propiedad que tenía -y donde vivieron un tiempo las monjas- y otra parte en dinero a pagar en cuotas. Yo actué de buena fe. Me dieron, hasta que se pudieran hacer los papeles definitivos, un poder ‘absoluto e irrevocable’. Pero después me pusieron muchas trabas para concretar la transferencia del dominio y me fui”, cuenta.
-De acuerdo a los vecinos, usted llegó a vivir en el convento.
-Sí, la propiedad estaba muy abandonada. Le faltaban aberturas que después me enteré que las tenía Pronesti en la casa… ¡hasta la campana de la capilla! Me fui a vivir ahí porque la gente entraba a robar, los yuyos estaban todos crecidos, no había luz... Un desastre. Volví a poner todos los servicios y estacioné algunos camiones en la propiedad para que la gente viera que había movimiento.
-¿Cómo vivían las monjas en esas condiciones?
-Porque mientras vivió el monseñor, todo era color de rosas. Él se llevaba muy bien con todos los políticos. Manejaba todo.
Sergio se refiere al arzobispo emérito de Mercedes-Luján, monseñor Rubén Di Monte, quien falleció dos meses antes de que trascendiera el escándalo de los bolsos de López y residía en el convento. Durante los año 90, Di Monte tuvo un trato muy cercano con el expresidente Carlos Menem y también construyó un vínculo muy estrecho con el matrimonio Kirchner durante sus gobiernos. A su vez, en sus últimos años de vida, se convirtió en el “guía espiritual” del ex ministro de Planificación Federal, Julio De Vido.
-¿Cómo fue su experiencia en el convento?
-Fue difícil porque recibimos amenazas. La gente paraba y se sacaba fotos. Una vez se nos metió un tipo con total impunidad... Mucha gente me decía que había dinero escondido, pero yo nunca vi nada. De hecho, mis amigos me decían que busque, pero... ¿adónde vas a buscar? Eso es enorme. Yo les decía: “Agarrá una pala y buscá vos, si encontrás algo te doy la mitad”. Venían políticos a ofrecerme comprar la propiedad y yo les explicaba que aún no tenía los papeles y me decían que no importaba, qué les diga un número.
-¿En la cuarentena tuvieron denuncias por fiestas clandestinas?
-Eso fue un malentendido. A raíz de todo lo que pasaba, mi hermano, Leonardo, se ofreció a venir a vivir con nosotros, para que no estemos tan solos. Vino con su familia y un día cumplió años su esposa y pasó la familia de ella a saludarla. Fue eso, nada más… un festejo familiar.
-¿Por qué decidió dejar la propiedad?
-Pronesti me daba todo el tiempo excusas para hacer los papeles. Hubo muchas mentiras. Yo no quería quedar mal en Rodríguez, porque acá nos conocemos todos. Decidí irme y me devolvieron la propiedad y el dinero.
-¿Conoció al nuevo ocupante de la propiedad, Luis Basili?
-Sí, lo trajeron de la noche a la mañana. Creo que es conocido del sobrino de la hermana Alba, un tal Enrique Martínez. Querían que yo firmara los papeles para él, pero me negué porque me dio miedo que pasara algo raro y después quedar yo enganchado. Así que dije que no, que si querían venderlo, que lo hagan con la asociación.
El escándalo de los bolsos, que se convirtió en una dantesca representación de la corrupción, terminó con la condena de López a siete años y medio de prisión por tenencia de arma y enriquecimiento ilícito, ya que nunca pudo explicar el origen de esos fondos, que solo atinó a decir que pertenecían a la política, y finalmente fueron donados por orden de la justicia a los hospitales Garrahan y al Gutiérrez.
Distinta fue la suerte que tuvieron las religiosas, aunque no terminaron en la cárcel, también recibieron su castigo. La Iglesia tomó distancia y expresó su “perplejidad” y “sorpresa” por el caso y comunicaron que las religiosas pertenecen a “una asociación privada de fieles cuyo gobierno es autónomo” y que no tienen dependencia directa del arzobispado y luego fueron mudadas del lugar.
En noviembre del año pasado, el Tribunal Oral en lo Criminal N° 1 concedió a López la libertad condicional, luego de haber cumplido las dos terceras partes de su condena y presentado una caución de $14,5 millones que prestaron tres amigos del ex funcionario. También se convirtió en arrepentido en la causa de los cuadernos.
El 24 de mayo último, el periodista Ezequiel Toledo fotografió a José López paseando por la ciudad de Concepción, al sur de Tucumán (provincia que el ex secretario de Obras Públicas soñaba gobernar). Dos días después, el periodista denunció que fue agredido y amenazado de muerte en la puerta de su domicilio por dos hombres que decían que querían hablar con él “por las fotos”.
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