El Colón que no se ve
María Callas, Enrico Caruso, Montserrat Caballé, Pavarotti, Manuel de Falla, Plácido Domingo y Rudolf Nureyev son sólo algunas de las estrellas que iluminaron el escenario mayor de Buenos Aires. Detrás de la escena dejaron un mundo de anécdotas, de secretos y de historias que merecen ser contadas.
Carnaval de 1936, Buenos Aires, cuarenta grados a la sombra. En esos años y por esos días el Colón se convertía en escenario de grandes bailes. Había que ultimar los preparativos para la fiesta, pero el calor era insoportable. A pesar de eso, cientos de personas se dispusieron a terminar de sacar todas las butacas de la platea para que se pudieran mover unos engranajes hidráulicos, que permitían elevar el piso hasta la altura del escenario. El objetivo: convertir el coliseo en un gran salón.
Faltaban pocas horas para que un mundo de gente con originales, máscaras y antifaces se hiciera presente dispuesta a festejar hasta la madrugada. Pero el calor, definitivamente, iba a ser un problema.
Repentinamente, a alguien se le ocurrió una idea que en esa multitud de neuronas acaloradas pareció genial. La única solución posible, pensó el ocurrente, era colocar barras de hielo sobre la bóveda del edificio para que el agua helada enfriase los radiadores. El resultado, como era previsible, estuvo a la vista pocos días después: las pinturas de la cúpula, realizadas por Marcel Jambón, el mismo artista que había pintado el Salón Dorado, comenzaron a agrietarse y se perdieron para siempre.
Durante treinta años ese espacio estuvo pintado de ocre, hasta que el artista Raúl Soldi se ofreció en forma gratuita a poblarlo de sus típicos personajes. Preparó los lienzos en el Teatro San Martín y después, para colocarlos, armó una gran estructura tubular que abarcaba toda la platea.
En 1966 se hizo una función especial de inauguración con un ballet llamado La Cúpula, que fue representado por única vez. Sobre el escenario cobraron vida los mismos personajes etéreos pintados en el techo. Allí estaban, jugando a los espejos, el duende del teatro y los distintos exponentes de la comedia del arte. Raquel Rosetti, que en ese momento integraba el elenco de la escuela de niños del Colón, fue uno de los pajecitos, luego bailó durante muchos años con Julio Bocca y hoy es la directora de la escuela de danza.
El Teatro Colón tiene en su historia una cantidad de anécdotas que vale la pena conocer, porque humanizan una estructura y una infraestructura que a simple vista puede parecer solemne.
Según el diccionario de la lengua española, superstición es la propensión a atribuir carácter sobrenatural a determinados acontecimientos. Y el teatro está lleno de supersticiones que varias veces amenazaron con echar a perder una función. Esto sucedió precisamente la noche de la inauguración, que terminó siendo, créase o no, un verdadero fiasco.
25 de mayo de 1908. Dieciocho años después de colocada la piedra fundacional, cientos de vehículos (carruajes, tranvías y autos) se aglomeraron en las cercanías del teatro, porque justamente ese día se estaba pavimentando la calle Libertad.
Tras bambalinas se encontraban cantantes aterrados. Lily Benmayor, en su libro Nuestro Teatro Colón, relata que inexplicablemente (o no tanto, como se verá después), unos novatos estaban a punto de actuar en la función inaugural. Se había pensado abrir la temporada con Otelo, de Verdi, o con Hamlet, de Thomas, pero ante la reticencia de Antonio Paoli y Titta Ruffo por asumir los roles protagónicos -es una vieja superstición entre los cantantes de ópera que inaugurar un teatro trae mala suerte- hubo que cambiar el programa a último momento y montar Aída a toda velocidad con un elenco de segundo orden.
El resultado fue bastante desastroso, pero el Colón pudo remontar la cuesta de esta primera función y tener momentos de gloria. Imposible sería contar en una sola nota la cantidad de estrellas que pisaron sus tablas. Entre ellas, Callas, Caruso, Caballé, Plácido Domingo, Kraus, Pavarotti, Manuel de Falla, Zubin Mehta, Richard Strauss, Igor Stravinski, Toscanini, Rubinstein y las compañías de ballet más importantes del mundo.
Hoy en día, los grandes artistas se contratan con dos años de anticipación. Dan el aval a los espectáculos de primera línea que se presentan las 500.000 personas que ocupan cada año las butacas del teatro y las 205.000 personas que realizan las geniales visitas guiadas. En ellas tienen oportunidad de conocer a los maestros artesanos que realizan maravillas y que se pasan los conocimientos de generación en generación: sastres, zapateros, escenógrafos, encargados de la confección de pelucas, guantes, sombreros.
La utilería es una carpintería muy especializada. Se realizan muebles de estilo, armas, máquinas y en ella han trabajado escultores muy importantes como Antonio Pujía. En total, 1200 personas trabajan en el Colón. Cuenta con dos orquestas de 130 profesionales cada una, un coro de cien voces, un ballet de 80 personas, técnicos y empleados administrativos.
Eugenio Scavo, jefe de Promoción del Teatro Colón, hay que arrancarle los secretos que él conoce tan bien y que guarda celosamete para volcarlos en un libro. Pero durante la nota tuvo algunos raptos de generosidad.
"La soprano Claudia Muzio venía con su madre cuando actuaba en la Argentina, y antes de empezar la función tiraba agua bendita en el escenario. Quizá la razón era que representaba la ópera La forza..., también llamada La innombrable, considerada de mala suerte. Dicen que Leonard Warren murió cantándola. Parece que se cayó al foso durante la función", asegura Scavo.
Y continúa: "A los bailarines jamás se les desea suerte antes de salir a escena, merde es la palabra, y el gesto, una patada en el trasero. A los cantantes hay que decirles in boca il lupo (tengan el lobo en la boca), a lo que ellos contestan crepe il lupo, que quiere decir que muera el lobo. Las flores también tienen sus códigos. Hubo una vez una cantante que mandó sacar las calas de su camarín".
Y las historias continúan. La bailarina rusa Tamara Tumanova siempre viajaba con su madre y le pedía que barriera el escenario antes de salir a escena. Nadie sabe por qué.
Hay memoriosos que recuerdan a la gran Regine Crespin, adorada por el público argentino. Después de una inolvidable función salió a saludar sola, abrazada al telón. Su altísimo nivel había contrastado notablemente con el del barítono que la acompañaba, en franca decadencia. Lo que en su momento se tomó como un rapto de emoción fue, en realidad, la congoja que tenía la cantante por haber tenido una terrible discusión apenas bajado el telón. Le habían pedido, cosa que obviamente no cumplió, que disminuyera su nivel para igualarse al del barítono. Y una vez concluida la función fue duramente recriminada.
La construcción del teatro también trajo sus bemoles. La gran ciudad tuvo que esperar 20 años hasta ver concluido este coloso que se encuentra entre los ocho mejores teatros del mundo, y en el que se abrazan los estilos italiano y francés.
El primer plano fue encargado al arquitecto italiano Francisco Tamburini, el mismo que remodeló la Casa de Gobierno para darle su aspecto actual. Pero Tamburini murió en 1891, dejando la construcción a medias. Lo reemplazó Víctor Meano (responsable de la construcción del Congreso). Meano era su colaborador más estrecho y tenía en ese entonces 30 años. Después de un impasse por problemas económicos, se reanudó la construcción en 1902. En 1904, el arquitecto fue asesinado a balazos en su domicilio por un ex mucamo despedido unos meses antes. Las obras estaban bastante avanzadas, pero faltaba la decoración interior en su totalidad.
Tomó la batuta Julio Dormal, formado en el academicismo francés de principios de siglo. Dormal diseñó muebles, lámparas, espejos. Encargó alfombras, tapicerías etcétera. Esta combinación de mentes dio, como resultado, un teatro en el que convergen diversos estilos, con una ornamentación exterior sobria y equilibrada, producto del estilo italiano, que contrasta pero que a la vez se complementa con un interior inspirado en el estilo francés, en aquella época sinónimo de fastuosidad.
Sin embargo, según el libro de Benmayor: Si nuestro teatro ha venido arrastrando durante generaciones la versión de que se inspira en la Opera de París (o que directamente es copia de ella), se debe sobre todo al Salón Dorado, puesto que ni las fachadas ni los salones de acceso de la planta baja, discretos en el fondo y hasta poco amplios en relación con la capacidad de la sala, son parangonables con el lujo desbordante del coliseo de París.
Las luces y las sombras... La intimidad comienza detrás de la magnificencia de la sala cuya construcción, una mezcla de estilo italianizante y academicismo francés, demandó veinte años
Pero si el fantasma de la Opera viviera en el Colón, tendría también muchos recovecos para esconderse. Por ejemplo, a los costados de la escalinata central hay dos escaleras descendentes que antiguamente servían de acceso a un túnel para vehículos que se habilitaba los días de lluvia. Aunque su función original ha sido anulada y las puertas de acceso clausuradas, es posible ver el pasaje entrando en el teatro por Tucumán 1165. Próximamente, este pasage de carruages (así lo escribió Meano en sus planos) será reabierto al público. Allí se venderán las localidades. Además tendrá una cafetería, una librería y un negocio para la venta de música y merchandising.
Pasando a la sala, quizás uno de los lugares más misteriosos para el público en general sean los palcos baignoire, también llamados palcos de las viudas. Hay cinco de cada lado de la platea, cerrados por una reja de bronce.
Varias décadas atrás, el luto era muy riguroso cuando fallecía un familiar, y podía prolongarse durante mucho tiempo -explica Kive Staiff, director del Colón-. Entonces los apasionados de la música llegaban a estos palcos anónimamente, protegidos de la mirada del resto de los espectadores.
No veían demasiado, pero sí podían apreciar la música. Hay gente que asegura que a ellos también iban personas que no querían ser vistas con su acompañante... Hoy están ubicadas allí las cabinas de Radio Nacional y de Radio Municipal, que retransmiten los espectáculos del Colón. Pero hasta hace pocos años se vendían al público en las funciones en las que el resto de las localidades estaban vendidas.
En 1908 se hizo especialmente para el teatro el extraordinario plafón de siete metros de diámetro que existe actualmente y que es todo un trámite limpiar, ya que hay que bajarlo de la cúpula con un complicado mecanismo de poleas. En el pasado allí se acurrucaban los niños cantores para simular voces celestiales. Hoy en día hay un sistema de amplificadores que permite que los cantantes no tengan que llegar hasta semejantes alturas para deleitar al público que, por otra parte, no se imagina de dónde viene la voz.
Otra curiosidad es que el escenario tiene una inclinación para que todas las figuras que están en escena puedan ser vistas desde la platea. El cuerpo de baile del Teatro Colón está acostumbrado a esta inclinación, no así muchas compañías extranjeras que se ven en apuros cuando tienen que practicar piruetas muy difíciles (esta manera de construir los escenarios es muy antigua y ya no se usa en otros teatros del mundo). De todas maneras, el teatro tiene su propia enfermería para los que dan el mal paso.
Hay quienes dicen que el paraíso es el único lugar en el que pueden estar juntos los hombres y las mujeres. Esta afirmación se basa en el hecho de que todavía se respeta la antigua tradición de que en cazuela se venden entradas de pie para mujeres y en tertulia para hombres.
"Se pensó así para evitar que hubiera problemas, ya que el espacio es muy reducido -dice Staiff-. Ha habido protestas muy justificadas porque se han separado parejas a causa de esta ordenanza municipal aún vigente, pero también es cierto que cuando alguna vez se intentó modificar esto se produjeron incidentes y situaciones enojosas", agrega. En cambio en el paraíso, que es el más alto de los pisos, los hombres y las mujeres pueden estar juntos de pie, porque el espacio es más amplio.
Angelito es acomodador en el Colón desde hace 20 años. Hizo prolijamente la carrera que comienza en el paraíso y va ascendiendo a medida que se acerca a la platea. Para Angelito, el hueco de la escalera que conduce al paraíso es el lugar secreto de mejor acústica. Se dice que allí es donde saca sus entradas la gente que más sabe de música. Se los puede ver con su partitura en la mano y una pequeña linterna para leerla nota por nota. En efecto, se escuchan perfectamente desde ese lugar los pasos de la gente que camina sobre el escenario, sus voces y aun sus susurros. No en vano Pavarotti dijo que el único defecto del teatro es su perfección. Será por eso que no se regalan aplausos ni se escatiman chiflidos.
"En general, el público argentino es muy culto, preparado para poder apreciar y juzgar las manifestaciones artísticas", dice Scavo. Según los acomodadores: "Cuando algo no agrada, la gente se levanta y se va".
Los que trabajan en el Colón tienen sus preferencias artísticas. Julio Sánchez, que es controlador (en la entrada de la platea recibe los billetes), tiene debilidad por el ballet en general y por Julio Bocca en particular. Angelito prefiere la ópera, y con respecto a la danza se inclina por Maximiliano Guerra.
Maxi es muy sencillo. Se sienta a hablar con nosotros de fútbol. En cambio Julio es más tímido. El palco presidencial y el que está adjudicado al jefe de Gobierno son los dos únicos que nunca salen a la venta. El llamado palco balcón, que tiene el Escudo nacional debajo, lo utilizan el presidente y su comitiva únicamente en las funciones de gala. En el resto de las funciones, los lugares salen a la venta.
Uno de los mitos del teatro resultó ser el del famoso camarín de Pavarotti. "Coincidió la venida de Pavarotti a Buenos Aires con la reforma de un camarín que es, además, sala de ensayo. Como otros tiene un piano, pero se creó en la fantasía popular la idea de que es fabuloso, con toda clase de lujos", explica Scavo. El camarín en realidad tiene dimensiones considerables, pero ningún otro lujo.
Vale la pena visitar la exposición de trajes y maquetas de ópera y ballet que organiza el Teatro Colón en su Salón Dorado, Galería de Bustos y foyer. Allí, imponentes, se destacan los vestidos de Carmen, Rigoletto, La traviata, Tosca y Lucia de Lamermoor. Cientos de personas los admiran cada día recordando el impacto visual que ejercieron desde el escenario hacia la platea.
Algunos trajes efectivamente son de materiales preciosos como pana, encaje o brocato, íntegramente bordados a mano. Pueden llegar a pesar hasta 13 kilos, como el de Boris Godunov, que actualmente se expone. No todo lo que brilla es oro, pero una de las magias del Colón es lograr que lo parezca. Aníbal Lápiz es jefe de Ambientación y Vestuario del Colón. Conocido en la Argentina y en el exterior por sus originales vestidos para los personajes de las óperas, llegó a idear un tocado con pelotas de ping pong para el personaje de Abigail, en Nabucco. Su extenso currículum incluye todas las obras más importantes y ahora es el encargado de la impecable muestra del Colón. Sus anécdotas son muy jugosas porque se codea con los artistas más importantes del mundo, muchas veces haciendo caso omiso de sus caprichos.
En el depósito del Colón se guardan 72.000 trajes; algunos de ellos tienen bordadas historias que forman parte del patrimonio del gran teatro
Las cosas han cambiado con respecto a lo que eran a principios de siglo -afirma Lápiz-. Antes los grandes artistas venían en barco y se quedaban unos tres meses å para hacer la temporada en América del Sur, es decir, en el Colón. Ahora, los grandes vienen únicamente para el ensayo general, pero junto con sus contratos, sus medidas. De otra manera sería imposible vestirlos en tan poco tiempo.
Increíblemente existen personajes en la platea misma. "Hasta hace poco había una señora que venía siempre al gran abono vestida a la manera de la ópera que se daba. Si era Aída, ella usaba un atuendo egipcio. Casi se podría decir que competía con la gente que estaba en escena. Sin ir a estos extremos, es verdad que hay funciones en las que se ve más lujo del otro lado del escenario", asegura.
Según Aníbal, hoy en día los vestuaristas buscan acercarse lo más fielmente posible a lo que eran realmente los trajes en la época en que transcurre la obra. "En los años cuarenta, por ejemplo, era bastante común que se hicieran vestidos con géneros y cortes de ese período, que en la época en que estaba ambientada la obra no existían -explica Aníbal-. A veces se ponen de moda ciertas pautas que no son lógicas. Por ejemplo, siempre se vistió a Tosca de terciopelo negro, cuando la obra en su totalidad transcurre durante una tarde de verano".
Hace siete años descubrieron un traje que usó Caruso y que hoy es parte de la exposición. Pero uno de los trajes más famosos que conserva el Colón es el que usó María Callas para la función de Turandot, en 1948. Se la recuerda como una gran profesional. Poca gente sabe que la Callas era corta de vista. Por eso, el día de la función se presentaba en el teatro a la mañana y subía y bajaba las escaleras que formaban parte de la escenografía para ensayar el recorrido.
Aníbal fue testigo de una increíble anécdota protagonizada por Madonna. "Vino en secreto el año último para ver la muestra de trajes. A todos nosotros nos dijeron que el que iba a venir era el jefe de Gobierno, por lo que fuimos los primeros sorprendidos cuando apareció Madonna. Ella se paró frente al magnífico vestido que usó María Callas para Turandot y preguntó qué era Turandot. Se ve que no sabe nada de ópera. Acto seguido, sacó de su cartera una filmadora y se puso grabar todo".
Siguiendo con las supersticiones, las hay también relacionadas con el vestuario. Hay artistas que no usan collares. Por supuesto, están aquellos que por nada del mundo vestirían de amarillo. Y también los que se niegan terminantemente a colocarse una hebra violeta.
Los italianos no usan ese color porque en la época de los teatros ambulantes, las compañías no podían actuar durante Semana Santa. En esos días, todos los pueblos cubrían sus estatuas de paños violeta, por lo que quedó como símbolo para los actores la imposibilidad de trabajar.
En total, el Colón tiene en su depósito 72.000 trajes. Visitar el lugar es el sueño de cualquiera que alguna vez se haya disfrazado. Se abren los roperos y quedan a la vista vestidos de reinas, reyes, princesas y príncipes, soldados, brujas, hadas, quimonos. Además, mitras, plumas, cascos, espadas. Cualquiera confesaría que dan ganas de probarse todo.
Hace treinta años que Tony Barone trabaja en la sastrería siendo responsable de los trajes de Nureyev, Pavarotti, Plácido Domingo y muchas estrellas más.
Pavarotti cantó en el teatro solamente una vez. Recuerdo que vino con su padre que tenía un papel de organillero en La Bohème. Para contrarrestar su fama de divo, te podría decir que cuando terminó la función estuvo firmando autógrafos en su camarín durante dos horas dedicándole tiempo a cada persona.
Tony fue el sastre del genial Nureyev. Tenía un carácter muy fuerte. Era empeñoso y trabajador como él solo, pero muy severo. Si veía a una bailarina sentada en la platea con el tutú, la reprendía para que no deformara el traje. Era muy respetuoso de esas cosas."Cuando vino en 1967 con Margot Fonteyn, y unos años más tarde solo para presentar y bailar su coreografía de Cascanueces, fue ovacionado. En cambio cuando regresó a principios de los años ochenta fue bastante criticado. Entonces me dijo: ¿Viste que los años pasan para todos? Sin embargo yo pienso que los grandes artistas suplantan los bríos de la juventud por calidad".
Barone no quiere dejar de mencionar, a modo de sincero homenaje, a Norma Fontenla y a José Neglia, dos de los nueve bailarines del Colón que fallecieron en un accidente de avión, en 1971. "Fue un gran golpe para nuestro ballet. Neglia justamente acababa de ganar la medalla de oro como mejor bailarín de la Opera de París".
El deseo más profundo de Tony es algún día realizar una copia del viejo telón de terciopelo rojo de 1923. Cada paño pesa 500 kilos y tiene bordadas las liras características del teatro. "Es tan pesado que cuando está cerrado separa los sonidos de la platea de los del escenario", dice.
Pero en este momento está abierto y se escuchan voces. Imposible evitar la tentación de espiar el ensayo de Madame Butterfly. Allí están ella, vistiendo un quimono arrugado y con un corte de pelo moderno, y él, con una chaqueta de soldado y jeans. A su alrededor, utileros, escenógrafos y el director de escena que sigue nota tras nota lo que están cantando. Envueltos en la música de Puccini se prometen amor eterno. El Colón de los años noventa con sus recursos lleva impreso el impulso renovador de Sergio Renán, forjador de tantas inolvidables veladas de gala y de una programación de categoría internacional que demostró lo fundamental: aquí también es posible.
La historia continúa y la magia de los artistas hace todo lo demás. Aunque todas las butacas estén vacías, el teatro vibra de emoción.
Cuando terminan, practican algunos movimientos, acuerdan los horarios para el día siguiente y se despiden. Al desvanecerse los últimos pasos se hace un silencio profundo. El Colón reposa antes de brindar por completo el arte por el arte.
Colón versión moderna
Algunos de los enormes impactos que tuve en mi vida como oyente o como espectador se los debo al Colón. Por ejemplo, nunca me voy a olvidar del día que vi y escuché al pianista Wilhelm Backhaus.
Quien habla es Kive Staiff, flamante director del Teatro Colón. Staiff pasa a relatar los proyectos para este año.
"Vamos dar al Teatro Colón una nueva imagen grafica e institucional, a través de un logo que lo defina. Queremos tener una comunicación más directa con la gente. La idea es expandir el Colón para que alcance a tocar zonas de la sociedad que en este momento no participan de sus espectáculos".
"Mucha gente cree que no tiene derecho a acceder a esta especie de monumento vivo. Lo que le queremos decir a toda la sociedad es que no solamente tiene derecho, sino que es fácil llegar al Colón. La gente suele no saber que tenemos espectáculos muy baratos. Que una localidad puede costar 5 pesos. Menos que una entrada de cine".
"Este año vamos implementar un programa que se llama El Colón X Uno. Habrá funciones los sábados al mediodía de los cuerpos artísticos del teatro: conciertos, ballet, coros etcétera. El costo será de un peso para todos".
"Hay otras maneras de vincularse, que es que el propio teatro salga a la búsqueda del espectador, allí donde el espectador se mueve. Efectivamente tenemos un proyecto para realizar actividades fuera del ámbito del Colón. Se van a hacer giras y, además, habrá salas alternativas en barrios de Buenos Aires. Es una manera de ir aproximándonos a la gente".
Agenda para 1997
Marzo
- 9, 11, 13 y 15: Madama Butterfly (Puccini).
- 23, 25, 26, 29 y 30: La bayadera (Minkus/Petipa /Makarova).
Artistas invitados: Julio Bocca, Cecilia Kerche, Yuri Klevtzov.
Abril
- 2 y 3: Béjart Ballet Lausanne. El pájaro de fuego (Stravinski). El arte del pas de deux. Dirección de Maurice Béjart.
- 1º y 4: La soprano maorí Kiri Te Kanawa.
- 8: Collegium vocale. Director: Philippe Herreweghe. La pasión según San Juan (Bach).
- 9: Etoiles del ballet ruso.
- 23: Orquesta de Cámara de la Filarmónica Checa.
- 24 y 26: Orchestra Di Camera de Mantova. Director: Umberto Michelangeli. Solista: Carlo Bruno (piano).
- 22, 25, 27 y 29: Fidelio (Beethoven).
Mayo
- 2: Fidelio (Beethoven).
- 15: Orquesta Sinfónica de Radio Munich.
- 16, 18, 20, 22 y 24: Don Pasquale (Donizetti).
- 21 y 23: El Cuarteto Beethoven de Roma.
- 24: El circo de los animales. Música de Camille Saint-Saëns. Argumento y dirección: José Varona.
- 26 y 28: Orpheus Chamber Orchestra. Solista: Radu Lupu (piano).
- 27: Orquesta de Cámara de Lausana.
- 29: Orchestre de Chambre de Lausanne.
- Durante todo el mes: El cimarrón (Hans Werner Henze). Director: Gerardo Gandini.
Junio
- 8, 11, 14 y 17: Sigfrido (Wagner).
- 10: Wagner: Obertura de Tanhäuser y Preludio del 1er acto de Los Maestros Cantores. Bruckner: Sinfonía Nº 3. Dirección de Bernd Heller.
- 13: Respighi: Impresiones Brasileñas. Hindemith: Música de concierto para cuerdas y bronces. Foss: Concierto Renacentista. Gershwin: Porgy and Bess. La orquesta New York Philarmonic.Dirección: Kurt Masur.
- 15: Los Nibelungos. Proyección del film de Fritz Lang, acompañado en vivo por la música original de G. Huppertz, ejecutada por la gran orquesta de cámara. Dirección de Bernd Heller.
- 19 y 20: Netherlands Dans Theater. Dirección y coreografía: Jiri Kylián.
- 22 y 29: El circo de los animales.
- 24 y 25: Deutsches Symphonie Orchester Berlin. Director: Vladimir Ashkenazy.
- 27 y 29: Requiem (Verdi).
- Durante todo el mes: El libro de los jardines colgantes. Piano y dirección: Gerardo Gandini.
Julio
- 1º y 3: Requiem (Verdi).
- 6 y 13: El circo de los animales.
- 8: Concierto en homenaje a Ricardo Wagner.
- 9 y 10: Cuarteto Alban Berg, considerado uno de los primeros conjuntos de cámara del mundo.
- 15 y 16: Ralph Votapek, pianista.
- 27, 29 y 30: Sansón y Dalila (Saint-Saëns).
Agosto
- 1º y 2: Sansón y Dalila (Saint-Saëns).
- 5: Teresa Berganza (canto) y Juan Alvarez Parajo (piano).
- 10, 12, 16, 17, 28 y 30: Programa mixto: Paquita ( Minkus/Petipa). Adagietto (Mahler/Araiz). Juego de cartas (Stravinski/Cranko). A Buenos Aires (Piazzolla/Wainrot). Artista invitado: Julio Bocca.
- 14: English Chamber Orchestra. Director y solista: Pinchas Zukerman.
- 17 y 31: El circo de los animales.
- 26, 29 y 31: Il Trittico (Puccini).
- 27: Concierto sinfónico coral. Requiem Op. 5, de Héctor Berlioz. Orquesta Sinfónica Nacional, cuatro bandas, coros de la Wagneriana y Polifónico Nacional. Director: Pedro Ignacio Calderón.
Septiembre
- 2: Il Trittico (Puccini).
- 3: Mozart: Serenata para 13 instrumentos de viento. Bruckner: Sinfonía Nº 9.
- 4: Turnage: Drowned out. Mahler: Sinfonía Nº 5. City of Birmingham Symphony Orchestra. Dirección: sir Simon Rattle.
- 14, 16, 19, 21 y 23: El barbero de Sevilla (Rossini).
- 15 y 17: 0NDR-Sinfonieorchester Hamburg. Director: Herbert Blomstedt. Solista: F. P. Zimmermann (violín).
- 18 y 20: Orquesta Sinfónica Varsovia. Dirección: Krzysztof Penderecky. Se presentará con la actuación como solista del violinista Uto Ughi.
- 21: El circo de los animales.
- 28 y 30: Rigoletto (Verdi).
- Durante todo el mes: Diario de un desaparecido. Régie: Oscar Araiz.
Octubre
- 2 y 8: Pieter Wispelwey cerrará la temporada del Mozarteum con su debut en la Argentina, ofreciendo el ciclo completo de las Suites para violoncelo solo, de Bach.
- 3, 5, 7 y 9: Rigoletto (Verdi).
- 5 y 26: El circo de los animales.
- 14, 15 y 16: American Ballet. Con Paloma Herrera.
- 17: Leonid Kuzmin (piano). Obras de Chopin, Schubert/Liszt.
- 26, 28, 29, 30 y 31: Romeo y Julieta (Prokofiev/Mac Millan). Artistas invitados: Alessandra Ferri, Maximiliano Guerra.
- 27: La Capella Reial de Catalunya. Música y mitología.
Noviembre
- 1º: Romeo y Julieta (Prokofiev/Mac Millan). Artistas invitados: Alessandra Ferri, Maximiliano Guerra.
- 9, 11 y 3: La ciudad ausente (Gandini).
- 18: Orquestre Philarmonique de Strasbourg. Director: Theodor Güschlbauer. Programa: Obertura Carnaval Romano, de Berlioz. Concierto Nº 3 para piano y orquesta, de Bartok. Sinfonía Nº 7 en Re Menor opus 70, de Dvorak.
Diciembre
- 2, 5, 7, 9 y 11: Eugenio Onieguin (Tchaikovski).
- 20, 21, 23, 26, 27, 28 y 30: Cascanueces (Tchaikovski/Nureyev). Artistas invitados: Aurélie Dupont, Maximiliano Guerra.
Fotos: Rubén Digilio