Luis Alberto Nicolao recuerda el día en el que su carrera cambió para siempre
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Luis Alberto Nicolao fue víctima de uno de los peores infortunios de la historia. Viajemos al pasado. Domingo 20 de octubre. Juegos Olímpicos de 1968. Últimos meses del año. “Luigi” iba en colectivo por la Ciudad de México, desde la Villa Olímpica hacia la pileta de competiciones para participar de la semifinal del torneo. Había recorrido ese trayecto varias veces, y asegura que siempre “tardaba 18 minutos”. Pero ese día, ese cuarto de hora se extendió mucho. El bus tardó 4 horas, y él se perdió la oportunidad de su vida.
Le tenía miedo al agua
De niño, Luis Alberto Nicolao no tenía decidido qué quería hacer con su vida. Nació un 28 de junio de 1944 en Balvanera, donde pasó toda su juventud. Era un chico regular: cursó el primario en una escuela pública del barrio porteño y luego hizo el secundario en el San José. “Era un colegio pupilo, pero yo no me quedaba ahí, dormía en mi casa”, cuenta.
Los Nicolao vivían en un departamento de la calle Dean Funes, cerca de plaza Miserere. Luis era un pequeño inquieto que disfrutaba jugar en la calle. “Era la única diversión que existía. Lo común era juntarse con ‘la banda’ para jugar a la pelota y hacer travesuras”, recuerda.
Por entonces era bajo de estatura, no tenía las complexiones de una nadador. Pero un día, los padres lo anotaron en el club Ateneo de la Juventud. “Lo hicieron para sacarme de la calle, porque los peligros siempre existieron. Salía corriendo del colegio y me iba al club”, relata.
Comenzó probando todos los deportes: “Era lo normal, El Ateneo era la gran escuela de educación física del país, y a los chicos los hacían probar todas las disciplinas. Hice vóleibol, básquetbol, fútbol, ping pong y hasta tomé clases de teatro. Los días terminaban con natación”.
Si bien años después rompería el récord mundial como mariposista, Luis le tenía miedo a esa clase de natación. “Yo le tenía terror. No me gustaba”, dice, meneando la cabeza con gestos negativos.
-¿Cómo? ¿Usted? ¿Terror al agua?
-Sí [risas]. Es que en esa época había un ejercicio terrible... Te agarrabas de la malla en el trampolín, te tirabas en la parte honda y el profesor, desde afuera, te ponía un palo adelante. Vos tenías que manotearlo, buscarlo y llevarlo al borde. A veces te hundías mucho. Yo me ahogué un poco. Después de ese primer día dije “¡Yo acá no vengo más!”.
-¿Cómo hizo durante los días siguientes?
-Para hacer ese ejercicio se armaba una fila que iba desde el cuarto hasta el quinto piso, donde estaba la pileta. Cuando yo llegaba arriba, bajaba nuevamente: iba al baño, hacía la fila de vuelta y me pasaba la hora así, para no meterme al agua. Eludía el ejercicio.
-¿Cuándo desapareció el miedo?
-Había un nadador llamado Fernando Fanjul [categoría ‘41] a quien admiraba mucho. La pucha que quería nadar como él... Fue él quien me ayudó a llegar, fue él quien venció al miedo. Entonces, un día, me presenté y dije: “Quiero competir”.
“Mi entrenador decía que no tenía condiciones”
Pero el coach del equipo del club le bajó el pulgar. Le respondió: ‘intentá de acá a un año, porque en la Argentina recién se puede competir a los 9 años’. Pero el pequeño Luis se hizo el desentendido: “No le hice caso, fui al día siguiente y me echó de nuevo. Y así 30 días seguidos. Hasta que, una mañana, se cansó. Me dijo ‘andá y nadá en ese rinconcito, pero tratá de no interferir’”.
Luis nadó durante un año y medio en esa esquina. Y cuando cumplió once años se presentó, ansioso, ante el entrenador, Alberto Carranza. Era día de torneo en el club Gimnasia y Esgrima, en la sede de la calle Bartolomé Mitre.
-¿Qué hacés acá?- le dijo el coach.
-Yo cumplí 11 años ayer, usted me dijo que a los 11 se podía competir- respondió Luigi.
-Sí, pero no te inscribí porque no estás en condiciones, además, ahora, ya tengo al mejor equipo del país.
-¿Qué hago?
-Esperemos al año que viene.
“Me quedé en un rincón, medio tristón”, recuerda Luis. Pero cuenta que todo cambió unos segundos más tarde: “Apareció un señor grande que me preguntó qué me pasaba. Era Carlos Yelmini, el presidente de la Federación Argentina de natación. Y le conté. Al ratito me dijo ‘Te voy a hacer nadar. ¿Qué prueba querés?’. 50 libres, le contesté. Me dijo que esperara un rato”.
Después de ese ratito, Luis compitió: “Superé a todos los miembros del equipo original, el del entrenador. Luego fui aceptado en el equipo. Al entrenador no le quedó otra”, dice entre risas.
-¿A qué se refería su entrenador cuando le dijo que no tenía condiciones? ¿A su físico?
-Sí. Tal vez sea verdad que no las tenía, pero yo compensaba con una voluntad tremenda. Los entrenamientos comenzaban a las 5 y yo llegaba 4.45; terminaban a las 7 y yo me quedaba hasta las 7.30.
-Y luego, de grande, usted desarrolló el físico que se le pedía.
-Sí, reuní todas las condiciones. Llegué a tener una altura de 1.87. Y fui mejorando, siempre tratando de imitar a Fanjul.
El día en el que asombró a Joao Havelange
Entretanto, Luis seguía yendo al colegio. “Era un estudiante promedio, pasaba de año y aprobaba, pero estaba más concentrado en la natación”, relata.
Un día, viajó con el equipo a Santa Fe, a competir. “Yo era suplente, pero se había lesionado nuestro mariposista, que casualmente era Fanjul. Yo nunca había competido en mariposa, pero me ofrecí. El entrenador observó ‘Pero vos nunca nadaste mariposa’. Sin embargo confió en mí”. Nicolao ganó y estableció un nuevo récord argentino para ese estilo.
Su carrera continuó por la senda de los éxitos. En otro torneo que se realizó en GEBA estableció una marca que casi superó el récord mundial. Luego siguió brillando en torneos regionales. Finalmente, en un torneo en Rio de Janeiro, en abril de 1962, rompió el récord mundial de mariposa. Su actuación llamó la atención de Joao Havelange, el ex nadador olímpico -compitió en Berlín 1936- quien más adelante fue el presidente de la FIFA.
Con la ayuda del dirigente, Luis conoció el mundo: compitió en Brasil, en Japón, en EE.UU, en Perú... También en los JJ.OO de Roma 1960 y Tokio 1964. “Yo era muy veloz. Hubiera tenido la posibilidad de ganar en 100 metros mariposas en esos JJ.OO, pero esa prueba todavía no era olímpica”, explica. No obstante, le fue muy bien en los 200 metros mariposa y en los 100 metros libres, categorías en las cuales llegó a semifinales en esas dos citas ecuménicas.
‘Excelente alumno (si se aplica)’, escribió el presidente Illia
En los Juegos de México 1968 la prueba de 100 metros de mariposa -a esa altura, su especialidad- sí sería olímpica. Y Luis se preparó con ahínco.
Sus performances en Tokio 1964 le habían ayudado a conseguir una beca completa para estudiar en EE.UU y entrenar en la universidad Stanford, en Estados Unidos. Hubo dos recomendaciones que fueron elementales para que lo aceptaran: la de Steve Crack, un nadador estadounidense, y la de Arturo Umberto Illia.
Desde el entorno de Nicolao hubo un atrevimiento para pedirle una carta de recomendación al presidente. Illia, que había hecho averiguaciones sobre las cualidades académicas de Nicolao, accedió, y escribió: “Excelente persona. Excelente alumno (si se aplica)”.
“Leí esa carta tiempo después, me la mostró el decano”, rememora Nicolao.
Luis no sabía que viviría una situación fatídica en México 1968. Su vida iba muy bien. En EE.UU estudió Ciencias Políticas, Relaciones Internacionales y Fisiología del Deporte. “Todo en inglés”, aclara. “Yo no hablaba nada, pero aprendí muy bien”. Vivía con una familia que lo alojaba y entrenaba en la School Santa Clara junto al equipo olímpico de natación de Estados Unidos. Era muy bueno, de verdad. Entonces nunca faltaron las situaciones en las que los familiares de los colegas americanos se quejaran: “¡Pero él va a competir contra nuestro país, no puede entrenar en este club!”.
Tuvo varios trabajos y, durante los dos meses en los que vivió solo, se mantuvo a base de pollo frito exclusivamente. “Solo me alcanzaba para eso y eso era lo único que sabía pronunciar”, se ríe a carcajadas.
Faltaban 3 meses para los JJ.OO. de México 1968, y las quejas de algunos de esos padres persistían... Entonces Luis habló con el entrenador de la escuela Santa Clara y viajó a México con algo de anticipación. “Me sirvió para acostumbrarme a la altura. Llegué y empecé a entrenar. Me encontraba en un estado físico sensacional”.
4 horas funestas
México 1968. Los Juegos habían comenzado. Luis había hecho las prácticas preliminares y una primera eliminatoria de los 100 metros mariposa con creces. El lugar donde competía se llamaba “Alberca Olímpica Francisco Márquez”. El transporte de ida y vuelta estaba a cargo de la organización. Un colectivo pasaba a buscar a los atletas por la villa olímpica y los llevaba a los respectivos campos deportivos. A Luis, ese 20 de octubre, le tocaba nadar en la semifinal de su prueba favorita, mariposa.
Ya se sabía que iba a haber tráfico. El COI había emitido una notificación avisando que las calles de la capital mexicana estarían congestionadas por la maratón propia de la cita deportiva. Entonces Luis, que acostumbraba llegar dos horas antes a cada prueba, salió con anticipación. Armó su bolso, se subió al colectivo y se sentó en la cuarta fila, del lado de la ventanilla, junto a su entrenador, Juan Carlos Bird. En un momento, el tráfico se congeló. Miles de personas se aglomeraban para ver la maratón. Corría el legendario etíope Mamo Wolde. Luis no llegó a la prueba.
-¿Qué recuerda de ese día?
-Todos los equipos habían sido notificados del tráfico, se les había aconsejado que tomaran rutas alternativas. Yo tenía que tomar otro micro que iba por otro camino, pero a mí no me había notificado nadie. Yo tenía que tomar otro micro, no el de siempre, pero yo no fui informado de nada. Salí cuatro horas antes como para llegar 3 horas antes. Necesitaba hacer el precalentamiento, pensar en mi prueba, ganar la prueba 100 veces en mi mente… y luego descansar para estar listo para la competencia. Pero el embotellamiento era muy grande. No se podía avanzar y no podíamos bajarnos del micro.
-¿Qué tan tarde llegó?
-Justo en el momento en el que se largaba la prueba...
“Yo no podía apelar”
-¿Intentó apelar, protestar, implorar que le dejaran nadar? Usted no tenía la culpa.
Yo no podía apelar porque el deportista está ahí para competir. Eso le correspondía a los dirigentes. Manolo Segura, uno de los de la comitiva argentina, me dijo que apeló y que estaban discutiendo la posibilidad de que me permitieran hacer la prueba y acorde a mi tiempo ingresar a la final o no. Pero finalmente vino y me dijo ‘no te lo permiten’. Esa noche, junto con mi entrenador, me tomaron el tiempo e hice una marca con la que hubiese ganado los 100 metros: 55.3 segundos. Douglas Russell, el campeón olímpico de los 100 metros mariposa ese año, ganó con 55.9.
-¿Qué pasó al día siguiente? ¿Cómo continuó todo?
-A través de la secretaria de la reunión en la que supuestamente los dirigentes habían apelado, me enteré de que en un momento de ese encuentro, el dirigente americano dijo ‘Acá hay un problema con un nadador argentino con condiciones de pelear por la medalla que, por un problema de tránsito, no pudo llegar. Es un problema olímpico, no del atleta. Debemos considerar permitirle hacer la prueba y ver si su tiempo ingresa en la final’. La secretaria me dijo que esa moción no encontró apoyo de ninguno de los argentinos. Dijo que se callaron la boca. O sea que me habían mentido.
“Dejé de competir”
-¿Por qué piensa que le mintieron?
-Después me enteré de que en esa reunión se votaba al próximo presidente de la confederación internacional de natación. Y el candidato era australiano. ¿Qué pasa? Si yo nadaba y ganaba, desplazaba a mi par australiano de la final, y el argentino prefirió no meterse en esa polémica.
-¿Qué pasó después de los supuestos intentos de apelación?
-Me quedé en la villa olímpica, mientras los juegos transcurrían, tratando de olvidarme de lo que pasó.
-Usted habría ganado. Ni Douglas Russell pudo ser más rápido que usted. Eso le debe haber generado mucha bronca.
-La medalla olímpica es la máxima aspiración de un deportista. Sí, lo sentí mucho, pero no es el fin de la vida. Pasó, y yo no tengo la bola de cristal para dar marcha atrás y hacerlo de nuevo. Pienso que me perjudicó, porque después tomé la decisión de no nadar más. Dejé de competir.
-¿No quiso volver a intentar en Munich 1972?
-Podría haber dicho “no, intento 4 años más”. Pero, si pasaba lo mismo... ¿qué iba a hacer? Fijate que 4 años después, en los JJ.OO. de Munich, ocurrió la masacre, en la cual murieron un montón de atletas. Pienso que en la vida hay que seguir el destino de las cosas.
“Estoy tranquilo, en Mar del plata”
Después de esa experiencia, Luis volvió a Estados Unidos. Más adelante fue a Brasil a trabajar como entrenador en el club Corinthians durante cinco años. Cuando terminó ese vínculo profesional, regresó a Norteamérica. Fue de un lado a otro hasta que, en 1982, volvió definitivamente a la Argentina, donde se dedicó al negocio de los gimnasios. En 1986 se mudó a Mar del plata, ciudad que describe como “una de las mejores ciudades del mundo”.
Tiene familiares muy ligados al mundo de los deportes acuáticos. Su hijo, por ejemplo, es el entrenador del equipo de waterpolo de la academia naval de Estados Unidos. Y uno de sus nietos tiene la tercera mejor marca de 100 metros mariposa de la categoría 13-14 años de ese país. Es evidente: el agua de las piletas es por donde mejor corre la sangre de los Nicolao.
Durante la presidencia de Néstor Kirchner, Luis fue convocado por Roberto Perfumo, que era Secretario de Deportes, para ayudarlo en la gestión. “Yo había vivido toda mi vida para el deporte”, asegura cuando explica que no tuvo dudas cuando Perfumo le pidió que lo acompañara en esa aventura. Trabajó con el ex futbolista hasta que éste renunció al cargo en julio de 2004.
No sería la primera vez que alguna entidad solicitase sus conocimientos: Luis también fue invitado como consultor a los Juegos de Pekín 2008, aunque rechazó cordialmente ese llamado. “Estaba bastante tranquilo en Mar del Plata”, expresa. Él quería prolongar esa tranquilidad.
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