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En la lotería hay que apostar por el 85. Es que el próximo 10 de octubre Eduardo Schisano cumplirá 85 años. Un excorredor de bicicletas, que en 1953 salió campeón en la categoría sub-16 de los recién inaugurados torneos Evita. Y 85 años son también los que está cumpliendo Rodados Schisano, emblemática bicicletería de barrio que supo atravesar modas, mudanzas, cambios de materiales, crisis económicas, quiebras y generaciones.
Hablar de Rodados Schisano es hablar de Eduardo. Y hablar de Eduardo es hablar de Antonio, su padre, parte de una familia inmigrante llegada de Italia, de donde trajo una pasión inextinguible por el ciclismo. “En Italia mi abuela le pagaba al bicicletero del pueblo para que le enseñara el oficio a mi viejo. Cuando él vino a la Argentina en 1937 armó su primera bicicletería. Empezó en Lanús y luego se mudó a Villa Crespo, donde crecí yo. Estuvo en la esquina de Juan B. Justo y Villaruel hasta 1998, cuando en un choque de dos autos, un Clío salió volando y le cayó encima”, cuenta Eduardo mientras muestra fotos enmarcadas que retratan aquel histórico local.
“Entrenaba con los camiones que iban a Ezeiza”
Nacido y criado dentro de una bicicletería, Eduardo trabaja desde que tiene memoria. A los siete años inflaba llantas, a los ocho arreglaba parches, a los nueve reparaba frenos. También comenzó a correr, tanto en ruta como en el circuito KDT. Con 13 años competía en la categoría sub-18, ya que no había otras para una edad menor.
“En 1949 salí cuarto contra corredores mucho más grandes que yo. Después Perón armó los Campeonatos Evita y ahí nació la categoría menores de 16, donde saqué el primer puesto. Más grande, a los 26, gané también en el viejo KDT, el que estaba frente al Jardín Japonés, una carrera de 180 kilómetros de distancia a unos 45 km/ hora, sin parar nunca. Mis bicicletas las armaba mi viejo, eran rodado 28 con tubo. Tuve cuatro bicicletas, dos pisteras para circuitos y dos diseñadas para ruta”, recuerda.
“Entrenaba con los camiones que iban a Ezeiza. Me metía detrás de ellos en el cruce de la General Paz y la Ricchieri, donde iban más despacio, y luego dejaba que me chupara el aire, terminaba siguiéndolos a 110km/h”.
“Con Menem perdí todo”
En 1982 Eduardo quiso agrandar el negocio familiar. Se independizó de la bicicletería de Villa Crespo y armó una propia, primero en Av. Gaona, a metros de Donato Álvarez, luego en Condarco y Juan B. Justo, donde estuvo hasta entrada la presidencia de Carlos Menem. “Con Menem perdí todo. Yo había apostado muy fuerte al local de Condarco, tenía 1000m2, había comprado muchísimas bicicletas. De pronto vino una deflación y lo que había pagado 300 dólares pasó a costar 60. Por cada bicicleta que vendía, perdía 250 dólares. Ese fue mi peor momento profesional. Estuve dos años sin bicicletería hasta que laburando logré volver a empezar”, cuenta.
En 1998 Eduardo abrió nuevo local en Donato Álvarez 1064, frente a Plaza Irlanda, donde sigue desde entonces como un ícono firme del barrio. Es un local conocido por todos los vecinos, al que también se acercan clientes que vienen de lejos con la confianza que da una casa casi centenaria. El salón de ventas está al frente, exhibiendo bicicletas de distintas marcas y estilos, en un abanico de precios que van de los $55.000 al $1.200.000 que cuesta una formidable bicicleta de carrera Pinarello de fibra de carbono. Hay bicicletas de tipo inglesas, sports y playeras, mountain bike, cross y las de carrera y media carrera. Los cuadros son de acero, de aluminio, de carbono. De los frenos cantilever se pasó a los v-brake y hoy se suman los de disco hidráulico.
“Hay muchas modas en los modelos de bicicleta. La cross se puso muy fuerte con la película Los Bicivoladores, en el 83, 84. Luego la mountain bike copó el mercado. Esto empezó con la inglesa, que le quitaron los guardabarros, el cubre cadena, le pusieron cambios, y así empezó la fiebre por la todo terreno”, cuenta Eduardo.
El boom que llegó con Flashdance
-Con el auge de bicisendas, ¿es un buen momento para las bicicleterías?
-Sí. No sé si es por eso o no, pero hay un boom. Ojo, hubo años mejores. En los principios de los 80, con la película Flashdance, fue tremendo: todas las chicas querían andar en media carrera. Una vez vendí 5000 bicicletas solo entre Navidad y Reyes. Ahora está Mercado Libre donde se ofrecen bicicletas de China que llegan en caja y tenés que armarlas. Pero el mercado va a seguir creciendo. Usar el auto en la ciudad es cada vez más imposible.
-¿Cómo es la producción actual de bicicletas? ¿Hay industria argentina?
-Casi todo es importado. Acá algunos hacen llantas, otros cuadros de acero. Y podés encontrar algún que otro manubrio. Antes había mucho más, pero con Menem cerraron la mayoría de las fábricas. Entre lo importado hay cosas muy buenas y muy malas. Lo realmente malo son los importadores que no tienen idea del tema y solo buscan precio. Hay bicicletas de apariencia muy linda que se te rompen a los tres meses de usarlas.
Sortear los obstáculos locales: “No podían competir con los precios de afuera”
Mientras habla, Eduardo enumera con cierta nostalgia algunos fabricantes que conoció, los llama por su nombre de pila, recuerda cómo se fundieron en las crisis del país. “No podían competir con los precios de afuera”, lamenta. Recuerda también marcas que fueron parte de la historia del ciclismo en Argentina, como la plegable de Aurorita que competía cabeza a cabeza con Indarciclo, dos empresas de familias italianas. “Italia es la cuna de la bicicleta”, explica.
En Rodados Schisano venden marcas reconocidas, como Venzo, Olmo y Vairo, entre otras, pero también arman bicicletas propias diseñadas por ellos mismos, en el taller. “Tenemos una playera rodado 29 plegable que solo la vas a ver acá, es única”, confía. Entre otras especialidades difíciles de conseguir hay una Sport preciosa con 21 cambios; y otras de rodado 26 ideales para preadolescentes que quieren comprar una bicicleta versátil que les dure por varios años.
Activo y sin feriados
A punto de cumplir 85 años, Eduardo no se toma feriados: cada día se lo ve ahí, en la bicicletería, en el mostrador, secundado por Florencia, su hija, y Carlos Curamasino, su yerno. Detrás, en el taller de reparaciones y armados, entre cientos de herramientas específicas del rubro, trabajan otros tres empleados a los que les enseñó el propio Eduardo. Cuando se trata de reparar una bicicleta antigua, él mismo toma esas herramientas en mano. “Sigo andando en bicicleta, esta es la mía”, dice con orgullo mientras muestra una mountain bike de fibra de carbono rodado 29 con gomas más finas que lo usual, de apenas 7 kilos de peso total. “Este cuadro lo trajeron para un competidor que corre para Olmos, sobró uno y me lo ofrecieron a mí”.
El trato con los clientes es lo que hace que Eduardo sea tan respetado en el barrio. Hasta la pandemia, armaba recorridos por la ciudad en grupos de hasta 70 ciclistas que salían por las bicisendas e iban a la reserva, a Palermo, a San Isidro. “Cuando empiece el calor, posiblemente volvamos a organizarlas”. Suele tener como clientes a nietos de aquellos que compraban a su padre varias décadas atrás. E insiste en ser uno de los pocos lugares que no cobran por inflar las ruedas de las muchas personas que pedalean tranquilas por Plaza Irlanda. “¿Cómo voy a cobrarles por esto?”, pregunta, casi con enfado.
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