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El personaje principal de esta historia es Francis Bannerman VI, un escocés que a los tres años (en 1854) viajó junto a su familia a Brooklyn, Nueva York, EE.UU. Siendo tan niño, y sin soñar con convertirse en conquistador, le era imposible imaginar que unos 47 años más tarde iba a comprar una isla en esa ciudad para construir un misterioso castillo, que no sería su hogar.
Lo concreto es que Bannerman VI, en 1865, comenzó un negocio de armamento militar cerca del Astillero de la Armada en el que recolectaba y vendía chatarra del puerto. A los 14 ya había fundado su propia compañía para vender excedentes militares.
“El negocio, llamado Bannerman’s, pasó de vender chatarra y municiones a barcos completos que Francis compró en las subastas de la Armada. Algunas mercancías notables vendidas por Bannerman incluyeron cañones de la Batalla de Yorktown, cajas sin abrir de uniformes de la Guerra Civil y reliquias de la expedición del Almirante Perry al Círculo Ártico. Sus clientes iban desde la industria cinematográfica estadounidense a Buffalo Bill. Regimientos enteros del Ejército de Estados Unidos confiaron en él durante la Primera Guerra Mundial. Se estima que el 50% de los cañones conmemorativos, colocados en áreas públicas en todo Estados Unidos, se compraron a través de Bannerman”, describe el sitio destinoinfinito.com.
Más adelante, fue el mismo protagonista de esta historia quien compró el 90% del excedente del ejército de los Estados Unidos después de la guerra entre España y ese país. De esa forma, adquirió más de 30 millones de balas, armas, municiones y baterías de guerra. Incluso, había armado un catálogo ilustrado de pedidos por correo que llegó a contener más de 300 páginas.
¿Bannerman VI era militar? No, de ningún modo. Era más bien un fanático de las armas, un empedernido coleccionista que quería aumentar más y más su catálogo para poder sumar más y más ventas. No era ningún tonto y se convirtió en una importante referencia para los coleccionistas de equipos militares antiguos.
¿Qué pasó con el arsenal de armas?
Lo que ocurrió es que Bannerman se dio cuenta de que no podía continuar coleccionado tantas armas en sus almacenes neoyorquinos. Era demasiado peligroso guardar los más de 30 millones de artillería española. “¿Qué pasaría si explotara alguno de los negocios”?, se habrá preguntado. Casi seguro, hubiera destruido varias manzanas en segundos. El solo hecho de imaginarse ese posible escenario lo hizo recapacitar, y más aún cuando el gobierno de New York le “solicitó″, de buena manera, que buscara otro sitio para almacenar su incipiente colección. Nadie quería correr riesgo alguno. Y estaban en lo cierto.
No pasaría mucho tiempo para que Bannerman buscara un lugar que cumpliera con ciertas características para armar su nuevo depósito. Y menos tiempo tardó en hallarlo. La onerosa suma y la decisión del lugar, sin dudas, llamaría la atención.
Su lugar en el mundo
Lo que pudo significar una gran sorpresa, o hasta una locura para muchas personas, para quienes lo conocían bien se trató más de una oportunidad que él no estaba dispuesto a desperdiciar. Pero: ¿Era esperable que adquiriera toda una isla para tal fin? ¿Era necesario? A Bannerman poco le importó el qué dirán. Y así llegó a la isla Pollepel, ubicada al norte de la ciudad de Nueva York y a metros de una de las orillas del famoso río Hudson.
Bannerman lo tenía todo fríamente calculado. Esta pequeña isla, de unos 80 kilómetros, en su gran mayoría estaba construida por rocas, y rodeada de una frondosa vegetación: un lugar ideal para construir un castillo donde su arsenal estuviera seguro y un hermoso entorno para una casa de veraneo.
Un castillo diseñado por su propio dueño
En 1901 adquirió la isla, pero desde la primera vez que la vio ya tenía dibujado en su cabeza un bosquejo de lo que sería la edificación.
“Los diseños de los edificios elaboradamente decorados fueron redactados por el propio Bannerman a los constructores, aunque ellos tenían permitido interpretar estos diseños por su cuenta. Casi toda la construcción se completó sin la ayuda profesional de arquitectos, ingenieros o contratistas. Y aunque la mayoría de los edificios servían de almacenamiento para el inventario de la empresa, un castillo más pequeño en la parte superior de la isla fue construido como la casa de verano de la familia. Mientras el Sr. Bannerman decoraba la casa con artículos de su colección excedente, la Sra. Bannerman embellecía los caminos y terrazas con flores y otras plantas, algunas de las cuales aún se pueden ver en la actualidad”, describe destinoinfinito.com.
El dinero no parecía ser un inconveniente para el escocés, sino todo lo contrario. Como los dos castillos se observaban muy nítidamente desde la orilla del río, al empresario se le ocurrió poner en la pared del castillo que da hacia el río, un anuncio publicitario. Sí, quería promocionar y hacer gala de su reciente adquisición y emprendimiento. “Arsenal de la Isla de Bannerman”. Eso fue lo que colocó como texto, sin vueltas, directo y al grano. Más allá de lo que pudieran pensar al respecto los grandes creativos publicitarios de la actualidad, lo más destacable era que todas las decisiones de Bannerman eran producto 100% de su convencimiento. No se trataba de un capricho. Su objetivo era poder captar la atención de los famosos magnates que, a la postre, serían sus compradores. Al menos, eso fue lo que pensó.
Sin embargo, no todo salió como él imaginaba. Por aquellos años, las ventas de armas militares a civiles empezaron a bajar como consecuencia de las restricciones que leyes estatales y federales establecieron. El negocio, que acababa de emprender, estaba a punto de desaparecer.
Muerte de Bannerman y el final menos imaginado
Tras algunos años de incertidumbre y pocas novedades, en 1918 (coincidiendo con el final de la Primera Guerrera Mundial) se produjo el fallecimiento de Bannerman y con su muerte también murieron sus negocios y su castillo que todavía no estaba terminado.
Lo que ocurrió tras su muerte no fue para nada agradable. La construcción se detuvo y en 1920, varios proyectiles explotaron destruyendo el 50% del edificio.
Actualmente, el castillo es propiedad de la Oficina de Parques, Recreación y Conservación Histórica del Estado de Nueva York y sus construcciones, prácticamente, están en ruinas.
Sin embargo, la Bannerman Castle Trust, una organización que se preocupa de su mantenimiento, organiza visitas guiadas para turistas locales y extranjeros. Una pequeña joya en el entorno de las Tierras Altas de Hudson. Así lo denominan a este lugar y ofrecen una excursión de casi dos horas y media para conocer la rica historia del castillo de Bannerman y el hermoso paisaje de este lugar. “Bannerman Castle Trust Inc., en cooperación con la Oficina de Parques, Recreación y Preservación Histórica del Estado de Nueva York, ofrece un recorrido público por el castillo de Bannerman y la isla Pollepel. Todos los ingresos beneficiarán a los esfuerzos de preservación de Pollepel Island y Bannerman Castle, para garantizar que muchos puedan experimentar este hermoso lugar para las generaciones venideras”, se lee en la web de Bannerman Castle Trust.
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