Perteneció a una familia con gran trayectoria, marcada por sucesos fatales e ideas innovadoras, que siguen impactando hasta el día de hoy
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Es tema de conversación cuando en viaje hacia la Costa Atlántica asoma por el lado derecho de la autopista, escondido detrás de una exuberante arboleda, el mítico “Castillo de la Ruta 2″.
La construcción, de estilo inusual para la arquitectura de la provincia de Buenos Aires, se encuentra en el partido de Castelli, a unos 160 Kilómetros de Capital Federal, en lo que hoy se conoce como la estancia La Raquel. Pero lo interesante, y lo que pocos conocen sólo de oídos, es la historia que esconde este castillo. Como una tragedia y las pujantes ganas de progresar de una familia, dejaron un legado del cual se sabe poco.
La historia de Felicitas Guerrero se rememora en cada paseo guiado por la estancia, pero del resto de la historia familiar -que es larga e igual de importante- es desconocida. Cecilia Guerrero, sobrina bisnieta de Felicitas y una de las dueñas de la estancia explica a LA NACION: “En la familia no se hablaba de Felicitas; a mí me habrán contado lo que pasó recién cuando tenía unos 20 años. Era mucho el dolor y el respeto que se le tenía a la historia, porque esto fue una tragedia para la familia. Eran otros tiempos también.”
La mujer más bella de la Argentina
La familia Guerrero llega a la Argentina en el año 1838, con la idea de prosperar, como tantos otros inmigrantes de la época. El primero que pisó estas tierras fue Carlos José Guerrero y Reissig, hijo de Antonio Guerrero -entonces gobernador de las Islas Canarias- y Antonia Reissig.
“Carlos José estaba muy bien con la fortuna de su familia en las Canarias, pero él necesitó venir a la Argentina para hacer su propio camino. Gracias al apoyo de su familia él llega e instala una compañía naviera. Se empezó a hacer amigo y a codear con gente de la alta sociedad y con políticos, y de a poco se fue haciendo un nombre”, cuenta Cecilia Guerrero, quien hoy coordina los paseos por la estancia contando la misma historia.
Más tarde, ya establecido y con cierto éxito y reconocimiento en sus negocios, Guerrero se casó con Felicitas Cueto, con quien que tuvo 11 hijos. La mayor fue Felicitas Guerrero, nacida el 26 de febrero de 1846, y considerada “la mujer más bella de la Argentina” y la “joya de los salones”.
“Felicitas era una chica muy despierta para su época. Era extremadamente culta y apasionada por las artes. Iba con su tío Bernabé De María a ver teatro media escondida, porque era una cuestión de que en esa época las mujeres no podían salir tanto, eran más de quedarse en la casa. Pero como en ese período las mujeres a los 15 años ya debían tener arreglado un matrimonio, a Felicitas la emparejaron con Martín De Álzaga, el mejor amigo de su papá, y aunque ella no estuvo de acuerdo, entendió que debía casarse”, comenta Cecilia, repitiendo la historia que le contó su familia.
Martín de Álzaga le llevaba 32 años a Felicitas. Poseía una gran cantidad de riquezas y extensiones de tierra en las zonas de Madariaga y Castelli, lo que permitiría asegurar el futuro de la joven.
Al ser considerada la mujer más bella de Argentina, no le faltaban pretendientes que la rodearan. Uno de ellos era Enrique Ocampo. Pero por conveniencia de un acuerdo entre partes, la unión entre Guerrero y de Álzaga se realizó el 2 de junio de 1864; y si bien fue un matrimonio por obligación, con el tiempo surgió cariño entre los dos. Felicitas dividía su tiempo entre su casa de Barracas y La Postrera, el campo que pertenecía a su marido y al que ella lo acompañaba en sus viajes. Fue en esas mismas visitas dónde Felicitas aprendió sobre el manejo de las estancias y el trabajo en el campo.
Del matrimonio nacieron dos hijos que lamentablemente fallecieron. Primero Félix De Álzaga en 1866, que muere a los pocos años, en 1869, a manos de la epidemia de fiebre amarilla que azotaba la ciudad en esos años; y un segundo bebé, Martín, que fallece al poco tiempo de nacer.
“Cinco meses después del fallecimiento de su primer hijo y antes del nacimiento del segundo, Martín, el esposo de Felicitas, entra en una depresión, se enferma y muere. Por lo que Felicitas queda viuda a los 24 años, y con grandes extensiones de tierra que manejar. Después de esta terrible tragedia ella se enfoca en la administración los campos, pero como no lo podía hacer ella sola, ya que para la época no estaba bien visto, lo hizo a través de su hermano, Carlos Francisco Guerrero. Pero la que tomaba las decisiones y tenía el coraje de hacer las cosas era Felicitas” cuenta Cecilia.
Al poco tiempo, Felicitas ya estaba de nuevo rodeada de pretendientes. Quien más persistía en la tarea era Enrique Ocampo, futuro tío abuelo de las escritoras Victoria y Silvina Ocampo, declarándole su amor diariamente. Si bien a Felicitas no le resultaba indiferente, después de un tiempo, las cosas con él se enfriaron.
Una noche de tormenta en enero, de camino a una de sus estancias, Felicitas y un grupo de amigos se pierden y se quedan atascados en el camino. Un vecino que en ese momento paseaba a caballo, el señor Samuel Sáenz Valiente, se encuentra con el grupo y, ante la duda de Felicitas sobre su paradero, él responde: “Señora, usted está en mis tierras, que son suyas”, y los invita a pasar la noche. Esa noche surgiría una amistad que terminaría en romance.
Como mujer despierta y emprendedora que era, una de las grandes preocupaciones de Felicitas era el cruce del Río Salado. Ese era el paso de las carretas y los carruajes, que muchas veces dependía de si el agua estaba alta o baja para poder cruzar. Fue por esa dificultad, que era importantísima para la fluidez del comercio, que Felicitas donó los fondos para que se construya un puente en La Postrera, donde estaban los barrancos que dificultaban el cruce, para que este se hiciera más fluido.
La alegría por el nuevo proyecto suscita que Samuel y Felicitas decidan anunciar su casamiento, el mismo día del anuncio de la inauguración del puente (que todavía sigue en pie). La fiesta de compromiso se llevaría a cabo en la quinta de Barracas, donde la familia se había mudado después de la epidemia de fiebre amarilla que azotó Buenos Aires.
En un día tan importante, Felicitas sale a hacer unas compras para la casa y se demora un poco. Al llegar a su residencia, se encuentra a su familia entera esperándola, para anunciarle que Enrique Ocampo quería verla. Si bien le insistieron para que no se reuniera con él, ya que se lo veía “muy nervioso”, Felicitas decidió hacerlo de todas formas. Aclaró que necesitaba hablar con él para explicarle que “estaba enamorada de otra persona y que se iba a casar con él”.
Ambos se reúnen en una salita donde ella le confiesa todo a Ocampo, quién exclama: “O sos mía, o no sos de nadie”. La discusión sube de tono, y cuándo Felicitas retrocede hacia la puerta, Ocampo le dispara por la espalda. “Al caer, Felicitas tropieza con su vestido y tapa la puerta. Detrás estaban escuchando todo su hermano, Antonio, y su primo, Cristian de María, que minutos después escuchan otro disparo, que fue el que utilizó Enrique Ocampo para suicidarse”, explica Cecilia.
La construcción de “el castillo”
El silencio de lo que sucedió con Felicitas marcó a la familia Guerrero durante años, aún hoy la historia se sigue contando con mucho respeto. Después del asesinato, como no existían herederos de Felicitas, la familia recibió la fortuna y las tierras del matrimonio fallecido. Su padre, Carlos José, vende su compañía naviera y se traslada a los campos, con el proyecto de agrandar todo lo que hasta ese momento había logrado hacer su hija con las tierras.
“Manuel Guerrero, su hermano, es el que termina heredando la estancia. Después de estudiar en Alemania, junto a sus otros hermanos, vuelve a la Argentina e introduce en el país la raza de ganado Aberdeen Angus, el tema del acopio de alimentos para los animales de distintas razas”, cuenta Cecilia Guerrero, que leyó de las cartas que se enviaban los hermanos, llenas de motivación y ganas de progresar.
Fue Manuel Guerrero quien construyó la casa, que hoy conocemos como “el mítico castillo”, en el año 1894. A pesar de los rumores, Felicitas no llegó a caminar por sus pasillos, que si bien se encuentra en el terreno de La Postrera, fue construida años después de su fallecimiento. En 1888, decide aprovechar las tierras que posee y crea una fábrica de manteca, quesos y crema, reconocida a nivel internacional.
Con la crisis de la década de 1930, la agricultura argentina se vio severamente afectada, por ende los Guerrero tuvieron que cerrar la fábrica. Al poco tiempo, Manuel Guerrero fallece, y heredan sus tierras sus cuatro hijos: Valeria, Manuel, Marta y Luis.
Manuel Guerrero tuvo un último sueño antes de morir, que lamentablemente no pudo ver realizado: su tiempo en Europa lo había convertido en un visionario y tenía la idea de fundar un balneario en las tierras que poseía en la zona de Madariaga. Empieza a crear Ostende, se asocia con unos belgas en pos de materializar su idea, pero termina fracasando por la imposibilidad de fijar los médanos y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. La única evidencia que hoy existe de ese lejano sueño, es el conocido Viejo Hotel Ostende.
Es su hija Valeria quien más tarde retoma la idea que no pudo concretar su padre. Se asoció con su amigo Jorge Bunge, donó todas sus tierras que daban al mar y fue él quién se encargó de fijar los médanos. Es así como de a poco surgen los lugares que hoy conocemos como Ostende, Pinamar y Valeria del Mar.
“Detrás de la casa hay un montón de historia. Está marcada por la tragedia de Felicitas que fue muy dolorosa, pero no hay dudas que la familia desde el inicio dejó esa impronta de hacer, de crecer y trabajar, para ayudar a la comunidad” explica Cecilia.
Más tarde, Valeria se casa con Juan Pablo Russo, quien fue el perfecto compañero, ya que “todos los ideales de Valeria, Juan Pablo, que era más práctico, los podía bajar a la realidad y ayudarla”. Ellos convirtieron la fábrica, que solía ser un imperio lácteo, en un imperio ganadero de rodeos de la raza bovina Hereford.
Sus sobrinos son quienes llevan adelante su legado, desde la Fundación Manuel Guerrero Juan Pablo Russo y Valeria Guerrero Cárdenas de Russo, cuyo objetivo es mantener viva la fascinante historia de su familia.
Parte de los terrenos que ayer formaron La Postrera hoy constituyen lo que es la Estancia La Raquel, que comprende la casa -más conocida como “el castillo”- que por el momento no se puede visitar ya que está en obra, con vistas de convertirla en una residencia para invitados, el parque y los senderos del bosque.
La Estancia La Raquel actualmente ofrece el espacio para eventos privados y días de campo en fechas específicas, contactándose a través de su Instagram, con recorridos históricos por el predio y distintas experiencias gastronómicas, a la par de disfrutar de este hermoso espacio con una historia centenaria, que indudablemente quedará en la memoria de todos los que la visiten.
Informes: contacto@estancialaraquel.com y 113012-5000.
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