El castillo de Belgrano al que todos temían: lo compró un empresario, se negó a disfrutarlo y tuvo un triste final
En donde hoy se cruzan José Hernández y Luis María Campos se levantaba una vivienda que mandó a construir un financista italiano y que, tras ser abandonada, se convirtió en escenario de las más tenebrosas historias
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El barrio de Belgrano tuvo desde siempre una impronta señorial. Desde fines del siglo XIX y principios del XX, ese vecindario que alguna vez fue un pueblo se caracterizó por la presencia en su traza de opulentas residencias, rodeadas de parques y arboledas, varias de ellas, erigidas sobre las barrancas que caracterizaban la zona. De entre todas esas construcciones hubo una que destacó por el estilo de su singular arquitectura y por una historia no exenta de personajes excéntricos, misterios y mitos urbanos. Se trata del llamado “castillo de los leones” o “casa de los fantasmas”, que ostentaba su medieval estampa en lo que hoy es la esquina de José Hernández y Luis María Campos.
En la década del 40, y tras estar varios años deshabitada, esta mansión fue demolida. Pero, más allá del paso de los años, su leyenda de lugar ‘embrujado’ permanece viva, forma parte de la identidad del barrio y merece ser contada.
El castillo de los leones comenzó a construirse a partir de 1907 en lo alto de una barranca, en un terreno que en aquel entonces se localizaba cerca de la intersección de las calles Virreyes -hoy José Hernández- y Gutenberg -la actual Luis María Campos. Del otro lado de Virreyes se encontraba el Club Belgrano. Y un poco más allá de Gutenberg, para el lado de Libertador, corrían las vías del ferrocarril Central Argentino, hoy pertenecientes a la línea Mitre, ramal Retiro-Tigre.
El creador del castillo, un personaje singular
La imponente residencia, de corte medieval, fue proyectada por un commendatore italiano, que dio rienda suelta a su creatividad a la hora de idear la palaciega vivienda. Es así que, por iniciativa de este hombre, se levantó en ese lugar del barrio de Belgrano de principios del siglo XX un verdadero castillo de dos pisos. Contaba con franjas de ladrillos a la vista y puertas y ventanas ojivales. Como detalle destacado, la vivienda tenía una torre octogonal de cuatro pisos que funcionaba a modo de atalaya desde la cual, posiblemente, pudiera observarse el resto del vecindario y, hacia el este, sobre el horizonte, el mismísimo río de la Plata.
La construcción poseía también, a modo de fortificación, almenas y torres en todo el perímetro de su terraza. Para acceder a este lugar había que subir unas anchas escaleras dobles que se unían en lo más alto en un hall de acceso. Sobre la puerta principal había un balcón en cuyos extremos se mostraban, gallardos, dos leones de mampostería. Estas dos fieras que custodiaban la entrada eran, por supuesto, las que le dieron a la residencia el nombre de “castillo de los leones”.
Pues bien, parece que el mentado commendatore itálico que mandó a construir su castillo no era una persona de fiar. Según cuenta el poeta y letrista de tangos Francisco García Jiménez en su libro Memorias y fantasmas de Buenos Aires, el hombre se presentó en el país como un financista, y fundó una “caja internacional mutua de pensiones”, una especie de fondo para jubilaciones. Así, convenció a muchas personas humildes para que pusieran allí sus ahorros, con el objetivo de contar con un dinero al retirarse de sus trabajos.
Pero las finanzas del italiano no prosperaron y su caja de pensiones, tampoco. Al revés, el hombre se fundió y no se supo más de él. Se cree que dejó el país. “El commendatore desapareció y el castillo quedó vacío” cuenta, a LA NACION, Silvia Vardé, que es presidenta de la Junta de Estudios Históricos de Belgrano y que añade luego quién sería el nuevo propietario del castillo: Teófilo Lacroze, hijo de Federico Lacroze, el empresario ligado al transporte que fue quien creó Tramway Central, la primera compañía de tranvías de Buenos Aires.
El nuevo dueño abandona el castillo
Tras la partida del italiano, el castillo de los leones, vacío y abandonado, pero aún en todo su esplendor, fue subastado. Ahí entró en el juego el hijo de Federico Lacroze, que adquirió el inmueble y se mudó allí con toda su familia. Pero algo extraño sucedió y los Lacroze, a los pocos meses, abandonaron la vivienda. Nadie se explicaba el por qué de este éxodo repentino. Y tampoco conocen los historiadores del barrio el motivo por el que Teófilo Lacroze, que era abogado y, al igual que su padre, empresario de transporte, no quiso vender ni alquilar la propiedad.
Lo cierto es que, para sumar misterio a la situación del castillo, el propietario en retirada clausuró y mandó a tapiar los accesos a la vivienda. A partir de allí, el edificio quedó en completa soledad y a merced del deterioro que provocan el paso de los años y la falta de mantenimiento. Y comenzaron a surgir todo tipo de historias tenebrosas. “Cuando va pasando el tiempo, empiezan a surgir las leyendas urbanas. Se empezaron a escuchar ruidos, mandaban guardias pero nadie quería ir. Ahí fue cuando empezó la psicosis de los fantasmas”, explica Vardé.
En efecto, la ausencia humana convirtió al castillo de los leones en ‘la casa de los fantasmas’. Los vecinos aseguraban que en la noche se podía oír dentro de la vivienda ruidos de cadenas, crujidos, lamentos y chistidos. También se consolidó la historia de que un sereno o un policía había muerto repentinamente mientras custodiaba el lugar en horas de oscuridad y que dos amigos, que por una apuesta se metieron a pasar una noche en el lugar, amanecieron de la peor manera: uno loco, y el otro, agonizante.
Se hablaba incluso del espectro de una mujer mulata que, vestida de celeste, paseaba por los jardines abandonados del castillo y llegaba hasta la vereda. La presidenta de la Junta de Estudios Históricos de Belgano añade una leyenda más que circulaba por aquellos años, quizás más divertida que macabra: “Dicen que los socios del Club Belgrano bajaban por ahí por un pasadizo secreto y se iban a ‘timbear’ dentro de la casa”.
Demolición y después...
Mientras todo esto ocurría, o se decía que ocurría, don Teófilo Lacroze se negaba a vender la vivienda, a pesar de los insistentes pedidos de los interesados. En esa zona de Buenos Aires en pleno crecimiento, el terreno con esa joya arquitectónica valía una fortuna, pero no hubo manera de convencer al propietario, que murió en 1941, sin nunca volver a usar, alquilar o despegarse de la mansión.
De acuerdo con el libro de García Jiménez, durante la sucesión de los bienes de Teófilo Lacroze, que dejó una esposa y seis hijos, se resolvió vender la residencia de aspecto medieval para que fuera tirada abajo. Esto ocurrió en algún momento durante la década del ‘40, según la escasa información que se puede obtener sobre el tema. Y sin la residencia ya no se tejieron más historias de espectros, sustos mortales ni de aparecidas. “Los fantasmas en Belgrano desaparecieron cuando el castillo de los leones fue demolido”, reflexiona Vardé.
En estos días, en el terreno que ocupaba el castillo se levantan una clínica y modernos edificios de departamentos de varios pisos. Nada queda de aquel vistoso castillo de antaño que coronaba su pórtico con dos leones en actitud amenazante. Tampoco queda nada de su frondoso jardín, ni noticias del commendatore italiano de dudoso manejo de las finanzas ajenas al que se le ocurrió construirlo.
Por fortuna, quedan las fotos y la memoria de los vecinos que ayudan a revivir este tipo de historias de una Buenos Aires que ya no tiene tiempo para creer en fantasmas.
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