El carrusel que desafía los sentidos
Había olor a pegamento. Ramas de hojas verdes tiradas en el piso. Una bicicleta y una cinta de caminar, intactas. Algunos jóvenes deambulaban con los ojos vendados. Un señor trabajaba con rollos de vinilo plateados sobre una inmensa estructura redonda de madera. Otro, hacía una montaña de papeles que él mismo machacaba.
Las imágenes no corresponden a un film de Luis Buñuel. Sino al armado, el día previo a su inauguración, de la performance de Fyodor Pavlev-Andreevich, en la espaciosa sala del Faena Arts Center, atestada de herramientas de trabajo y curiosos objetos.
Llegué cerca de las cinco de la tarde, con una expectativa absolutamente errada de lo que en ese ensayo sucedería realmente. Pensaba que encontraría nerviosismo (se comentaba que la muestra, titulada "Fyodor's Performance Carousel", era de gran complejidad). Además, Fyodor es el discípulo de la reconocida Marina Abramovic, lo que me hacía suponer que se trataría de una personalidad megaestelar. Pero, en cambio, descubrí un artista de una sencillez encantadora.
Joven -muy joven-, de pelo casi blanco, ruso de nacionalidad aunque con un inglés suave, dictaba indicaciones con una claridad perfecta. No se dejaba vencer por la ansiedad. Repasaba una y otra vez la operativa del gran opening que tendría lugar al día siguiente, mientras Florencia Binder y Ximena Caminos -dueñas de casa- le hacían preguntas referidas, casi en su totalidad, a cómo sería el tráfico de los 400 invitados. Y entonces entendí que el evento (y sus consiguientes presentaciones abiertas al público, que duran hasta mañana) pretendían cierta rigurosidad por parte del público, un atributo más bien cuestionable para referirse a nosotros mismos. "Es simple. Los turnos son inamovibles y se dan cada media hora, sólo para 50 personas. El que no está, se queda afuera y aguarda al próximo", explicó el artista. Al interrogante de ¿y qué hay de las figuras que no están acostumbradas a esperar?, su repuesta fue aún más contundente: "Esperan o se van. Es como ir al cine".
Me fui cuando aún estaba todo por resolverse. ¿Menos de 24 horas bastarían?
El martes por la noche dio cuenta de un categórico "sí". La sala había recuperado su habitual pulcritud, pero con una peculiar calesita en el centro, dividida en nueve compartimentos, con 11 artistas encargados de diferentes y atrevidas actuaciones. El público transitó estados antagónicos en este orden: desconfianza, indagación y audacia. Porque si esta exposición ("teatro, fotografía o una lingüística de estructuras, no importa realmente", según su autor) no desafía el tejido de sensaciones del espectador promedio, entonces cuál.
Sin ánimo de aguar su contenido, valen de intriga los siguientes hechos: antes de entrar, tendrá que firmar un consentimiento haciéndose responsable de lo que estará por ver; se lo obligará a respirar durante cinco minutos, con los ojos cerrados y en silencio absoluto; usted será el encargado de que el carrusel gire, y, lo más importante, podrá interactuar con cada uno de los artistas. Incluso con Fyodor. Pero con una condición: que sea puntual.
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