Ramón Barrionuevo está convencido de que, de no haber intermediado, el capitán del buque se habría quedado ahí, yéndose al fondo del mar; a qué se dedica hoy, las enseñanzas que le enseñó el naufragio y las 48 horas de espera en una balsa
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La voz de Ramón Barrionuevo está fresca, pues levanta el teléfono a media mañana y tiene mucha energía para contar. Hoy se cumplen exactamente 40 años del día en el que se tiró al agua desde la cubierta de un crucero A.R.A General Belgrano que estaba, casi en su totalidad, sumergido bajo el mar helado. Desde su Catamarca natal, donde vive hace varios años, recuerda fielmente los hechos que se sucedieron hasta el momento en el que fue tomada esa imagen donde se los puede ver a él y al capitán de navío Héctor Bonzo (el comandante del crucero) en lo que quedó de la proa del barco, a punto de abandonar la nave.
Punto del hundimiento del crucero A.R.A General Belgrano
El domingo 2 de mayo de 1982, dos torpedos lanzados desde el submarino nuclear inglés HMS Conqueror impactaron contra el casco del A.R.A General Belgrano, condenándolo a un rápido hundimiento. A las 15:56 horas, el primer torpedo golpea en la mitad del buque, en la sala de máquinas de popa, donde había mucha gente de guardia, y genera una explosión ascendente que atraviesa las cuatro cubiertas. El segundo torpedo pega en la proa y corta 15 metros del barco, que se van al agua, desaparecen. El buque queda 15 metros más corto.
El Belgrano, herido de muerte, luchó una hora contra el mar y eso le dio la posibilidad a 700 tripulantes de salvar su vida (de un total de 1093 que iban a bordo). Murieron 323 argentinos. Por medio de un proceso ordenado, los marineros subieron a las balsas de supervivencia, mientras algunos oficiales y suboficiales recorrían el buque para cerciorarse de que nadie quedara atrás.
Una hora después, casi todos habían evacuado. Pero el comandante, Héctor Bonzo, aún no lo había hecho: estaba en cubierta, intentando soltar una balsa que había quedado enredada. Mientras tanto, Ramón Barrionuevo hacía “una última revisión de la cubierta del buque” para encontrar personas que necesitaran ayuda. Los dos se encontraron en la proa. La lectura de Barrionuevo sobre aquella situación es que Bonzo no quería saltar, que prefería irse al fondo del mar con su buque. Entre marinos, esa acción es reconocida como un acto de coraje y honor.
El recuerdo de Bonzo: “Vimos que estaba todo muerto: el buque y los hombres”
Héctor Bonzo murió el 22 de abril de 2009. Después de la guerra de Malvinas, dedicó su vida a dar testimonio sobre lo que ocurrió con el ARA Belgrano. Escribió un libro (llamado ‘1093 tripulantes del Crucero A.R.A General Belgrano’) y concedió mil entrevistas. A propósito de su encuentro con Barrionuevo, antes de abandonar el barco, contó: “Estaba tratando de largar una balsa que había quedado trabada a bordo. En eso, en medio del viento, la noche, del frío, escucho una voz que me grita:
-¡Vamos, señor comandante!
El buque estaba en 35 grados de inclinación. Las cubiertas estaban llenas de petróleo. Un momento tremendo. Al principio no lo reconocí. Era un suboficial que vio a su comandante y dijo ‘yo me quedo con él’. Cuando lo quise convencer de que se largara, no aceptó. Le ordené que se tirara al agua. Era la orden su comandante había dado y que él tenía que cumplir: ‘abandonar el buque’. Y él me contesta algo en que, pasado el tiempo, sigo pensando:
-No señor comandante: si usted no se tira, yo tampoco.
Entonces le dije: ‘Barrionuevo, venga conmigo, vamos hasta proa a ver si queda alguien que necesita ayuda’. Vimos que estaba todo muerto: el buque y los hombres. Así fue como Barrionuevo hizo la señal de la cruz y se largó al agua. Y lo perdí de vista. Al momento, yo que le había prometido que me iba a tirar, hice lo mismo.
Es ahí, en esos instantes, nos tomaron esas fotos famosas, en la secuencia del hundimiento, donde se ve el buque y dos figuras humanas en la proa. Esas dos figuras humanas son el oficial Barrionuevo y yo, el comandante.
Cuando estoy en la balsa, tirado en el piso, porque no daba más, un tripulante me dice: ‘Señor, el buque se está hundiendo’. Ahí es donde saqué medio cuerpo por la ventanilla de la balsa y pude ver los últimos minutos del crucero. Cuando el barco desapareció bajo el agua, mis compañeros de balsa gritaron. ‘Viva La Patria, Viva el Belgrano’.”
Las imágenes del hundimiento
“Quería hundirse con su buque, irse a pique”
“Yo no sabía si era una ilusión óptica o no”, dice Barrionuevo a LA NACION. “Ya había escuchado la voz de abandonar el barco. Ahí pensé un montón de cosas… Te imaginás lo que debe haber sido, para el Comandante, dar la orden de abandonar el barco sabiendo dónde estaba, y que para él, como dueño y señor de semejante estructura, perder el control del personal seguramente fue algo muy feo que pasó por su mente”.
Al grito de “Vamos, señor comandante”, todo cambió. “Cuando lo vi, él quería ingresar al cuarto de oficiales. Pensé que querría hundirse con su buque, irse a pique. Le grité ‘vamos, señor comandante’”. Años después, él, en su libro, dijo que yo desobedecí su orden. Y sí, lo hice. Pero yo pensaba que el podría seguir siendo un gran militar, un gran comandante en tierra o en otra unidad. Lo veía entero”.
—¿Cree que Héctor Bonzo hubiera saltado igual si usted no se quedaba insistiéndole?
—No. Aparte, era un hombre de un temperamento bien aplomado.
—¿Desarrolló un vínculo con Bonzo luego de la guerra?
—Con el hemos vivido situaciones límite. Después de la guerra nos hemos juntado. Incluso con nuestras esposas e hijas, sus hijas hoy en día son amigas mías.
—¿Y con el resto de la dotación?
—También. Hacíamos reuniones. Nos reuníamos todos los que estábamos vivos. Hacíamos choripaneadas y pasábamos el día. Hacíamos vivir al buque.
“Un naufragio exitoso”
—¿Qué adjetivo le pondría al naufragio del Belgrano? Le pregunto puntualmente por cómo se manejó la situación posterior al impacto de los torpedos.
—(Ramón Barrionuevo) Ha sido el naufragio más exitoso.
—¿Qué sucedió antes y después de su salto al agua?
—En 20 minutos bajamos un montón de gente al agua (a las balsas), usábamos sábanas para combatir el frío. Con sábanas, también, improvisamos sogas y mandamos muchísima gente al agua. Pero antes de eso fuimos a la proa. Fue cuando llegamos ahí que nos sacaron la foto emblemática. Luego, el barco pegó un sacudón y Bonzo dijo “vamos”. Procedí a ayudarlo a inflarse el salvavidas y a ponerle los pantalones adentro de las medias, para que pudiese nadar mejor. Yo hice lo propio.
—Y se tiraron al agua.
—Nos persignamos y nos tiramos al agua. Primero me tiré yo, y vi que él había hecho lo mismo. Empecé a nadar contra las olas, braceando, hasta que me encontré con una balsa. Miré hacia atrás y vi que a él también lo había levantado una balsa. Bonzo fue el último en tirarse al mar y el último en subir a una balsa, y si mal no recuerdo, fue el ultimo en subir al Gurruchaga, el buque que nos rescató dos días después.
—Se habla de la “nobleza” del Belgrano, que no arrastró a nadie al hundirse. ¿Podría explicar eso?
—Para la Armada, el Belgrano ha sido la nave insignia. En ese barco no había gente mediocre, solo había gente que quería estar. Respecto a lo que me preguntás, era tan noble que, al hundirse, debería haber generado un fuertísimo efecto remolino que iba a tragarse todo lo que se encontrara en la superficie. Pero no pasó.
Barrionuevo relata que contaban con algunos elementos básicos de supervivencia. “Eran balsas muy marineras: había cigarrillos, una biblia chiquita, jaleas especiales, unos 20 sachet de alimentos calóricos, elementos de señalización y un aparato al que le dabas manija y enviaba una señal de ‘S.O.S’ que daba la vuelta al mundo”.
“Además”, adjunta, “varias pilas secas, como las que ahora se usan en los celulares, que alimentaban las tres lamparitas que había en el techo flexible de la balsa. Las tirabas al agua y generaban una reacción que encendía la luz. Las luces servían para leer la biblia, entre otras cosas, y para aplicar todos los conocimientos de supervivencia que teníamos”.
"Había una incertidumbre total. Teníamos que lograr que la gente no entrase en pánico. Pero sabíamos que no nos iban a rescatar tan rápido"
Ramón Barrionuevo
El chico salteño del pañuelo
—Usted contó, en una entrevista que le hicieron en el pasado, una anécdota muy emotiva sobre el reencuentro con un ex marinero del Belgrano al que usted le entregó su pañuelo...
—Ah, ¡sí! Te la cuento. Cuando estábamos el Comandante y yo verificando que no hubiese heridos en la cubierta, aparece un chico que hablaba con tonada salteña. Corría con las manos tapando su cara al grito de “¡¡ayuda, ayuda!!”. Le vi todas las venas de la cara sangrientas, al rojo vivo, porque la quemadura que te produce la explosión del torpedo te pelaba toda la cara. Tenía las cejas quemadas, el pelo quemado. Saqué mi pañuelo y se lo puse en la cara. Lo bajamos a la balsa y se fue.
—Años después, volvió a verlo.
—Sí. En realidad, él a mí. Después del Belgrano, fui destinado al Arsenal Naval en Azul, provincia de Buenos Aires. Ahí me quebré el pie al caerme desde una antena de 7 metros de altura. Entonces fui al hospital de Puerto Belgrano. Me pusieron un yeso y me fui, y en ese momento escuché a alguien que me gritaba “¡¡Barrionuevo, Barrionuevo!! Se me acercó y dijo: “Tengo algo que le quiero devolver”. “Ay, mi Dios”, pensé, “es el chico salteño del Belgrano”. El pañuelo estaba planchado e impecable.
El reencuentro con Bonzo: “Nunca volví a dar un abrazo así”
“Yo estuve unas 48 horas arriba de la balsa. Dos días. Recuerdo que el día tercero era el cumple de mi padre”, agrega Barrionuevo. Fueron rescatados por el aviso A.R.A Francisco de Gurruchaga, dos días después del naufragio.
—¿Qué recuerda del momento en el que abordó el Gurruchaga?
—A todos les sacaban la ropa, estábamos mojados. Ese barco, además, se había quedado sin nada, casi sin agua. Éramos 360 los que íbamos en ese barquito (el Gurruchaga tenía capacidad para menos de 100 tripulantes). Iba cargado de náufragos hasta la borda, prácticamente se hundía. No había comida en cantidad para una situación como esa, al igual que medicamentos. Tampoco destiladores de agua.
—Contó usted que Bonzo fue el último en subir. ¿Cómo fue el momento en el que se volvieron a ver?
—Yo estaba sentado y entró un cabo preguntando por mí. Dijo: “Está el capitán Bonzo y pregunta por usted”. No lo podía creer. Lo veo entrar, era un tipo puntilloso, refinado, lo reconocí igual, a pesar de que estaba sucio y lleno de petróleo ,al igual que yo. Cuando ingresó al comedor, el marino que más cerca estaba gritó ”¡Atención!”. Me incorporé y avancé hacia él en medio de un pasillo de gente llena de expectativa. Nos abrazamos y lloramos, no podíamos articular las palabras. La gente empezó a gritar “¡Viva el Belgrano!”. Recuerdo que nunca más di un abrazo así.
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