Kevin Carter fue el autor de la fotografía ganadora del Pulitzer en 1994, tuvo una vida compleja, llena de recuerdos y remordimientos que lo empujaron a un trágico final
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Kevin Carter retrató el horror. En marzo de 1993, The New York Times publicó la imagen del niño sudanés desnutrido (en un principio pensaron que era niña) acechado por un buitre. Se convirtió en una metáfora ilustrada de la agonía que atravesaba África y cayó como un balde de agua fría para la humanidad. Al año siguiente, la imagen lapidaria de Carter ganó el premio Pulitzer de fotografía, aunque algunos cuestionaron su ética y lo apodaron “el segundo buitre”. Para el joven fotógrafo sudafricano, inmortalizar el espanto marcó un antes y un después en la vida y lo arrastró al peor de los desenlaces.
La historia detrás de la imagen
En marzo de 1993, Carter junto a su colega João Silva, viajaron a Sudán con Naciones Unidas para retratar la hambruna que sufría el país. El avión aterrizó por media hora en la aldea de Ayod, en el sur, con el propósito de abastecer a un campamento de refugiados del organismo que se asentaba en el lugar.
Rápidamente, el fotógrafo comenzó a sacar fotos hasta que vio a una niña famélica (después se conoció que se trataba de un niño, Kong Nyong), tendida en el suelo con su cara sobre la tierra y un buitre cerca de ella. Con la intención de obtener el mejor ángulo y que el ave abriera sus alas, Carter contempló desde 10 metros la escena durante unos 20 minutos.
Luego de tomar sus fotografías, Carter ahuyentó al animal, se sentó debajo de un árbol, encendió un cigarrillo y lloró. El 26 de marzo, The New York Times publicó la polémica imagen ilustrando un artículo de Donatella Lorch titulado “Sudan is Described as Trying to Placate The West” que narraba la guerra civil en Sudán y la crisis que vivían los refugiados. En el pie de la fotografía decía “Una niña pequeña, debilitada por el hambre, se derrumbó recientemente a lo largo del camino hacia un centro de alimentación en Ayod. Cerca, un buitre esperaba”.
La llamada de numerosos lectores al periódico para saber sobre el estado de salud de la pequeña obligó al diario a publicar días después una aclaración editorial: “Una foto del viernes pasado con un artículo sobre Sudán mostraba a una pequeña niña sudanesa que se había desplomado del hambre en el camino hacia un centro de alimentación en Ayod. Un buitre se escondía detrás de ella. Muchos lectores han preguntado sobre el destino de la niña. El fotógrafo informa que se recuperó lo suficiente como para reanudar su viaje después de que el buitre fue expulsado. No se sabe si ella llegó al centro”.
Al año siguiente, Carter fue premiado con el Pulitzer a la mejor fotografía. Paradójicamente, junto con el mayor reconocimiento llegaron las críticas. La imagen, que había logrado capturar en una fracción de segundo el sufrimiento de todo un continente, marcó para muchos un punto de inflexión y abrió una discusión sobre la ética periodista. ¿El fotógrafo debió haber socorrido al niño en lugar de tomar la fotografía? Algunos, llegaron a tildar a Carter de ser “el otro buitre” de la escena. Años más tarde, se supo que el niño Kong Nyong logró recuperarse y murió a causa de “fiebre” en el 2008.
Una vida llena de espanto
Aunque la foto de “El buitre y la niña” captó el interés mundial y se consagró como la mejor fotografía en 1994, la carrera de Carter estuvo marcada por cientos de instantáneas que capturaron el horror.
Él, junto a tres colegas, era miembro del “Bang-Bang Club” que se dedicaba a retratar los hechos de extrema violencia que acontecieron en los momentos previos al final del régimen de segregación racial en Sudáfrica, el Apartheid. Aún a riesgo de su propia vida, Greg Marinovich, Ken Oosterbroek, João Silva y Carter querían mostrar la barbarie que atravesaba el país. Y lo lograron.
“Para poder hacer ese trabajo es necesario blindarse, armarse de una coraza emocional. No se puede responder a lo que uno ve como un ser humano normal. La cámara funciona como una barrera que lo protege a uno del miedo y del horror, e incluso de la compasión. Carter y sus tres camaradas dormían poco, además, y consumían drogas de todo tipo. Pasaban sus días y sus noches en un acelere mental y en un estado de anestesia emocional casi permanentes. Si se hubiesen detenido un instante a reflexionar sobre lo que hacían, si hubiesen permitido que los sentimientos penetraran la epidermis, habrían sido incapaces de hacer su trabajo”, dijo John Carlin, periodista inglés en el diario El País.
Nueve días antes de las primeras elecciones en Sudáfrica, en la que se permitió participar a los ciudadanos de todas las razas, Ken Oosterbroek, integrante del “Bang-Bang Club” e íntimo amigo de Carter, fue asesinado en un enfrentamiento entre las fuerzas de mantenimiento de la paz y los residentes de un centro de Tokoza. Su muerte impactó fuertemente a Carter que unos días antes se había consagrado como ganador del Pulitzer.
El final
Una situación económica complicada, el peso de los atroces recuerdos y el dolor insoportable de la pérdida de su amigo condujeron a Carter al fin. El 27 de julio de 1994, a la vera de un río en Sudáfrica, cerca de un lugar que visitaba en su infancia, estacionó su auto e inhalando monóxido de carbono por una manguera conectada al caño de escape del vehículo buscó la paz de la muerte.
“Kevin siempre llevó consigo el horror del trabajo que hizo”, dijo su padre, Jimmy Carter, a la Asociación de Prensa de Sudáfrica el día que fue hallado el cuerpo de Carter.
Tenía solo 33 años y en su nota de despedida explicó su decisión: “Estoy deprimido, sin teléfono, sin dinero para el alquiler, sin dinero para la manutención de mis hijos, dinero para las deudas. Estoy atormentado por los recuerdos vívidos de los asesinatos y los cadáveres y la ira y el dolor, del morir del hambre o los niños heridos, de los locos del gatillo fácil, a menudo de la policía, de los asesinos verdugos. He ido a unirme con Ken, si tengo suerte”.
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