El boom del Fortnite y los juegos adictivos
La industria de videojuegos es habitualmente vista como un género menor al lado de otras variantes del entretenimiento como el cine o la música. Sin embargo, tal vez te sorprenda saber que en este momento mueve más dinero que ambas sumadas. Otra idea errónea es que los videojuegos son cosa de chicos: en una encuesta para mi columna de radio, más del 90% de los adultos menores de 45 años juega y 55% lo hace una vez por semana o más.
Desde los lejanos tiempos del Pong, el Atari o los locales de maquinitas como el Pacman, el uso de este tipo de juegos es parte habitual de la vida de grandes y chicos. Sin embargo, algo distinto viene ocurriendo recientemente: al igual que lo que sucede en otras áreas, como el consumo desmedido de series de TV, el creciente entendimiento de los sesgos cognitivos y los mecanismos químicos de recompensa de nuestro cerebro abren la puerta al diseño de juegos que induzcan un uso desmedido. Seis de cada diez encuestados conoce personas cercanas que juegan en exceso.
Lanzado en 2012, el Candy Crush fue uno de los primeros en hacer uso de estas nuevas herramientas. Mientras los jugadores estamos convencidos de que ganamos o perdemos en función de nuestra habilidad de manejar las piezas, manipulando la posición inicial del tablero los diseñadores del juego deciden de antemano en cada partida qué probabilidad de ganar les conviene que tengamos. Si ganamos demasiado a menudo, se pierde el desafío, pero si perdemos continuamente, la frustración hace que dejemos de jugar. La frecuencia de victorias y derrotas es cuidadosamente manejada para maximizar nuestro tiempo de juego. Pero el mecanismo es más sutil aún: incluso en las partidas que perdemos ¡el tablero está diseñado para que perdamos por muy poco y rápidamente queramos revancha! "Es que estuve tan cerca de lograrlo…", pensamos.
El caso más reciente y notable es el Fortnite, un juego lanzado en 2017 en el que 100 jugadores caen simultáneamente en una isla, deben recorrer el terreno en busca de armas y protecciones y eliminar a los demás participantes. Gana el último sobreviviente. Este juego perfeccionó las técnicas adictivas de sus antecesores y agregó un manejo cuidadoso de la química cerebral, combinando la excitación de la adrenalina por la sostenida tensión del peligro de muerte con abundantes dosis de dopamina, el neurotransmisor asociado a la recompensa y la motivación. Igual que el Candy Crush, lo primero que el juego muestra al ser eliminado es cuán poca vida le quedaba al rival que te asesinó y lo cerca que estuviste de que el resultado fuera el opuesto. Epic Systems, compañía creadora del Fortnite, registró ingresos superiores a los tres mil millones de dólares en 2018 y vuelca una parte importante de ese dinero a seguir perfeccionando el juego para acentuar sus características adictivas.
La liberación de dopamina, rasgo común con muchas drogas adictivas, no solo impulsa a los jugadores a iniciar otra partida apenas terminada la anterior. También desluce casi toda otra actividad alternativa donde la sensación de excitación y recompensa es mucho menos intensa e inmediata, por ejemplo la lectura.
"Dejá la computadora y andá a jugar con tus amigos", instan preocupados muchos padres y madres hoy en día. "Mis amigos están acá, jugando al Fortnite también", responden los chicos, evidenciando en toda su magnitud la paradoja de estos tiempos.