El boom de los cómics: los superhéroes salen del nicho
Planta baja. Domina el cómic americano. Los superhéroes de Marvel, con las ediciones de lujo de Panini y las publicadas en la Argentina. Los volúmenes en castellano de The Walking Dead, que saca OVNI Press, y los de Sin City, de Ivrea. Al fondo, la caja y una escalera. Entrepiso. Al lado del ventanal, una pared copada por el manga. Otra, la cubre el cómic europeo. Estanterías con cómics argentinos, norteamericanos de editoriales españolas, infantiles. Atrás, el merchandising: muñecos, figuras, libretas, agendas. Dos escaleras llevan a un balcón: el piso superior. Ahí está la cafetería, y a la vuelta el sector de literatura –fantástica, de terror, de ciencia ficción–. Sobre las columnas cuelgan remeras; sobre las paredes, cuadros originales a la venta de ilustradores nacionales. Se exhibe una muestra de Salvador Sanz. Un Gokú gigante ilumina el fondo. Y un espacio libre espera la próxima presentación editorial.
El nuevo local porteño de La Revistería, dicen sus dueños, es la comiquería más grande de América del Sur. Este quinto local abrió en octubre. Son 400 metros cuadrados distribuidos en tres pisos, sobre la peatonal Florida, que remiten a un shopping de la cultura pop. Una apertura de esta magnitud habla, al menos, de dos fenómenos simbióticos: hoy en cualquier comiquería del país –incluso en librerías que les dedican un sector y kioscos de revistas– se ofrece una amplia variedad de publicaciones importadas y nacionales; y, del otro lado, existe un público ávido de esos títulos, que va del núcleo comiquero, conocedores atentos a las novedades o que buscan rarezas, hasta lectores más periféricos que los atrae la curiosidad o llegan empujados por el envión de un clima de época que mira con buenos ojos a las historietas y a sus personajes.
“El cómic salió del nicho, sí. El tipo de cliente de La Revistería lo demuestra. Pero no sé si ganó masividad. Lo que se logró es una identificación, se abrió más la cabeza de la gente. Antes eras un freaky. Y hoy, en cambio, todos tenemos un punto de contacto con la cultura pop. Y acá la idea es esa: por ahí lo tuyo no son los cómics de superhéroes americanos, pero te gusta Tintín, Asterix o Lucky Luke; o venís del mundo gamer, o del lado del cine, o te llevás Kryptonita, la novela de Leonardo Oyola, que toma los personajes de DC y los lleva al conurbano. Si entrás acá, algo seguro te va a gustar”, dice Ricardo Villarreal, un histórico en el mundo cómic, ahora a cargo del flamante local de la calle Florida.
Si el cómic escapó del nicho, si logró masificarse, o si este furor no es más que una burbuja y una moda pasajera es un debate con distintas posiciones dentro del ambiente. Pero la mayoría coincide en que Hollywood, y en particular las películas de Marvel, lograron popularizar de una forma inédita a los superhéroes. A eso se suma un cambio cultural donde el antihéroe (o lo “nerd”) abandonó los márgenes para ocupar un lugar protagónico antes impensado, como lo demostró el caso emblemático de la serie The Big Bang Theory. Acá, la onda expansiva llegó con aperturas de comiquerías con perfil propio y una nutrida oferta de material, aunque también con algunos cierres. Eso sí: que este “boom” haya generado nuevos e imperecederos lectores, es algo de lo que aún se duda.
Traspaso generacional
“Hace un par de años tal vez no era tan normal ver a un chico leer un cómic en un medio de transporte público, quizás por timidez o por desconocimiento de su existencia. Pero por suerte hoy eso ya quedó de lado”, dice el editor de historietas Leonardo Scarano.
Apenas aprendió a leer, su padre empezó a comprarle historietas de Disney, Warner y de superhéroes. Por gusto o curiosidad, Scarano expandió su colección. Y cree que tal vez fue ese puntapié inicial el que lo llevó a ser hoy editor en OVNI Press, coordinador en ECC Argentina –que edita a DC en el país– y a tener su sello, Purple Books. En ese traspaso generacional se vislumbra un hecho que él resalta: el cómic siempre estuvo presente en la Argentina de una forma masiva y en contraposición a lo que hoy se podría considerar como un “nicho”. Pero con el paso del tiempo, explica, aquellas editoriales como Abril, Columba o Quinterno y sus obras y personajes como El Eternauta, Patoruzú o Nippur, fueron perdiendo presencia en los puestos de venta, y la crisis de fines de los 90 y principios del 2000 terminó por extinguirlas.
“Lo que hoy vemos como un ‘boom’ en contraste a ese ‘nicho’ es la proliferación del cómic de superhéroes y extranjero, que está intrínsecamente ligado a la masificación que se ha hecho de los superhéroes y franquicias editoriales como producto –dice Scarano–. Sin dudas, con el avance de las tecnologías y principalmente con la popularidad que tomaron ciertos personajes y franquicias gracias a Hollywood, el cómic ha podido llegar y publicitarse de una forma mucho más masiva.”
Cree, sin embargo, que se está atravesando una suerte de burbuja destinada a explotar en algún momento. “Pero si queremos crecer como industria y evitar que la burbuja explote no podemos dejar de buscar lectores, o si no nos estancaríamos en los que ya están, creyendo que van a comprar por siempre”, dice.
Las ventas marcan que el público más consumidor se encuentra entre los 25 y 40 años, apunta Scarano. Villarreal, de La Revistería, advierte también que el perfil cambió con los años: en los 90 prevalecía el varón entre 18 y 30 años; ahora se amplió muchísimo a las chicas, y a gente de cualquier edad.
Un sótano inquieto
Lo llamativo del debate que se da ahora en Sector 2814 es que, en este caso, coinciden en un punto: con el correr de la historia, Dragon Ball Z fue perdiendo el componente mágico en favor de una supremacía tecnológica. “La nube voladora se reemplazó por cápsulas”, ejemplifica uno de los muchachos, mientras observan imágenes del animé en una computadora. Esta comiquería sobre Suipacha, casi Paraguay, abrió en mayo con ese espíritu: un espacio amigable que fomenta que, entre bateas y estanterías copadas por historietas americanas, algunos mangas y novelas gráficas, un grupo de hasta ese momento desconocidos se enrosque en argumentar su favoritismo por Batman o Superman, o discuta si les gustó más Rogue One o Episodio IV.
Más allá de especializarse en issues (números de una historieta engrapados) y back issues (números individuales o rarezas) Pablo Canalicchio, profesor del Seminario de edición de historietas de la UBA y uno de los tres socios de Sector 2814, define al sótano como la “joyita” de la comiquería. Cine debate, taller de dibujo de historietas para chicos, juegos de rol, charlas y lanzamientos. “Creo que hay un crecimiento real de la industria, que se lee más que antes, que se incorporaron algunas historietas como El Eternauta a los diseños curriculares de las escuelas, pero también que es un fenómeno inflado, de moda por las películas. Y que así como nacen muchas comiquerías, otras tantas desaparecen”.
Germán Martínez, otro de los socios de Sector –solía vender por Internet y entregaba en el McDonald’s del Obelisco–, está molesto con una clienta que se acaba de ir: ella se quejaba de lo que estaba gastando en los cómics que le había encargado su hijo de 14 años: “El público todavía no lo entiende y para algunos está mal visto que un chico lea cómics. ¡No se da cuenta de que acaba de gastar 900 pesos en lectura! Por eso digo que esto es una ilusión, una burbuja creada por Disney e inflada de 2008 para acá con The Big Bang Theory y Iron Man 1. ¡Hoy hasta mi viejo sabe quién es Tony Stark! Cuando el furor pase, quedaremos los apasionados”.
A poco más de diez cuadras de ahí, en Entelequia, detrás de su escritorio, custodiada desde un cuadro por los superhéroes de Marvel, y acompañada por una decena de dibujos que en fibra negra dejaron sobre una pared ilustradores como Olivetti o Alcatena, Graciela Molina habla de un cambio de paradigma paulatino que se dio en los últimos años: “Cuando yo empecé a vender historietas [abrió en 1981 como una librería de arte y devino en una comiquería] al que las compraba se lo veía como un nerd. Y hoy es cool”.
Para ella este “reverdecer” –distinto al de los 90 donde empezó a entrar material de importación muy difícil de conseguir hasta entonces, y aperturas como Meridiana, y las desaparecidas Camelot y Genux– va de la mano con el fenómeno de edición local que motorizó años atrás OVNI Press, los mangas de Ivrea y la Comic Con. Y es optimista: “Esto va a crecer. La gente se inclina cada vez menos a leer. Es más visual. Y la historieta permite una lectura más ágil”.
Una luz en la galería
Es jueves a la tardecita y al fondo de una galería de Corrientes al 5200, un local bien iluminado llama la atención por el movimiento que ostenta en un territorio casi desierto: es The Godfather Comics, tienda que se materializó a fines de 2016, pero que nació antes como un showroom en una casa. “De una persona por día, pasó a 15, y se descontroló. Despegó y ahora vivo de esto”, cuenta Agustín Roses, su creador.
El perfil está definido: el 95% de los cómics son en inglés. Pero también se dio cuenta de que vender y conseguir pedidos es “finito”. Por eso se apoyó en eventos, con la idea de acercar a quienes son ajenos al mundo del cómic. La firma de ejemplares de la guionista Gail Simone, y el Free Comic Book Day fueron dos de los que organizó el año pasado.
“Hay una gran demanda que generó el cine. Aunque generó interés, y no lectores. Por eso es importante que el cómic que les des les guste tanto como la peli y los enganche –dice–. Hoy si va a salir una película, tenés que estar preparado. Pasa con The Avengers, y pasó con Valerian”.
Adentro del local, Martín Goniondzki, remera de Batman, 27 años, hace referencia a ese vínculo: como estudiante de cine, quiere leer los cómics antes de que salgan las películas para observar la adaptación. “Me pasó de buscar Guardianes de la Galaxia, y eso hoy lo conseguís. Es un buen momento para los cómics”, dice. A su lado, Rodrigo Sánchez, otro cliente, se suma: “Es tan buen momento que llegás tarde”.
Para Roses no hay dudas:si bien el de ahora es un fenómeno inflado y magnificado –menciona ese mail de Obama en 2015 donde cuenta que creció con las historietas, Spiderman y Conan el Bárbaro sus personajes favoritos–, la burbuja se rompió y llegó para quedarse. “Realmente hay una liberación. Es nuestro momento”, concluye. Se da vuelta, mira a los dos clientes, y les dice: “Ahora sí, ataquen”.