Son las cuatro de la mañana y el jet lag me escupe de la cama. Después de asomarme por la ventana y ver gran parte de la nocturna Seúl desde el piso 18 de mi hotel, entro por primera vez en el baño de la habitación y caigo en la cuenta de que no tiene bidet. ¿Un 5 estrellas sin bidet? Falso. Sobre la pared, un dispositivo de control remoto me permite modificar la temperatura de la tabla y ofrece varias opciones de bidet –invisible e incorporado en el inodoro– que incluyen la elección de la dirección y potencia del chorro, así como el origen vertical invertido o transversal. Por último, gracias a las bondades de la tecnología de punta, tengo la opción de "masaje" y "secado", que no es otra cosa que aire caliente allí donde más lo necesitamos.
De vuelta en Argentina, me despierto con una terrible noticia: con las últimas reformas de los códigos urbanístico y de edificación de finales de 2018, y la aprobación para la construcción de microviviendas de 18 metros cuadrados sin bañadera ni bidet, nuestro adorado artefacto comenzará a desaparecer o, por lo menos, a cambiar sus formas.
Sin embargo, eso que los porteños damos por sentado, resulta ser un objeto que para los argentinos ocupa un lugar tan simbólico como digno de mencionar: sinónimo claro de burguesía y ascenso social, importado de Francia cuando todos los ojos miraban a Europa, el bidet comenzó a tener un lugar en los baños de las grandes ciudades argentinas a medida que los departamentos de la segunda mitad del siglo XX comenzaban a edificarse. ¿Adónde irá a parar?
Mi pequeño pony
Algunos historiadores afirman que el bidet fue traído por los Cruzados de vuelta de Jerusalén y que tenía uno uso anticonceptivo: había sido diseñado para lavar los órganos genitales antes y después de las relaciones sexuales. Otros, que fue concebido para que los jinetes, luego de largas jornadas, pudieran darse sus terapéuticos baños de asiento. Lo cierto es que tuvo su primer esplendor en la Francia napoleónica –Napoleón dejó el suyo en herencia a favor de su hijo y lo hizo popular entre nobles, que lo exhibían como símbolo de estatus–, donde fue bautizado como tal. Bidet es la palabra francesa utilizada para nombrar a un caballo pequeño o un pony, y hace referencia a la posición que el usuario debe adoptar. Todavía se discute si los argentinos lo usamos correctamente, ya que un grupo de fanáticos afirma que, en realidad, deberíamos sentarnos frente a las canillas y no dándoles la espalda.
Nuestro venerado dispositivo ha tenido una suerte errática a lo largo del globo. En Latinoamérica se lo usa poco y nada. Solo en Paraguay, Uruguay, Brasil y en nuestro país –que está en un 90% de los hogares de clase media y alta– ha plantado sus raíces. En Europa ocurrió algo similar: está presente en España, Francia, Italia y Grecia, pero es casi totalmente desconocido en el resto del continente. Una encuesta realizada dentro del New York Palace Hotel arrojó un dato curioso: solo un 2% de sus huéspedes afirmaban utilizarlo. Me pregunto qué pensarían, por ejemplo, los fanáticos colombianos de Charly García cuando escuchaban "Promesas sobre el bidet".
La comunidad médica tampoco se pone de acuerdo. Hay quienes afirman que su capacidad higiénica es irrebatible. Otros, que puede producir cistitis e infecciones urinarias. Y todo depende, también, del tipo de aparato. En Argentina, solo conocemos el modelo vertical –llamado de ducha perineal y prohibido en algunos países–, pero existen los de ducha horizontal, donde el chorro de agua sale desde la parte posterior.
La nueva ciudad
Dieciocho metros cuadrados. Seis por tres. Una cama rebatible, una mesa rebatible, un anafe eléctrico, un baño sin bañera y sin bidet. Así serán los futuros departamentos de Buenos Aires.
La arquitectura no es solamente la disciplina responsable de construir nuestras casas. Por extensión, es la que modela –o se adapta a los modelos– de organización social en la que vivimos. Por ejemplo, en este momento se está demoliendo una "casa chorizo" (sin bidet) construida hace poco más de cien años. Esa casa fue pensada para una familia ampliada en la que, la familia nuclear –madre, padre, hijos– compartía con algún abuelo o tío los espacios en común –cocina, patio– y también la crianza de sus hijos, o la preparación de la comida. Sin embargo, esa organización no duró tanto tiempo y muchas de esas casas se transformaron en unidades funcionales de varios PH o se mantuvieron a fuerza de conservación o remodelaciones millonarias.
En los últimos cien años, la construcción de departamentos se fue achicando por diversas causas que van desde la especulación inmobiliaria hasta el crecimiento en la demanda de viviendas chicas para personas que deciden vivir solas.
Un trip en el bocho
Los amantes de la ducha perineal, sin embargo, tenemos alternativas. La más conocida –y denostada– es el invento de una empresa rosarina fundada en 1982, el Bidematic: ese brazo ortopédico de acero inoxidable bastante incómodo. En la actualidad, se ofrecen mutaciones más modernas y efectivas de ese producto. Una de las más populares es el "neobidet", un mecanismo de fácil instalación que, debe decirse, cumple honorablemente con sus funciones por un costo accesible: por apenas US$50 y sin necesidad de un plomero –si usted se da maña con la grifería– se puede tener una solución tan aceptable que, no dudo, será parte de la instalación por defecto de los departamentos del futuro. Y así como el bidet fue y será un símbolo burgués por excelencia, ya se puede conseguir en Argentina el mismísimo inodoro inteligente Senso Wash, imaginado para la firma alemana Duravit por Philippe Starck, el diseñador industrial ¡francés! que le puso arte a la vida cotidiana. Desembolsando unos US$2.000 –sin instalación– se accede a este asiento sanitario de lujo ahorrando un espacio que puede resultar vital para nuestro baño. Lamento decirle, no se puede regular la temperatura de la tabla.
La discusión sobre la tecnología de la vida cotidiana se desata cada día en ámbitos tan diferentes como la medicina o la antropología. ¿Necesitamos los dispositivos que –creemos– nos hacen más fácil o rápida o limpia la vida? ¿Mejora nuestra vida realmente el lavavajillas? ¿Y la aspiradora? ¿Podríamos vivir sin celular? ¿Y sin bidet? ¿Cuántas de estas necesidades "creadas" son efecto del avance natural del capitalismo y de su brazo armado, el márquetin? Difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo.
Ilustración apertura: Kiko