“Escondida” en el barrio de la Recoleta, se emplaza una de las zonas más exclusivas de la ciudad, un diseño arquitectónico donde más se siente la influencia parisina
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Entre la Biblioteca Nacional y el Cementerio de la Recoleta, escondido a simple vista y por encima de la barranca flanqueada por el Monumento a Bartolomé Mitre, se erige un pequeño sector exclusivo conocido como La Isla. Desde su concepción a principio del siglo XX, este barrio dentro del barrio, delimitado por las avenidas Las Heras y del Libertador y las calles Agote y Agüero, siempre buscó destacarse del resto gracias a su traza irregular, sus diagonales, sus pasajes y sus escalinatas con aire parisino.
Lugar de residencia de algunas de las familias más tradicionales y adineradas del país, diplomáticos y extranjeros, La Isla tomó forma a partir de una quinta centenaria y los ambiciosos planes del intendente Alberto Idelfonso Casares. Su estilo europeo y sus mansiones de antaño se fueron desvaneciendo con el paso del tiempo y la incursión de la vida moderna más convencional, pero su ‘exclusividad’ persiste y es una parte inseparable de la historia de la ciudad. ¿Qué esconde este oasis porteño? Acá te lo contamos.
Una ‘isla’ en la ciudad
Una isla no es solo una porción de tierra rodeada de agua por todas partes, también es un espacio urbano delimitado por calles. Una definición bastante simplista para describir al barrio más exclusivo de Buenos Aires: una pequeña zona dentro de la Recoleta –apenas ocho manzanas– que se ganó su apodo gracias a su particular disposición, su ubicación elevada (y privilegiada) y sus pasajes rematados en escalinatas; cuyos límites se trazan entre las avenidas Las Heras y del Libertador y las calles Agote y Agüero. Una vez ‘adentro’, el bullicio de la ciudad parece desvanecerse y La Isla adquiere vida propia; un microcosmos donde el estilo parisino de principios del siglo XX y edificios como el Palacio Madero Unzué (donde hoy funciona la embajada británica) chocan con la modernidad de edificaciones más nuevas como su vecina, la Biblioteca Nacional.
El éxodo de La Recoleta
Recoleta toma su nombre del Convento de los Padres Recoletos, originarios de Francia y miembros de la orden franciscana que se estableció en la región a comienzos del siglo XVIII. Hasta bien entrado el siglo XIX, el ‘barrio’ era una zona semirrural de quintas y arrabales, estructurada alrededor del convento y la iglesia dedicada a Nuestra Señora del Pilar, el cementerio y el Asilo de Mendigos donde hoy se encuentra el centro cultural.
A finales del siglo XIX, el paseo de la Recoleta –centro geográfico del barrio y uno de sus puntos más altos– atrajo a las familias más pudientes del sur de Buenos Aires que buscaban escapar de la epidemia de fiebre amarilla que asoló a la ciudad en 1871. El éxodo de las clases acomodadas fue el puntapié para la urbanización de Recoleta, que pronto se convirtió en uno de los barrios más elegantes, repleto de grandes mansiones como la de la quinta Hale-Pearson.
La Quinta Hale
Por aquel entonces y hasta finales del siglo XIX, el área conocida como La Isla pertenecía a la familia Hale-Pearson, parientes de Samuel Brown Hale, ganadero nacido en Estados Unidos en 1804 y radicado en Buenos Aires en 1830, quien supo ser vicepresidente de la Sociedad Rural Argentina y colaborador de Domingo Faustino Sarmiento. La Quinta Hale, como se la conocía, tenía una superficie total de 82.000 m² y varios lujos para la época. Tras el fallecimiento de su propietario en 1888, los terrenos pasaron a manos de la firma inglesa Baring Brothers & Co., mientras el barrio de la Recoleta se seguía transformando impulsado por la primera intendencia de Torcuato Antonio de Alvear, obsesionado con el arbolado, la reforma de las viejas plazas secas y el diseño de las falsas grutas con lagos artificiales, una moda muy francesa.
Un arquitecto francés y el mirador al Río de la Plata
En mayo de 1905, el intendente Alberto Idelfonso Casares expropió la quinta y dictó un decreto de compra a la Baring Brothers con el objetivo de crear un barrio residencial de grandes casonas rodeadas de parques y una ubicación privilegiada (sobre las barrancas), incluyendo un mirador con vistas al Río de la Plata, desde lo alto de la Plaza Mitre. La tarea de construcción cayó en las manos del arquitecto francés Joseph Antoine Bouvard, encargado de dar forma a la terraza donde se diagramó el laberinto de senderos que lo caracteriza: una traza en diagonales que buscaba despegarse de los rasgos coloniales y las calles en cuadrícula. Bouvard, contratado originalmente por Alvear para proyectar una serie de obras públicas y un plan urbanístico ante los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, también presentó un proyecto para la Plaza de los Dos Congresos y un ambicioso plan de avenidas diagonales del que solo logró concretar (parcialmente) las actuales Norte y Sur.
Cinco escaleras y una vista fija
Para 1908, la municipalidad empezó a subastar los primeros terrenos de La Isla, un verdadero éxito que atrajo a familias como Gowland Moreno y Álzaga. Para ese entonces, Bouvard también decidió embellecer el nuevo barrio con sus famosas escaleras, destinadas a conectar la plaza de la base con los diferentes belvederes: grandes terrazas o explanadas que enlazaban los desniveles y conformaban un paseo que tenía como objetivo admirar el río, muy querido por el arquitecto francés. Gran parte del trabajo de Bouvard se perdió con el tiempo y las remodelaciones, pero el encanto europeo prevalece en las cinco escalinatas: la de Arjonilla y Agüero, junto a la llamada Fuente de la Poesía; la de Agote en su intersección con República del Líbano; la construida sobre la calle Guido y Agote con vistas al cementerio; la de Guido y Agüero, que conducía a la quinta presidencial Unzué (donde hoy se ubica la Biblioteca Nacional Mariano Moreno), y la que se encuentra en la intersección de Copérnico y Galileo. La Plaza Mitre solía tener una tercera escalera, pero para despejar la vista hacia la escultura del prócer “la municipalidad demolió la escalinata central y reconstruyó la barranca, conservando las dos laterales”, según Pablo Chiesa, licenciado en museología.
Un palacio en medio de la isla
La Isla terminó de tomar forma entre 1906 y 1914, cuando algunas de sus calles recibieron nombres por ordenanza, en este caso, celebrando a los astrónomos y físicos Galileo, Copérnico y Newton. El paisaje se fue modificando, así como sus edificios, pero una de sus mansiones originales sobrevivió al cambio y al paso del tiempo: el palacio Madero-Unzué, donde hoy funciona la embajada británica. De estilo eduardiano, el fastuoso hogar de la familia Madero-Unzué fue construido entre 1914 y 1917 por los arquitectos ingleses Walter Bassett-Smith y Bertie Collcutt, responsables de otras obras importantes en Mar del Plata, Hurlingham y Temperley. Hasta 1945, allí vivieron Carlos María Madero Ramos Mejía –descendiente de William Ross, el primer inmigrante escocés de Buenos Aires–, su esposa Sara Unzué y sus hijos, recibiendo a personalidades destacadas como el presidente Marcelo T. de Alvear, amigo del dueño de casa. En 1945 fue adquirido por el Reino Unido y se le anexó el parque que solía formar parte de la Quinta Hale. Dos años después se convirtió en la embajada-residencia del Reino Unido en Argentina, para muchos, la más lujosa que ostentan los británicos alrededor del mundo.
La calle más corta
Los argentinos podemos presumir de tener la avenida más ancha del mundo (la 9 de Julio), una de las más largas (Rivadavia, con 35 kilómetros) y una de las calles más cortas: Arjonilla, ubicada en La Isla, ocupa apenas una cuadra; aunque muchos dirán que es solo un ‘pasaje’ que se remata con la escalinata que baja hacia la calle Agüero. Esta pequeña arteria porteña que nace junto al monumento a Bartolomé Mitre, toma su nombre de un pueblo español donde, el 23 de junio de 1808, se libró una batalla en la que destacó José de San Martín; por aquel entonces, al servicio de la Madre Patria. Al final de Arjonilla, sobre la calle Agüero, también se encuentra la Fuente de la Poesía, una idea de los artistas plásticos Enrique Banfi y Silvana Perl que, en 1997, ‘intervinieron’ la fuente creando un espacio de inspiración donde, al caer la noche, se encendía un proyector que emitía versos de autores como Borges, Neruda, Machado, Guillén y Girondo en forma continua. La instalación funcionó hasta el año 2010.
Casi, casi la residencia de Eva y Perón
La exclusividad de La Isla impulsó varios proyectos que nunca se concretaron, entre ellos, la posibilidad de construir allí la residencia presidencial. En 1913, la municipalidad de la ciudad pensó que podía ofrecer algunos de sus terrenos al gobierno nacional para dicho fin, a cambio del predio del primer arsenal de guerra (denominado Esteban de Luca) –que ocupaba la zona comprendida por la avenida Juan de Garay y las calles Pichincha, 15 de noviembre y Combate de Los Pozos, donde hoy se sitúa el Hospital Nacional de Pediatría Juan Garrahan–, donde planeaba levantar otro barrio parque. El plan no prosperó, pero en 1937 el estado adquirió el Palacio Unzué, pegadito a La Isla. La ex quinta se convirtió en la residencia presidencial de Juan Domingo Perón, donde Evita daba sus entrevistas y donde falleció el 26 de julio de 1952. La casa original fue destruida tras el derrocamiento del general en 1955 y ahí mismo, en 1962, comenzó la construcción de la Biblioteca Nacional.
¿Avellaneda o Mitre?
La plaza, planificada para embellecer la parte baja de La Isla, no siempre tuvo el mote de Mitre. Originalmente conocida como Parque Avellaneda, cambió a su nombre definitivo en 1921, y el 8 de julio de 1927 (con discurso del general Agustín P. Justo) se inauguró el Monumento a Bartolomé Mitre, obra de los escultores italianos David Calandra y Edoardo Rubino. Para sumar la figura de bronce del ex presidente argentino –emplazada entre las calles Agüero y Agote y la Avenida del Libertador– fue necesario desmantelar la escalinata central de la terraza con vistas al Río de la Plata, como ya te contamos unos párrafos más arriba. Pocos saben que en 1938, el intendente Mariano de Vedia y Mitre –responsable de obras públicas como el ensanche de la Avenida Corrientes, la construcción del Hospital Argerich, el primer tramo de la Avenida 9 de Julio y la inauguración del Obelisco– intentó modernizar la plaza instalando una fuente en cascada, racionalista, pero la nueva adhesión no duró mucho tiempo y fue desmantelada para devolverle el aspecto original a la barranca.
¿Cuánto cuesta convertirse en ‘isleño’?
La Isla es una de las zonas más exclusivas de Buenos Aires. Un ‘pedacito de París’ en medio de la ciudad, donde viven algunas de las familias más tradicionales y adineradas del país, además de diplomáticos y extranjeros que buscan su belleza y seguridad. Según el análisis de varias inmobiliarias, es la tercera zona más cara de Buenos Aires detrás de Puerto Madero y Palermo Chico; los valores más altos del barrio de la Recoleta (equiparados a los de la Avenida Alvear) donde el costo del metro cuadrado oscila entre los 3500 y los 5000 dólares. A pesar de los montos elevados y la crisis económica, la zona no pierde valor y la demanda es permanente… aunque no es común encontrarse con una de sus propiedades a la venta.
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