El ayer reciclado
Cito: "La extraña ductilidad de la vida en la Argentina siempre me sorprende; todo parece desmoronarse con repentina, convulsiva violencia, de la cual, pienso, no parece haber vuelta atrás. Sin embargo, al día siguiente todo sigue como antes". El pasaje pertenece a un periodista de California, Kevin Carrel Footer, cuyo comentario, en una nota reciente, sorprendió por ser tan generalizado como puntual. Buenos Aires, y otras ciudades del país, muchas veces ofrecen evidencias de causas terminales que resultan sólo males temporarios. ¡Con qué facilidad parecemos caer en los más exagerados lamentos y en poco tiempo el drama en cuestión sólo merece un "Ah, pero eso ya pasó, está superado". Un comentario de frecuente uso por parte de los funcionarios públicos.
Hace apenas dos años, la consigna popular era "Que se vayan todos", de origen impreciso por la rapidez con que se propagó en los pocos meses entre las elecciones de octubre de 2001 y la transición de cinco presidentes.
Al margen de si era posible o deseable echar a todos, hoy siguen estando casi todos. Pocos de los políticos que inspiraron tanto vilipendio se han jubilado, y un número aun menor ha sido procesado por su presunta participación en una corrupción que se pintaba como histórica.
Coincidió con esa época de conspiración, colapso y saqueo el reclamo público por vía del cacerolazo, donde las metálicas manifestaciones buscaban el despido de todo el elenco de los tres poderes. El país parecía a punto de desmembrarse. Hoy ya casi no hay personas que se sientan partícipes ni responsables de esas jornadas.
Los herederos del cacerolazo son apenas una docena de sufridos ciudadanos que casi a diario marchan por la calle Florida (u otras) martillo en mano, buscando su liberación espiritual y financiera en una catarsis de golpes contra los portones blindados de diversos bancos, en busca de recuperar ahorros perdidos a través de algún gerente, un miembro del Gobierno o quizás el gran CEO, allá en el cielo.
El testimonio más evidente del tumulto de hace 30 meses es una ciudad con alteraciones que preferimos no enfatizar demasiado. Las vallas policiales hoy cierran espacios que deberían ser de tránsito público.
Varios bancos y algunas grandes empresas aparentan ser fortalezas blindadas que más recuerdan a los edificios junto al muro que dividía Berlín entre los años sesenta y ochenta que a una ciudad abierta.
Sin embargo, ya nos hemos acostumbrado a vivir con este blindaje, y varios destinatarios de la protesta superan cualquier crítica estética renovando con frecuencia la pintura que cubre los graffiti. Eso facilita el olvido de nuestras crisis y ayuda a reciclarnos.
Estas circunstancias proveen de abundante material a sociólogos y psicólogos, y aun más a los historiadores, que buscan explicaciones de nuestro desarrollo social.
Pero, más allá de esos laboratoristas, sería interesante entender nuestra facilidad para superar el ayer y nuestra forma de dejar de ser responsables de lo ocurrido como medio criollo de seguir adelante.
El autor es periodista y escritor