Verónica Camargo, la madre de Chiara Páez, recientemente distinguida en el Congreso por su militancia, cuenta las intimidades del crimen que gestó #NiUnaMenos; hoy enfrenta la baja en la condena del femicida de su hija; ”La perpetua la tengo yo”, dice al respecto
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Chiara Páez tenía 14 recién cumplidos; Manuel Mansilla, 16, casi 17. Ella estaba embarazada, acababa de contárselo a su madre. Había sido una tarde larga de abrazos y llanto. Él también lo había hablado con la suya, aunque no se sabe cómo reaccionó ella. El principal conflicto que enfrentaba la joven pareja, el tema que seguramente discutían a escondidas esa madrugada del 10 de marzo de 2015 mientras caminaban sin sentido por las calles de Rufino, era cómo seguir. Páez quería tener al bebé; Mansilla, no.
Así empezó la noche quizás más espantosa de la que tenga recuerdo esta pequeña ciudad santafecina. Verónica Camargo, la madre de la adolescente, se despertó a la madrugada con una llamada de esas que ninguna madre quiere tener: “Chiara no aparece”. El que hablaba era Mansilla. El joven le explicó también que había pasado a buscar a Chiara por lo de una compañera del colegio, que se habían peleado y que, por eso, la había dejado volver sola, caminando, a esa misma casa. Pero ella nunca llegó a destino y sus amigas, que la esperaban allí, lo llamaron.
“Salí desesperada a donde él dijo que la había visto por última vez. No aparecía. Mansilla me volvió a llamar después para preguntarme si podía buscarla con el papá, que era policía y justo estaba de guardia. Le dije: ‘Mientras aparezca, buscala con quien quieras’. La buscamos todo el día siguiente. Familias enteras se dividían las zonas de Rufino para hacer rastrillaje -recuerda Camargo-. Jamás imaginé lo peor. Y menos que lo hubiese hecho él. A pesar de que Mansilla nunca me había gustado, nunca pensé que era capaz de hacer semejante barbaridad”.
Si no hubiese sido por los perros de la policía, trasladados especialmente a la ciudad para buscarla, Camargo cree que nunca hubieran encontrado a su hija. Ese mismo domingo, a la tarde, los canes se descontrolaron frente a la casa de Mansilla. Fue allí, en el jardín, donde apareció ella, enterrada y tapada con basura.
“Chiara era todo. Alegre, cariñosa, sensible, a veces, también enojona. Tenía miles de proyectos, jugaba al hockey, bailaba, pintaba. Hoy agradezco esos 14 años que compartí con ella, haberla acompañado en todo, siempre que podía”, dice Camargo con una media sonrisa, a 8 años del femicidio. Se encuentra de paso por Buenos Aires, alojada en lo de una amiga que le dio su intensa lucha y militancia contra la violencia de género de los últimos años.
Hace pocos días, Camargo y otras siete mujeres de diversos rubros se encontraron en el Congreso de la Nación, donde fueron distinguidas como “Mujeres reales”, reconocimiento impulsado por un grupo de diputadas nacionales en el marco del mes de la mujer. Pero no es de eso de lo que quiere hablar hoy, sino de la injusticia y desprotección que dice estar viviendo en carne propia. Hace pocas semanas, debió ver nuevamente al femicida de su hija y a su madre, a quien ella considera partícipe del asesinato, durante la última audiencia del caso, en la que se ratificó la disminución de la pena del femicida. La Justicia redujo la pena de 21 a 15 años de prisión. La nueva condena se encuentra dentro de la escala de la carátula ‘tentativa de femicidio’, figura que consideraron que le corresponde a Mansilla por haber sido menor de edad cuando mató a su novia.
“La abogada habló de él como si fuera un niño modelo. Dijo que, pobre, no había podido terminar la secundaria en Rufino, que lo hizo de manera virtual. Que está trabajando en el penal desde que entró. Que está privado de la libertad desde el minuto cero. Y lo peor es que cuando terminó de hablar, le dieron la palabra al defensor de menores y ratificó todo esto: que era un niño, que tenía derecho a continuar con su vida”, detalla Camargo.
Mientras los otros defendían sus ideas, ella tomaba nota. Y luego, cuando fue su momento para hablar, la primera vez que pudo hacerlo en todo el proceso judicial, no se guardó nada. “Le pedí al Señor que me diera fuerzas para poder manejar mis emociones y empecé: le dije al defensor de los niños que lo que dijo me parecía una falta total de respeto a la vida de Chiara. Habló sobre los derechos del niño y en ningún momento se detuvo a hablar sobre los derechos de Chiara, que también era una niña. Tenía 14 y tenía derecho a la vida, tanto ella como su bebé. La vida es el principal derecho humano que tenemos todos. Y ahí me dirigí a la abogada: ‘Mansilla no es un niño modelo, es un asesino. Asesinó a Chiari de la manera más horrorosa: la molió a golpes hasta matarla, le cortó el cuello, después la enterró en el patio de la casa, la cubrió con basura. La perpetua la tengo yo, toda mi familia y la gente que la quería. Para verla tengo que ir al cementerio, y me cuesta mucho ir”.
Chiara, el puntapié del #NiUnaMenos
Habían pasado pocas horas desde el hallazgo del cuerpo de Páez y el país entero ya estaba conmocionado por su caso, que en verdad no era novedad: el año anterior se habían registrado en el país 225 femicidios, uno cada 40 horas, y las estadísticas iban en aumento. Ese lunes, a primera hora, el rostro juvenil y sonriente de Chiara figuraba en todos los noticieros. Y fue entonces cuando la periodista Marcela Ojeda escribió el tuit que lo inició todo: “Actrices, políticas, artistas, empresarias, referentes sociales... mujeres, todas, bah. ¿No vamos a levantar la voz? Nos están matando”.
Su publicación se viralizó. Y así, guiadas por la impotencia, un grupo de 20 periodistas mujeres empezaron a organizar el primer #NiUnaMenos, la manifestación multitudinaria de mujeres, con réplicas en 80 ciudades del país, que tuvo lugar el 3 de junio de ese año. Dicha movilización contra la violencia hacia la mujer tuvo replicas en toda la región (Uruguay, Chile, México, Ecuador, Perú, Bolivia, etc) y también en Estados Unidos, China y en parte de Europa (Italia, España, Francia, Turquía, Alemania, y más). En total, hubo movilizaciones con esta misma consigna en más de 30 países durante ese año y el siguiente. Hasta Michelle Obama, exprimera dama norteamericana, destacó el impacto mundial que había alcanzado este reclamo nacido en la Argentina cuando vino de visita al país.
“Marcela me llamó después del tuit porque quería que sea parte de ese primer #NiUnaMenos. No sé bien cuándo fue esto, los primeros días me cuesta ponerlos en tiempo real. Le dije que no, era todo muy reciente. No me imaginaba viajando a Buenos Aires, hablando con los medios. Tenía que procesar el dolor. Pero Marcela, con mucha paciencia y cariño, me hizo ver la importancia de ser parte de ese movimiento”, recuerda Camargo. Menos de dos meses después, ella estaba allí, en la Plaza del Congreso, siendo parte de una de las manifestaciones más multitudinarias de los últimos años, con un aproximado de 300.000 personas reunidas.
Camargo dice que siempre va a estar agradecida al grupo de periodistas que organizó este primer #NiUnaMenos. “Me hicieron parte, me sentí muy contenida. Para mí era muy fuerte todo, venir a Buenos Aires siendo todo tan reciente, estar tan expuesta ante tanta gente. Pero ellas habían armado un corralito y ahí estábamos los familiares de las víctimas Ahí conocí a varias madres. Y cuando algún medio me pedía, me acercaba a la valla del corralito y desde ahí les hablaba”.
Pero la relación de Camargo con el grupo feminista cambió rápidamente. Ella permaneció menos de un año como miembro activo del colectivo. Se alejó cuando notó que su perspectiva y la de la dirigencia del grupo eran radicalmente diferentes. “En el primer #NiUnaMenos, en 2015, se repartieron pañuelos verdes, que simbolizaban la lucha por la legalización del aborto, pero esta consigna no se pregonó durante el acto, ya que el foco era uno: la violencia contra la mujer. Pero a partir del año siguiente la principal consigna del 3 de junio cambió”.
“En el 2016, al #NiUnaMenos lo tomó otro colectivo de mujeres, y ahí es cuando cambió. En la marcha del Congreso, apareció mezclado el tema del aborto, que yo no estaba de acuerdo. Y decidí no acompañar algo que no me parecía. Me empecé a pronunciar públicamente sobre el tema, y después de eso nunca más se comunicaron ni me volvieron a convocar”.
La tensión entre Camargo y #NiUnaMenos llegó a su punto máximo en 2019, cuando ella y Jimena Adúriz, la madre de Ángeles Rawson, publicaron un video en las redes que se viralizó rápidamente, en el que dejaban en claro las razones por las que se alejaban del movimiento. “Creo que el primer #NiUnaMenos fue de todos. No fue sectorial, no fue partidario, no fue religioso”, dijo ella en ese entonces. Hoy suma: “Quienes querían exigir que se garantizara el aborto como un derecho podrían haber utilizado otro espacio, ¿no? No mezclar las causas. Porque muchas mujeres quedamos afuera del #NiUnaMenos por no querer acompañar el aborto. Al final parecía que el único punto de reclamo que tenían era ese. Y yo no estoy a favor. Además, a Chaira la asesinaron justamente por no querer abortar, por intentar defender la vida de su bebé”.
Poco tiempo después, Camargo disertó durante el debate sobre la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) en la Cámara de Diputados, y fue a partir de entonces, dice, que su nombre se convirtió en mala palabra para el movimiento al que solía pertenecer. “Cuando salió el fallo de la Corte disminuyendo la condena de Mansilla, ellas no manifestaron su repudio. Agradezco que muchos otros sí lo hicieron: instituciones, partidos políticos, incluso cámaras de Diputados de distintas provincias. #NiUnaMenos sí acompañó otras causas, pero no esta. Y me parece mal, porque Chiara fue el puntapié inicial del grupo. El movimiento habla de empatía y sororidad. Pero si no respondés a cierta ideología, la sororidad no existe”, afirma.
“Recibí propuestas para candidaturas de todos los colores políticos”
Camargo sigue militando de manera activa contra la violencia de género. Cree que ese es su lugar, donde ella realmente puede aportar. “Recibí propuestas para candidaturas de todos los colores políticos. Menos para presidente, de ahí para abajo, para todos los cargos -se ríe-. Pero siempre dije que no, por una cuestión de responsabilidad, de compromiso. No quiere decir que no esté comprometida, porque de hecho trabajo un montón. Pero tenés que estar preparado, haber estudiado y saber para ejercer ciertos puestos”, dice.
Cuando su trabajo se lo permite -en Rufino trabaja en un local familiar, en la parte de ventas-, Camargo viaja por la provincia y también por el país dando charlas. “Hago concientización sobre violencia de género. No soy experta en el tema, a pesar de que he hecho cursos. Por eso, hablo más que nada desde mi experiencia. Creo que los testimonios reales en primera persona impactan mucho en el otro y logran que se involucre y tenga una mirada diferente”, afirma.
Durante sus charlas, tuvo experiencias fuertes que le confirmaron que su testimonio realmente impacta en sus oyentes. “Me ha pasado que, después de la charla, venga algún chico y me cuente algo que vivió o que está viviendo y que no se lo contó a nadie. Y que me pregunte qué puede hacer, a quién puede recurrir. También me ha pasado que me llame días después un docente y me diga que una chica o un chico se animó a contar algo que tenía guardado. Si sirve mi testimonio, bienvenido sea”, dice.
Su idea, cuando habla, no es sembrar miedo, pero sí transmitirles a los adolescentes que tienen que estar atentos. “Si vos ves que una compañera está atravesando una situación de violencia, vos tenés que intentar acompañarla, sacarla de ahí. No es fácil: a lo mejor te va a decir ‘no’ 10 veces, pero si vos realmente la querés ayudar, tenés que seguir intentándolo hasta que esa persona entienda. Si después a ella le ocurre algo trágico, a vos te va a quedar un cargo de conciencia de que podrías haber hecho algo y no lo hiciste”, sostiene.
Actualmente, Camargo intenta conformar un nuevo grupo, llamado “Vida Libre de Violencia”. La principal consigna, dice, es que sea libre de ideologías y que esté enfocado principalmente en mujeres, niñas y adolescentes. También, a veces, hace acompañamiento telefónico a familias que sufrieron un femicidio. “Mi acompañamiento es ayudarlas a que no se queden en el rencor, en la ira. Porque es lo más normal en un primer momento. A mí, gracias a Dios, no me pasó. No sé si fue gracias a la fe que tengo o si también tuvo que ver con el hecho de sentir tanto cariño, tanto amor por parte de mis seres queridos y de tanta gente que no conocía”, dice.
Una de las conversaciones que más disfruta tener -y se nota- son las que rondan alrededor de Chiara. Su rostro se ilumina cada vez que la recuerda. “Cuando yo estaba sentada en un sillón o silla, ella tenía la costumbre de abrazarme de atrás. Extraño sentir su peso sobre mi espalda. La recuerdo cariñosa, solidaria. Era voluntaria en dos lugares diferentes que trabajaban con chicos con discapacidad. Si era por ella, no paraba: hacía hockey, baile, pintaba. A veces dejaba de hacer actividades porque obviamente mi bolsillo no daba para tanto -se ríe-. Una vez tuve que bailar con ella en la plaza del municipio porque el día anterior su compañero de baile se enfermó. Y bueno, ahí mamá se puso la bombacha de campo y una camisa para acompañarla. Hoy agradezco esos 14 años exactos que compartí con ella”, dice.
Desde el primer #NiUnaMenos, no hubo un cambio sustancial en la cantidad de femicidios. A lo largo de los últimos años fueron alternando entre 200 y 300 por año. Sin embargo, Camargo considera que lo logrado hasta el día de hoy es un triunfo: “Sirvió y sirve para visibilizar, más allá de que eso no alcance. Se van logrando un montón de cosas. Se empieza a hablar de algunas cosas que antes se ocultaban. Pero tenemos que lograr, contrario a lo que pasa en la política, que cada una no piense para su kiosquito, sino que piense en el bien general de las mujeres, a pesar de que piensen diferente a uno, lograr una verdadera empatía entre nosotras”, concluye.
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