El arte se reinventa y fabrica barbijos y máscaras
La noche en que se decretó el aislamiento social obligatorio, Lucrecia Lionti se descubrió lejos de todo su material de trabajo. En su taller en Núñez, quedaron todas sus herramientas y obras a medio terminar, en preparación para una exposición que hoy no tiene fecha clara. Acostumbrada a trabajar con los textiles, no pasó mucho hasta que decidió a volver al ruedo y capitalizar la experiencia: rompiendo pañuelos, bolsas de tela y hasta un pantalón comenzó a coser y crear tapabocas, al tiempo que va formando una gran obra con la palabra "cuarentena". "Con los días fui viendo que el uso de la mascarilla era inminente, y la primera que hice fue por necesidad, para salir a comprar", relata. De aquel primer experimento fueron naciendo otras para su círculo de amigos, cada vez más creativas, como las que hizo con pañuelos con estampas alusivas a distintas marchas. "Esto de trabajar con lo que tengo es también un poco el espíritu de mi obra en general", describe.
Aunque la gran mayoría de los rubros están paralizados en este contexto, el arte es tal vez uno de los más frágiles. Con ventas inestables y por fuera de las necesidades básicas, sin duda será una industria golpeada cuando la cuarentena llegue a su fin. Lejos de sus talleres e incapaces de vender, son muchos los artistas que pusieron su veta creativa (y su habilidad manual) al servicio de un fin solidario. El colectivo Lola Mora Trabajadores de las Artes Tucumán, del cual también es parte Lucrecia, es un ejemplo. Entendiendo el contexto de precariedad instrumental del personal de la salud, se propusieron convertir los moldes del equipo descartable básico (barbijo, cofia, bata, pantuflas y capucha) creados por el Gabinete de Diseño de Indumentaria y Textil de la FAU-UNT y llevarlos a escala real para que puedan ser impresos en impresoras domésticas. "El propósito de generar este archivo es que los datos de materiales y las formas de realizarlo lleguen a cualquier rincón del planeta", detallan. Aunque descartable y de un solo uso, basta imprimirlo y coserlo para tener un equipo nuevo cada vez.
Desde su casa, otra artista que ha puesto su creatividad en acción ha sido Matilde Marín, dúctil en sus obras (en las que va desde la fotografía y el video al grabado y la instalación) y asimismo en esta nueva labor. "Cuando viajé a Vietnam hace dos años me llamó la atención el uso de barbijos y tapabocas en casi toda la población. Eran muy seguros y bonitos, con lindos colores, así que compré uno como souvenir", cuenta. Nunca se imaginó que un tiempo después no solo lo estaría usando para salir a hacer compras esenciales a la calle, sino también como modelo para replicar para su familia.
"Y no falta mucho para que lleguen los barbijos de diseño, la industria ya se puso a diseñar opciones con mucho glamour", pronostica Matilde.
Máscaras a la obra
Desde hace siglos, las máscaras son un elemento de investigación fértil para el arte. Desde las iniciales de los egipcios, griegos y romanos a las más actuales de las tribus africanas, su uso e intervención es moneda corriente en el rubro. Aunque ni el más visionario de los artistas imaginó que la nueva ola y reinterpretación de este elemento por parte del arte vendría de la mano de una pandemia.
Para Marina Furlanetto, galerista y gestora cultural, la idea de 2020 como un año perdido no tenía sentido. Con ferias de arte y exposiciones canceladas, un posteo en Instagram de un diseñador industrial que invitaba a personas con posibilidad de acceder a una impresora 3D a fabricar máscaras le encendió la lamparita. Empezó a asesorarse con fabricantes de España y con diseñadores locales haciendo su parte de impresión en sus casas. Y aprovechando la infraestructura de su padre, empresario industrial, empezó las pruebas de vinchas, materiales de filamento y distintos proveedores para las otras partes. "Como tengo acceso a esta tecnología, armé un proyecto para fabricarlas que me permitiera tanto venderlas como donarlas, para que sea autosustentable y no tuviera que depender de que alguien me diera los materiales", ilustra. Así, hoy por cada tres que vende una se dona a hospitales o lugares vulnerables. "Cuando tuve la primera máscara facial protectora lista, me saqué fotos y las pasamos entre el chat de madres de mi hermana para difundir la iniciativa. Me empezaron a llover pedidos, nunca imaginé la dimensión que iba a tener", relata. Entre otros, abastece a clínicas privadas, médicos y fábricas en busca de material para sus empleados.
En línea con esto, Mónica Giron, artista que se especializa en arte contemporáneo conceptual y lleva un tiempo trabajando con impresoras 3D con la ayuda de su marido Antonio Panno, también viró su habilidad hacia la confección de máscaras. "En el taller imprimimos la visera en 3D y luego confeccionamos artesanalmente máscaras en acetato. Son fáciles de lavar con agua e hipoclorito de sodio", describe ella, que agrega que al inicio la idea era ofrecer solo las viseras para que cada uno armara la máscara completa con reciclado de materiales como radiografías viejas, pero los pedidos fueron migrando al armado completo. Con capacidad de producción de entre 15 y 20 por día y vendiéndolas al costo, la idea no es generar dinero sino ayudar. "El trabajo se parece a lo que en arte llamamos obra relacional: son llamadas, mantener una agenda, no defraudar a nadie, concertar las entrevistas para la entrega e ir y volver", detalla Mónica.
Consultados sobre si sienten que se está ante una reinvención del mundo del arte, varios coinciden en que esto es una adaptación. "Es tomar conciencia de las herramientas disponibles. Por eso trae aprendizaje y nuevas reflexiones sobre el hacer creativo y el mercado en su totalidad", apunta Giron, que está pensando en hacer una serie de obras con fotos de todos aquellos a los que les entregaron la máscara.
Para Marina Furlanetto, la resiliencia tan primordial en el mundo del arte está más de relieve que nunca. "Estamos usando toda nuestra creatividad para sobrevivir. Hace rato se viene palpitando que se necesita un cambio en el arte, y esta situación está acelerando ese proceso. Lo más notorio para destacar es la presencia online, inaugurando una era tecnocrática", razona. Y aunque nada reemplaza la emoción de ver una obra en vivo, estas iniciativas tienden un puente vital entre ambos mundos.
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