El arte de tejer la naturaleza
Siete días navegó por el Río Santa Cruz, desafiando las inclemencias del tiempo y acampando de noche en tierras sin rutas ni caminos. Documentó todo lo que veía, desde el caudal de un río amenazado por represas hasta la flora y fauna destinadas a desaparecer. Así Alexandra Kehayoglou, artista por elección y aventurera por naturaleza, comenzó a vislumbrar la obra que la llevaría meses más tarde a la trienal de National Gallery of Victoria, en Australia.
Toda su creatividad la plasma en el arte textil, y su soporte son las alfombras y los tapices. A partir de sus tejidos llegó a lugares que ni imaginaba. Como a una pasarela de Paris Fashion Week, convocada por el diseñador belga Dries Van Noten, o atravesar con un kayaks un río patagónico.
Volvió a sus raíces –aunque nunca se había ido– cuando Hermès la convocó para crear una instalación en la vidriera de su tienda en Atenas. Nieta de inmigrantes griegos, creció rodeada de alfombras (en su casa natal había hasta el baño) y se apasionó por los trabajos en lana. Su abuela había llegado a la Argentina con el telar bajo el brazo, y en su casa de Saavedra les enseñó a tejer primero a sus hijos, y más tarde a vecinas que adoptaron el oficio. Cuando en los 60 comenzaron a trabajar con telares industriales, nació una importante empresa de alfombras del mercado.
Alexandra, de 36 años, estudió artes visuales en IUNA y probó con la fotografía, pintura, videos e instalaciones sin encontrar lo que buscaba, hasta que volvió a la empresa familiar para diseñar alfombras. En su atelier, con estanterías cubiertas con ovillos de lana, hay señales de todos los pasos de su carrera. Como los chalecos que, colgados de una biblioteca, imitan el cuero de la vaca, con manchones negros y blancos, que fue su primera experiencia con una pistola para tejer, en reemplazo del telar.
¿Luego seguiste con los pastizales?
Sí, me bajó la bandera de lo nativo, y sentí que nadie estaba hablando de eso. Hice un curso en Aves Argentinas sobre pastizales. Creé un tapiz sobre un venado de las pampas, que fue como una entrada a este tema, y después desarrollé el pastizal. En ese entonces mi obra estaba en la Argentina, la presentaba en Arteba y mucho no se entendía.
¿Y cómo lograste la mirada internacional?
En 2010 empezaron a verse los pastizales en blogs de diseño de afuera. Tuve siempre mucho más interés por mis obras de otros países que de la Argentina.
¿Cada alfombra es única?
Nunca hice dos veces la misma alfombra, sería imposible. Primero porque me aburre hacer lo mismo, y además sería muy difícil repetirla. Es una alfombra que se teje del reverso, por lo que se revela del otro lado. No estoy en contacto con lo que aparece, lo voy viendo después, y así lo voy armando. Tampoco quiero hacer líneas de alfombras porque lo comercial para mí no es un atractivo.
En cambio, para Alexandra el atractivo está en los tejidos, en su arte y en el cuidado del medio ambiente. Y como suele pasar, el primer acercamiento con los cauces en peligro fue, justamente, de casualidad. Un día, mientras corría por la ribera de Vicente López, se topó con máquinas que estaban desmontando las márgenes del arroyo Raggio. "Era un oasis, lleno de vegetación, árboles, aves. Me quedaba horas ahí. Y cuando me enteré que había una movida de vecinos para evitar las obras, sentí que tenía que tenía que hacer algo.".
¿Y lo convertiste en arte?
Me invitó Artsy Projects para exhibir en Design Miami, en Basel. Y así nació No Longer Creek (No más arroyo), que mide 8 metros por 6. Instalé la obra con una cámara cenital y una pantalla, entonces la gente se acostaba y estaba live streaming.
¿Cómo surgió tu inquietud por el Río Santa Cruz?
Justamente sentada sobre la alfombra del arroyo, dialogando con el curador de The National Gallery of Victoria, de Melbourne, que me había invitado para participar en la trienal. Me comentó que le interesaba el tema del agua, y le comenté que había un tema que me intrigaba, el de las represas en el Río Santa Cruz.
¿Por qué te interesaba?
Hasta ese entonces nunca había viajado ahí. Sí conocía El Calafate, el Glaciar Perito Moreno. Por noticias seguía el tema, porque sigo problemáticas ambientales y situaciones críticas. Me puse en contacto con un grupo Río Santa Cruz sin Represas, que lo maneja Sofía Nemenman. Quería llamar la atención de algo que estaba sucediendo acá. Me puse en contacto con ella y me cuenta de un guía de El Calafate. Volamos a Santa Cruz, armamos un equipo y conocimos a un guía, Eduardo Shule, que nos llevó hasta el sitio de la primera represa. Era impresionante ver todo el terreno y la flora y fauna que destinado a desaparecer.
Tres veces viajó a Santa Cruz con su socio, José Huidobro, también artista, hasta que concretaron la travesía final, en abril de 2017. Antes, les esperaba un arduo entrenamiento y aprender a andar en kayaks en el Río de la Plata. Cuando estuvieron listos regresaron para hacer la excursión de bajada del rio, que duró siete días, con tres guías y dos fotógrafos. Remaban de día y, cuando tocaban tierra, documentaban de todas las perspectivas posibles la estepa patagónica. Llevaron equipos, cámaras de fotos, drones, paneles solares flexibles y baterías. Además de las mudas de ropa para tierra y para agua, las carpas, bolsas de dormir y la comida que repartían entre todos.
¿Fue duro?
Sí, mucho. Eran 380 kilómetros de un río que tiene un cauce interesante, por eso quieren hacer las represas ahí. Muchas veces el cauce te lleva pero, cuando hay viento en contra, te cansa mucho. Pero te enamorás del río, algunos días comíamos al mediodía en los kayaks. Pero no queríamos remar de noche, acampábamos en el medio de la nada, donde no hay accesos de rutas ni caminos. Un desafío.
¿Cómo fue el regreso a Buenos Aires?
Volvimos y nos teníamos que poner a trabajar, con una gran cantidad de información y la sensación que también nos invadía. Primero, definimos qué porción del río queríamos hacer y comenzamos con los estudios. Tardamos cinco meses en concluir la obra, que en ese tiempo fue mutando.
El resultado, de 10 metros por 4,60, fue la estrella de la trienal y la repercusión fue mundial. Alexandra multiplicó un mensaje por los medios y redes sociales: Por un Río Santa Cruz libre de represas. "Este proyecto cambió mi manera de pensar, de ver el arte, de ser ser humano. Me di cuenta que mi trabajo es hablar de la tierra y de habitantes olvidados. Las comunidades originarias son las que más cuidan de la tierra, tienen un respeto y una relación que nosotros no entendemos y es lo que se necesita en el futuro.
¿Siempre tuviste esa mirada?
De chica sí, más como una conexión con la tierra. Cuanto más me comprometo con este trabajo es cuando más fluye. Es mi inspiración y el arte es mi manera de procesarlo y expresarlo. El arte es un lenguaje y una herramienta de cambio.
Cuando elegís un destino para viajar, ¿también tenés en cuenta el entorno de la naturaleza?
Siempre que puedo sí. Es mi adicción. En el verano estuve recorriendo Santa Cruz, El Chaltén, la Cueva de las Manos. Del país me gusta todo, aunque con mi hijo no puedo viajar tanto por el tema escolar. También recorrí el Litoral, Santiago del Estero, el Iberá. Amo el silencio, la naturaleza, las playas sin gente. En las ciudades no me siento muy bien.
Pero tuvo que hacer una excepción –y una bastante grande– cuando en septiembre de 2015 se sumergió en el mundo de Paris Fashion Week. Todo comenzó con un mail que recibió de una productora de Dries Van Noten pidiéndole un pastizal de 50 metros que se convertiría en pasarela, y que debería estar listo en 23 días, cuando sus obras suelen llevarle alrededor de 5 o 6 meses.
Con sus asistentes se turnaban para tejer las 24 horas. "Me llamaban por Skype y le mostrábamos la obra, pero no se veía nada", recuerda José. Un día antes del desfile viajaron al Grand Palais parisino para instalarla. "Nunca vi nada más estresante en mi vida que un preshow de estos diseñadores. Cuando Dries vio la obra parecía que no le gustaba, se agarraba al cabeza. Nos comentaron que había tenido una discusión previa y que había un problema de iluminación. Veíamos a todos sacando fotos con el celular, estaban probando cómo se vería en las redes sociales. La alfombra parecía como apagada, se quemaba con la luz. Hasta que bajaron las luces, él pasó y dijo Stop, quiero las luces así. Ahí cambió todo", agrega.
Al día siguiente era el desfile y se sentían agotados. No habían dormido en semanas, tejiendo y tejiendo. Pero todo el cansancio fue satisfacción cuando, al terminar el show, las modelos se acostaron en la alfombra y hubo primero silencio. Y luego, aplausos.
"A partir de ese desfile se empezaron a abrir determinadas situaciones y oportunidades. Mi trabajó comenzó a conocerse afuera, y a despertar interés". Con la misma obra viajaron primero a Hong Kong y después al Art Week de Berlín. Todas las miradas del mundo de la moda se enfocaron en Alexandra. Hermès tocó a su puerta para encargarle la vidriera de su tienda de Atenas con una obra ecuestre, con playas y bosques. En Londres fue distinto: documentaron el parque Hampstead Heath, en el Norte de Londres y lo representaron en su vidriera.
¿Y ahora qué sigue?
Sigue Roma. Tengo un proyecto para septiembre próximo en el Claustro de Bramante, que pertenece al Vaticano. Tiene un museo de Arte Contemporáneo y con su curador, museo de Arte Contemporáneo. Me convocó su curador, Danilo Eccher, y es un proyecto relacionado también con Santa Cruz y con las cuevas, que estoy trabajando. Ya viajamos a Roma para tomar las medidas.
En su taller de Olivos la obra empieza a tomar forma, y a dejar su rastro. Como en su momento lo hizo la obra Elpiniki, que en forma de bote-zapato de tres metros es la réplica de un zapato de su abuela, también cubierto de alfombra, con primorosas flores rosas y rojas. O los pequeños témpanos de lana que forman parte de una obra más grande del Perito Moreno, que se expone en Nueva York. Pequeños tesoros de una tejedora apasionada.