Se conocieron en un verano europeo y se enamoraron; una alianza entre una tía y una hermana los alejó, y ella le escribió por años sin saber que él siempre contestaba
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Mentón, la localidad francesa ubicada entre la frontera de Italia y Mónaco, amaneció deslumbrante. Carlos había dejado su Catamarca natal para recorrer Europa y esperaba pasar gran parte del verano en la Costa Azul. Fue allí, entre rostros sonrientes y días soleados, que conoció a un grupo de españoles que lo invitaron a ver un partido de fútbol en donde se disputarían contra estudiantes alemanes. Aceptó con gusto y observó el partido con entusiasmo, aunque con más interés se detuvo a contemplar a una joven rubia, de pelo ondulado, que animaba al equipo alemán, que, “para variar”, ganó el partido.
Cuando el entusiasmo mermó, el joven catamarqueño se acercó a la muchacha y con su precario alemán esbozó un: “Hola, ¿cómo te llamás? ¿Te gusta el fútbol?” Ella lo miró sorprendida e intentaron continuar la conversación sin éxito; a pesar de ser un amante de los idiomas, el alemán de Carlos no era lo suficientemente bueno como para profundizar en la conversación: “Entonces continuamos en francés, idioma en el que ambos éramos más fluentes”, recuerda. “Ella era la rubia de pelo ondulado en la primera fila y yo la mancha negra, allá atrás. Nos sacaron una foto ese día”.
Un amor intenso, una despedida con lágrimas y un regreso desde Mónaco a dedo
La atracción fue mutua, intensa, inevitable desde el primer momento. Tan opuestos como parecían, no hicieron más que disfrutar de la playa juntos, de las salidas grupales, de su juventud apasionada, hasta que llegó el día de la despedida, que ambos vivieron como un desgarro en el corazón.
Dagi, como le decían los seres queridos, debía regresar a Núremberg, su ciudad de origen y Carlos, en un arrebato de amor, subió al tren para darle el último beso del adiós. Tan intensa fue su despedida, que ninguno de los dos se percató de que el tren había comenzado su marcha, con el catamarqueño, vestido de short y ojotas, a bordo.
“La próxima parada era Montecarlo, en Mónaco, desde donde tuve que volver a dedo”, cuenta con una sonrisa. “Siempre nos acordamos de esa historia y de las lágrimas en sus ojos en la despedida”.
Un reencuentro y un mal entendido que cambió el curso de la historia: “Dagi no quiere verte más, por favor no llames más”
Habían intercambiado direcciones y teléfonos, y Carlos no dejó pasar demasiados días hasta que llamó al hogar paterno de Dagi, donde le contaron que ella estaba pasando sus últimos días de vacaciones en la casa de su tía. Sin resignarse, cuando el verano llegó a su fin, el joven decidió ir a buscarla a Núremberg. Se alojó en un hotel económico y llegó casi de noche a su edificio, respiró profundo y tocó.
Frente él, aparecieron sus padres, que, muy atentamente y para su sorpresa, lo llevaron en su auto hasta una fiesta, donde se encontraba Dagi con sus compañeras: “Esa noche conocí a sus papás y amigos sin saber que sería la última vez que nos veríamos por cuarenta años”.
Quedaron en verse al día siguiente, pero un mal entendido cambió el curso de su historia. Los dos fueron al lugar que creían que era el acordado y los dos esperaron en vano. Carlos no había comprendido bien las coordenadas de la cita, esperó por horas hasta que, finalmente, llamó por teléfono y atendió la hermana de Dagi, que, con voz contundente, le dijo: “Dagi no quiere verte más, por favor no llames más”.
Carlos intentó en vano comunicarse durante los siguientes días, hasta que regresó a Catamarca cabizbajo y con el alma a rastras.
Una reconexión y decenas de cartas sin destino: “La hermana y la tía rechazaban la correspondencia”
Un día como cualquier otro, la sorpresa de Carlos fue mayúscula al recibir en sus manos temblorosas una postal de Dagi, preguntándole por qué se había alejado, por qué no le escribía, por qué nunca le había dicho nada.
¿Cómo podía ser? Carlos, lleno de esperanzas, le escribió contándole todo, pero las cartas volvían a su remitente: ella jamás las recibía. El joven no lo sabía, pero su hermana, en el afán de impedir su relación, evitaba el contacto: “Luego se mudaron y en la antigua casa quedó su tía, que aliada con la hermana, también rechazaba la correspondencia. Dagi, mientras tanto, me seguía escribiendo sin saber que yo siempre le contestaba”.
Cierto día, ella se rindió ante el intento de contactarlo, creyendo que él había perdido interés. Para Dagi y Carlos el tiempo pasó, no lo sabían, pero durante las siguientes décadas ambos estuvieron vivos en sus recuerdos.
La era de internet, un intento fallido y un viaje iluso: “Varias veces me pareció verla”
Carlos se había casado y divorciado, tenía cuatro hijos y, a pesar de toda una vida transcurrida, creyó que tal vez, gracias a una nueva tecnología llamada Internet, podría encontrar a su antigua enamorada.
Las redes sociales aún no existían, pero logró contactarse a través de una página con una chica en Núremberg, que, sin dudarlo, se comunicó con su perfecto alemán a la casa de Dagi: “Fue ahí que supe del cambio de dirección, pero, por supuesto, a esta chica la tía no le quiso dar la nueva”.
Sin rendirse, Carlos decidió viajar a Europa, no a buscarla en la casa de la tía - sabía que sería en vano-, sino con la ilusión de encontrarla en alguna de las playas españolas que Dagi le había contado que solía frecuentar: “Varias veces me pareció verla, pero no”.
Facebook: la esperanza de miles de corazones alejados
Facebook arribó arrasador y, en su camino, avivó la esperanza de miles de amores alejados. Carlos, sin perder tiempo, creó su cuenta, la buscó y ¡la encontró!, con otro apellido... se había casado. Aun así, le envió un mensaje y le preguntó tímidamente si se acordaba de él, ¡por supuesto!, y entonces ella le contó que acababa de crear su cuenta y su mensaje fue el primero en arribar.
Luego siguieron los mails, donde se contaron sus vidas, que se habían casado, tenían hijos, que él se había divorciado y ella, reservada, en aquel momento omitió contarle que estaba atravesando su propia instancia de separación.
“Y un día a mi hija, que estaba estudiando en España por un convenio de la Universidad de Catamarca con la Universidad de Sevilla, le propuse, al terminó de sus clases, ir a visitar a una vieja amiga; Dagi, encantada con la idea de conocer a mi hija había aceptado”, relata Carlos con entusiasmo. “Pasaron unos días juntas y Dagi la envió a Holanda para visitar a su hija y que conociera el país. Ambas, estudiantes de abogacía, se hicieron amigas”.
Unidos por las hijas y una revelación: “¿Para qué contarle eso el día de su casamiento?”
Los círculos que en una generación no cierran, a veces se completan a través de los descendientes. Esa es la historia de Carlos y Dagi, una que sus hijas terminaron de cerrar. Gracias a ellas, sus mundos se volvieron a acercar, lo que culminó en una invitación a la Argentina, donde conectaron inmediatamente, tras el anuncio de que ella también se había separado.
De a poco, Carlos y Dagi volvieron a encontrar el amor perdido, que para entonces ya era platónico, pero donde había permanecido la esperanza del reencuentro. Viajaron por los paisajes típicos de la Argentina y ella quedó sorprendida por la belleza agreste de Catamarca, entonces planificaron sus próximas vacaciones juntos por aquella provincia, para julio de 2021.
“Pero la pandemia volvió a separarnos por dos años”, revela Carlos. “Fue en esa etapa que permanecimos unidos por WhatsApp, y donde hablamos por horas y horas de nuestro tiempo separados, de la vida que había pasado y donde me contó que, en el mismísimo día de su casamiento, su tía le dijo que yo seguía buscándola y que ella rechazaba mis cartas, ¿para qué contarle eso el día de su casamiento? Había pasado mucho tiempo y era el momento menos oportuno para decírselo”.
“Es mejor seguir soñando”
Las fronteras se abrieron y el reencuentro fue increíble. Dagi y Carlos viajaron por el norte argentino y por el interior de Catamarca. Durante los 40 años de distancia, él había tenido sueños vívidos con ella, como aquel donde la hallaba en una playa y sentía tocar el cielo con las manos. Al despertar, la sensación agridulce y de nostalgia era tan fuerte, que hoy el hecho de estar juntos le parece irreal.
“Cuando, finalmente, la tuve en mis brazos sobre la arena en Mar del Plata como hace cuarenta años en una playa de Francia, la mujer que tanto busqué, que amé secretamente durante tantos años... no podía creer que estaba aquí, conmigo…”, se emociona Carlos.
“Pero la distancia de tantos años, de no haber crecido juntos como pareja, de hablar idiomas diferentes y usar un tercer idioma para comunicarnos, de tener cada uno su lugar en el mundo... Sería difícil una vida juntos… No quiero desgastar este amor increíble y transformarlo en una relación egoísta, no quiero sacarla de su nivel de vida maravilloso, ni yo podría ir para allá y dejar mis responsabilidades laborales y familiares. Es mejor seguir soñando a ser novios eternos y esperar las próximas vacaciones para estar juntos... hasta que la edad lo permita. Nuestro futuro es hoy, no pensamos en el mañana”.
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