El apego: consejos para mejorar nuestros vínculos con familiares y amigos
El apego es una manera de relacionarnos afectivamente, un "vínculo especial". Al nacer, todos los seres humanos precisamos de una mano que nos acerque al pecho de nuestra madre para sobrevivir. A partir de ese momento, para sentirnos plenos, necesitamos los vínculos, las relaciones, el encuentro con el otro.
En un experimento realizado hace algunos años, una mujer estaba jugando con su hijo de aproximadamente un año y medio en una sala. De repente, la mamá salió de la sala y el niño comenzó a llorar. Cuando ella volvió a entrar, el niño se arrojó a su cuello y la mujer lo calmó. Inmediatamente, el pequeño empezó a jugar otra vez. A esto se lo denomina "apego seguro". Es decir, una relación segura donde "Sé que estás ahí para mí, lo cual me permite estar calmado y explorar el mundo".
Si estuvieras pasando un momento difícil, una crisis, ¿a quién llamarías? ¿A tu mamá, a un amigo, a tu pareja? Seguramente, muchos pensaron en su madre. La persona que resonó en tu mente se llama "figura de apego". Es aquel ser a quien recurriríamos en momentos de dificultad, o cuando deseamos compartir algo lindo que nos sucede. Las primeras figuras de apego son mamá y papá; luego vienen los amigos, la pareja, los hijos, los compañeros… esas personas con quienes compartimos nuestra vida.
En el apego seguro, somos capaces de relacionarnos con los demás, de comprometernos, de expresar lo que sentimos libremente. Somos accesibles y podemos soltar nuestras emociones y recepcionar las del otro.
Otros tipos de apego
Existen, además, otros dos tipos diferentes de apego que solemos replicar en nuestros vínculos con la pareja, los amigos y demás familiares, y que nos pueden causar algunos inconvenientes:
- Apego evitativo. En el mismo experimento mencionado, también se observó a otra mujer con su bebé. Cuando ella abandonó la habitación, él niño no lloró, sino que continuó jugando solo (al igual que cuando ella regresó a la sala). A esto se lo conoce como "apego evitativo". La criatura no puede tener relación con la madre. Luego, ya adulto, se convertirá en una persona independiente, distante, a la que no le gusta hablar de sí mismo ni ser presionado o invadido, que prefiere no discutir, que pospone decisiones y que es incapaz de expresar sus emociones. Las caricias le generan mucha ansiedad; por eso, mantiene la distancia. Suele decir: "Te quiero, pero no te amo". Es alguien con una gran dificultad para abrirse y revelar su mundo interior.
- Apego ansioso. Es todo lo contrario del anterior. Es la persona que expresa: "Contame… Hablame… Decime…". Alguien totalmente dependiente que necesita que le confirmen que lo aman, que le presten atención, que lo tengan en cuenta. Es por ello que se "pegotea" todo el tiempo con los demás. En este caso, se observó que, cuando la madre salía del cuarto, el niño lloraba. Al regresar ella, su hijo seguía llorando sin que lograra calmarlo. Aunque tenía a su mamá presente, no se calmaba y, como resultado, no podía explorar el mundo. "Aunque te tengo, no logro calmarme". Así es como muchos viven aferrándose al otro, con ambivalencias y grandes inseguridades, lo cual provoca muchos desencuentros.
Reflexiones
Te invito a tomarnos un tiempo para pensar qué tipo de apego estamos teniendo con nuestros familiares y amigos para poder trabajar en ello. Según la psicología, el apego es un vínculo saludable. Somos seres relacionales y depender no es una mala palabra. El problema surge cuando nos aferramos al otro.
Todos los seres humanos somos dependientes (de la tecnología, de la necesidad de ropa y calzado, de quien nos proveerá lo que necesitamos, etc.); todos somos un "yo compartido" y, a la vez, un "yo independiente". A esto se lo llama interdependencia. Necesitamos del otro, pero de forma segura. No es lo mismo tener una necesidad que ser un necesitado. Todos necesitamos ser mirados, acariciados, validados… pero no las 24 horas del día.
Una relación saludable se construye sobre la base de un yo autónomo más un yo dependiente. Nadie es totalmente omnipotente ("no necesito de nadie") ni impotente ("sin el otro, no puedo ser feliz").
Ahora bien, supongamos que el vínculo que desarrollamos con nuestras primeras figuras de apego no fue positivo. Tal vez fue muy ansioso, porque no logramos calmarnos al sentir que mamá o papá no estaban allí; o evitativo, razón por la cual nos cuesta conectar. ¿Cómo podemos sanar dicho apego negativo? Con un vínculo o apego sano hoy. Los apegos seguros que hoy disfrutamos restauran nuestros vínculos no sanos del pasado. No estamos marcados por nuestro pasado, pues poseemos "neuroplasticidad" y la habilidad de crear nuevos vínculos, nuevas historias. Hoy podemos construir vínculos sanos donde uno puede pedir lo que necesita, pero también ser autónomo.
Hay un nosotros que incluye momentos y sueños que compartimos y un espacio común donde nos necesitamos; pero también disponemos de nuestros espacios, nuestras salidas y nuestras diferencias. El buen vínculo carga las palabras de modo saludable para el otro y nos sana a través de la reciprocidad. Para ello, debemos ver al otro como un ser semejante y no como un objeto a ser utilizado.
El filósofo existencialista Martin Buber escribió un libro titulado Yo y tú en el que expresa lo siguiente: Cuando nos relacionamos yo-tú, eres igual a mí, no hay diferencia, ambos somos seres humanos. Entonces podemos compartir el amor que es como el aire: lo compartimos.
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