El año en el que, pese a todo, supimos que no estábamos tan solos
2020 fue el peor año de mi vida. Se me gastaron las lágrimas, los recursos, las fuerzas, la energía para levantarme una y otra vez sin perspectivas. Me animo a escribirlo, a modo de balance, porque sé que fue el peor año en las vidas de muchos que perdimos la salud, el trabajo, la vida social, la rutina de llevar a nuestros hijos al colegio y hasta, en muchos casos, a nuestros seres queridos.
2020 fue el año en el que perdimos de manera colectiva la noción común de seguridad: cada uno atravesó su drama particular, pero todos vimos deshacerse frente a nosotros con la misma impotencia y más o menos resiliencia el mundo como lo conocíamos. También me animo a escribir sobre esto que a esta altura es un lugar común porque sé que si llegué hasta acá fue porque, aunque en estos días de duelo maradoniano escuchamos hablar mucho de entornos negativos, varios sabemos que, si sobrevivimos, fue porque tuvimos una red que estuvo ahí cuando la necesitamos. La amiga que nos hizo las compras cuando quedamos aislados. La que nos obligó a salir a caminar para que no nos ganara el encierro. La que se acordó de preguntar todos los días cómo estábamos. El amigo que se acordó de mandar cosas para leer: "Esta serie te va a gustar", "Seguro vas a querer escribir sobre esto". El que entendió que no podías ver a nadie pero igual estuvo ahí, y llamó y se quedó, y te hizo reír cuando parecía que era imposible. El que se bancó todos los "No voy a poder" y devolvió ideas y proyectos.
Fue difícil acompañarnos en un año en que el horizonte se desdibujó todo el tiempo, y no parece que el 2021 vaya a ser más fácil, pero qué alivio enfrentarlo con la certeza de que tenemos una red. Ahí donde el Estado falla, es una red armada con los propios la que evita que nos caigamos y es imposible no pensar en todos aquellos que se quedaron afuera: lo dicen las cifras de la pobreza que llegó al 44,2% según el último informe de la UCA, pero lo vemos en las calles todos los días.
No todos tuvieron el acompañamiento que necesitaban. Demasiados debieron afrontar solos la enfermedad, y la salud mental fue abandonada por el Estado. Tantos emprendedores vieron derrumbarse sus sueños con la contundencia de una economía que cayó como nunca. Y también sola estuvo esa madre que buscó durante meses dónde estaba su hijo, desaparecido y asesinado luego de transgredir la cuarentena, o ese padre que, también solo, debió cargar en brazos a su hija enferma para cruzar una barrera invisible pero infranqueable: la del autoritarismo feudal que decidió desechar la Constitucion.
Vivimos una grieta inverosímil: algunos pensamos –con más ganas de creer que ingenuidad– que iba cerrarse cuando asistimos a aquellas primeras conferencias de prensa del presidente junto al jefe de gobierno y el gobernador, pero terminamos viendo que hasta se señaló como asesinos a los que tomaban café en la vereda o los padres que insistieron para que sus hijos volvieran a las aulas.
2020 fue uno de los peores años de la historia, lo dijo hasta una tapa de la revista Time. Pero también fue el año en el que, más allá de las ausencias del Estado, apareció la solidaridad de los cercanos. Un año en el que, aún aislados por una pandemia de la que no teníamos memoria, los menos desafortunados comprendimos definitivamente que no estábamos solos. No está tan mal en medio de tanto horror. Los medios harán ahora las listas de las pérdidas y en memoria de tantísimas figuras que partieron. Muchos van a recordar este año por los dolores y las ausencias que nos dejó. Quiero ser al menos por hoy optimista y pensar que también voy a recordarlo por esas presencias imprescindibles sin las cuales hubiera sido imposible transitarlo.
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