El año en que los parisinos se comieron a los animales de su propio zoológico
En 1870, durante la guerra Franco-Prusiana, la ciudad luz fue sitiada y el hambre llevó a sus habitantes a medidas de desesperación
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Entre septiembre de 1870 y enero de 1871, en el contexto de la guerra Franco Prusiana, y tras la rendición del emperador francés Napoleón III, la ciudad de París fue sitiada por el ejército de Prusia. La inflexibilidad de los sitiadores fue tan férrea que los habitantes de la ciudad luz comenzaron a padecer desde los primeros días los rigores del hambre.
A tal punto que los famélicos parisinos acabaron comiéndose hasta los animales de su propio zoológico.
El asedio de París duró 4 meses y 9 días, y comenzó el 17 de septiembre de 1870, luego de que el emperador francés, Napoleón III, se rindiera tras la batalla de Sedán. La capital de Francia no quiso entonces seguir la misma suerte del líder del país y resistió al avance prusiano sobre sus calles. Entonces, Otto Von Bismarck, el “canciller de hierro” del reino de Prusia (hoy Alemania) dio la órdenes de que se cercara la ciudad hasta que sus autoridades y sus ciudadanos depusieran su actitud.
Angustia, frío y hambre
Así comenzaron los meses de angustia para los parisinos que, básicamente, tuvieron que soportar un durísimo invierno -la temperatura llegó a unos 12 grados bajo cero en diciembre- y el acuciante problema de la falta de comida, que los llevó a alimentarse de lo primero que encontraron a su alcance.
Cuando se agotaron los víveres habituales, como las verduras, la leche, el queso y las carnes tradicionales, cuyos precios, además, se habían disparado hasta las nubes, los parisinos comenzaron a alimentarse con carne de caballo.
De acuerdo a la crónica que realiza sobre estos tiempos el medio francés actuParís, unos 70.000 equinos fueron sacrificados con fines alimenticios. Eran todos los que había en la capital francesa entonces. Incluso, fueron carneados dos sementales propiedad del mismísimo Napoleón III.
Cuando las provisiones cárnicas provenientes de los caballos se agotaban, los pobladores fueron por lo que tenían más a mano para saciar su cada vez más creciente hambre. Los peces del río Sena, por ejemplo, pero también, perros, gatos, palomas y hasta ratas.
Según el cocinero de esos tiempos Thomas Genin, de acuerdo con lo que registra el citado medio, la rata, si bien era desagradable a la vista (y al tacto), producía una carne de una calidad maravillosa, que sabía perfecta si se sazonaba correctamente. El propio cocinero servía terrinas de rata con relleno de carne y grasa de burro, que vendía por 15 francos.
El pintor Edouard Manet le escribió una carta a su esposa durante el asedio, en la que le contaba: “Ahora hay carniceros de gatos, perros y ratas en París. No comemos nada más que caballos cuando podemos conseguirlos”.
De cacería al zoológico
Luego de buscar saciar su hambre con los animales urbanos, que ya empezaban a escasear, el siguiente punto al que se dirigieron los parisinos fue al zoológico de la ciudad, el Jardín des Plantes.
Los animales del otrora elegante paseo de París fueron fusilados y vendidos a los carniceros para ser faenados. Los únicos ejemplares que se salvaron de la matanza fueron los monos, quizás por su parecido con los humanos (y el temor a rozar la antropofagia), los leones, los tigres y los hipopótamos, a los que consideraban insalubres para su consumo, según consigna el medio francés de moda y curiosidades Messy Nessy.
El resto de los animales del Jardín des Plantes se convirtieron en productos comestibles para los desesperados habitantes de la ciudad luz. No se salvaron ni siquiera los elefantes Castor y Polux, inmensamente populares entre los visitantes del lugar. Los extremos de la hambruna hicieron que no hubiera contemplaciones ni siquiera con ellos.
Menú de Año Nuevo: filete de elefante
Pero incluso en este contexto trágico hubo lugar en París para ciertos detalles de refinamiento. Para la cena de fin de año, el restaurante francés Peter’s, ubicado cerca de la Ópera de París, se esmeró en la confección de su menú. Allí ofrecía filete de elefante, asado de burro y muslo de oso.
Del mismo modo, el reconocido chef parisino Alexandre Choron ofrecía para la cena de Navidad, entre otras cosas, consomé de elefante, estofado de canguro o incluso anca de lobo. Los clientes también podrían dejarse seducir por el gato flanqueado por ratas acompañado de su ensalada de berros o la terrina de antílope con trufas. Antes un pastel de arroz con mermelada de postre.
Las crónicas de estos hechos relatan que los menús eran elaborados un poco para dejar testimonio sardónico de los horrores que se estaban viviendo en esa París sitiada y hambrienta. Con el mismo sentido de este humor oscuro se contaba entonces la anécdota de que una señora, asqueada por la idea de tener que comer rata salteada, pidió al mozo solamente una ensalada, y este le contestó: “Señora, esto es un restaurante, no una pradera”.
Finalmente, tras 23 jornadas de bombardeos intensos sobre París, la ciudad se rindió a las tropas prusianas, que ingresaron a la capital francesa a finales de enero de 1871. Con eso se daba fin a la guerra Franco Prusiana.
Para los parisinos, estos trágicos episodios que los marcaron para siempre demostraron, además, el espíritu de resistencia de la ciudad, su alegría de vivir y también su inagotable amor por la alta cocina.
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