El amor sin cuerpo presente, una forma dolorosa del afecto
Todo cambió de golpe. No se lo vamos a contar, usted ya lo sabe. Mientras el mundo es una tormenta, nuestro ánimo es puesto a prueba en plena cuarentena, alejados de la calle, de la vida que supimos tener hasta hace solamente algunos días y, por sobre todo, alejados de muchos de nuestros seres queridos. Padres alejados de sus hijos, novios que no se pueden encontrar salvo por internet, personas que viven solas y se encuentran con que esa soledad se torna árida, abuelos que no pueden besar a sus nietos… y así hasta el infinito.
Estamos habitados por diversas formas de la tristeza y el dolor, además de la incertidumbre, la angustia y el temor ante lo que no se sabe cómo va a seguir. Suena increíble que, encerrados como estamos, no sea posible abrazar a quien se ama. Sabemos que es por un tiempo. También tenemos conciencia de que ese tiempo puede ser largo para lo que es nuestro anhelo de cercanía física.
Sabemos que, en este caso, dicha lejanía física es amor, algo que va absolutamente a contramano de todo lo aprendido desde siempre.
De repente, todos nos vemos catapultados a reflexiones que creíamos limitadas a filósofos, teólogos, metafísicos… El amor sin cuerpo presente, la distancia como sinónimo de afecto, la esencia de aquello que nos une a otros aun cuando esos otros no están allí.
En ese paisaje, en el ir y venir de los llamados, los mensajes, las pantallas de Skype, Zoom, etc., descubrimos que las palabras parecen decir mucho más que antes, cuando el automatismo de las presencias parecía garantizar el afecto. Se pronuncian esas palabras cargadas de verdades, justamente, porque hay una distancia que permite su viaje simultáneo hacia el propio corazón y hacia el otro.
Los ojos se miran a través de los monitores y, más que antes, expresan afectos que se daban por sentado. Amigos que se dicen que se quieren, sin miedo a la burla. Abuelos que reciben más llamados que nunca de sus hijos y nietos. Novios que descubren hoy un mini atisbo de lo que antaño era el amor a distancia, cuando las cartas de los enamorados que estaban alejados tardaban meses en llegar,
Nos atrevemos a decir que, en medio de la tragedia, el mapa de los afectos sin embargo se traza con una nitidez superlativa.
No hay dudas de que el listado de las prioridades está siendo purificado para dejar al descubierto lo más importante, y de mucho de eso tiene la culpa la dolorosa distancia, que permite que aflore el sentimiento con nitidez.
Diremos la frase del caso: el amor está en el corazón y, desde allí, viaja. Sí, ya sabemos, a muchos de los lectores les parecerá de esas frases repetidas y desinfectadas, de las que se acompañan con diseños colorinche en el Facebook o red similar. No nos amilanaremos por eso.
Ocurre que hoy estamos separados corporalmente no solamente porque lo dicen las autoridades, sino porque no queremos que se arriesguen los seres queridos. Es una forma dolorosa del afecto, que, sin embargo, es preferible tener al hecho de no contar con nadie a quien extrañar y anhelar apretar en un abrazo sentido.
Nos llevamos los unos a los otros en el corazón. Lo que nos pasa con la distancia así lo demuestra.
Por eso mismo, acá estamos, generando paciencia hasta el reencuentro, mientras seguimos entendiendo de prioridades y compartiendo el teléfono o la pantalla con aquellos que amamos.
Lo hacemos con un sentimiento que, aunque hoy toca que sea doloroso, es sin dudas más fuerte que cualquier distancia y que cualquier cuarentena.
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