El 12 de febrero de 1913 una adolescente de 18 años se baja del tren, sola, en la estación suiza de Davos. Envuelta en un grueso abrigo, viaja desde la remota Rusia y su destino final está a solo ocho kilómetros de allí, en el sanatorio de Clavadel, a 1700 metros de altura.
La joven acaba de llegar al corazón de una región de los Alpes célebre por sus establecimientos para enfermos de tuberculosis, la enfermedad que hace estragos en la juventud de comienzos del siglo XX. Treinta años atrás Robert Koch había logrado identificar el bacilo que provocaba el contagio, pero todavía no existe una vacuna.
Un año antes, en 1912, Katia Mann había estado internada en el cercano sanatorio Wald, también en Davos: fue a raíz de aquella experiencia que su marido, Thomas Mann, empezó a escribir "La montaña mágica".
Clavadel, adonde va la joven rusa, se promociona como un establecimiento que combina las "ventajas de un hotel de primera clase con las de un sanatorio equipado por la ciencia moderna, rodeado por hermosos paisajes y con médicos que hablan inglés". El frío sin duda no intimida a Elena Dimitrievna Diakonova: recién llegada de Moscú, había nacido en Kazán, la capital de los tártaros. Quien viera sus ojos y cabellos negros, sus pómulos altos y su porte altivo podría haberlo adivinado: porque en Clavadel ella no habla ni de sí misma ni de su familia. Callada y misteriosa, Gala -el nombre que no figura en su documento pero con el que la conoce su familia- mantiene las distancias.
Como Hans Castorp el protagonista de la novela de Thomas Mann, la joven se somete a la rigurosa disciplina del sanatorio. Y un día, en medio del aburrimiento, dibuja el perfil del único adolescente de su edad que hay en Clavadel. Será el comienzo de un intercambio de mensajes y de su amistad con Eugène Grindel: él tiene diecisiete años, es francés -el único del sanatorio- y se aloja bajo la atenta mirada de su madre, que aspira a curarlo allí de la debilidad de sus pulmones. Hijo de un comerciante, alumno mediocre de una escuela de París, Eugène sabe que está destinado a seguir el prosaico camino de su padre: por eso, guarda para sí sus impulsos de poeta.
Hasta que, para gran disgusto de Mme. Grindel, que desconfía de esa muchacha independiente que está sin familia en Davos, Gala se cruza en su camino. La amistad de los dos adolescentes se convertirá en romance. Y Eugène liberará con ella su instinto poético: adoptando su tercer nombre y el apellido de una abuela, pronto firmará como Paul Éluard Grindel. Finalmente, será simplemente Paul Éluard: un emblema de la poesía francesa del siglo XX acaba de nacer a la sombra de los picos de Davos.
La Gran Guerra: Gala y Paul
Cuando se separan, en 1914, para volver a sus respectivos hogares, Paul y Gala prometen reunirse un día. Como si no bastara con la distancia y la oposición familiar, entre ellos pronto habrá otro obstáculo: en Europa estalla la Primera Guerra Mundial.
Mientras arde medio continente, en París y en Moscú las familias de Paul y Gala intentarán hacerles abandonar lo que consideran solo un capricho y, además, un peligro: reunirse en pleno transcurso de la guerra. Pero no contarán con la férrea voluntad de los jóvenes: la de Paul, que insistirá para que su familia reciba a su novia pese a su movilización en 1916, y la de Gala, que terminará por convencer a sus padres para que la dejen viajar cruzando una Europa devastada. Mientras él está en el norte de Francia, donde miles de hombres se desgarran en el frente, ella irá a Escandinavia y Londres para cruzar de allí a Dieppe y luego a la capital francesa, la única ruta relativamente segura en aquellos tiempos turbulentos.
Paul y Gala, que una vez llegada a Francia se aloja en casa de los Grindel, se reunirán finalmente en París en 1916. En su biografía de Gala, la escritora francesa Dominique Bona cuenta que a la novia la llaman, en su casa natal, "la princesa del garbanzo": pocas son sus dotes para soportar la incomodidad o plegarse a las tareas domésticas. En París será igual: prefiere pasar el tiempo leyendo, estudiando y tratando de aliarse con su suegra hasta vencer sus reticencias. Al final de ese mismo año Rasputín es asesinado en San Petersburgo y el imperio ruso empezará a tambalear hasta su caída final con la Revolución de Octubre. Para Gala, sin embargo, Rusia es un capítulo cerrado.
La boda de la pareja será en París el 21 de febrero de 1917. Por civil y por iglesia: Gala deja la fe ortodoxa por la católica y él supera el anticlericalismo de la familia para complacerla a ella. La foto los muestra serios; Gala de sombrero y vestido oscuro con cuello blanco; Paul de capote claro y boina. Cuatro años después de haberlo conocido en Clavadel, ella ya puede consagrarse definitivamente a su poeta.
Años surrealistas: un tercero en acción
El nacimiento de la única hija de la pareja, Cécile, en mayo de 1918, no interferirá entre Paul y Gala. Carente de inclinaciones maternales, ella dejará con gusto la crianza de la niña a la abuela paterna, que está feliz de hacerse cargo: hasta el último día, Gala será una madre ausente. Lo suyo es la poesía, no para crearla, pero sí para inspirarla: gran musa de Éluard, atraviesa bajo su sombra los años del dadá y la amistad de su marido con André Breton, Philippe Soupault y Louis Aragon. Ellos tres, en cambio, no la aceptan. Desconfían de esta mujer que perciben fría y extraña; la excluyen de su círculo literario y Soupault la apoda "punaise", la chinche.
Será en cambio otro amigo de Paul Éluard, el artista alemán Max Ernst, quien se fije en ella. En Francia, la obra de Ernst despierta interés y admiración; los pintores y poetas son los más proclives a dejar de lado los prejuicios contra los boches: los alemanes, enemigos de la guerra recién terminada, son mal recibidos en otros ámbitos. Antes del conflicto Ernst había expuesto con el grupo del Jinete Azul; al comenzar los años 20 ya estaba consagrado a la experimentación con el collage. Y aunque ansía vivir en París, no puede salir de Alemania: por eso los Éluard deciden ir a visitarlo a su taller de Colonia. Allí se forja la amistad entre el matrimonio de Max Ernst y su esposa Lou con el que conforman Paul y Gala. Sin embargo, pronto será claro que solo tres miembros del cuarteto estrechan los lazos hasta un punto de no retorno: Lou quedará excluida de la fascinación artístico-amorosa que une a los otros tres.
Un tiempo más tarde, el triángulo será evidente para todos. En su libro "Ghost Ships: A Surrealist Love Triangle", el documentalista Robert McNab evoca esta suerte de pareja de a tres que Éluard, Gala y Max forman durante por lo menos tres años: al punto que el poeta le cede al artista su pasaporte, y así Max Ernst consigue finalmente instalarse en París. Más precisamente en casa de los Éluard.
Mientras Max pinta obras que Éluard compra y convence de comprar a sus conocidos, Gala es el centro de esta extraña relación que los tres alimentan por igual, a la vez que en París se gesta en los círculos artísticos un movimiento que parece ideal para contener su ménage à trois: el surrealismo. Aunque puertas adentro André Breton, que luego publicará precisamente el Manifiesto del Surrealismo, desapruebe la relación. Una relación con la que progresivamente Éluard, que la había consentido y hasta facilitado, empieza a sentirse incómodo.
A pesar de la complacencia de los primeros tiempos, se le hace cada vez más difícil aceptar la situación. Tal vez es demasiado evidente el íntimo lazo que une a su mujer con Max Ernst; tal vez han ido demasiado lejos los juegos en torno a las asociaciones y el inconsciente que unen a ese primer grupo de artistas surrealistas; tal vez no soporta que el alemán pinte a su esposa desnuda en una obra que más tarde destruirán los nazis, que detestan el arte "degenerado". El poeta se vuelca a los brazos que le tiende la noche de París, al alcohol y a los arranques de ira.
Hasta el 24 de marzo de 1924. Ese día se levanta, manda un telegrama a su padre para avisarle que se va de viaje, toma dinero -mucho- y se va: "Estoy harto", aclara en su mensaje, donde pide que no lo vayan a buscar. No se toma la molestia de avisarles ni a Gala ni a Max. Solo más tarde le escribirá a ella desde Marsella, donde se embarca literalmente hacia la otra punta del mundo: Tahití es el destino elegido para escapar de una realidad que se le hace insoportable. En París, Gala tiene que reaccionar y lo hará sin dudar: vende obras de la colección que han formado con Paul -hay pinturas de Picasso, Derain, Braque- y saca un paisaje hacia Saigón, que entretanto se ha convertido en el nuevo destino de su marido. Pero no viaja sola: otra vez la acompaña Max Ernst. Durante casi un mes, el trío volverá a reunirse en Indochina- Y aunque no está muy claro qué pasó en este tiempo, lo cierto es que finalmente Max Ernst se irá solo de regreso a Francia, mientras Paul y Gala se reconcilian. Al regresar a París, el pintor alemán dejará el hogar de los Éluard.
Seguirán unos pocos años de relativa calma. De actividad poética intensa para él y de aburrimiento doméstico para ella. Durante un viaje de Gala a Rusia, Éluard y Max Ernst tendrán oportunidad de ajustar indirectamente algunas cuentas: "Anoche, en casa de Breton -cuenta el poeta en una carta- me peleé con el cerdo de Max Ernst, o más bien me dio él de repente un puñetazo bastante fuerte en un ojo (...). Estoy espantosamente triste, abandonado (...). Entre Max y yo, qué miserable argumento: un puñetazo en el ojo, bien dado. Argumento de boxeador, y yo convencido de que estábamos en un plano sobrehumano". Y por si quedaran dudas sobre sus sentimientos hacia ella, escribirá luego: "Mi bella, mi adorada, tu ausencia me mata. Todo está vacío, solo tengo tus vestidos para besar. Echo de menos tu cuerpo, tus ojos, tu boca, toda tu presencia. Eres la única, te amo desde toda la eternidad. Todas las desdichas que he sufrido no son nada. Mi amor, nuestro amor las abrasa".
La destinataria de sus pasiones, sin embargo, seguirá su vaivén por Europa. El dinero no es un problema: ha muerto Clément Grindel, el padre de Paul, y la pareja hereda una gran fortuna. El dinero, claro, no alcanza para aliviar una insatisfacción que Gala intenta distraer viajando. Y es durante una de sus ausencias que Paul conocerá a través de un amigo a un pintor español, tan joven como pintoresco, que los invita a visitar su atelier en Cadaqués. Poco entusiasmo le causa la propuesta a Gala: ¿Cataluña en agosto, el calor insoportable? Duda, pero finalmente se deja convencer y emprenderán el viaje a orillas del Mediterráneo junto a la pequeña Cécile.
El pintor de Cadaqués: Salvador Dalí
Entre el París del fin de los años 20 y los pueblos de la costa catalana la distancia es como de la Tierra a la Luna. Nada hay en Cadaqués del refinamiento parisiense: la naturaleza agreste y un sol radiante se imponen en este pueblo de pescadores donde el pintor que los ha invitado está a sus anchas pero Gala se siente desplazada, lejos de sus hábitos urbanos. Además, Dalí no le cae bien: el joven catalán es excéntrico, introvertido, de andar extraño y risas súbitas. Gala es diez años mayor: tiene treinta y cinco años y Dalí veinticinco. La diferencia de edad no será impedimento para que pronto él solo tenga ojos para ella: un enamoramiento que causa asombro y hasta disgusto en algunos amigos, como Luis Buñuel, que ha ido hasta Cadaqués para emprender otro proyecto con Dalí después de "Un perro andaluz". Buñuel ve a Gala con otros ojos, no la soporta, y termina por irse de Cadaqués dejando a su antiguo amigo extasiado con esta mujer rusa que le recuerda a un amor de infancia y a quien -aunque aún no lo sepa- estará atado desde entonces para siempre.
Porque si el matrimonio de Gala y Paul Éluard ha atravesado en más de una década todas las tormentas, y soportado los numerosos amoríos de ambos, esta vez es distinto. El poeta ha madurado definitivamente y el poder que Gala ejercía sobre él mudará de objeto para recaer sobre el joven pintor español. Otra vez volcará su dominio sobre un hombre-niño como el Eugène Grindel de Clavadel; otra vez un padre indignado -este vez el de Dalí- desconfiará de la influencia de la exótica mujer rusa. En vano, porque desde el verano de 1929 en Cadaqués, el nombre de Gala será inseparable del nombre de Salvador Dalí.
Con el tiempo, él se convertirá en uno de los artistas más renombrados del siglo XX y ella en su eterna musa, ícono y mito. Mujer de mil caras, Dalí la beatificará en su obra y ella se consagrará en alma y vida a impulsarlo como artista y fijarlo definitivamente en el panteón del arte. Además de manejarle, draconiana, los contratos. Y todo eso sin dejar nunca del todo la relación con Paul Éluard, que en 1932 -el año en que Gala se casa con Salvador Dalí- aún le escribe: "Mi amor por ti no es la salud, porque no hay nada que salvar, pero sigue siendo lo único tranquilo, seguro, eterno. Mi primero y mi último pensamientos son para ti. Al lado de ello todo es tan extraño, tan vano... Todo lo demás es mentira, mentira más o menos necesaria". Incluso en 1947, pocos años antes de su muerte -en 1952, cuando su poema "Liberté" ya lo había consagrado como el héroe literario de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial- Éluard le escribirá: "Pienso en ti, te amo, mi pequeña Gala. Jamás hemos estado realmente separados. Te abrazo muy dulcemente".
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