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El argentino Uriel Aiskovich vive en Berlín desde 2021. Pero este relato no está centrado en el giro que dio su rutina al mudarse a la capital alemana, ni qué es lo que más extraña de su país cuando el invierno cubre de nieve las calles de la ciudad. El primer paso tiene que ver, en esta ocasión, con la experiencia de transitar animales y luego decidir su adopción definitiva, algo que le cambió, sin dudas, la vida a Uriel.
Cuatro horas y 11900 km. separan Berlín de Buenos Aires. Cerca del mediodía Uriel se predispone para la charla mientras la luz natural ingresa por la ventana y él cuenta que está saliendo de una gripe. Por lo general, sus días se llenan de actividades, viajó para hacer un máster en Teología Judía en la Universidad de Potsdam y ya está en la etapa de su tesis. Esos estudios lo habilitarían para ejercer como rabino en un futuro.
Los días en Villa Crespo
Cuando vivía en el barrio de Villa Crespo, estaba a cargo del desarrollo de una comunidad en el centro hebreo Ioná al mismo tiempo que era profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Buenos Aires, cargo que ejerció a lo largo de 15 años y que ahora continúa a distancia, coordinando un grupo de trabajo de investigación en teoría política.
No pierde la costumbre de hablar en redes sobre política y fútbol, se apasiona con River y está pendiente de lo que pasa en su país. Tuvo que seguir el mundial lejos de su patria pero le gusta su nueva vida, tampoco se siente solo, además de sus nuevos vínculos, Domingo y la gata Sadie acompañan sus pasos.
Los animales de la infancia y los de la adultez
“Desde que tengo memoria quería tener un perro y no me dejaban”. A los cinco años, un tío les había regalado a la perra Kitty, pero la estadía duró poco, sus padres la entregaron a otra familia. La experiencia no fue traumática, pero es probable que haya llorado. Recién en la adolescencia su hermano Matías logró convencerlos y un bretón, Abby, les ganó el corazón. A lo largo de 19 años, el perro estuvo presente en sus vidas. Fue uno más en la familia y testigo en momentos importantes, incluso cuando con un amigo arrancaron una ONG para promover los derechos humanos y la diversidad, y ahí en las reuniones el perrito se quedaba dormido, escuchándolos. El vacío que sobrevino después solo se pudo sanar con el tiempo.
Con tantas actividades, clases, charlas y proyectos, le quedaba poco tiempo para cuidar otros seres de cuatro patas. Pero una vez más su hermano intervino en el destino y le habló de la ONG Adoptá un Galgo, que se ocupa de rescatar y rehabilitar galgos del maltrato. La raza es usada históricamente por su velocidad pero en 2016 se prohibieron las carreras en Argentina y muchos animales quedaron en la calle, literalmente. Hoy todavía se hacen carreras en forma clandestina, por lo que la ONG, que se mantiene solo por la colaboración de sus miembros y voluntarios, sigue recibiendo animales en condiciones terribles de explotación. Como no existe un refugio, cada perro que ingresa necesita un hogar de tránsito. Así primero llegó Penélope en agosto de 2020, en plena pandemia. Eran épocas de home office, el tiempo se había detenido y también los proyectos de viaje. Si bien era difícil adoptar un galgo, Uri se comprometió a darle un espacio y mucho amor, hasta encontrar a la familia definitiva. “Era la primera experiencia que tenía de que llegara a mi vida un perro adulto, y fue maravilloso. Una perra, super, super dulce, mimosa”. Había sido abandonada en Pergamino y en uno de los controles le confirmaron que tenía un tumor. No era posible hacerle una cirugía, así que se ocupó de llevarla hasta la veterinaria una vez por semana para su sesión de quimioterapia. “A pesar de todo lo difícil que suena esto, Penélope siempre iba contenta en el auto, de paseo. La mimaban, no sufría, tuvo esta última parte de su vida todo el cariño, y el amor, pero bueno, en marzo hubo que dejarla ir”.
Para entonces, Domingo ya había ingresado en la casa de Villa Crespo, con destino de tránsito. Había acompañado los últimos meses de Penélope y si bien no eran compinches, la animaba con su ejemplo a querer salir y comer. O, en realidad, quería comerle su comida. Quien haya convivido con perros sabe que sus personalidades son muy diferentes, que al igual que los humanos, pueden tener traumas y les cuesta mucho volver a confiar si alguien los lastimó.
Las aventuras de Dominguito
Fue rescatado un domingo en Rojas, provincia de Buenos Aires, de ahí le quedó su nombre. Estuvo en tránsito con una familia que por problemas personales no lo podía seguir cuidando, la idea era que se quedaría una semana con Uriel. El plazo se extendió.
Al principio casi todo le daba miedo. Subir la escalera hacia la habitación, ingresar a una casa que todavía le resultaba ajena. Asustadizo, con la cabeza gacha y el temor al daño que ya había experimentado alguna vez, pero Uri le tuvo paciencia y respetó la distancia hasta que pudiera sentirse cómodo. Tres meses después, solo, se animó a dar ese paso y eligió dormir al lado de la cama de su compañero.
Aunque el plan de viajar a Alemania estaba en marcha, la idea era que sus padres se quedarían con él para cuidarlo. Mientras tanto, disfrutaban de una Buenos Aires que resultó ser amigable para la cantidad de galgos que hoy pasean por parques, como el de Agronomía, ideales para verlo interactuar con otros animales y correr a sus anchas.
“Domingo empezó a disfrutar de jugar con otros perros, de no tener miedo y ver que la gente era buena. En todo ese proceso, se volvió inseparable de Uri y eso lo obligó a revisar el plan inicial de que el perrito se quedara en Buenos Aires. Pensó que por más que fuera adulto, el galgo estaba sano, y empezó a soñar con llevarlo. “Bueno, ahí fue una gran lucha para hacer todos los papeles para que pudiera viajar en avión hasta Alemania. Al final me traje a mi gata Sadie, y a Domingo”.
De ser un perro súper miedoso y asustadizo pasó a dejar la timidez de lado y empezó a expresarse. “En ese momento estaba dando clases por Zoom y ya si se aburría, ladraba. Pasaron varios meses hasta que lo escuché por primera vez. Ahora ladra poco pero lo hace cuando está aburrido y se quiere ir de algún lugar, cuando juega o si se siente mal”.
El galgo es super sensible a los ruidos pero Domingo aprendió a viajar en avión y se mueve sin problemas en el transporte público. “Los perros acá pueden viajar, entonces viene en el tren, en el subte. Se subió a un kayak, a botes, a todo tipo de barcos y aparte viajó un montón, a otros países incluso”. Por eso Uri decidió hacerle su propio Instagram; @ungalgoporelmundo demuestra que un perro adoptado puede tener una nueva oportunidad de ser feliz y viajar.
Mudarse con los animales
“Como nos viene pasando a tantos argentinos que se tienen que ir a vivir a otro país, es posible que quienes son parte de nuestra familia se vengan con nosotros”. Era un mundo desconocido para ambos. Dominguito presenció conferencias, tiene varias millas sumadas, se quedó en hoteles pet-friendly, pudo visitar la universidad, viajar por compromisos o por disfrute. Mykonos, Atenas, Cracovia o Venecia son solo algunos de los destinos del afortunado galgo. “Hay fotos que está subiendo a la Acrópolis, todos nos miraban con fascinación”. Tanto que pedían sacarse una foto porque no se imaginaban encontrar un perro así en ese emblemático lugar. “Bueno vamos a poner un euro por una foto y financiamos los viajes”, se ríe Uriel.
La gente le suele preguntar si está adiestrado, pero solo recurrió a un adiestrador para viajar en avión. “Pero él aprendió solo y creo que en esto ayudó un montón el jugar con otros perros. Ahora sea en el parque, en la entrada del edificio, o en el barrio que todos lo conocen y si alguien le dice ‘hola a Domingo’, él va a saludar”. Aprendió lo que tenía innato, a nadar tratando de atrapar juguetes, a vincularse con otros perros, adaptarse a los hábitos de Uriel y comunicar sus necesidades.
Conciencia de amor
En Alemania se toman muy en serio el hecho de tener un perro. Además de una cantidad importante de espacios que ofrecen y organizan la adopción responsable, también se pagan impuestos por cada animal, unos 150 euros anuales en Berlín. “No solo la gente viene de otros países, también los perros. La mitad de los que me encuentro, literal, son de otros lugares. No vas a ver perros callejeros, parte de la ley es que los perros sean reconocidos que tienen derecho a tener cuidados y una cantidad de horas por día para salir, sociabilizar con otros perros”. Los negocios, cafés y restaurantes volvieron común el ingreso de perros.
Entre las contras, Uriel no la considera una ciudad tan limpia y eso atenta contra el esparcimiento. “Muchas veces quedan vidrios en las calles, no es una ciudad especialmente limpia y eso puede ser peligroso”. La colaboración en las ONGs es bienvenida y Uriel lo recomienda, empezar transitando, como fue su caso y tal vez después animarse a la adopción, también de animales adultos, aunque resulte menos tentador. “Los cachorritos son muy lindos y puede ser maravilloso pero en mi experiencia con los galgos, con un perro adulto pasan unos meses y parece que estuvo siempre, hay que simplemente tener paciencia, hay todo un grupo de gente que está ahí para acompañar, ayudar, dar consejos, para ver cómo aprender a hacer todo esto, uno no está solo”.
Alguna vez Uriel Aiskovich co-creó una ONG que se orientaba al arte como herramienta de conexión para derribar prejuicios. Pareciera que sus charlas, su mirada y su tesis tienen que ver con la idea que promueve acerca de la inclusión y la aceptación de las diferencias. Esto incluye a los animales. Considera que es importante darle importancia a las dudas y las preguntas para evolucionar y crecer. En tiempos de fragmentación, él piensa que no hay absolutos. Y está dispuesto a tender su mano a quien lo necesite y asesorar a otras personas que quieran concretar una adopción.
“Cuesta entender por qué los explotan, me acuerdo de la primera entrevista con Adoptá un Galgo, me hablaban de la resiliencia y no podía creer que esto todavía pase. Pero tienen esta capacidad de adaptarse, de seguir adelante y transmitir una calma y una paz tan especial. Uno les puede cambiar la vida, y ellos nos cambian la vida a nosotros porque nos ayudan a conectarnos con lo que es importante”.
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