El Aleph existe
En la galería Ruth Benzacar se repone una instalación de Joseph Kosuth
Hace nueve años, el artista conceptual norteamericano Joseph Kosuth, siguiendo los pasos de Borges, pretendió asir el infinito. Pero demostró, como era obvio, que el infinito escapa a nuestra contingencia. Su ensayo consistió en materializar un Aleph como el que el escritor argentino había ideado en 1957. Kosuth admiraba a Borges, y vino a Buenos Aires para hacerle un regalo post mortem. Ese nuevo Aleph se instaló en el subsuelo de la galería Ruth Benzacar, en la calle Florida, en un intento por recrear el sótano borgeano de la avenida Garay.) En estos días el intento vuelve a exponerse, con su costado de frustración y ese otro costado de utópico arrebato. La concepción del extraño punto del espacio donde puede verse simultáneamente todo el universo -y donde, en consecuencia, las categorías de espacio y tiempo se anulan- fue para Borges un modo de estudio sobre la literatura. Kosuth, a su tiempo, lo trasladó y varió, también como investigación, a las artes visuales. El escritor, como más tarde el artista, entendieron que el arte no remite más que al arte. O, dicho de otro modo, que el arte, como otras formas de conocimiento, está limitado a la intertextualidad, a la relectura de textos (todos los que componen la cultura), en tanto el lenguaje escapa a la comprensión, al menos definitiva, de la realidad.
Cinco planchas cuadradas de materiales diversos -hierro, acero inoxidable, granito negro pulido, vidrio común pulido, espejo- alternan, cubriendo o develando, tres textos que corresponden a fuentes diversas:un cuento del Infante Don Juan Manuel (que es a su vez una cita de un texto árabe); la cita y consiguiente relectura que hace de ellos Borges en otro relato, El brujo postergado , incluido en Historia universal de la infamia ; y El Aleph. El material de cada plancha habilita distintos grados de percepción de un texto (y por extensión, de una realidad); cuestiona hasta qué punto ese texto (o esa realidad) puede ser comprendido en su última esencia. El vidrio hace transparente la lectura; el espejo no sólo la oculta, sino que devuelve al espectador su propia imagen; los demás distinguen, sólo aparentemente, diversos grados de opacidad o claridad. La idea se repite y se afianza.
Desde la precisión quirúrgica del arte conceptual, Kosuth, como Borges, se aventura por un camino en el que la razón -siempre vehiculizada por medio del lenguaje- estalla a poco de andar. Irresuelta paradoja que, por ese mismo impulso finalmente irracional, parece haber avanzado un poco. En el fondo, el artista habla de los límites del arte. Pretender el infinito es una locura, pero en el viaje, algo se habrá aprendido.
Joseph Kosuth, instalación. Hasta fines de febrero, en la galería Ruth Benzacar. Florida 1000. Lunes a viernes, de 11.30 a 20. Gratis.
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