A Jerónimo Batista Bucher, de 19 años, no le gusta tomar alcohol, pero se hizo adicto a las competencias científicas. Inventó una máquina para crear vasos biodegradables que lo llevó a representar al país en la cumbre de jóvenes de Berlín y hablar frente a Angela Merkel
El 7 de junio de 2017 no fue un día más en la vida de Jerónimo Batista Bucher. Ese día, el chico de 19 años oriundo de Vicente López, junto con su compañera de viaje Julia Amerikaner, le recomendó a la mujer más poderosa del mundo según la revista Forbes que llevara abrigo. En 24 horas Angela Merkel viajaría en su primera visita presidencial al país para reunirse con Mauricio Macri y no sabía qué tiempo hacía por estas latitudes: a veces, las preocupaciones no distinguen cargos ni jerarquías. En Argentina, le dijo Jerónimo en su inglés perfecto, está haciendo frío. De hecho, al día siguiente, Buenos Aires la recibiría gris y lluviosa; mientras en Berlín, donde Jerónimo y Merkel aún conversaban, la temperatura era cálida, agradable.
Era el cierre de la Cumbre de Jóvenes del G-20. La foto grupal que siguió a la charla con la mandataria alemana y recorrió el mundo fue el broche de oro para la delegación argentina. Como de costumbre, la funcionaria se ubicó en el centro rodeada por los jóvenes: a su lado Julia, y en la fila superior, de traje, mirada a cámara con gesto serio, pero relajado, posó Jerónimo. Además de ser uno de los dos representantes que viajaron por Argentina –y el participante más chico–, para ese entonces ya se había convertido casi en la estrella del encuentro. Fue elegido por sus compañeros –70 jóvenes de hasta 29 años de 20 países del mundo– para leer ante Merkel el texto consensuado en los seis días previos de debate, con las sugerencias sobre cómo los países deberían cooperar en materia de desafíos globales.
Jerónimo pronunció el mensaje sin tropiezos, mesurado pero vehemente como los oradores experimentados, y hasta se las ingenió para colar, fiel a su estilo, una broma. Al cierre del discurso, le dijo a Merkel que “pusiera el clima primero”, en referencia al problema del Cambio Climático, y haciendo un juego de palabras con el lema de campaña “poner a Estados Unidos primero” de Donald Trump, que por esos días escandalizó al mundo anunciando que su país se retiraba del Acuerdo climático de París.
“Estuvo tremendo”, dice ahora, al rememorar la secuencia en un café de Vicente López, al que llega en colectivo, cerca de la casa donde vive con sus padres –la mamá es bacterióloga en el Instituto de Oncología “Ángel Roffo” de la UBA y el papá dueño de una imprenta– y su hermana, dos años menor.
No quiere tomar nada, ni siquiera un jugo. Alto, morocho, peinado con jopo a lo Justin Bieber, jean, zapatillas. Es lampiño, tiene acné en la frente y la voz grave como la del adolescente que la está cambiando. Cuando habla se rasca la axila. Usa palabras técnicas y se envalentona cuando habla de sus proyectos. Cada tanto se excusa porque está resfriado, estira un pañuelo de papel abollado que saca del bolsillo del buzo con capucha que lleva puesto y se suena la nariz.
Cuando llegó de Berlín, los medios nacionales lo acecharon: muchos quisieron la nota con “el chico que deslumbró a Angela Merkel”. A medida que los reportajes iban saliendo, los iba posteando en su muro de Facebook y a todos les sumaba una reacción: “me divierte”. Pero tuvo que frenar con la gira mediática porque se estaba atrasando con los exámenes de las dos carreras que estudia en la UNSAM, Biotecnología e Ingeniería Electrónica, donde su promedio general es 10. No muy distinto de lo que vivió en la Escuela ORT de Belgrano, donde fue becado para asistir a la secundaria y egresó con promedio 9,80. Eso le valió la primera posición entre los 1.380 alumnos que cursaban en todas las orientaciones de su año.
–¿Preparaste los exámenes?
–No soy de estudiar –se ríe–. Con ir a clase me alcanza. Y si me la perdí por alguna competencia, a lo sumo, repaso unos días antes.
Esto no es un nerd
Una noticia como la que Jerónimo protagonizó con Merkel es una invitación a pensar que el chico detrás de la noticia es un nerd. No tiene play porque la ve como una pérdida de tiempo, en su casa no hay tele, la única serie con la que se enganchó fue Breaking Bad y nunca se emborrachó: “No le veo sentido a tomar”, dice. Pero los que lo conocen coinciden en que Jerónimo no cuaja con la imagen icónica de personaje de Big Bang Theory.
“Se sale del estereotipo de ñoño. No es cuadrado, no es estructurado, no es antisocial. Es de los mejores compañeros que te pueden tocar”, dice al otro lado del teléfono Julia Amerikaner, de 25 años, la otra joven elegida para representar a la Argentina en la cumbre de jóvenes de Alemania. “Tiene una convicción y una claridad muy raras para su edad. Pero además es divertido y superácido. Antes de dar el discurso ante Merkel hacía muchos chistes para descomprimir la tensión”.
Desde que volvieron de Berlín, por cada nota que ve de Jerónimo en los medios, Julia le manda un mensaje de felicitación. Dice que es el tipo de chico que debería aparecer siempre: joven, emprendedor, trabajador. Y que además es respetuoso, compañero y buen deportista: parece que en los recreos de la cumbre Jerónimo se lució en los partidos de fútbol mixto. Por las noches, en el momento en el que los participantes salían de bares, Jerónimo acompañaba brindando con agua.
Fue elegido para participar de la cumbre por el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Victoria Costoya es directora de Cooperación Internacional, el área que tuvo a cargo la selección.
“Aunque nos generaba dudas que fuera tan joven, lo elegimos porque es un chico con mucho mundo”, dice. “En las entrevistas que le hicimos, sus dotes interpersonales eran notables. Ganó muchos premios, tiene buen léxico, trabaja asociado al Cambio Climático y su carta de motivación era sentida: transmitía que de verdad quería nutrirse de la experiencia”.
Julia, su compañera de viaje, insiste: “En la cumbre, Jero se superdestacó. Fue muy querido por ser brillante y buena persona; todos querían conocer «al chico de las algas y la impresión 3D»”.
El chico de las algas y la impresión 3D: un apodo que se ganó por una idea disruptiva, concebida dos años atrás, que tiene en pleno desarrollo y presenta en cada lugar que puede, como hizo frente a sus compañeros de debate en la cumbre. Esos dos elementos aparecieron en su vida un verano, como si fuesen el sueño de una noche.
El vaso medio lleno
Enero de 2015. Hace calor en Buenos Aires, pero a Jerónimo, de entonces 16 años, el aire pesado no le aplasta las ideas. Piensa y piensa en la casa donde vive con su familia en Vicente López. En dos meses comenzará el último año del secundario –en la orientación Tecnología de la Información y la Comunicación– y lo que viene es la materia más esperada y también la más temida: proyecto final. Debe presentar una idea para desarrollar a lo largo del año. Podría ir a lo seguro e inventar algún jueguito o aplicación para celulares. Pero lo motiva encontrar algo que se use más allá de las cuatro paredes del aula.
Una imagen se le viene a la mente: la de una montaña de vasos plásticos sepultados en un tacho de basura. Es verídica, la observa todos los días en la escuela, alrededor de los dispensers de agua. Y compara: sucede lo mismo en las oficinas, en los hospitales, en las fiestas de cumpleaños. Como le parte el alma ver tanto desperdicio que se usa unos minutos y tarda años en degradarse suelto por el mundo, se propone hacer algo al respecto. Los emprendedores son así: ven la oportunidad donde otros no vemos más que materia descartable. Busca estadísticas: encuentra que en Argentina se producen más de 13,7 millones de toneladas de residuos sólidos urbanos por año. Que los vasos descartables representan uno de los principales factores de contaminación. Que se usan más de 1.000 millones por año, lo que genera alrededor de 11.000 toneladas de residuos. Eureka: se le ocurre diseñar vasos biodegradables, hechos de materia orgánica, que incluso, si el usuario quiere, pueda comerlos.
–Al principio no le tuve fe –dice Rubén Krawicky, docente de la materia proyecto final de la Escuela ORT junto con Martha Semken–. Era muy rupturista, trabajaba con cosas poco conocidas. Pero Jerónimo fue muy inteligente, identificó un problema y nos planteó su solución.
Cuando lo presentó a comienzos de año, Rubén fue reacio al proyecto. Pero Jerónimo insistió y lo justificó tan bien que no le quedó otra que darle vía libre para que lo hiciera.
En el derrotero hacia su invento, Jerónimo se encontró con muchos escollos y a todos les fue poniendo el pecho, o mejor dicho, la cabeza. Con intuición científica, fue anotando todos los pasos que dio. Usó la cocina, el living y hasta su propio cuarto de la casa familiar de Vicente López como sede para los experimentos.
–Estaba muy compenetrado en el proceso. No se quedaba con la primera cosa que encontraba, seguía buscando hasta dar con la mejor solución –dice Rubén–. Y si bien es tímido y no es el señor fiesta, estaba muy integrado, eso hizo que los compañeros también lo ayudaran.
Jerónimo investigó sobre los distintos materiales biodegradables, hizo mediciones dejándolos a la intemperie para ver cuánto tardaban en descomponerse y así llegó al material infalible: unas algas japonesas llamadas “sorui” que encargó a un mayorista de productos alimenticios por internet. Después, fabricó una máquina para automatizar la producción de los vasos.
–El primer vasito que nos trajo era bastante impresionante. Se vía como los de licor, era chiquito, de color verde y bastante gomoso. Nos dijo: “¿Quieren probarlo?”, pero no nos animamos –recuerda Rubén.
“Sorui” es una máquina prototipo que en dos minutos procesa una solución de extractos de algas y la solidifica en forma de vasos. Como una impresora 3D, pero más veloz. ¿Cómo funciona? Es un secreto que, en el café de Vicente López, Jerónimo revela a cuentagotas, como todo inventor celoso de su idea. Lo cierto es que son vasos sin residuo, con cero impacto ambiental, que pueden comerse o en dos semanas se descomponen.
Con el proyecto terminado, el último día de clases, Jerónimo volvió al ruedo con su propuesta a los profesores. Alzó el vaso y les rogó que le dieran un mordisco a su invento.
–Era raro comerse un vasito, pero al final lo hicimos para comprobar que era factible –rememora Rubén.
Le pusieron un 10. Antes de irse del aula, Jerónimo les prometió que en los años futuros les dedicará un vaso con el gusto de la bebida preferida de cada uno. Para Rubén uno con sabor a Coca-Cola. A Martha uno con gusto a café.
Adicto a las competencias
María Soledad Córdoba, filósofa, doctora en Antropología, docente de Ciencia, Pedagogía y Sociedad de las carreras de Ingeniería en la UNSAM, conoció a Jerónimo en su primer año de facultad. No bien lo tuvo como alumno hizo una excepción: lo invitó a participar de su grupo de estudio en Gestión de Residuos Sólidos Urbanos, un espacio que en general destina a ex alumnos de su materia.
“Jerónimo sobresale”, dice. “Uno se da cuenta enseguida, porque tiene interés por el conocimiento práctico y utilitario, eso le pasa a muy pocos”.
Para el trabajo final de la materia, presentó Sorui ante sus compañeros, poniéndolo en relación con los textos vistos. Soledad, una especialista en temas de gestión de residuos, lo percibió como un proyecto de avanzada para marcar diferencia en cuanto a desechos. “Desarrolló una síntesis perfecta y cronometrada; en cinco minutos y con un power point logró cautivar a su público”, cuenta.
El reciente viaje a Berlín no afectó su participación en el grupo de estudios: Jerónimo, dice Soledad, tiene además un nivel de organización envidiable y cumple con todo lo que se propone. Uno de sus secretos son sus listas. Jerónimo hace listas interminables de cosas que quiere hacer al día, a la semana, al mes. Listas escritas a mano en papeles que deja sobre su escritorio. Listas que contienen, sobre todo, los deadlines de los concursos a los que se quiere presentar.
Porque a Jerónimo no le gusta tomar alcohol, pero es casi un adicto a las competencias científicas. “Soy competitivo en todo. En los deportes también. Me gusta dar lo mejor de mí”, confiesa.
La primera competencia a la que asistió fue cuando tenía 12 años, invitado por la docente de la escuela 16 de La Lucila en la que cursó la primaria. Hasta ese entonces, con su familia, apenas había visitado Armstrong, el pueblo santafesino donde nació su madre y vivían sus abuelos. Se habían ido de vacaciones a lugares como Catamarca o el sur de Argentina. Lo más lejos había sido Uruguay. Jerónimo nunca había viajado en avión. Y de pronto vinieron los viajes.
El brillito en los ojos
A los 14, por ser el mejor promedio de la ORT, ganó una beca para viajar a Londres dos semanas a perfeccionar el inglés. Después vino la India. Pasó 10 días en Pune como participante de la Olimpíada Internacional de Ciencias Junior.
“El viaje duró como 30 horas. Fue conocer un mundo totalmente distinto. Muy shockeante”, se acuerda y se ríe. “Veías mucho contraste todo mezclado. Nuestro hotel era increíble, pero todo alrededor era un barrio muy humilde”.
A los 15 fue seleccionado como uno de los 40 jóvenes “con iniciativa, curiosidad y motivación por la ciencia”, de entre cientos de postulantes, para participar del campamento Expedición Ciencia en Neuquén. El físico Rodrigo Laje fue uno de sus coordinadores. El momento que más le quedó grabado de una charla con Jerónimo fue durante una caminata que hicieron desde el camping de Pucará hacia Hua Hum, cerca de la Planta Educativa Nonthué donde se realiza el campamento, a 40 km de San Martín de los Andes. Un trayecto de ocho kilómetros a pie por caminos de ripio y senderos en el bosque.
“Conversamos sobre su vocación. Él tenía una amplitud de gustos increíble. Me contó que quería seguir estudiando, pero no sabía qué”, recuerda Rodrigo. “Le gustaba mucho el deporte y esa era una de sus opciones” (en ese entonces, jugaba al handball en el club del barrio).
A los 16, otra vez becado por la ORT por ser el mejor promedio de la escuela, se ganó una estancia de verano de un mes en el Instituto Weitzman, ícono de la investigación científica en Israel. Estuvo en el Laboratorio de Física de Partículas haciendo disociación molecular inducida por láser.
En quinto año desarrolló Sorui y, en paralelo, participó de competencias y hackatones. Y, el año pasado, en el campamento científico Bayer Kimlu, en Chile, donde fue con “los próximos jóvenes líderes en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas”, se hizo muy amigo de Salvador Moncayo, otro de los chicos que fue como participante. A su regreso, lo convocó a Salvador para presentar Sorui juntos en la competencia NAVES, que organiza IAE Business School.
–Para mí fue una gran experiencia. Admito que Jerónimo es muy bueno para escapar de las debilidades: cuando le preguntás por detalles de las cosas que hace es muy rápido para no contarlas. Pero como en este caso me convocó para sumarme a su proyecto, trabajamos muy bien y además nos divertimos. Juntos armaron un plan para financiar el proyecto y salieron segundos en la categoría “ideas de negocio”.
“Fue la primera vez que vi una persona tan chica con una vocación tan marcada por el emprendedorismo”, dice Graciela Ciccia, directora de Innovación y Desarrollo Tecnológico del Grupo INSUD y jurado de la competencia desde 2004. “Con su vasito o con cualquier cosa, este chico tiene todo para avanzar. Tiene características de liderazgo y todas las cualidades: perseverante, apasionado y con ese brillito en los ojos por lo que está contando”.
En el ambiente del emprendedorismo, es normal que los jóvenes den el salto de la secundaria a empresas como Mercado Libre o Satelogic sin pasar por la facultad. Sueldos abultados y trabajo asegurado son un combo que seduce a más de uno. No fue el caso de Jerónimo. El humus hogareño parece haber abonado en él una vocación de estudio: de hecho, ese día en la competencia de NAVES, su papá lo esperó en la puerta del IAE Business School, y una vez que cumplió con su presentación, se lo llevó raudamente para que llegara a rendir un final a la facultad.
Hoy, Sorui es un prototipo desarmado, diseminado en partes por su casa de Vicente López. Porque Jerónimo sigue haciendo pruebas.
“Quiero mejorarlo para que se produzca a nivel industrial. Que los vasos se hagan en simultáneo. Que cuando retires uno ya se esté produciendo el siguiente”, explica.
Acaba de ganar el concurso “Emprendé ConCiencia” del Ministerio de Producción de la Nación, y en agosto pasó una estadía en Bariloche, en la sede del INVAP, para perfeccionar Sorui. En octubre quedó seleccionado para participar de AllBiotech, una cumbre de biotecnología que se celebrará en Santiago, Chile. Para esa competencia, como sucede para todas en general, además de enviar el currículum, el requisito era armar un video con las motivaciones para participar. Jerónimo, que los guiona cuidadosamente desde su casa, en este caso contó su interés en la biotecnología a partir de lo que viene haciendo, y también escribió un ensayo sobre transferencia tecnológica en el área. “Para mí son oportunidades”, dice. “Yo las veo y las uso”.
–¿Cómo te enterás de las competencias?
–Cuando te metés en estas cosas entrás en grupos, seguís páginas y te va llegando la información. Pero soy consciente de que mucha gente no sabe que existe toda esa oferta de oportunidades de crecimiento gratuitas que te permiten viajar, conocer gente e impulsar tus ideas. Yo quiero contárselo a todo el mundo.
Con ese ímpetu, en quinto año, además de idear Sorui e irse de viaje de egresados a Bariloche, Jerónimo armó una plataforma virtual para difundir los concursos disponibles. Se llama Maieutics y está online. Es una especie de Tripadvisor, pero de competencias: además de información sobre becas, campamentos y olimpíadas, da consejos de lo que buscan los reclutadores y colecta opiniones de primera mano de los participantes.
–¿En algún momento pensaste que Sorui podía no funcionar?
–Nunca tuve la certeza –dice Jerónimo, antes de irse del café en Vicente López para volver a su casa. Ya es tarde y sus días actuales son de reunión en reunión: ayer, por ejemplo, fue convocado por el presidente de la Fundación Argentina de Nanotecnología. Mañana tiene una reunión en el Ministerio de Desarrollo Social para comenzar a planear la cumbre de jóvenes de 2018, de la que Argentina será sede. Y otra con la Municipalidad de su partido: lo llamaron después de su paso por Berlín para proponerle ayuda para difundir Maieutics.
–No tenía instrucciones para hacerlo, pero esto es así. Esa incertidumbre, esa intriga de saber si estaba en lo correcto, fue y es lo que más me motiva a seguir buscando.
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