"Le pedimos disculpas señor, pero usted no podrá volar con nosotros en el día de hoy", le dijo un empleado de la areolínea Southern Winds. Corría agosto de 2001. Esa tarde, Claudio Waisbord había adquirido en los mostradores que la empresa tenía en el Aeroparque Jorge Newbery, un pasaje aéreo para volar ese día, con destino a Córdoba al cumpleaños de su ahijada. En un principio, le comunicaron que, a fin de dar cumplimiento con la normativa interna de la compañía, le asignarían un acompañante de vuelo, en razón de su condición física. Sin embargo, posteriormente, el médico de la aerolínea no lo autorizó porque Waisbord se desplazaba en silla de ruedas.
No era la primera vez que viajaba en avión. Incluso ya había volado en otras oportunidades con Southern Winds, pero esa vez la traba fue diferente. "Ellos no me prohibían viajar, pero me obligaban a hacerlo en compañía de una persona hábil a la que yo debía pagarle el pasaje ida y vuelta, la comida y la estadía. Una locura. Pero cuando exijo ser embarcado y me presento con abogado y escribano, me encuentro con un disparate aún mayor: el reglamento de la compañía. Allí decía que no sólo se reservaban el derecho de embarcar o no a los discapacitados motrices, sino también a las personas que sufrieran algún defecto físico que pudiese molestar al resto del pasaje". Años más tarde, la justicia los obligó a modificar aquel reglamento. Esa fue su gran victoria.
Un hospital, una idea
Reponerse ante la adversidad se había vuelto moneda corriente en su vida. En sus tiempos de estudiante de Historia en la Universidad de Córdoba, había sido uno de los dirigentes universitarios más reconocidos y en los años de plomo tuvo que partir al exilio en Israel.
A su regreso, comenzó a trabajar en la joyería familia. Pero todo se tornó cuesta arriba aquel fatídico día de 1986 en que unos ladrones entraron al local, donde Waisbord trabajaba junto a su padre. Una balacera terminó con la médula astillada para él y un futuro vinculado, de allí en adelante, a una silla de ruedas. Había quedado parapléjico. "Durante el proceso de recuperación, en el que me acompañó mi familia, lo más difícil fue aprender a sortear las barreras urbanas existentes en todos los ámbitos de la vida diaria: transporte, edificios públicos y privados, entre otros, para hacer una vida independiente".
Durante los tres meses que estuvo internado el Hospital Privado de Córdoba, escuchó hablar de la importancia que tenían las ambulancias de alta complejidad. Incomprensiblemente en Buenos Aires esos servicios aún no existían. De mente inquieta, Waisbord, que en aquel tiempo tenía 35 años, un pasado dedicado a la economía, estaba casado y tenía dos hijos con pañales, puso en marcha un plan que pudo concretar una vez que recibió el alta. Y, sobre esa silla de ruedas que nunca más iba a abandonar, pidió dinero prestado a familiares y amigos, se trasladó a Buenos Aires y se arriesgó.
No aceptó el "no" como respuesta. Y, aunque le dijeron que había unas 39 empresas por el estilo en proceso de desarrollo, igual siguió firme con su plan. Con un ínfimo presupuesto de US$ 150.000 (que había logrado reunir con la vaquita de amigos y familia) se radicó primero en Vicente López, un área pequeña, de alto poder adquisitivo y donde las familias tenían teléfono en un tiempo en que eso era algo poco común. Al cabo de un año tuvo que vender hasta su auto para poder seguir. Sin embargo, la aparición de las furgonetas le permitió innovar en ambulancias y diferenciarse en un momento en que el Estado se había retirado de la atención de la salud. Y así compró la primera de las 145 ambulancias que hoy forman parte de su empresa de servicios médicos, Vittal.
"No fue difícil rehabilitarme. Lo más complicado de todo fue adaptarme a una sociedad que no está preparada para que nosotros, los discapacitados motrices, formemos parte de ella". El segundo cambio grande que vivió sobre su silla de ruedas ocurrió con el incidente de la aerolínea. Ese freno tampoco logró detenerlo. Es más, tres años después del hecho, el resarcimiento económico que obtuvo del juicio a la empresa le permitió crear su propia ONG, a la que llamó Acceso Ya, para que la accesibilidad sea un derecho inalienable y de todos.
Ojos que no ven
Waisbord lleva una vida activa. Conduce su propio auto, trepa la silla de ruedas en las escaleras mecánicas, viaja solo y va a trabajar diariamente. "Tengo la ventaja de ser el dueño de la empresa en la que trabajo que, desde luego, está adaptada para que entre y salga en mi silla de ruedas. Tengo la suerte de tener auto, no sufro a la hora de viajar". Pero aclara que esa no es la realidad de todos los discapacitados motrices.
Y recuerda una anécdota de 2004, cuando asistió a una muestra que se realizaba en el subsuelo del diario La Prensa. Cuando llegó, le informaron que el ascensor no funcionaba. Y no llevaba roto quince minutos, ¡estaba así desde hacía quince días! Con una muestra evidente de su enojo, lo bajaron a upa entre cuatro empleados de seguridad que, al finalizar el turno, simplemente se marcharon. "Me dejaron ahí, en el segundo subsuelo. A las once de la noche, que no pasaba un alma por aquel lugar, mi mujer tuvo que salir a la calle para pedirle a las personas que pasaban que la ayudaran a sacarme. Fue una noche con suerte aquella, creo que le llevó sólo cuarenta minutos reunir a tres voluntarios".
Dice que aprendió a tomarse esas situaciones con humor. Pero reconoce que "no hay nada peor para un ser humano que depender de otro y, en general, la gente normal tiende a que el discapacitado se haga dependiente de ellos. Yo, si hubiese tenido una rampa o el ascensor hubiera funcionado o hubieran tenido una escalera mecánica, no hubiese tenido la necesidad de molestar a nadie. La gente tiende a ayudarte mucho, pero la idea no es depender de otro sino que yo pueda acceder por mis propios medios. Sufro de discapacidad motriz y, sin embargo, eso no me paraliza. Y no soy el único".
Por eso, desde Acceso Ya organizan un Rally en silla de ruedas (que se encuentra con fecha en suspenso por el coronavirus). La jornada estará dedicada a impulsar el derecho a la accesibilidad bajo un objetivo claro: fortalecer la idea de una ciudad sin barreras. Las personas sin discapacidad motriz tendrán la posibilidad de acomodar su cuerpo a una silla de ruedas y enfrentar el desafío de movilizarse por la ciudad. "Estamos convencidos de que el acceso a esos derechos y libertades, en igualdad de condiciones, es el punto de partida para alcanzar el desarrollo pleno de la personalidad, el mayor grado de auto valimiento posible y una vida independiente, aspiraciones de todos los seres humanos".
Si tenés una historia de resiliencia propia, de un familiar o conocido que quieras compartir, escribinos a GrandesEsperanzas@lanacion.com.ar