Laura Quintana es directora del programa de filosofía de la Universidad de los Andes y en su más reciente libro Esos afectos voraces: una correspondencia, habló sobre la importancia de los afectos
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Laura Quintana intercambió escritos con su “amiga intelectual” Catalina Cortés Severino, durante tres años. Fue un experimento que empezó sin ninguna pretensión más allá que la de compartir reflexiones sobre algo que les interesa a ambas: los afectos.
Era un ejercicio orgánico, casi como un juego poco articulado. Tenían un documento en línea que alimentaban de manera intercalada y, cada vez que alguna escribía o sumaba alguna entrada, le avisaba a la otra.
Con la pandemia ese intercambio se hizo más frecuente, tomaba vida propia hasta que se convirtió en libro: Esos afectos voraces: una correspondencia. En su intercambio, Laura, filósofa, y Catalina, antropóloga, transitan por temas muy diversos que terminan uniéndose en torno a afectos que se exploran en prosa, poesía y fotografía.
Es un ir y venir en el que hablan de Bogotá, la ciudad en la que ambas viven y trabajan como académicas; de Colombia, el país en el que ambas crecieron; de la maternidad escogida, que ambas viven diariamente; pero también de libros, películas y de muchas otras mujeres.
Laura Quintana conversó con BBC Mundo en el marco del Hay Festival Cartagena que se realiza en esa ciudad colombiana desde el 26 al 29 de enero.
—Me gustaría entender la elección de las palabras que decidieron usar y trabajar. ¿Por qué afecto en vez de sentimiento que es más común, por ejemplo?
—Sí, en el vocabulario usual está más instalada la palabra sentimiento y la palabra emoción, que se volvió muy hegemónica.
Nos parece más interesante el lenguaje del afecto porque la emoción y el sentimiento están más ligados con el mundo de lo íntimo, personal, interior, subjetivo; mientras que el afecto da cuenta de algo que me afecta. Algo del mundo, del exterior, me afecta y se inscribe en mí. Me trastoca, me altera, me hace abrirme o cerrarme; entonces el afecto da cuenta más de la dimensión de fuerza, de eso que me llega, de eso que me conmociona.
Buscamos salirnos de esa visión tan subjetivista, narcisista, que también ha instalado un poco el mundo de lo emocional y que ha tenido un efecto muy despolitizante porque se piensa que si yo me siento así o de tal manera, es un problema mío, personal, que es mi responsabilidad casi de gestión emocional, y eso a veces desconecta los problemas que las personas sienten dentro de sí del mundo que habitan y que produce también muchas de esas afectaciones.
—Y ¿lo voraz?
—Bueno porque lo afectivo tiene algo también de incontrolable y excesivo. Aunque uno puede hacer un ejercicio reflexivo, muy racional, de pensar por qué se siente como se siente o qué aspectos del mundo lo tocaron, quedaron en uno. Ya que igual cuando uno empieza en ese tipo de ejercicios se da cuenta que hay muchas cosas de las que uno no puede dar cuenta.
Hay algo que a uno también lo lleva fuera de sí mismo. Cuando uno dice “estoy afectada” quiere decir que hay algo que a uno lo atravesó y que se vuelve casi que indomable.
Queríamos dar cuenta de esa fuerza, esa carga que nos excede, qué nos transforma, que nos altera, y que a veces también nos consume de una manera que puede volverse muy vital o muy destructiva. Porque hay algo allí también como filoso, peligroso, en lo afectivo.
Y también está el efecto de inmediatez. Yo pongo siempre el caso que me impresiona de mí misma que apenas abro los ojos, agarro el celular y hay como una cosa automática. Ese automatismo también es muy afectivo. Los cuerpos casi que se acoplaron a tecnologías, formas de hacer y es interesante ver como no somos dueñas de nosotras mismas.
—En su correspondencia, ustedes reflexionan constantemente sobre el privilegio de ser mujeres académicas en un entorno muy elitista y desigual, ¿cómo se explica ese aspecto, digamos, tan bogotano?
—Es muy bogotano y también muy colombiano porque somos un país muy clasista, machista, racista. Pero también en Latinoamérica se dan esas fronteras de los privilegios y de las desigualdades que tienen que ver también con una historia colonial.
Desafortunadamente, por la trayectoria que tuvo el capitalismo global, el mundo que habitamos cada vez es un mundo más desigual, en donde los privilegios cada vez más se han estrechado para unos pocos, y donde la gente cada vez se da cuenta de cómo la desigualdad se va transmitiendo también por la circulación de privilegios.
Yo creo que cualquier persona que habite el mundo de hoy puede también entender desde dónde habla alguien que quiere reconocer su lugar de privilegio. Sin culpabilizarse por eso, porque creo que también hoy en día hay una lógica de culpabilización que es muy fijadora y que también es muy problemática porque dice,: si vos sos alguien privilegiado, no podés hablar de desigualdad.
Nosotras hemos padecido ciertas formas de desigualdad como mujeres, además latinoamericanas, que también optaron por visiones de vida no centradas en el lucro, en el provecho. Porque la vida académica no está centrada en eso.
Pero también ocupamos un lugar de privilegio porque hacemos parte de familias burguesas, hemos tenido acceso a capital intelectual y cultural, como se llama, y sin embargo, desde ahí, desde ese lugar, podemos darnos cuenta de cosas que nos afectan y también afectan a otros en nuestras interacciones. Porque las personas que están en un lugar de opresión, más difícil que el nuestro, también nos pueden tocar.
Uno también puede justamente cuestionar su lugar de privilegio desde el encuentro con otros. Para nosotras es muy importante producir ese encuentro y dejar de pensar que estamos en posiciones fijas, en localizaciones predeterminadas. De hecho, parte de todo este ejercicio es producir estas formas de desidentificación.
Eso me hace pensar en que la pregunta por el encuentro con el otro, en medio de la desigualdad, parece inevitable o, al menos, constante. Se puede volver una pregunta constante o la podés anular. Las personas que se vuelven muy clasistas y que quieren proteger su lugar de privilegio, no quieren saber nada de ese encuentro, entonces obviamente contratan los servicios de una empleada doméstica que hace todas las tareas de reproducción de la vida por ellas. Y no establecen ningún contacto realmente íntimo, humano, amistoso con esa persona, sino que solo esperan que cumpla adecuadamente con un servicio.
Si ven personas en la calle tratan de subir la ventana y no verlas, o si dan una moneda, justamente que ni los toque la piel del otro. Yo creo que ese contacto se da cuando uno se da cuenta que es realmente injusto que uno viva en un país tan desigualitario y que la desigualdad no solamente sea en la distribución de recursos, que fundamentalmente lo es, sino también en el reconocimiento.
No valoramos ciertos saberes y prácticas porque hemos estado como imbuidos en una lógica de la modernización que nos ha llevado a pensar que prácticas campesinas son prácticas atrasadas que no tienen sentido. Porque lógicas racistas nos han llevado a despreciar a la figura del negro o del indígena.
Entonces el encuentro se da cuando uno realmente se da cuenta que ahí hay unas posibilidades vitales que realmente enriquecen el mundo y que también hay unas condiciones de injusticia que deberían ser cuestionadas. Y cuando uno ve también al otro como un otro que está, digamos, atravesando condiciones que no deberían ser y no simplemente como un otro que está ahí y que se debe quedar en ese lugar.
—Ustedes también reflexionan sobre la juventud que se siente sin un futuro posible, son madres y educadoras ¿cómo ves esa generación jóven que se enfrenta a esa profunda desigualdad?
—Algo que me atraviesa mucho, todo el tiempo, es pensar en cómo el mundo que vivimos es cada vez más un mundo devastado socialmente y ecológicamente y cuál es el futuro para las generaciones que vienen.
También hay un compromiso ético intergeneracional. Quizás también en mí se aviva porque tengo hijos y esa pregunta intergeneracional se siente mucho más. Pero como educadora también lo vivo y más cuando educo personas que muchas veces optan por la filosofía o por actividades que no son evidentemente lucrativas, aunque pueden serlo. Una persona que estudia filosofía se puede hacer muy inteligente para hacer cualquier cosa, pero no está signada por eso, no es lo primero para la persona que estudia filosofía.
Entonces, qué futuro hay para alguien así cuando la lógica dominante en el mundo que vivimos es el afán de lucro y acumulación. Esa es una pregunta patente cuando uno ve que hay muchos cuerpos, muchos sujetos de antemano condenados a no tener futuro. Personas desposeídas que viven en unas condiciones sociales tan difíciles que esas mismas personas saben que les han quitado sobre todo el futuro y por eso esta consigna del paro (cívico en Colombia en 2021) tan fuerte de “se nos quitó el miedo porque nos quitaron todo, también futuro”.
Nos hemos acostumbrado a esa lógica de que para darle futuro a unos se lo quitamos a otros y lo que es peor es que eso cada vez se estrecha más. En la lógica colonial, para darle el futuro al centro de lo colonial se lo quitamos a las colonias, las depredábamos y esto cada vez más -con esta lógica incremental- nos ha llevado a pensar que le podemos dar el futuro a una élite cada vez más restringida, 1%, y cada vez le quitamos más el futuro a la humanidad porque nos estamos quedando sin planeta.
—Pensar en la ruina del planeta, nos remite al tema del cuidado que ustedes exploran también desde su maternidad y desde lo femenino. ¿Por qué es un tema tan presente?
—Sobre todo hacia el final, pero en todo el libro en general, hay una conciencia muy fuerte de que estamos habitando un mundo arruinado, que tiene que ver con lo que decíamos ahora -que al parecer nos vamos quedando sin un mundo y sin futuro- pero en medio de esa sensación de devastación, siempre queda algo.
Y las mujeres cuando ha habido guerras, cuando hubo colapsos, han sido mucho esa fuerza motora que lleva a cuidar a los enfermos, honrar a los muertos, rehacer la cotidianidad de la vida, volver a cocinar.
En contextos de guerra siempre existieron esos testimonios de que son las mujeres las que vuelven a hacer que la vida continúe, justamente porque han sido localizadas, por el mismo machismo, en el lugar de la reproducción de la vida. Obviamente queremos trastocar esas fronteras y que los hombres también se vuelvan cuidadores porque ha sido parte del machismo que solo las mujeres cuiden.
Parte de la lógica depredadora que habitamos es que este mundo masculino, patriarcal, se ha vuelto un mundo de destrucción, de extracción, de querer cada vez más, de avidez que no cuida las relaciones con los no humanos, que no cuida el tejido de la existencia.
Pero la lógica del cuidado tampoco es una lógica armonicista que busque simplemente decir “todos nos podemos entender y simplemente nos vamos a cuidar”, sino que es muy consciente de que hay conflictos, que entre los seres humanos hay siempre desencuentros e incluso entre los no humanos y humanos también.
Es más como una conciencia de los arreglos vitales que tenemos que ir componiendo todo el tiempo para poder perseverar. y que son arreglos contingentes que tienen que ver con cómo persevera una vida y su cotidianidad cuando ha tenido esos pequeños colapsos privados: un divorcio, problemas en el trabajo, pérdidas fuertes cuando se muere alguien.
Cómo tiene que recomenzar en medio de lo que queda. Qué hace falta para recomenzar y cómo eso podríamos tenerlo en cuenta también para poder recomenzar algo en medio de lo que queda de este mundo que está tan arruinado.
Pensamos que eso tiene que ver mucho también con enseñanzas que vienen del pasado, de movimientos campesinos, de movimientos indígenas, en donde el cuidar de la naturaleza (es primordial).
—En medio de esa consciencia de arreglos vitales, ustedes pueden ser percibidas como mujeres modernas realizadas profesionalmente y con una maternidad decidida. Consiguieron lo que para otras resultó imposible. ¿Cuáles son los principales efectos que las acompañan en esa vida que eligieron?
—Hay muchos aspectos que se encuentran ahí, en ambas hay mucho agradecimiento porque es difícil vivir de lo que a uno le gusta y en ambas hay un agradecimiento por eso.
Hay una reivindicación del placer, de que se pueda tener una vida más placentera en el contacto con lo cotidiano, pero a la vez también hay mucha rabia por lo que vemos a nuestro alrededor y que se nos escapa a nosotras mismas.
A veces también hay agotamiento porque tener el tren de vida que llevamos tampoco es fácil, uno a veces quiere hacerlo todo y se da cuenta que no puede y entonces viene el cansancio. También hay culpabilización porque, como está muy claro en el libro, no somos madres perfectas y justamente la maternidad siempre ha estado atravesada por muchas culpas.
Hemos intentado movernos de esas culpabilizaciones, pero igual hay muchas que uno carga en el cuerpo y que hace que igual se sientan. Hay muchas contradicciones.
El otro día un lector me decía que le parecía tremendo cómo se hablaba de la ruptura amorosa, justo luego de la sección sobre maternidad, y cómo se hacía para evitar el desamor, respondiend a ese rol de madres. Uno habita espacios de tensiones en donde quizás se ha decidido no ocultar.
Yo, por ejemplo, vivo una maternidad donde mis hijos saben lo que yo voy sintiendo, no necesito tener una posición de compostura en vulnerabilidad y quizás también educo desde ahí, desde esa vulnerabilidad sentida que también hace valer la necesidad de cuidarnos justamente porque somos frágiles, porque estamos expuestos a tanto, sin que se deje de hacer valer el lugar del adulto, que es el que está a cargo y es el que es responsable.
Creo que hay que repensar esa responsabilidad que muchas veces se ve como un lugar de proveer una seguridad incuestionada y que no se asume como una responsabilidad muy relacional, en donde uno también va tejiendo una red de apoyo que se van armando entre muchos, que no solo son dos del núcleo familiar. Tiene que ver con amigos, tiene que ver con el mundo laboral. Tiene que ver incluso con los lectores, cómo uno empieza a conectarse con mucha gente.
—Sobre la vulnerabilidad en la maternidad, ambas comentaron en su correspondencia la película The Lost Daughter (La Hija Oscura), que retrata ese tema brutalmente.
—Sí. Yo creo que también ha hecho mucho daño que uno no pueda asumir una vida afectiva más heterogénea. Si uno decide tener familia e hijos, entonces está casi atrapado a solo responder por eso y yo creo que muchos de esos conflictos afectivos surgen de: yo no soy solo madre, soy muchas cosas más y no quiero quedar encasillada en eso.
Hemos logrado poder hacer valer ese espacio propio que no es solo el doméstico, maternal. Quizás de maneras diferentes y eso también se puede percibir en el libro.
Hace poco vi una película bellísima que explora la relación de la niña de 11 años con su papá divorciado muy joven, de 31, y como él es muy dedicado a ella, pero también deja ver el conflicto interno que lo atraviesa, su soledad.
Yo creo que en muchas experiencias de crianza los padres no quieren dejar ver esa experiencia de soledad. Yo soy divorciada dos veces y siento que los padres divorciados quizás asumimos mucho más, sobre todo cuando no queremos recomponer la misma familia que dejamos. Hacer valer esa experiencia de soledad.
Transitar por la vida es transitar una experiencia de soledad que no acaba así uno encuentre muchas compañías, y criar a alguien en esa experiencia, porque supone exponerse a eso y a todo lo abismal que hay ahí.
En medio de la soledad, su correspondencia puede leerse también como un homenaje a la amistad, quizás femenina, esa en la que se puede hablar sin pretensión de lo que se siente.
Este es un libro entre mujeres porque está escrito por dos mujeres, pero también las voces que circulan por el libro son sobre todo de mujeres. Mujeres escritoras, mujeres cineastas, mujeres de la familia, a mí me han marcado mucho las mujeres de mi familia, a Catalina también Y aunque tenga un padre que es muy femenino, con una paternidad muy maternal, muy dedicada al cuidado, yo sí creo que es valer ese espacio de complicidad, de escucha, de cuidado entre mujeres.
Pero también pensando en que haya un devenir mujer también en muchos hombres. Yo, de hecho, tengo muchísimos amigos, si los contara, tengo más amigos varones que mujeres, pero son amigos también digamos muy expuestos a su vulnerabilidad, muy cuestionados, muy elaborados en su masculinidad. Es un libro que propicia eso y como ya lo decía cómo deshacer esas fronteras que separan territorios para pensar otros encuentros.
La amistad, porque es un vínculo que tampoco necesita la homogeneidad, ni la fusión. A veces tenemos esos imaginarios del amor funcional en donde tenemos que estar el uno para el otro y correspondernos y estar siempre cerca. En la amistad hay la distancia, uno con los buenos amigos se deja de hablar un año y puede volver a tener la complicidad que tenía antes de ese año y reconoce sus diferencias y no importa que las haya si hay el espacio de escucha, de comunicación, de encuentro.
*Por Andrea Díaz Cardona
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